Agnes

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Mientras se calentaba las manos, frotándolas mutuamente, Erongo maldecía el frío que estaba pasando. Nunca había entendido la pasión de los occidentales por el invierno y sobre todo por la nieve, pues aquel manto blanco entorpecía el normal desarrollo de la ciudad y de sus habitantes. Cualquiera sabe que en los países fríos la tierra es yerma y la vida se extingue y, por el contrario, en los países cálidos como el suyo ,Namibia, todo es fértil y coexisten numerosas especies de animales y plantas. En fin, aunque estaba incomodo no había viajado tantos kilómetros para una reflexión sobre el clima. Llevaba dos días vigilando la puerta del Hotel Steigenberger Graf Zeppelin esperándo pacientemente, pero se había cansado. En verdad, nunca había sido una persona muy tranquila. Recordaba su infancia en el «Bantustán de Lozilamel» cuando estuvo a punto de perder varias veces la vida mientras robaba a los afrikáners, o al abandonar en 1960, harto de palabrerías, el Congreso Nacional Africano (ANC) para unirse al Partido del Congreso Africano (ACP) buscando luchar más activamente contra la opresión de su pueblo y como Dios quiso que sobreviviera a la masacre de Sharpeville.

Estando prisionero en la isla Robben, junto con Madiba, recibió la noticia de que toda su familia había sido asesinada. Decidió que a partir de entonces su única preocupación consistiría en garantizarse una buena vida y poco después traicionó a sus compañeros de partido para granjearse la confianza de «los Boers». Así, consiguió formar parte del primer parlamento de color sudafricano, subordinado al de los blancos, y obtuvo la nacionalidad consiguiendo un pasaporte en regla con el que huyó a Estados Unidos.

De vuelta a la realidad, observó sus anotaciones y consultando el mapa de la ciudad de Stuttgart puso rumbo a la Universidad que se encontraba apenas un par de manzanas al oeste de su punto de observación. Como un turista más, accedió al claustro y se dedicó a admirar los capiteles de las columnas mientras consultaba el reloj. Al ver la comitiva, salió discretamente a la calle y se preparó para actuar.

El coche blindado estaba aparcado unos metros al este de la puerta de salida y un primer escolta se adelantó al grupo para ponerlo en marcha y acercarlo. Erongo aprovechó ese momento, se abalanzó sobre él con una llave de cuello inmovilizadora y le clavó la aguja que portaba en su mano derecha. Su presa empezó a notar los síntomas del veneno y poco a poco ofrecía menos resistencia. Abrió el maletero del Mercedes-Benz, lo metió dentro y regresó nuevamente a su escondite.

Como era de esperar el otro escolta decidió investigar la razón de la extraña tardanza de su compañero. Lo redujo de igual manera pero esta vez subió al vehículo y lo condujo hasta la puerta de la universidad. Su objetivo estaba terminando de hablar con algunos colegas y se despidió apresuradamente al ver como llegaba su transporte.

Al entrar en él, usó su mini-cerbatana e inmediatamente Hans notó como su cuerpo no le respondía. Sin pronunciar palabra continuó conduciendo el vehículo hasta llegar al Chalet en las afueras de la ciudad ante la asustada mirada de su pasajero.

Erongo levantó en volandas a Hans y lo introdujo en la casa sentándolo en un butacón del Salón. Con voz firme le obligó a llamar a su mujer y a su hijo. Cuando acudieron, les hizo un gesto amenazante, pidió que se acercaran a él y los inmovilizó. Cuando los tres se encontraban controlados, registró la casa en busca del personal doméstico, aunque en sus notas sabía que era su día libre. Satisfecho, regresó al salón.

— Bueno Hans. Como puedes ver estás jodido. Alguien te ha traicionado y me han encargado a mí el trabajo. —Esto es un malentendido —gritó Hans—.

—No me insultes, por favor. Yo nunca cometo errores ni hay ningún malentendido. Eres el Jefe de Investigación de JAIMLEQ CVG y acabas de desarrollar con éxito un modelo de motor híbrido experimental.

—¿Cómo está usted al corriente de eso?.

—Ya te he dicho que has sido traicionado. Mira, voy a ser honesto contigo. Me han encargado obtener el dossier completo de tu investigación, las pruebas realizadas y el motor híbrido que se que guardas en la caja fuerte que está escondida en el suelo del baño de tu habitación. Si colaboras conmigo, cuando lo tenga todo en mi poder, solo te mataré a ti y dejaré vivir a tu familia. En caso contrario, te obligaré a darme el código torturando a tu mujer o a tu hijo y finalmente os mataré a todos.

—¿Cómo sé que si hago lo que me pides cumplirás con tu palabra? —dijo Hans mirando a su familia con lágrimas en los ojos—.

—Mírame a la cara y verás que no te estoy mintiendo. Si colaboras perdonaré la vida a tu familia.

—De acuerdo. Haré lo que me pides pero debes dejarme despedirme de ellos.

Erongo hizo un gesto afirmativo y esperó a que les dijera cuanto los quería y les pidiera perdón por ponerles en riesgo. Acto seguido lo cargó sobre sus hombros y subió al piso de arriba. Hans le dio la clave numérica, abrió la caja fuerte y extrajo los documentos y la maqueta que había venido a buscar. Lo amarró a la tubería de agua y llevó todo a la parte de atrás del vehículo.

Ahora, debía borrar sus huellas. Cargó metódicamente con cada uno de los cadáveres de los guardaespaldas y los metió en la casa tumbándolos en la alfombra de la entrada. Subió a por Hans y lo volvió a dejar en el salón con su familia. Sacó una jeringuilla y un pequeño vial del que extrajo una pequeña cantidad de líquido que inyectó en el brazo de la mujer y del pequeño.

