Alex

Alex


CAPÍTULO 23

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CAPÍTULO 23

 

 

ALEX.

 

Habían pasado cuatro días.

Cuatro días sin ella. Y no podía más con el dolor que le estaba provocando. No estaba seguro de que era lo que le dolía más. El haber terminado con ella o el hecho de que ella se hubiera creído tan fácilmente todo lo que él había manifestado.

No había querido hacerle daño. Nunca.

Vamos, que la quería a su lado para siempre. De hecho, si por él fuera, ya se habrían casado. Pero su edad y otros temas no lo permitían. Sin embargo, la madre de Emily había sido muy clara con él aquel día. Más clara que el agua.

Termínalo, porque te llevaré a la cárcel y me la llevaré a ella tan lejos que nunca más correrá el riesgo de cruzarse contigo.

La cárcel no le importaba en lo más mínimo. Emily era lo único que le importaba y si ella se iba a ver perjudicada, era capaz de lo que sea, para que no sucediera.

Incluso aunque tuviera que romperse el corazón.

Y diablos, aquel dolor era incomparable a cualquier otro. No solo su corazón roto, sino que el que sintió cuando lo hizo, cuando la alejó de él.

Cuando le rompió el corazón a ella.

La hirió, sí, pero solo porque no sabía de qué otra manera lograr que se olvidara de él.

Sabía que simplemente decirle que ya no quería nada no habría servido de nada. Emily no era tonta.

Emily.

Su Emily, habría sabido que había más que no le estaba contando. Por eso tuvo que decir lo que dijo. Que había sido un juego, que no la quería, que lo que tenían no significaba nada, que ya no quería poner en riesgo su vida entera.

Mentiras.

Puras mentiras.

Dolorosas mentiras que a duras penas había podido dejar salir de sus labios.

Había estado cerca. Increíblemente cerca, de acabar con aquella mentira. Había estado a punto de detenerse y asegurarle que todo era falso, que no podía vivir sin ella.

Y que lo estaba haciendo, era porque de otra manera, nunca podrían estar juntos.

Nunca.

En cambio así, podía tener la esperanza de que más adelante, cuando ella tuviera la edad suficiente y ya no pudieran ser manejados por las amenazas de su extraña madre, podrían al fin mantener una relación, que con un poco de suerte, llegara al matrimonio.

La amaba, no le cabía duda de ello.

La amaba y la necesitaba en su vida desesperadamente, pero más le importaba que ella fuera feliz y si no terminaba con lo que tenían, entonces ella no lo sería.

El dolor en su pecho, de pronto, se hizo insoportable.

Al día siguiente serían cinco días sin ella y no creía que fuera a aguantar más.

Había estado a punto de perder la cordura en varias ocasiones, incluso había llegado a aparcarse frente a su casa unas cuantas veces, pero se había ido antes de correr el riesgo de encontrarse con ella.

Sabía que ella estaba sufriendo, sabía que estaba dolida y que lo viera ahí probablemente habría hecho el dolor más intenso.

Para él era tan fuerte que apenas y podía soportarlo, ni siquiera había ido a trabajar en los anteriores cuatro días.

Ya nada parecía tener sentido.

Ya nada parecía importante.

Porque ya no estaba ella.

No necesitaba hacer el dolor de su pequeña más intenso de lo que ya debía ser. Y si su madre lo viera ahí, probablemente lo que había hecho habría sido por nada, porque por la conversación que habían tenido aquella noche, estaba completamente seguro de que la mamá de Emily no había estado bromeando ni simplemente advirtiéndole de lo que podía hacer si no se mantenía alejado.

Hundió el rostro en su almohada al recordar aquella noche.

Aún podía sentir la frustración y desesperación en su pecho, ante las palabras que salían de aquella boca, en un torrente sin fin.

 

 

La observó entrar a su casa. Era preciosa. Perfecta. Todo para él.

Y estaba enamorado de ella.

Aún no se lo había dicho, porque temía asustarla con sus sentimientos. Pero si, la amaba. Y estaba casi completamente seguro de que quería pasar el resto de su vida a su lado.

De momento, mantenía las cosas tranquilas, pero moría por ponerse en una rodilla y pedirle que fuera su esposa. Porque si, aunque ella apenas hubiera cumplido los diecisiete, quería tenerla a su lado para siempre y esperar el año que faltaba para que cumpliera la mayoría de edad le resultaba extremadamente doloroso.

Pero, así tenía que ser. Él era muy mayor para ella, veintiséis años. Diez años mayor que ella.

Sacudió la cabeza. ¿Cómo se había enamorado así? Nunca le había sucedido, con ninguna mujer, pero llegó Emily y de pronto todo su mundo se encontró de cabeza. Y le encantaba. Simplemente le encantaba que Emily hubiera entrado a su vida y quería que se quedara el mayor tiempo posible.

La puerta del copiloto de pronto se abrió y se preguntó porque Emily habría regresado, pero cuando giró el rostro para observar a la persona sentada en el asiento, se dio de bruces con una mujer con un aspecto demasiado similar al de Emily.

