Ada

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 El recorrido hasta su propiedad fue extenuante, la carretera cubierta de neblina dificultaba ir aprisa, la vía inmersa en un paisaje abrupto ameritaba alta concentración, la lluvia pronto se hizo presente entorpeciendo la visión, sin embargo aquel hombre frente al volante demostraba pericia.

Lorena estaba molesta consigo misma al permitirse el robo de su blackberry, fue una estupidez querer leer el twitter en un andén desolado, claro que también hubiera sido una estupidez resistirse al robo. Recordó el comentario de una de sus amigas cuando en una ocasión tuvo que subir a un bus de servicio público de la ciudad. Frente a ella estaba una joven respondiendo pin de su móvil cuando un hombre de aspecto de maleante se levantó del asiento con el zumbado característico de los delincuentes de barrios Caraqueño. Sacudió su mano raquítica frente a ella señalándola por instantes, mientras le decía: “Qué bolas tienes tú chama, andas con ese blackberry así tan fresca, mostrándolo a todo el mundo, después vengo yo y te robo y dices que soy el malo de la película. ¡Qué bolas Chama!- Sonrió al recordar ese absurdo de su sociedad. Volvió a sentirse tonta cuando descubrió el peso de las miradas de Bruno sobre ella. Extrañaba su celular, con él hubiera podido ubicarse con su gps durante ese extenuante viaje, calcular la hora exacta en el baño, o podría haberse comunicado con  alguno de sus amigos en Caracas para que le auxiliará, pero muy a su pesar, la realidad era otra.

En medio de la oscuridad es poco lo que se puede divisar, las montañas o los pinos o los demás arbustos lucían todos como grandes capas oscuras e impenetrables. Una torrencial lluvia cayó sobre ellos. Pronto el vehículo saltó ante un bache, se detuvo, el sonido de una grúa y el golpeteó de las rocas se hicieron presente por un momento, una maldición resopló de aquel hombre que sujetaba con más firmeza el volante, el auto frenó de repente y se oyó patinar sobre una superficie de lodo.

-   ¡Las carreteras jamás serán como las de antes!, las exigencias de

construcción no son las mismas- criticó.

Lorena se percató que tras aquel comentario el señor Bruno la miró por el rabillo de los ojos. Él Continuó irónico, pero aún así seguía siendo guapo.

-   Muchas carreteras las reconstruyen diez y hasta quince veces en

menos de un año y de igual manera están deterioradas- Prosiguió con el ceño fruncido- este comentario tenía aires de reproche, ¿ pero por qué? Ella no era el ingeniero de obra, todavía.

 El auto aceleró de nuevo, hasta que pudo subir a una plataforma que parecía que le arrastraba, se oyó el bramido de un río, el golpeteó de las rocas. El parabrisas no se detuvo. El río se unía a la lluvia atacando el parabrisas. La oscuridad no permitía contemplar el entorno. Recorrieron unos cincuenta minutos más aproximadamente. El motor no se escuchó. Un atolladero se dejo atrás, unos cuantos giros en ascenso y de repente: se estacionaron.

Los faroles del auto aún encendidos iluminaban la entrada, una fachada de piedra con tres anchos peldaños completamente a la merced de la lluvia.

-   Bueno nana, hasta acá nos sigue la tempestad. Tal parece que

nos vamos a mojar.

Pero la anciana, contradiciéndolo, sacó una paragua que le dio a Bruno para que la ayudase a bajar, luego debería venir por Lorena, según lo indicado por ella. Lorena no esperaba tal cosa, después de todo soplaba mucha brisa y con paraguas o sin ella se mojaría, así que intentó salir de la camioneta por sí sola, un charco sobre un pavimento de piedra cubría un cuarto de los neumáticos, por supuesto  que en ella el agua tocaría hasta más arriba de los tobillos, pero si la señora Verónica había descendido ¿qué se lo impedía a ella? Bruno venía de regreso para cuando Lorena salió de la camioneta, él apresuró el paso hacia ella sosteniendo el paraguas aún en contra de la fuerza eólica, llegó y a su regreso la sujetó de la cintura. ¡Qué tenía ese hombre en sus manos que la quemaba tanto!- Se deshizo de él con disimulo. ¡Su cercanía no era buena!  Él estaba atento a cada una de sus reacciones. Lorena Blasco se estaba convirtiendo en su experimento. La rodeó entonces con un brazo refugiándola en ellos. ¿Qué está pasando? Eso era más electrizante y lo peor del caso era que le gustaba. Sentía millares de hormigas recorriendo su espalda.