— ¿Qué haces?. Dijiste que los dejarías vivir —chilló Hans—.

—Lo siento pero no me gusta dejar ningún cabo suelto. Les he inyectado una pequeña dosis de veneno para que no sufran. Es lo más que puedo hacer por ellos.

Los desató y los colocó a su lado simulando que la familia estaba disfrutando de su programa de televisión favorito. Se acercó a la cocina, abrió las válvulas de gas y distribuyó otras pequeñas capsulas de gas, que llevaba en su maletín de viaje, por toda la planta baja. Cogió el teléfono de Hans y anotó el número del teléfono móvil de uno de sus guardaespaldas, previa manipulación del mismo. Esperó pacientemente en el coche a que la densidad fuera la adecuada, arrancó el vehículo y mientras se alejaba hizo la pertinente llamada de teléfono.

Una gran explosión barrió la planta baja provocando un devastador incendio que empezó a devorar el resto de la casa.

Satisfecho, Erongo condujo hasta el aparcamiento de la estación de tren de Stuttgart donde le esperaba el coche que había alquilado dos días antes. Guardó toda la documentación en la maleta grande y condujo dos horas hasta Meersburg en el Lago Constanza. Allí contrató un paseo en barco por el Lago y se bajó en Stein am Rhein para visitar las famosas cataratas del Rhin. Cruzó a la localidad suiza de Schaffhausen y tomando un autobús de línea recorrió los apenas 50 kilómetros que la separan de Zurich.

Miró el reloj y sonrió satisfecho al comprobar que todos sus cálculos horarios se habían cumplido milimétricamente. Por último, tomó su vuelo para Nueva York y se relajó con una botella de Chateau Lafite que había reservado con anterioridad en la compañía aérea. Aterrizó en el JFK con veinte minutos de retraso y se dirigió directamente hacia su iglesia porque una hora más tarde tenía que oficiar la misa.

Finalizado el oficio religioso, en la sacristía conectó su ordenador portátil y eliminó el expediente «Alemania», remitiendo un correo encriptado comunicando el éxito obtenido y concertando los detalles de la entrega. Minutos más tarde recibió otro correo en el que se le encargaba otro trabajo.

Abrió expectante el mensaje recibido pero al revisar la documentación enviada torció el gesto y pensó por un momento en rechazarlo. No obstante, tras consultar la cantidad que se embolsaría por aquel trabajo, cambió de opinión.

El cliente había ingresado en su cuenta de las islas caimán 10 millones de dólares. Además, si completaba con éxito la misión obtendría otros 20 millones.

Volvió a examinar el archivo con mayor atención. Separó algunos documentos intrascendentes de los que realmente eran interesantes y ratificó su preocupante conclusión inicial: No tenía dato alguno de la persona que debía localizar y neutralizar salvo un nombre de pila escrito en la parte de atrás de una vieja fotografía tomada con teleobjetivo: «JAYDEN».

22

Carla había disfrutado con las maravillosas vistas aéreas de la ciudad de Milán mientras aterrizaban. Siempre había deseado visitar aquella singular metrópoli donde convivían en perfecta armonía historia y modernidad.

— Hay que ver cómo podemos llegar al Líbano —dijo Carla—.

—Vamos a quedarnos unos días en la ciudad. Tenemos que descansar bien, sobre todo tu, y planearlo todo minuciosamente.

—¿Qué hay que planear?. Encontramos la caja de seguridad, la abrimos y vemos su contenido, así de sencillo.

—Eso no va a ser tan fácil —dijo Jayden como quien habla con un niño—. No podemos ir de Banco en Banco pidiendo que nos abran nuestra caja de seguridad que, por cierto, no sabemos cuál es y sin ningún tipo de identificación. ¿O piensas enseñarles unos garabatos escritos en unas hojas de libreta de un hotel?.

—No lo había pensado así y tienes razón, como siempre. Está bien, nos quedaremos unos días, en el mejor hotel de la ciudad y de paso podemos disfrutar de unas cortas pero merecidas vacaciones.

—Lo siento Carla. No puedo alojarme en un hotel muy caro porque tengo un presupuesto limitado. Buscaremos uno más modesto donde quedarnos las tres noches que calculo que necesitamos.

—Que dices Jay. Estas hablando con una feliz millonaria que está viva gracias a tus cuidados. Vamos a ir al mejor hotel de la ciudad y yo me encargaré de pagarlo al igual que el resto del viaje.

—No puedo permitirlo.

—No es una cuestión negociable. Has estado pagando todo desde que me encontraste malherida en aquel callejón de Buenos Aires y eso se ha acabado. Además, ésta es mi búsqueda y son mis condiciones.

Salieron del aeropuerto y cogieron un taxi. Carla había planificado, un par de años antes, una escapada romántica con David que no habían llegado a realizar y recordó del nombre del hotel donde habían pensado alojarse. Indicó al chofer que querían ir al Park Hyatt con el consiguiente gesto de aprobación por su parte. El hotel era precioso.

Ubicado en un antiguo palacete utilizado por la familia Sforza para el alojamiento de sus huéspedes más ilustres, entre ellos Leonardo da Vinci. Además se encontraba en el corazón del distrito de la moda, a escasos 200 metros del Duomo y enfrente de la entrada a la Gallería Vittorio Emanuelle.

Se acercaron al mostrador de recepción y pidieron una habitación doble. Jayden intentó intervenir pero Carla le atajó rápidamente agarrándole fuertemente del brazo. El empleado les explicó que únicamente disponían de la Suite Prestige y que tenía un precio de 2.200 Euros la noche. Carla sacó su tarjeta de crédito y le indicó que se quedarían tres noches.