Y no tardó en comprender de quien se trataba: la madre de su pequeña.

De pronto, las cosas parecieron sombrías y oscuras.

De pronto, parecía que todo se estaba por derrumbar.

-Disculpe –dijo, en un intento de evitar lo inevitable. Y es que, de alguna extraña manera, ya sabía lo que estaba por suceder-. ¿La conozco? –preguntó, finalmente.

La mujer arqueó una ceja y lo miró, llena de odio.

No tenía idea de que esperar, sólo sabía que su corazón se negaba a tranquilizarse en su pecho. Diablos. Nunca antes había estado tan nervioso sobre algo. Él no era así. Él era tranquilo, sereno, serio y completamente enfocado en lo que debía hacer. Pero desde que conoció a Emily, su vida entera cambió completamente.

-¿Cuántos años tienes? –le preguntó la mujer, como si él no hubiese dicho nada.

-Disculpe, no creo que eso sea de su… -comenzó a decir, pero no pudo terminar la frase.

-Tu edad –lo interrumpió, sin más.

Agarró el volante con fuerza. ¿Quién diablos se creía que era?

Ella lo sabía. Tenía que saber.

Si no fuera así, no estaría sentada en el asiento de copiloto de su auto.

Estaba molesta. Increíblemente enfadada. La mirada llena de odio que no dejaba de enviarle a Alex, solo servía para ponerle los nervios de punta.

Y es que, con todo lo que Emily le había contado, no podía evitar pensar en todas las posibles formas en que pudiera terminar aquella conversación. No creía que fuera a terminar bien.

Podía mentir, pero estaba claro que no tenía sentido. Simplemente haría que las cosas fueran peores. Quizás convencerla de que no era lo que parecía fuera su mejor opción.

-Escuche –comenzó, en un último intento de solucionar lo que probablemente estaba por suceder.

-No me interesa lo que sea que quieras decirme –lo interrumpió, nuevamente–. Sé perfectamente quién eres, no te molestes en mentir –agregó, desafiándolo con la mirada.

Estaba claro que no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. Estaba claro que estaba decidida a hacer aquello que había planeado.

¿Y qué diablos podría tener planeado?

-No pensaba hacerlo –replicó él, su mirada dirigiéndose al frente, porque no soportaba mirar a aquella mujer. No quería hacerlo. Porque no se parecía en lo más mínimo a Emily. A su pequeña–. Tengo veintiséis –contestó, finalmente y resultó demasiado doloroso decirlo, porque notó como el cuerpo de la madre de Emily se tensaba y sus manos parecieron temblar de rabia.

Tragó saliva, en un intento por dejar de sentirse tan malditamente asustado.

-No sé qué ideas te habrás metido en la cabeza. Ni que esperabas conseguir de mi hija –comenzó a decir la mujer, claramente sacando toda la furia que poco a poco había ido acumulando–. Solo pienso decirte una cosa y espero que la escuches con mucha atención –continuó, lentamente. Como si quisiera que Alex escuchara dolorosamente, cada mísera palabra que estaba por decir-. Termínalo, porque te llevaré a la cárcel y me la llevaré a ella tan lejos que nunca más correrá el riesgo de cruzarse contigo –finalizó.

Y él lo supo. Supo que se había terminado.

Alex cerró los ojos un momento.

Ahí estaba.

La sombra negra que había estado amenazando con cubrir todos los buenos momentos que había pasado con su pequeña.

De pronto, nada parecía tener sentido.

-Le va a hacer daño –dijo, en un intento de detener aquello que no deseaba hacer–. Ella es la que sufrirá –agregó, con la esperanza de hacer entrar en razón a la mujer y hacerla darse cuenta del terrible error que estaba haciendo.

Si solo entendiera que él la amaba. Que no pensaba hacerle daño. Que quería pasar el resto de su vida con ella. Pero la mujer estaba cegada. Cegada por algo de lo que, quizás, él nunca se iba a enterar.

-No –espetó ella-. Emily ahora no entiende lo que es bueno y malo para ella –dijo, rápidamente-. Es una niña –finalizó, pero Alex no pudo quedarse callado.

Emily no era, ni de cerca, una niña. Sabía de sobra lo que quería con su vida. Y estaba tan centrada como una joven de veintitantos años. Emily, sin lugar a duda, no era una niña.

-Su hija no es una niña –volteó a decirle Alex. Y ahora sí que la miró, porque necesitaba cambiar la idea que esta se había metido a la mente, necesitaba cambiarla, como sea que fuera posible–. Ella tiene edad suficiente para tomar decisiones por si sola –continuó, pero ella parecía completamente reacia a dejarlo hablar.

-No te equivoques –replicó, alzando un dedo acusatorio en su dirección y poniendo su mano sobre la manija de la puerta, aparentemente no tenía planes de seguir hablando con él–. Cumpliré mi promesa, me la llevaré y te mandaré a la cárcel si no lo terminas –le recordó su amenaza, a pesar de que para Alex, era imposible olvidarlo-. ¿De verdad quieres hacerle daño? ¿Quieres separarla de todo lo que siempre ha conocido? ¿Quieres perder todo lo que tú has conseguido en tu vida? –le preguntó, entonces, claramente queriendo jugar con su mente y con sus sentimientos encontrados–. Sé que has llegado lejos, ¿realmente piensas tirar todo eso por la borda solo por una pequeña niña de diecisiete años que no es nada en tu vida? –preguntó, finalmente.