-   Las lluvias son torrenciales en esta época, dicen que es el

fenómeno del niño-

-   ¿El niño?  Será el  monstruo – bromeó- porque llueve a

cantaros – Expresó mientras se refugiaba bajo el paraguas y tras sus robustos bíceps.

Acababan de pisar el porche de la casa cuando un rústico se estacionó frente a ellos deslumbrándolos con la luz de los faroles. La señora había entrado a buscar algunas toallas. Un hombre con un impermeable completo se acercó presuroso al porche.

-   Don Bruno, el Santo Domingo está arrecho, la crecida se ha

llevado medio cultivo de plátano y los animales están alebrestaos, una de las potrancas se la llevó el río y las yeguas están que no se aguanta. Los hombres están reteniendo el ganado y yo mi patrón, estoy con los peones saque que saque agua del molino y del trapiche, pero necesitamos más ayuda.

-   ¡Vamos en seguida Juan!

-   ¿Puedo ayudarles en algo sr Bruno? – Se ofreció la huésped

luego de haber escuchado toda la conversación.

-   Sí, señorita: entrando al rancho. Estas crecidas del río son muy

peligrosas. Entren – Ordenó clavando sus ojos en ella y luego en la señora Verónica que se estaba acercando.

¿Qué podía ser peor? He aquí su respuesta: “Morirás arrastrada por un río”- Se burlaba su Yo interno- Sí claro, clases de natación: “reprobada”, rememoraba su pésima experiencia con el agua. “Hubiera sido mejor morir de hipotermia, aunque… estos ríos deben estar congelados, uy, ¡que vaina! ¡Moriré ahogada y también por hipotermia! “

La señora había llegado con un par de toallas en sus manos en el instante en que ambos hombres subían al rústico.

Lorena no imaginó que esa noche sería la más larga de su vida y su estancia: la más incierta…