Tras el pertinente y monótono papeleo, y las sutiles escusas del empleado, les entregó la llave de la habitación y les señaló el ascensor de uso exclusivo para acceder a ella. Al llegar, Jayden dijo a Carla:

—No teníamos que compartir habitación. Podríamos haber ido a otro hotel que tuviera disponibilidad. —¿Te incomoda compartir la habitación conmigo?. —No es eso, pero me gusta mantener algo de privacidad y creo que sería conveniente para ambos. Todo lo que hemos vivido y compartido nos ha unido mucho pero hemos de recordar que hasta hace unas semanas éramos unos completos desconocidos y eso ha cambiado poco.

—¿Qué somos unos completos desconocidos dices tras lo que hemos pasado juntos?.

—No te enfades Carla. Yo estoy acostumbrado a tener mi espacio y mis momentos de intimidad y no compartirlos con nadie. Tienes razón que nos hemos cogido cariño y hasta nos hemos besado, pero eso no quiere decir que….

—Que bobo eres, Jay. La razón principal de alojarnos en este hotel es la cercanía a las boutiques de moda y al centro histórico y te recuerdo que viajamos como marido y mujer. Yo no tengo ningún problema en compartir esta suite de 75 metros cuadrados contigo en la que ambos podemos tener la privacidad que deseas pero tú tienes que decidir lo que quieres hacer. Por mi parte, he pensado aprovechar nuestra estancia en la ciudad para hacer un poco de turismo, sobre todo visitar «el Duomo» y «la ultima cena de Leonardo». Puedes venir conmigo como dos buenos amigos de vacaciones o bien ir por libre, tú decides.

—Esta vez eres tú quien tiene toda la razón. Creo que necesitaba hablar de ello y evitar malos entendidos futuros. Como ya dije, no nos puede volver a pasar nunca más.

—Si ya lo recuerdo, descuida. Ahora, ¿podemos hablar de las cosas importantes?. Lo primero que hay que hacer es comprar todo lo necesario para el viaje. —No Carla. Lo primero que debes hacer es hablar con tu familia. Cuando no te encuentren en Buenos Aires, las autoridades contactarán con tu familia y les contarán lo que te ha pasado. Debes llamarles para tranquilizarles y contarles que vas a estar otro mes de vacaciones recorriendo Italia con amigos. De hecho, sería buena idea comprar un móvil y enviarles alguna foto tuya enfrente de la catedral para que vean que es cierto lo que les cuentas.

—¿Es necesario?. No tengo ganas de hablar con ellos —dijo pensando en los reproches que la esperaban—. —Sí, sí lo es. Tu familia denunciaría tu desaparición a la policía y de ahí a la Interpol. En algún momento alguien podría reconocerte y nos meteríamos en un gran lío pues todavía viajamos con los pasaportes falsos.

—Bien, hablaré con ellos más tarde.

—No. Debes hablar con ellos ahora, lo antes posible. Es imprescindible para nosotros.

Carla respiró profundamente, asumió que debía hacer esa llamada y asintió de mala gana. Jayden aprovecharía para darse una tranquila y reparadora ducha. Al descolgar al otro lado de la línea oyó la voz de su madre.

— ¿Si?, ¿quién es?.

—Hola mama, soy yo Carla.

—Ahí hija mía. ¿Estás bien?. ¿Dónde estás?. Nos tenías muy preocupados a todos. Te noto la voz débil. ¿Qué te ha pasado?.

—Tranquila mamá, estoy bien. Ahora mismo te llamo desde Milán, en Italia. He venido con unos amigos que conocí en Argentina y vamos a recorrer el país de norte a sur.

—¿Quiénes son esos amigos?. Nos llamó la policía de allí y nos contó que habías estado a punto de morir y …. —tras un breve silencio, continuó—. ¿Cómo no acudiste a nosotros tesoro?.

—Mama, no puedo hablar mucho rato. Estoy bien y totalmente recuperada. No quiero que os preocupéis por mí. Cuando vuelva del viaje os contaré todo lo que me ha pasado. El grupo con el que viajo son todos estudiantes de bellas artes que han venido a hacer un recorrido cultural por el país y decidí acompañarles. Tu sabes que siempre quise visitar Italia y sus monumentos.

—Pero, ¿cuándo volverás a casa con tu familia?. —Hemos calculado que tardaremos un mes más o menos en verlo todo.

—Dinos dónde estás y nos vamos para allí tu padre y yo.

—¿Para qué vais a venir mamá?. Te he dicho que me encuentro fenomenal y que estamos disfrutando de unas estupendas vacaciones.

—Está bien tesoro, no te alteres. Necesitarás más dinero o algo. Ahora le digo a tu padre que te haga una transferencia a tu cuenta.

—No mamá, no hace falta. Ya te lo contaré más tranquilamente pero recuerda que el asunto de argentina era para hacerme cargo de una herencia por lo que tampoco hace falta que me enviéis dinero. —Bueno, vale. Entonces para yo enterarme bien, ahora estas en Italia y vas a estar unas semanas de vacaciones con un grupo de amigos. ¿Es eso?. —Si mamá. Dale un besazo a papa y a todos de mi parte, sobre todo a los pequeños. Estar tranquilos. Os iré enviando alguna foto de mis vacaciones mediante mensajes de móvil y de paso hablamos un ratito. —De acuerdo hija. Cuídate por favor y recuerda que te queremos muchísimo y que aquí nos tienes para lo que necesites.

—Adiós mamá.

Al colgar se dio cuenta que tenía los ojos llorosos y que por primera vez en muchos años no habían discutido con ella ni la había reprochado absolutamente nada. Carla se levantó de la butaca y centró su atención en las inmejorables vistas de Milán que tenía delante para reponerse anímicamente. Ya arreglaría las cosas con la familia más adelante y los recompensaría por tantos sufrimientos que había causado.