Y Alex saltó a hablar, de inmediato, para dejarle saber que todo aquello no era cierto.

-Todo eso me importa poco –replicó, sus manos volviendo a ajustarse alrededor del volante–. Y ella no es solo una pequeña niña de diecisiete años –continuó, terriblemente dispuesto a decirlo. A dejarla saber lo que sentía realmente-. La amo, aunque usted no quiera aceptarlo y confíe en mi cuando le aseguro que, aunque termine lo que nosotros tenemos, la seguiré amando y si más adelante, cuando ella sea mayor, aún cabe la posibilidad de que sienta lo mismo por mí, no desperdiciaré la oportunidad –explicó, tan rápido como pudo, para que ella no pudiera cortarlo.

Y es que. No le quedaba otra opción. De alguna manera u otra, sabía que aquella loca mujer iba a cumplir con su promesa. Y él no estaba dispuesto a dejar sufrir a Emily, por su propia felicidad.

Si dejarla era lo que hacía falta para que ella fuera feliz, iba a tener que hacerlo.

La mujer le lanzó una mirada de rabia, que él a duras penas y pudo ver, pues estaba demasiado distraído en todos los pensamientos que abruptamente estaban llenando su mente.

No lo permitiré.

Aquellas palabras le había dicho a Emily, cuando ella había aparecido en su casa, a mitad de la noche, cubierta en lluvia y con las lágrimas derramándose por sus ojos en un torrente sin fin.

Y no lo iba a permitir. Realmente no iba a permitir que algo malo sucediera. Incluso cuando sabía que iba a romperle el corazón, era claro lo que debía hacer.

Y es que, ese día, cuando la había visto tan terriblemente asustada de perderlo, se había dado cuenta de que iba en serio todo aquello sobre su madre. Y que probablemente sí fuera capaz de cualquier cosa, por lograr lo que ella quería.

No iba a arriesgarse a comprobar si quizás era una exageración de aquella mujer.

No iba a arriesgar la felicidad de Emily.

-Estoy segura de que ella te olvidará en cuanto rompas su corazón –le aseguró ella, sus palabras regresándolo a la realidad.

Alex tragó saliva. La odiaba. Sí, la odiaba y muy probablemente lo seguiría haciendo por el resto de su vida. Y es que, aquella mujer, prácticamente había arruinado su vida, con aquellas pocas palabras que habían intercambiado.

-Bájese de mi auto –espetó, sin molestarse en mostrarle algo de respeto.

Ella no se lo merecía. No se merecía absolutamente nada.

Entonces ella sonrió. Tuvo el descaro de sonreír ampliamente. Y es que, Alex podía sentir su corazón rompiéndose, lentamente y todo al mismo tiempo, mientras la mujer abría la puerta del copiloto.

-Hasta nunca, Alexander –dijo, sin más y finalmente se bajó del auto.

Pero aquello no le dio la tranquilidad que hubiera esperado. Porque ahora, el verdadero dolor recién comenzaba

 

 

El sonido de su celular lo sacó de aquel recuerdo doloroso.

Era tarde, las once de la noche.

¿Quién diablos lo estaría llamando a aquella hora?

Seguramente del trabajo, no le importaba en lo más mínimo. Lo dejó sonar, hasta que la llamada se terminó y cerró los ojos nuevamente, intentando dormir, intentando descubrir si así el dolor paraba por un momento.  Incluso cuando ya lo había intentado por cuatro noches seguidas.

El sonido comenzó de nuevo y abrió los ojos, con pesar.

Gruño y cogió su celular de su mesa de noche. Observó la pantalla para ver que no era un número conocido. Frunció el ceño y contestó.

-¿Hola? –preguntó, aun intentando salir de su nube somnolienta.

Y es que, pasar tantas horas acostado había logrado adormecer por completo su cuerpo. Su voz sonaba rasposa y cansada, de tantos días que había pasado sin hablar con nadie y sumergido en su propio dolor.

-Alexander Black –oyó en la otra línea y la voz no le sonó familiar.

-¿Con quién hablo?  -preguntó, en un intento de reconocer aquella voz.

-Eso no importa –oyó y la forma en que el hombre lo había dicho, solo logró ponerle los nervios de punta. ¿Qué estaba sucediendo?–. Tenemos a su pequeña –fueron las siguientes palabas. Y fueron las cuatro palabras más difíciles de escuchar en toda su maldita vida-. Queremos dinero y rápido, sino su carrera se va por el drenaje y con ella Emily Stone –fueron las últimas palabras que oyó y rápidamente fueron las que más odiaba en el mundo.

No.

Imposible.

Sintió que el estómago se le revolvía y el dolor se hizo más intenso.

-No –susurró, sabiendo que no tenía caso.

Ya era tarde.

Habían colgado.

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