Aleph

Aleph


La quinta mujer

Página 19 de 30

La quinta mujer

—No he tenido tiempo de lavar mi pijama.

Hilal sólo lleva una camiseta que acaba de pedirme prestada y que cubre su cuerpo, dejando las piernas a la vista. Se mete debajo de la manta.

Acaricio sus cabellos. Tengo que utilizar todo el tacto y toda la delicadeza del mundo, decirlo todo y no decir nada.

—Todo lo que necesito en este momento es un abrazo. Un gesto tan antiguo como la humanidad, y que significa mucho más que el encuentro de dos cuerpos. Un abrazo quiere decir: no me amenazas, no tengo miedo de estar tan cerca, puedo relajarme, sentirme en casa, estoy protegido y alguien me comprende. Dice la tradición que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos un día de vida. Por favor, hazlo ahora —le pido.

Pongo mi cabeza sobre su pecho, y ella me acoge en sus brazos. Escucho otra vez que su corazón late rápido, noto que no lleva sujetador.

—Me gustaría contarte lo que voy a intentar hacer, pero no soy capaz. Nunca he llegado al final, hasta el punto en el que las cosas se resuelven y se explican. Siempre paro en el mismo momento, cuando estamos saliendo.

—Cuando estamos saliendo ¿de dónde? —pregunta Hilal.

—Cuando todos salen de la plaza, no me pidas que te lo explique mejor. Son ocho mujeres y una de ellas me dice algo que no consigo oír. En estos veinte años ya he estado con cuatro de ellas, ninguna fue capaz de llevarme hasta el desenlace. Tú eres la quinta que encuentro. Como este viaje no fue una casualidad, como Dios no juega a los dados con el Universo, entiendo por qué el cuento del fuego sagrado te hizo venir hasta mí. No lo entendí hasta que nos sumergimos juntos en el Aleph.

—Necesito un cigarrillo. Sé más claro. Pensé que querías estar conmigo.

Nos sentamos en la cama y encendemos un cigarrillo cada uno.

—Me encantaría ser más claro, contártelo todo, si pudiera entender lo que sucede después de la carta, que es lo primero que aparece. Después, escucho la voz de mi superior diciéndome que las ocho mujeres nos esperan. Y sé que, al final, alguna de vosotras me dice algo, que puede ser una bendición o una maldición.

—¿Hablas de vidas pasadas? ¿De una carta?

Era eso lo que yo quería que comprendiese. Siempre que no me pida que le explique ahora de qué vida estoy hablando.

—Todo está aquí en el presente. O nos estamos condenando o nos estamos salvando. O, si no, nos estamos condenando y nos estamos salvando cada minuto, siempre cambiando de lado, saltando de un vagón a otro, de un mundo paralelo a otro. Tienes que creer.

—Yo creo. Pienso que sé a qué te refieres.

Pasa otro tren en sentido contrario. Vemos las ventanas iluminadas en rápida sucesión, el ruido, el cambio de dirección del aire. El vagón se mueve más que de costumbre.

—Entonces tengo que ir ahora al otro lado, que se encuentra en el mismo «tren» llamado tiempo y espacio. No es difícil: basta imaginar un anillo de oro subiendo y bajando por tu cuerpo, lentamente al principio y después a gran velocidad. Cuando estábamos en esta misma posición en Novosibirsk, el proceso funcionó con una nitidez increíble. Por eso me gustaría repetir lo que hicimos allí: tú me abrazabas, yo te abrazaba, y el anillo me lanzó al pasado sin mucho esfuerzo.

—¿Basta con eso? ¿Imaginarnos un anillo?

Mis ojos están fijos en el ordenador que hay encima de la pequeña mesa de mi habitación. Me levanto y lo traigo a la cama.

—Creemos que aquí hay fotos, palabras, imágenes, una ventana al mundo. Pero en verdad lo que hay detrás de todo lo que vemos en un ordenador es una sucesión de «0» y «1»; lo que los programadores llaman lenguaje binario.

»También nos vemos obligados a crear una realidad visible a nuestro alrededor, o la raza no habría sobrevivido a los depredadores. Inventamos algo llamado “memoria”, como la de un ordenador. La memoria sirve para protegernos del peligro, para permitirnos vivir en sociedad, para encontrar alimento, para crecer, para transferirle a la siguiente generación todo lo que aprendemos. Pero no es lo principal en la vida.

Pongo el ordenador otra vez encima de la mesa y vuelvo a la cama.