Jayden salió del baño y con un gesto inquisitivo preguntó cómo había ido todo. Ella le contó la conversación y estuvieron de acuerdo en que podían estar tranquilos.

— Ahora, tenemos que pensar en los pasos a seguir — dijo Jayden—. Si te parece me encargo de los preparativos.

—¿Y qué tengo que hacer yo?.

—Debes, lo primero, comprar un par de teléfonos móviles con tarjeta de prepago y los recargas con 300 euros cada uno. Luego puedes ir de tiendas para comprarte la ropa que necesites para el viaje y, por último, puedes reservarnos una visita guiada al Museo Cenacolo Viniciano para ver esa maravilla de Leonardo da Vinci.

—Estupendo. ¿Y tú que vas a hacer mientras?. — aunque inmediatamente Carla se arrepintió de esa pregunta pues no quería agobiarle—.

—Voy a dar una vuelta por la ciudad para encargarme de unos asuntos personales y luego iré a reservar los pasajes de avión.

—Perdóname Jay. Sé que tienes que ocuparte de tu vida y de tus asuntos.

—No te preocupes. Estoy muy a gusto contigo haciendo este viaje y más ahora que hemos aclarado todo. Además, también debería comprarme algo de ropa.

—Entonces, ¿quedamos en algún sitio en la ciudad?. —No sabemos cuánto tiempo nos va a llevar. Mejor regresamos al hotel a descansar cuando terminemos.

—Está bien. Ahora voy a arreglarme. Si te vas a ir mientras, avísame por favor.

Jayden extrajo su tablet y conectó en remoto con su base de datos de la nube. Meditó, con preocupación, sobre los últimos acontecimientos mientras introducía en su diario todo lo vivido esos días en Argentina y su huída hacia Europa. Tenía que actuar y debía hacerlo deprisa pues tarde o temprano lo encontrarían y le darían caza. Y al mismo tiempo era esencial ayudar a Carla a encontrar la caja de seguridad de Agnes.

Nuevamente, al acordarse de ella, sintió como un escalofrío le recorría la columna vertebral y le venían a su mente sugerentes imágenes de su cuerpo y el sabor de sus tiernos labios.

Se incorporó de un salto y se obligó a salir de la Suite. Dejó una escueta nota en el aparador del televisor y salió al exterior del hotel. Más tranquilo, cruzó hacia la piazza del Duomo y se acercó a un cajero automático para extraer un poco de dinero en efectivo.

Después entró en la Galería Vittorio Enmanuelle donde localizó una preciosa librería, se acercó a la zona de las guías de viaje y encontró la que buscaba. Satisfecho con la compra, atravesó otra vez la plaza para tomar la vía verziere y alejarse lo más posible de aquella zona turística donde seguro que, tarde o temprano, se encontraría otra vez con Carla. Tras una hora andando sin rumbo fijo, divisó el castillo de los Sforza y el parque que le rodeaba. Decidió que era un sitio muy tranquilo para relajarse disfrutando de una buena cerveza fría. El paseo le había sentado muy bien pues había puesto en orden sus ideas y en forma su entumecido cuerpo producto de la larga huída. Ojeó la guía de viajes de Líbano en la que aconsejaban no visitar determinadas zonas del país dado los numerosos peligros que podían acechar al turista, dibujó en un cuaderno de viaje, que también había comprado en la galería, el recorrido que debían hacer para llegar a Byblos y finalmente comprobó que todos los datos de los billetes de avión eran correctos.

Lo único que le faltaba era adquirir una ropa adecuada para ese viaje pues debían hacerse pasar por simples turistas a la llegada a Beirut y eso no concordaba con su habitual vestimenta clásica.

Al pagar la cuenta preguntó al camarero donde podría comprar ropa informal a buen precio y le recomendaron ir a la tienda «Atelier del Riciclo» localizada en la Vía Asti numero 17 donde todos los días se organizaba una «Swap party» en la que se intercambiaba la ropa que ya no se quiere por la que tiene la tienda expuesta en sus estanterías.

Jayden sonrió nuevamente pensando en la buena estrella que le seguía acompañando. Regresó al hotel, subió a la habitación —afortunadamente Carla había salido ya— y cogió toda la ropa que tenía disponible. Al salir, tomó un nuevo taxi que le llevó a la tienda, pidió al taxista que le esperase, y adquirió numerosa ropa informal, polos básicos, chaquetas de algodón y pantalones de vestir marrones y beige.

Visiblemente satisfecho regresó al hotel y colgó toda su nueva ropa en el vestidor. Empezaba a notar el cansancio del viaje. Pensó en tomar algo rápido y volver para descansar un poco.

Se acercó a una pequeña trattoría y pidió un «Cotoletta alla Milanese» y un buen Pinot de Lombardía. Degustando un espresso su mente le traicionó y pensó de nuevo en ella. Aunque tenía claro que debía velar por aquella preciosa criatura debía tomar cierta distancia con ella por el bien de ambos. Pagó la cuenta y decidió acercarse a la plaza del Duomo para admirar aquel impresionante monumento. Además, con suerte, podría encontrarla y ver qué tal le iba a ella.

Caminaba por la vía San Rafaelle cuando de manera inesperada recibió un fuerte golpe en la espalda que le hizo trastabillar y caer al suelo. Instintivamente, rodó sobre su espalda unos metros e intentó ponerse en pie. Notó otro violento impacto en las costillas seguido de uno en el estómago y volvió a caer al suelo exhausto. Sin fuerzas para ofrecer resistencia, unos musculosos brazos lo levantaron en volandas, como quien levanta un muñeco de trapo, y lo introdujeron en un gran coche azul metalizado con cristales tintados que velozmente se alejó del tumulto de turistas que se había formado a su alrededor.

