Alex

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Primera parte » Capítulo 4

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Camille escruta y resigue minuciosamente un plano de París. Frente a la portera, uno de los agentes uniformados destacados por la comisaría explica a los curiosos y a los vecinos que no pueden quedarse allí, solo en caso de que puedan aportar algún testimonio crucial sobre el rapto. ¡Un rapto! Es una atracción, un espectáculo. No importa la ausencia de la protagonista estelar, el decorado los atrae por sí solo. La voz ha corrido a lo largo de la velada, como en un pueblo, no pueden concebirlo. «Pero ¿quién, quién, quién, quién?», «No lo sé, te digo, una mujer, por lo que he oído», «Pero ¿la conocemos?, dime ¿la conocemos?». El rumor se extiende, hay incluso niños que a esas horas tendrían que estar en la cama y que han bajado a la calle a curiosear, todos los vecinos del barrio están excitados ante esa situación inesperada. Alguien pregunta si vendrán los de la tele, preguntan una y otra vez lo mismo al agente de guardia, permanecen de pie ajenos al paso de los minutos, de brazos cruzados, a la espera de no se sabe qué, solo para estar presentes en caso de que finalmente suceda algo, pero no pasa nada, y poco a poco el rumor se debilita, el interés se desvanece, se está haciendo tarde. Unas horas más y la noche se hace más pesada, la atracción se convierte en molestia, se escuchan las primeras quejas desde las ventanas. «Queremos dormir, ahora queremos silencio».

—No tienen más que llamar a la policía —espeta Camille.

Louis está más tranquilo, como de costumbre.

Sobre el plano ha marcado los ejes que convergen en el lugar del rapto. Cuatro itinerarios posibles que la mujer pudo seguir antes de ser raptada. La place Falguière o el boulevard Pasteur, la rue Vigée-Lebrun o, en sentido inverso, la rue Cotentin. También puede que tomara un autobús, el 88 o el 95. Las estaciones de metro están bastante lejos del lugar del rapto, pero también son una posibilidad. Pernety, Plaisance, Volontaires, Vaugirard…

Si siguen sin encontrar pistas, mañana habrá que ampliar el perímetro y rastrear aún más lejos en busca del menor indicio, pero para eso hay que esperar a mañana y a que esos gilipollas se levanten de la cama, como si el tiempo no apremiara.

El rapto es un crimen muy particular: la víctima no se halla a la vista, como en un asesinato, hay que imaginársela. Y eso es lo que Camille trata de hacer. De su lápiz surge la silueta de una mujer andando por la calle. Lo mira con perspectiva: demasiado elegante, algo mundana. Quizá Camille sea demasiado mayor para dibujar mujeres así. Mientras llama por teléfono, tacha y comienza a dibujar de nuevo. ¿Por qué la ve tan joven? ¿Acaso se rapta a las mujeres mayores? Por primera vez no piensa en ella como una mujer, sino como una chica. «Una chica» ha sido raptada en la rue Falguière. Sigue dibujando. En vaqueros, cabello corto, un bolso en bandolera. No. Otro dibujo en el que se la ve con una falda recta y pecho abundante. Lo tacha, exasperado. La imagina joven, pero en el fondo es incapaz de visualizarla. Y cuando lo hace, es Irène.

