Aleph

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Las hojas del té

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Las hojas del té

Todos parecen más acostumbrados al viaje. La mesa es el centro de este universo y nos reunimos todos los días alrededor de ella para el desayuno, la comida, la cena, las conversaciones sobre la vida y sobre las expectativas que tenemos por delante. Hilal ahora está instalada en el mismo vagón, participa en las comidas, usa mi baño para ducharse, toca el violín compulsivamente durante el día y participa cada vez menos en los debates.

Hoy estamos hablando de los chamanes del lago Baikal, nuestra siguiente parada. Yao me explica que le gustaría mucho que yo conociese a uno de ellos.

—Ya veremos cuando lleguemos.

Traducción: «No me interesa demasiado.»

Pero no creo que se deje desanimar por eso. En las artes marciales, uno de los principios más conocidos es el de la no resistencia. Los buenos luchadores siempre usan la energía y el golpe contra quien los ha hecho tambalearse. Así, cuanto más gaste mi energía en palabras, menos convencido estaré de lo que digo, y pronto será fácil dominarme.

—Recuerdo nuestra conversación antes de llegar a Novosibirsk —comenta la editora—. Decías que el Aleph era un punto fuera de nosotros, pero que cuando dos personas están enamoradas, pueden atraer ese punto hacia cualquier lugar. Los chamanes creen que están dotados de poderes especiales y que sólo ellos pueden tener ese tipo de visión.

—Si hablamos de la Tradición mágica, la respuesta es: «Este punto está fuera.» Si hablamos de la tradición humana, las personas enamoradas pueden, en ciertos momentos, pero sólo en ocasiones muy especiales, experimentar el Todo. En la vida real solemos vernos como seres especiales, pero el Universo entero es una sola cosa, una misma alma. Sin embargo, para provocar el Aleph de esa manera es preciso un hecho muy intenso: un gran orgasmo, una gran pérdida, un conflicto que alcanza su punto álgido, un momento de éxtasis ante algo de excepcional belleza.

—Los conflictos son los que no faltan —dice Hilal—. Vivimos rodeados de conflictos, como en este vagón.

La chica que estaba callada parece haber vuelto al principio del viaje, provocando una situación que ya se había resuelto. Ha conquistado el terreno y desea probar su recién adquirido poder. La editora sabe que las palabras van dirigidas a ella.

—Los conflictos son para las almas que no tienen mucho discernimiento —responde, procurando generalizar, pero lanzando la flecha al objetivo—. El mundo está dividido entre los que entienden y los que no entienden. En el segundo caso, yo simplemente dejo que esa gente se torture intentando ganarse mi simpatía.

—Tiene gracia, soy muy parecida —rebate Hilal—. Siempre me he imaginado como soy y siempre he llegado a donde quería. Un ejemplo claro es que ahora duermo en este vagón.

Yao se levanta. No debe de tener la paciencia suficiente como para escuchar este tipo de conversación.

El editor me mira. ¿Qué espera que haga yo?, ¿que tome partido?

—No tienes ni idea de lo que dices —comenta la editora, ahora mirando directamente a Hilal—. Yo también pensé siempre que estaba preparada para todo, hasta que nació mi hijo. Parecía que el mundo se desmoronaba en mi cabeza, me sentí débil, insignificante, incapaz de protegerlo. ¿Sabes quién se cree capaz de todo? El niño. Confía, no tiene miedo, cree en su propio poder y consigue exactamente lo que quiere.

»Pero el niño crece. Empieza a entender que no es tan poderoso, que para sobrevivir depende de los demás. Entonces ama, espera ser retribuido y, a medida que pasa la vida, desea cada vez más ser correspondido. Está dispuesto a sacrificarlo todo, incluso su poder, para recibir a cambio el mismo amor que entrega. Y acabamos donde estamos hoy: adultos que hacen cualquier cosa para ser aceptados y queridos.

Yao había regresado, pero estaba de pie, intentando mantener el equilibrio con una bandeja de té y cinco tazas.

—Por eso hice la pregunta sobre el Aleph y el amor —continúa la editora—. No me refería a un hombre. Había momentos en los que yo veía a mi hijo dormir y veía todo lo que pasaba en el mundo: el lugar del que había venido, los lugares que conocería, las pruebas que tendría que afrontar para llegar a donde yo soñaba que llegase. Fue creciendo, el amor siguió con la misma intensidad, pero el Aleph desapareció.

Sí, ella había entendido el Aleph. A sus palabras sigue un silencio respetuoso. Hilal se ha quedado totalmente desarmada.

—Estoy perdida —admite—. Parece que las razones que yo tenía para llegar hasta donde estoy ahora han desaparecido. Puedo bajarme en la próxima estación, volver a Ekaterinburg, dedicarme el resto de mi vida al violín y seguir sin entender todo eso. Y el día de mi muerte, preguntaré: ¿qué estaba haciendo allí?

Yo le toco el brazo.

—Ven conmigo.