23

Tras un relajante baño con sales aromatizadas y una estimulante mascarilla de menta, Carla se encontraba suficientemente recuperada del intenso viaje y, lo que era más importante, del intento de suicidio. Pensó un momento en toda aquella locura y en la conversación con su madre y le asaltaron dudas de qué hacer. Hasta ahora, había tenido muy claro que debía aclarar el acertijo de la baldosa, pero ahora le embargaba una intensa angustia al embarcarse en un nuevo viaje rumbo a lo desconocido. Se dijo que ya era un poco tarde para replanteárselo. Jayden había salido ya y seguro que había planificado todos los detalles de la ruta a seguir y tendría comprados los billetes de avión. Ahora a ella le tocaba cumplir con su parte. Antes de salir del hotel preguntó en recepción donde podía adquirir un par de móviles y le sugirieron buscarlos en «las Galerías» pues había en ellas varias tiendas de telefonía. Compró dos terminales de gama media con tarjetas de prepago como la había indicado él.

Ahora disfrutaría de su gran pasión —el shopping— en la ciudad de la moda por excelencia y, además, por primera vez en mucho tiempo, podía gastar sin mesura. Mientras recorría las boutiques en busca de algo que le llamara la atención pasó por delante de una agencia de viajes que ofertaba un maravilloso tour por Madrid y sus alrededores y por un instante le volvieron a asaltar las dudas. Tras esos breves y dubitativos instantes continuó con la tarea que la había encomendado Jayden, comprar ropa para el viaje. Dos horas después salía satisfecha de «las Galerías». Vaqueros, Blusas, Túnicas, Ropa interior, Zapatos y Accesorios, es decir, lo básico para una estancia de una semana en Líbano. Luego había comprado el neceser de aseo personal y un trolley Sansonitte modelo Spark Gris extensible. Por último encargó al personal del centro comercial que lo llevaran todo a su hotel y se alejó en dirección a la plaza del Duomo.

La catedral de Milán era la más bonita de toda Italia para ella. De estilo gótico se erige sobre la antigua Basílica de San Ambrosio destruida por un incendio en el siglo XI. Se considera la segunda catedral católica más grande del mundo y constituía el «Mediolanum» de la ciudad antigua como demuestran sus calles adyacentes que nacen en la ella y se extienden por el resto de la ciudad circundándola. Se acercó a disfrutar de su esplendida fachada y continuó con la visita de su interior. Cogió un tríptico que había en la entrada en la que se sugería un recorrido al visitante para no perderse ninguna de las joyas que albergaba. Decidió recorrer a su aire la enorme iglesia disfrutando de sus enormes columnas de mármol oscurecido, las estatuas talladas y las preciosas vidrieras por donde se filtraban los rayos de sol. Los grupos de estudiantes y turistas se agolpaban alrededor de algunas de las figuras más emblemáticas y eso hacía que Carla las prestara más atención.

Encontró una inquietante talla con la que numerosos curiosos se fotografiaban. Miró en el folleto y descubrió que se trataba de la estatua de San Bartolomé, uno de los apóstoles de Jesús y patrón de los curtidores, que aparecía con la piel de su cuerpo arrancada y colgando a modo de túnica sobre sus hombros en clara alusión al martirio que sufrió a manos del rey de Armenia, Astiages. Todavía impactada, continuó la visita disfrutando del Altar de la Catedral y siguió a un grupo de estudiantes que se dirigía al ábside. Descubrió que en ese lugar se guarda otro de los tesoros de la iglesia, un clavo de la cruz de Cristo del que supo que el sábado más cercano al 14 de septiembre se extrae de su emplazamiento y se ofrece a los fieles para que puedan rezar sobre él y admirarlo. Decidió sentarse un momento para serenar su espíritu en aquel oasis de paz. Miró el resto de la visita recomendada y decidió subir a pie a la terraza panorámica para disfrutar de los pináculos desde cerca y contemplar las preciosas vistas de la ciudad. Además sacó su móvil y decidió hacer algunas fotos de recuerdo y que además le servirían para tranquilizar a sus padres.

Aunque estaba llena de visitantes, desde la terraza se disfrutaba de una impresionante panorámica del casco histórico. Tras varias fotos más decidió que era el momento de continuar visitando otros monumentos. Se dirigía a las escaleras cuando un gran alboroto estalló en la terraza alterando la rutinaria normalidad de los visitantes.

Carla observó como el grupo de estudiantes se arremolinaban en una esquina y señalaban hacia abajo. Al asomarse vio como en una calle adyacente a la plaza dos personas estaban pegando múltiples golpes a otro individuo y finalmente le introducían a la fuerza en un vehículo y se alejaban a toda velocidad.

Aquello la trajo a la memoria sus traumáticos recuerdos. Nerviosa bajó apresuradamente las escaleras y salió al exterior.

Respiró profundamente para tranquilizarse y, al lograrlo, se acercó a una oficina de información turística y preguntó cómo podía reservar la visita de «la ultima cena». La empleada la dijo que debía acercarse a la iglesia de Santa María delle Grazie y preguntar si se había producido alguna cancelación reciente que les permitiera visitarla, aunque tendría que esperar un par de horas a que se abriera en horario de tarde.

— ¡Se le había pasado el tiempo volando¡—.

Cogió un taxi para ir a la iglesia y al llegar buscó algún sitio donde comer.

Encontró un pequeño restaurante familiar donde preparaban pizzas caseras justo enfrente de la entrada, se sentó en una terraza a disfrutar del sol y pidió una porción de pepperoni e funghi y un refresco de cola. Mientras finalizaba la comida observó que se los empleados de la iglesia comenzaban a abrir sus puertas. Pagó la cuenta y se acercó a la taquilla:

— Buona sera. Me han dicho en la oficina de información turística que les pregunte. Somos dos personas que queremos visitar mañana el refectorio y la Sagrada Cena de Leonardo da Vinci.