—Ese anillo de fuego no es más que un artificio para liberarnos de la memoria. Leí algo al respecto, pero no recuerdo quién lo escribió. Lo hacemos de manera inconsciente todas las noches cuando soñamos: vamos a nuestro pasado reciente o remoto. Nos despertamos pensando que vivimos verdaderos absurdos durante el sueño, pero no es así. Estuvimos en otra dimensión, donde las cosas no suceden exactamente como aquí. Creemos que nada de eso tiene sentido porque al despertar volvemos otra vez a un mundo organizado por la «memoria», a nuestra capacidad de comprender el presente. Lo que hemos visto es olvidado en seguida.

—¿Es realmente tan simple volver a una vida pasada o entrar en otra dimensión?

—Es simple cuando soñamos y también cuando lo provocamos, pero el segundo caso es más que desaconsejable. Cuando el anillo posee tu cuerpo, tu alma se desprende y entra en una tierra de nadie. Si no sabes adónde vas, caerás en un sueño profundo y puedes ser llevada a zonas donde no seas bienvenida, no aprenderás nada, o traerás problemas del pasado al momento presente.

Terminamos los cigarrillos. Pongo el cenicero en la silla que hace de mesilla de noche y le pido que vuelva a abrazarme. Su corazón está más agitado que nunca.

—¿Yo soy una de esas ocho mujeres?

—Sí. Todas las personas con las que tuvimos problemas en el pasado aparecen de nuevo en nuestras vidas, en eso que los místicos llaman «rueda del tiempo». En cada reencarnación somos más conscientes y esos conflictos se van solucionando. Cuando todos los conflictos de todas las personas dejen de existir, la raza humana entrará en una nueva etapa.

—¿Por qué creamos conflictos en el pasado? ¿Sólo para solucionarlos más adelante?

—No, para que la humanidad pueda evolucionar hacia un punto que no sabemos exactamente cuál es. Imagina la época en la que todos éramos parte de un caldo orgánico que cubría el planeta. Durante millones de años las células se reprodujeron de la misma manera hasta que una de ellas cambió. En ese momento, billones de células dijeron: «Está equivocada, ha entrado en conflicto con todas nosotras.»

»Sin embargo, esa mutación hizo que las que estaban a su lado también cambiasen. Y, de error en error, el caldo inicial se fue transformando en amebas, peces, animales y hombres. El conflicto fue la base de la evolución.

Ella enciende otro cigarrillo.

—¿Y por qué tenemos que solucionarlos ahora?

—Porque el Universo, el corazón de Dios, se contrae y se expande. Los alquimistas tenían como lema solve et coagula, «disuelve y concentra». No me preguntes la razón: no la sé.

»Hoy por la tarde tú y mi editora discutisteis. Gracias a ese enfrentamiento, cada una pudo encender una luz que la otra no veía. Os disolvisteis y os concentrasteis de nuevo, y todos los que estábamos alrededor nos beneficiamos de ello. También podría suceder que el resultado final fuese el opuesto: un enfrentamiento sin resultados positivos. En ese caso, o el asunto no sería tan relevante o tendría que ser resuelto más tarde. No quedaría sin solución, porque la energía del odio entre dos personas contagiaría al vagón entero. Este vagón es una metáfora de la vida.

No está demasiado interesada en teorías.

—Empieza. Voy contigo.

—No, no vienes conmigo. Aunque esté en tus brazos, no sabes adónde voy. No lo hagas. Prométeme que no vas a hacerlo, que no vas a imaginar el anillo. Aunque yo no consiga la solución, te diré dónde te encontré antes. No sé si fue la única vez que sucedió en todas mis vidas, pero es la única de la que estoy seguro.

Ella no responde.

—Prométemelo —insisto—. Hoy intenté llevarte hasta el Aleph, pero había gente. Eso significa que tengo que ir allí antes que tú.

Ella abre los brazos y se dispone a levantarse. Yo la mantengo en la cama.

—Vamos al Aleph ahora —dice—. Seguro que no hay nadie allí ahora.

—Por favor, cree en mí. Vuelve a abrazarme, procura no moverte mucho aunque no seas capaz de dormir. Déjame ver primero si consigo la respuesta. Enciende el fuego sagrado en la montaña, porque voy a un lugar frío como la muerte.

—Yo soy una de esas mujeres —afirma Hilal.

Sí, le repito que sí. Escucho su corazón.

—Encenderé el fuego sagrado y permaneceré aquí para apoyarte. Vete en paz.

Imagino el anillo. El perdón me deja más libre, en poco tiempo circula solo alrededor de mi cuerpo, empujándome hacia el lugar que conozco y adonde no quiero ir, pero al que tengo que volver.

Ir a la siguiente página

Report Page