Me iba a levantar y a llevarla hasta el Aleph, hacerla descubrir por qué había decidido cruzar Asia en tren, prepararme para cualquier reacción y aceptar lo que ella decidiese. Me acordé de la médica que nunca había vuelto a ver; con Hilal no iba a ser diferente.

—Un minuto —dice Yao.

Nos pide que nos sentemos todos otra vez, distribuye las tazas y coloca la tetera en el centro de la mesa.

—Mientras viví en Japón, conocí la belleza de las cosas simples. Y la cosa más simple y sofisticada que probé fue beber té. Me he levantado con el único objetivo de hacer lo siguiente: explicaros que, a pesar de todos nuestros conflictos, de todas nuestras dificultades, mezquindad y generosidad, podemos adorar lo que es simple. Los samuráis dejaban sus espadas fuera, entraban en la sala, se sentaban con la postura correcta y bebían té en una ceremonia rigurosamente elaborada. Durante aquellos breves minutos, eran capaces de olvidar la guerra y dedicarse simplemente a adorar lo bello. Hagámoslo.

Llena cada una de las tazas. Esperamos en silencio.

—Fui a buscar el té porque vi a dos samuráis preparados para el combate. Pero regresé y los honrados guerreros habían sido sustituidos por dos almas que se comprendían sin que nada de eso fuese necesario. Aun así, bebamos juntos. Vamos a concentrar nuestro esfuerzo en el intento de alcanzar lo Perfecto a través de gestos imperfectos de la vida cotidiana. La verdadera sabiduría consiste en respetar las cosas simples que hacemos, pues ellas nos pueden llevar hasta donde necesitamos.

Tomamos respetuosamente el té que Yao nos sirve. Ahora que he sido perdonado, puedo sentir el sabor de las hojas cuando aún eran nuevas. Puedo envejecer con ellas, secar al sol, ser cogido por manos curtidas, transformarme en bebida y crear armonía a mi alrededor. Ninguno de nosotros tiene prisa; durante este viaje estamos destruyendo y reconstruyendo constantemente lo que somos.

Cuando terminamos, vuelvo a invitar a Hilal a que me siga. Ella merece saber y decidir por sí misma.

Estamos en el cubículo que da a las puertas del tren. Un hombre más o menos de mi edad habla con una señora justo en el lugar en el que está el Aleph. Debido a la energía de ese punto, es posible que permanezcan allí algún tiempo.

Esperamos un poco. Llega una tercera persona, enciende un cigarrillo y se une a ellos.

Hilal se dispone a volver a la sala:

—Este espacio es sólo para nosotros. No deberían estar aquí, sino en el vagón anterior.

Le pido que no haga nada. Podemos esperar.

—¿Qué sentido tuvo la agresión, si ella quería hacer las paces? —pregunto.

—No lo sé. Estoy perdida. En cada parada, cada día, estoy más perdida. Pensé que tenía la necesidad imperiosa de encender el fuego en la montaña, de estar a tu lado, de ayudarte a cumplir una misión que desconozco. Imaginaba que ibas a reaccionar como lo hiciste: haciendo todo lo posible para que eso no sucediese. Y recé para ser capaz de superar todos los obstáculos, soportar las consecuencias, ser humillada, ofendida, rechazada y mirada con desprecio, todo en nombre de un amor que no imaginaba que existiese, pero que existe.

»Y por fin llegué muy cerca: la habitación de al lado, vacía porque Dios ha querido que la persona que tenía que ocuparla desistiese en el último momento. No fue ella la que tomó la decisión: vino del Cielo, estoy segura. Sin embargo, por primera vez desde que me subí en este tren rumbo al océano Pacífico, no tengo ganas de seguir adelante.

Llega otra persona y se une al grupo. Esta vez, trae tres latas de cerveza. Por lo visto, esa conversación aún va a durar.

—Sé a qué te refieres. Piensas que ha llegado el final, pero no es así. Y tienes toda la razón, necesitas entender qué haces aquí. Viniste a perdonarme y me gustaría enseñarte por qué. Pero las palabras matan, sólo la experiencia podrá hacer que lo comprendas todo, porque yo también desconozco el final, la última línea, la última palabra de esta historia.

—Vamos a esperar a que se vayan para entrar en el Aleph.

—Fue eso lo que pensé, pero todavía no se van a marchar, precisamente por el Aleph. Aunque no sean conscientes, experimentan una sensación de euforia y de plenitud. Mientras observaba a ese grupo frente a nosotros, me di cuenta de que tal vez yo tenga que guiarte, y no sólo mostrártelo todo de una vez.

»Esta noche ven a mi habitación. Vas a tener problemas para dormir, porque este vagón se mueve mucho. Pero cierra los ojos, relájate y quédate a mi lado. Deja que te abrace como lo hice en Novosibirsk. Voy a intentar ir solo hasta el final de la historia y te voy a decir exactamente lo que pasó.

—Es todo lo que quería escuchar. Una invitación para ir a tu habitación. Por favor, no me rechaces otra vez.

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