—Non rimangano piazze per la visita di domani — contestó la empleada—.

—Pero nos han dicho que tiene que comprobar que no ha habido cancelaciones de última hora —insistió Carla—.

—Fammi controllare, mi dispiace, senza spazi —negó la mujer nuevamente—.

Carla se retiró apesadumbrada de la taquilla. Tenía mucho interés en ver aquella maravilla y le constaba que Jayden también estaba ilusionado con la visita, pero tendrían que dejarlo para mejor ocasión. Se estaba haciendo un «Selfie» en la puerta de la Iglesia cuando un guardia se dirigió a ella:

— Signorina. Ho sentito che vogliono visitare la chiesa di domani.

—Si ha oído bien. Pero me han dicho que no hay plazas disponibles.

—Che possono essere organizzati —respondió—. —¿A que se está refiriendo? —preguntó ansiosa—. —Posso farli passare con il gruppo, se siete interessati a visitare il sito.

—Fenomenal. Tenemos muchas ganas de verlo.

El funcionario se la quedó mirándo fijamente. Tras un breve instante Carla supo qué debía hacer. Sacó de su billetero un par de billetes de cincuenta euros y se los tendió al agente que los cogió con celeridad.

—La signorina non hanno molto interesse a visitare la chiesa.

Al final había tenido que pagar al agente 350 Euros para que les permitiera entrar sin tener reserva. Un verdadero abuso. Tras la ardua negociación notó que las fuerzas le flaqueaban y supo que era hora de regresar al hotel para descansar.

En la parte de atrás del taxi que la llevaba empezó a regocijarse pensando en la mullida cama que la esperaba y en la enorme y cómoda habitación que habían reservado. Recordó la conversación con Jayden y rió de buena gana. —¡Era tan peculiar¡—.

La había salvado la vida dos veces, había cuidado de ella como si fuera de su familia, la había librado incluso de la cárcel huyendo con ella arriesgándose a ser detenido y todo ello sin conocerla y sin pedir nada a cambio. Sin embargo se transformaba en una persona totalmente distinta y muy insegura si se trataba de temas íntimos como bien había podido comprobar.

Una imagen fugaz le invadió el pensamiento. Su beso en el avión, tan espontaneo como sincero y las palabras posteriores de él: «esto no puede volver a pasar nunca más». Carla sintió una leve punzada en el estómago e inmediatamente supo el por qué del extraño comportamiento posterior de su compañero de viaje: «se sentía atraído por ella». Y aquella atracción era mutua.

24

¿Cómo era posible que le hubieran localizado?. Sabía que había sido muy cuidadoso cubriendo sus huellas y sin embargo allí estaba, maniatado y sangrando por múltiples partes de su cuerpo. Concentró su mirada en reconocer el sitio en el que lo tenían retenido. Estaba un local abandonado, seguramente en las afueras de la ciudad, colgado como un cerdo de una argolla en la pared. Se lo tenía merecido. Tantos años de anonimato tirados a la basura por culpa de una mujer. No, no podía recriminarla nada. Carla no tenía ninguna culpa de la barbarie que la había tocado sufrir y de que él se hubiera apiadado de aquella angelical criatura.

Recordó las enseñanzas de su abuelo: «el espíritu de la tierra impregna a todas las criaturas, posean alma o no, y nos guía según su voluntad aunque a veces no estemos de acuerdo con el camino que ha escogido para nosotros». Jayden pensó que hoy regresaría a la tierra de la que nació. Era una idea natural para él, y en cierta manera gratificante, pues se uniría junto con el resto de su familia al gran viento inhóspito del norte.

Había terminado de recitar sus oraciones cuando entraron en la estancia dos fornidos individuos. Lo levantaron y lo dejaron caer en el suelo.

— ¿Cómo me habéis encontrado? —dijo Jayden—. —Aquí hacemos nosotros las preguntas —contestó el más mayor de ambos y le estampó un fuerte puñetazo en el estómago—. Solo tienes que decirnos lo que queremos oír.

—Y luego me dejareis marchar, ¿no?.

—Pues claro que no. Luego te mataremos y te daremos de comer a los cerdos de la granja.

—Entonces colaboraré por supuesto —añadió irónicamente—.

Recibió otro violento golpe, esta vez con algún tipo de palo de madera. No podía saberlo con seguridad.

—No me gustan los graciosillos. Mira, ambos sabemos

que estás acabado. Te habíamos perdido la pista pero

hemos tenido un golpe de suerte. Estábamos en Milán

por otro «trabajito» y te hemos reconocido en la tienda

de ropa. Compórtate como el profesional que eres y

tendrás un final digno.

—De acuerdo. Primero debo ir al baño y luego

contestaré a todas tus preguntas.

—No nos tomas en serio. —Jayden volvió a recibir un

fuerte golpe, esta vez en la cabeza y del impacto cayó

al suelo de manera incontrolada y se acurrucó en

posición fetal—.

—Lo siento, más golpes no, por favor —suplicó—.

—Está bien, veo que nos empezamos a entender. Trae

aquello y siéntalo en él —dijo dirigiéndose al otro

sicario—.

Jayden oyó como arrastraban un taburete y notó como unos musculados brazos le intentaban levantar del suelo. Aquél era su momento. No se habían molestado en registrar la suela de sus zapatos y de ella extrajo una pequeña cuchilla con la que le seccionó la yugular al primero de aquellos indeseables.

El hombre instintivamente le soltó para llevarse las manos al cuello lo que aprovechó para descargar una fuerte patada al taburete de madera que golpeó con estrépito en el pecho a su otro atacante.