No ha habido otra mujer en su vida. Entre las raras ocasiones que se le presentan a un hombre de su estatura, en parte por un sentimiento de culpabilidad, un poco por desprecio de sí mismo y por el temor a lo que representaba retomar una relación normal con las mujeres, sus necesidades sexuales dependen de la confluencia de un cúmulo de condiciones, y eso no ha tenido lugar. Sí, una vez. Una chica que se había metido en problemas y a la que sacó del apuro. Cerró los ojos. En aquel momento leyó el alivio en los ojos de ella, nada más. Y luego se encontraron por casualidad cerca de su casa. Tomaron una copa en la terraza de La Marine, cenaron, siguieron el juego y subieron a tomar una última copa, y luego… Normalmente, no es algo que un policía íntegro pueda aceptar. Pero ella era muy amable, madura y parecía estar sinceramente agradecida. Al menos eso es lo que Camille se repitió luego para disculparse. Dos años sin tocar a una mujer ya era de por sí una razón, pero no le bastaba. Había cometido una mala acción. Una noche tierna y tranquila, no se creyó obligado a creer en los sentimientos. Ella se había enterado de su historia, en la brigada todos la conocían, la esposa de Verhoeven había sido asesinada. Ella le habló de cosas sencillas, cotidianas, se desnudó a su lado y se colocó después sobre él, sin preliminares. Se miraron a los ojos y Camille los cerró solo al final, le fue imposible evitarlo. Se cruzan de vez en cuando, ella no vive lejos de él. Debe de tener unos cuarenta años. Y mide quince centímetros más que él. Anne. Es sutil, además: no durmió con él, le dijo que prefería volver a su casa. Su marcha evitó que Camille se entristeciera, fue muy considerada. Cuando se encuentran, ella actúa como si nada hubiera sucedido. La última vez que se vieron estaban rodeados de más gente, incluso le estrechó la mano. ¿Por qué piensa en ella en ese momento? ¿Es el tipo de mujer que un hombre podría desear raptar?

Los pensamientos de Camille vuelven entonces hacia el secuestrador. Se puede matar de varias maneras y por múltiples razones, pero todos los raptos se parecen. Y una cosa es segura: para raptar a alguien, uno tiene que haberlo planeado. Por supuesto, puede hacerse fruto de una súbita inspiración, por un repentino arrebato de cólera, pero suele ser bastante excepcional y garantiza un fracaso rápido. En la mayoría de los casos, el autor se organiza, premedita y planea sus actos cuidadosamente. La estadística no es muy favorable, las primeras horas son cruciales y las posibilidades de sobrevivir disminuyen con rapidez. Un rehén es molesto y pronto sobreviene el deseo de desembarazarse de él.

Louis es el primero en obtener un indicio. Ha llamado a todos los conductores de autobús de servicio entre las siete de la tarde y las nueve y media de la noche. Los ha despertado uno a uno.

—El que hacía el último turno del 88 —dice a Camille tapando el auricular—. Hacia las nueve. Recuerda a una chica que ha corrido para coger el autobús y que ha cambiado de opinión.

Camille deja su lápiz y alza la cabeza.

—¿En qué parada?

—Instituto Pasteur.

Un escalofrío le recorre el espinazo.

—¿Por qué se acuerda de ella?

Louis traslada las preguntas.

—Guapa —dice Louis.

Vuelve a poner la mano sobre el auricular.

—Muy guapa.

—Ah…

—Y está seguro de la hora. Se han saludado con la mano, ella le ha sonreído, le ha dicho que era el último autobús de la noche, pero la chica ha preferido seguir a pie por la rue Falguière.

—¿Por qué acera?

—Bajando, la derecha.

La dirección correcta.

—¿Descripción?

Louis intenta obtener algunos detalles, pero la descripción no avanza demasiado.

—Vaga. Muy vaga.

Pasa con las chicas verdaderamente guapas: lo seducen a uno y no se fija en los detalles. Lo único que se recuerda son los ojos, la boca, el culo o las tres cosas a la vez, pero cómo iba vestida… Es el problema con los testigos masculinos, las mujeres son más precisas.

Camille pasa parte de la noche sumido en esos pensamientos.

Hacia las dos y media de la madrugada, todo cuanto podía hacerse se ha hecho. Ahora solo cabe esperar que se produzca alguna novedad, algo que les dé un primer hilo del que tirar, una petición de rescate que abra una nueva perspectiva. O el hallazgo de un cadáver que la cierre. Una pista cualquiera, algo a lo que aferrarse.

Lo más urgente, si es posible, es sin duda identificar a la víctima. De momento, la central es taxativa: todavía no han recibido ninguna denuncia de desaparición que pueda corresponder a esa mujer.

Nada cerca del lugar del secuestro.

Y ya han transcurrido seis horas.

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