La maniobra le había pillado totalmente desprevenido y cuando quiso reaccionar echando mano de su pistola Jayden le había provocado cuatro estratégicos cortes en tobillos y muñecas que hicieron que el individuo cayera al suelo sin posibilidad de moverse.

Instintivamente se giró hacia el primer oponente pero descubrió que yacía en el suelo envuelto en un enorme charco de sangre. Se deshizo de la cinta americana que maniataba sus muñecas y con ella tapó la boca del sicario que aún vivía. No podía perder tiempo pues sabía que aquel individuo moriría desangrado rápidamente. Debía averiguar si aquello había sido una desagradable coincidencia, como había dicho el sicario, o si sus perseguidores le tenían localizado lo que pondría en peligro también a Carla.

—Ahora han cambiado las tornas. ¿Cómo has dicho

antes?. Algo así como que los que son profesionales

como nosotros sabemos cuando estamos acabados y

que lo único que debemos ansiar es un final digno —le

dijo quitándole la mordaza—.

—Hijo de puta —farfulló el sicario—. Te veré en el

infierno y allí ajustaremos cuentas.

—De eso estoy seguro y de que tu llegarás antes que

yo también. Mírame —le levantó la cabeza del suelo—

y dime si me han localizado o no.

—Jódete, nunca podrás saberlo. Esa duda te

acompañará allá donde vayas.

Jayden dejó caer la cabeza del hombre con cuidado sobre el suelo del local pues sabía que en un par de minutos moriría.

Ahora tenía que salir de aquel sitio y regresar lo antes posible a Milán para reunirse con Carla y acelerar su salida del país y el viaje al Líbano. Se acercó a la puerta y con sigilo salió al exterior en tensión por si se encontraba mas atacantes.

El sicario había dicho la verdad y aquello era una granja de cerdos en la que no había nadie más. Cogió una manguera y desnudándose se lavó todas sus heridas y quemó su ropa. Entró en la vivienda que había enfrente del cobertizo, cogió un mono de trabajo, unas botas de goma, guardó la pistola que le había quitado a uno de sus atacantes y condujo el coche donde había sido secuestrado de vuelta a la ciudad.

Al llegar, preguntó cómo ir a la zona de Chinatown y aunque le desaconsejaron que fuera por allí, siguió las indicaciones que le dieron hasta aparcar en una calle lateral que cortaba a la vía Messina. Limpió su rastro en el vehículo y lo abandonó con las llaves puestas. Los residentes que se cruzaban con él desviaban la mirada al verle con aquella extraña vestimenta y murmuraban sobre sus visibles heridas. Jayden contaba con ello. Era un turista que había entrado en un peligroso barrio y había sido agredido violentamente. No tuvo ningún problema en alcanzar la estación de metro de Moscova y decidió abandonarlo en la de Cordusio básicamente por dos motivos: no quería dar pistas de su destino final y no quería pasar más tiempo del necesario en ese transporte donde era presa fácil.

Tras comprobar que nadie le seguía, tomó la vía Grossi hasta desembocar en su hotel. Al final fue una suerte que Carla hubiera decidido escoger aquel hotel de lujo donde todo es más anónimo y existen numerosas entradas por las que acceder al mismo sin llamar la atención. Consiguió llegar a las escaleras de servicio sin ser visto y alcanzó agotado el piso donde estaba su habitación. Echó un vistazo al pasillo y comprobó que no había nadie. Rápidamente se desnudó, dobló el mono de trabajo y junto con las botas de goma se lo pegó al cuerpo a la altura de la barriga.

No sin dificultad se envolvió con una toalla grande de baño que había cogido en un cuarto de servicio del sótano y salió al pasillo hasta alcanzar la puerta de la suite. Esperemos que esté dentro —pensó— y sobre todo que esté sola. Tras unos breves y angustiosos segundos Carla abrió la puerta y se quedó boquiabierta. Sin mediar palabra Jayden dejó caer su carga al suelo de la habitación y empuñando la pistola entró velozmente en la habitación.

—Cierra la puerta rápido —le dijo a Carla—. Cierra la puerta.

25

— Ya lo decía el señor: «Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Hermanos, pedid conmigo con voz fuerte y él nos ayudará».

El coro inició el rezo con sus preciosas voces armónicas y todos los feligreses empezaron a cantar puestos de pie. Con aquello, finalizó la celebración y los asistentes empezaron a salir de la iglesia. Erongo los esperaba en la puerta de salida y los despedía afectuosamente uno a uno dándoles las gracias por su asistencia y conversando brevemente con algunas de las familias habituales. Media hora después todos se habían marchado. Entró en la sacristía para quitarse la casulla y cogió de la nevera un zumo de pomelo y se sirvió un buen vaso. Tras refrescarse entró en la casa parroquial y subió a su despacho para continuar con su búsqueda.

Una simple mirada a internet le había dado el punto de partida: el individuo era un empresario de éxito de Boston. Imprimió los billetes del Amtrak para esa tarde. Había pensado ir en autobús para ahorrar gastos pero vio una oferta de tren que por un poco más evitaba las numerosas congestiones de las autopistas.

Al llegar a Boston, se dirigió a la zona de la bahía para alojarse en un pequeño Bed and Breakfast flotante con buenísimas críticas en la red. Consultó su mapa y tras un breve paseo llegó a la Torre Wadlow. Localizó un coqueto food truck a la derecha del parque donde numerosos ejecutivos del edificio hacían cola para cenar.

Erongo se unió a ellos y preguntó al grupo que le precedía:

— Buenas tardes, perdonen mi intromisión. ¿Cuál es la especialidad de la casa?. —e hizo un gesto con la mano señalando el puesto de comida—.

—Hola reverendo. Se nota que no es de por aquí. El mejor bocadillo es el Italiano que mezcla jamón cocido, soppressata (dulce o picante), mozarella, pimientos asados, lechuga y tomate. O bien, los genuinos bocadillos de cangrejo o langosta.

—Gracias. Efectivamente, soy de Nueva York y he venido unos días a ayudar en la congregación. Decidí hacer un poquito de turismo por el distrito financiero de la ciudad y ver la Iglesia. Además, me han dicho que no me puedo perder la puesta de sol sobre la bahía, ¿Saben donde hay un mirador accesible para verla?.

—Claro que sí. Lo más cercano es el mirador Shywalk de la Torre Prudential. Aquella es —dijo señalándola— a unas tres manzanas de aquí.

—Y, ¿cierra a alguna hora?.

—No se preocupe padre. Está abierta hasta las dos de la madrugada. Además, si me permite un consejo, es más bonita la panorámica nocturna cuando todos los rascacielos y el puerto se encuentran totalmente iluminados. Siéntese a degustar su bocadillo y luego tranquilamente puede disfrutar de la vista de nuestra maravillosa ciudad.

—Muchas Gracias. Permítanme otra pregunta ¿Saben si es gratuita la subida o cuánto cuesta?.

—No padre, gratuita no es. Creo que cuesta 15 dólares.

—Vaya, bastante caro para mí. —Erongo puso un gesto de disgusto—. Tendré que perderme esa visita y las maravillosas vistas. Muchas Gracias por su ayuda.

Continuaron haciendo la fila para el puesto de comida rápida. Al llegar pidió uno de langosta y un zumo de pomelo y se sentó en un banco del parque cerca de sus interlocutores. El cebo había sido lanzado y solo necesitaba que algún pez mordiera el anzuelo. Sin embargo, aquellos ejecutivos terminaron su cena y se volvieron a sus respectivos trabajos.

Tras tres intentos similares, con sus respectivos bocadillos, un par de trabajadores se apiadaron del sacerdote y le invitaron a subir a la terraza del edificio para que pudiera ver la ciudad. Terminada la visita, les agradeció su dedicación y se despidió de ellos en la puerta del ascensor en dirección a la salida.

Al deshacerse de sus acompañantes, comenzó su búsqueda piso por piso, pero horas después no había ni rastro del sujeto y Erongo se encontraba muy desanimado. Paseaba por la planta baja cuando una voz le sacó de sus pensamientos:

— Padre, le estaba buscando. —era el vigilante—. No puede pasear a su aire por el edificio sin que alguien le acompañe.

—Lo siento hijo —dijo—. Me he despistado buscando un baño y no encontraba los ascensores. Es un edificio condenadamente grande.

—Sí que lo es, y alberga muchas empresas importantes por lo que no se permite acceder a extraños para evitar posibles situaciones de espionaje industrial. Lo siento, deberá usted acompañarme a la zona de seguridad.

—¿Por qué he de ir con usted?. ¿No pensará que he robado algo? —replicó indignado—.

—No, en verdad no lo creo. Pero me obliga el protocolo, lo siento. Ha estado usted perdido por el edificio sin compañía.

—De acuerdo, uhmm.. Fabio. Le sigo.

—Adelante pase usted —le indicó cortésmente cuando llegaron—. Acérquese a la mesa y vacíe los bolsillos por favor.

—Bien, aquí tiene. Y tutéame por favor.

—Gracias padre Erongo. —Fabio examinó detenidamente todas sus pertenencias—. De momento todo correcto. Ahora quítate los zapatos y ponlos en la mesa y luego pasas por el escáner corporal.

—Bien. ¿Qué tienes que buscar?.

—Un momento, ahora seguimos hablando. —Fabio tras una meticulosa inspección le devolvió los zapatos—. Ya hemos terminado y está todo correcto. Lamento profundamente las molestias que le he causado, padre.

—No te preocupes hijo mío. Deben ser empresas muy importantes las que hay en este edificio para que tengan estos protocolos de seguridad tan estrictos. —Siempre existían esos protocolos pero nadie los usaba. Pero hace unos meses estuve a punto de perder el trabajo y desde entonces lo aplico a rajatabla.

—¿Qué pasó?. Bueno claro, si puedes contármelo. —Un directivo apareció a última hora de la noche, subió a su despacho, cogió lo que quiso y desapareció de la empresa. Pensé que todo estaba en orden pues había devuelto su acreditación y la tarjeta de acceso al edificio pero resultó que había dimitido por sorpresa de la empresa y su Director me recriminó que no le hubiera registrado antes de abandonar el edificio. —¿Y cómo ibas tu a saber eso?.

—Eso le dije yo. Y se enfadó aún más. Parece ser que ese directivo tenía un proyecto muy importante entre manos, lo presentó al consejo directivo y cuando se lo denegaron decidió dimitir con urgencia y se llevó consigo el proyecto, lo más seguro a otra empresa de la competencia.

—Uhmm, de ahí el enfado del director. ¿Conocías tu a ese directivo personalmente?.

—Si, Jayden era una excelente persona. Todos los días nos saludaba cordialmente y cuando ganaban los Red Sox nos traía donuts y café.

—Bueno Fabio, gracias por la conversación pero debo regresar antes de que se haga tarde.

—Tiene razón padre, lo siento. Que tenga usted una muy buena noche.

—Adiós.

Erongo salió del edificio satisfecho pero a la vez bastante disgustado. Le tenía pero se le había escurrido entre los dedos. Para encontrarle tendría que averiguar su nueva empresa de trabajo.

Como había tomado nota mental de todas las empresas del edificio las apuntó en su agenda. Volvió al hotel y se conectó a la red. Hackeó el servidor de la USCC (Cámara de Comercio de Estados Unidos), averiguó la principal actividad económica a la que se dedicaba la empresa de Jayden e imprimió un listado con las principales empresas del sector con sede en Norteamérica.

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