La señora se presentó y Lorena descubrió que no era el témpano que aparentaba ser. Se cambiaron de vestimenta. A Lorena le fue prestada una larga bata color rosa, suave como el algodón, que incitaba a dormirse sobre ella, le mostró la habitación donde pasaría la noche en el rancho campestre de dos pisos. La decoración rústica predominaba: piedra y madera, vasijas de barro, piso de cerámica, que le pareció demasiado brillante para una casa de campo. Seleccionaron alimentos que la huésped ayudó a preparar mientras entraban en calor. A menudo se asomaban por la ventana de la cocina que colindaba con el traspatio y según la señora, con una caballeriza, con intenciones de visualizar a los dos hombres. A Bruno le encanta cabalgar- le contó haciendo aspavientos- Parecía orgullosa de ese hombre a quien había criado desde niño, luego de la pérdida de sus padres. El aire de misterio y lo enigmático de sus ojos desaparecían al escuchar a la señora Verónica. Supo por su conversación que practicaba equitación a nivel profesional, era entrenador, eso explicaba sus robustas piernas. Coincidían en gustos. Pensó Lorena: “Debe gustarle tanto los caballos como a mí, pero no será tan buen jinete como yo”- rememoró sus cabalgatas en la finca de su padrino en el estado Apure- Su desempeño como empresario creó en él una profunda vena de recelo, así se había convertido en un hombre prudente, calculador y analítico. Lograba lo que deseaba. Tenía lo que quería hasta que, obtuvo la mujer equivocada. Con excepción de su frialdad se identificó en muchos aspectos con ese hombre, ambos habían quedado huérfanos desde temprana edad y ambos tuvieron que tomar las riendas de los negocios familiares al adquirir la madurez adecuada. Dos seres con coincidencias. Resultaba bastante extraño. La diferencia de edad era insignificante: ocho años, ¿Qué podría enseñar un hombre de ocho años mayor? Sonrió ruborizada de sólo pensarlo, ¡estaba enloqueciendo!, ¡esa mujer de pensamientos atrevidos no era Lorena Blasco Veragua! – Su yo interno se reía irónica mientras se cruzaba de brazos- Casi cae de bruces cuando pelando las cebollas supo que era casado con trámite de divorcio, ¡a sus cortos treinta años! De seguro habría llorado de tristeza y disimuladamente podría culpar a las cebollas de su llanto. Era sorprendente la cantidad de cosas que dos mujeres pueden confiarse en tan poco tiempo. La anciana parecía contenta con su presencia, estaba aburrida de sólo ver a los peones y los materos junto a la huerta del traspatio. La liberación fue mutua porque Lorena terminó contando acerca de su excelente rendimiento académico, de sus labores en la tintorería, de la pérdida de sus padres y de sus destrezas en inglés y portugués, este último gracias a sus padres, la vida de Bruno se convirtió en un libro abierto y esto parecía agradable hasta que le tocó el turno, doña Verónica quiso enterarse de su vida intima. Lo creyó justo, ella le había confiado la situación de su criado así que era apropiado hacer lo mismo, de todos modos, no era mucho lo que debía contar. Soltera y sin compromiso. Se consideraba una mujer problemática y exigente al momento de desear salir con alguien. Ir al cine o algún centro comercial era lo usual, pero mantener intimidad no formaba parte de su plan de vida. Era una joven de pensamientos adultos, sensata y sobre todo protectora de sí misma y de quienes consideraba suyos, por esa entrega total sin interés era que muchos compañeros exploraban el monte Everest creyendo que obtendrían algo más que un abrazo y un beso en mejilla. Su madre alcanzó a celebrar sus quince años, la edad más gloriosa de una joven, y esa noche junto al enorme pastel de almendras le comentó lo maravilloso que sería verla cruzar la puerta de una iglesia vestida de blanco y con su corona de azahares, pura y casta como debía ser. Desde esa noche estuvo de acuerdo. Soñaba con encontrar el hombre “perfecto” que la poseyera y sobretodo que se dejara poseer para toda la vida.

Pero ese ideal no era tan sencillo como se pudiese pensar. Para Lorena  perfección era sinónimo de fidelidad, responsabilidad, rectitud, control, protección, amor y pasión. Parámetros de difícil ubicación en un sólo prototipo.

Luego de preparada la cena ambas mujeres se sentaron junto a la chimenea de ladrillos del vestíbulo principal, era cálido y acogedor. La mesa de roble al pie del fuego las mantenía libres de las inclemencias del frío. Le gustó la decoración rupestre y los marcos con mosaico bizantino,  los candelabros y el tocadiscos al pie de la estatuilla amorfa de piedra. No había visto un tocadiscos desde su última visita a uno de los museos coloniales cerca de ciudad Tovar y mucho más novedoso fue escucharlo. Se sintió como en casa. Rememoro las vivencias junto a su madre y por un momento creyó tenerla al frente. Fue solo una ilusión. Una dolorosa ilusión que le arrancó un suspiro. No había vuelta atrás. La tierra toma lo que le corresponde: polvo y ceniza de nuestra existencia. Parpadeó al pasar un amargo trago,  luego le dio un generoso mordisco a su panqueque con queso. Debía olvidar su pasado para poder disfrutar de su presente y en ese instante, vivía su presente. Su familia era inmigrante en Venezuela. No era fácil salir y dejar atrás tu tierra natal, se requiere de mucha fortaleza, adaptación a un nuevo idioma, cultura, ideología, vivir un nuevo mundo, así que por esa y más razones se sentía una luchadora exitosa. Bruno Linker tenía una situación un tanto diferente, no venía a trabajar por necesidad en tierras extranjeras, por el contrario buscaba un refugio o un sitio de descanso. Lorena había adquirido una mueblería que administraba con ayuda del hijo de su padrino y atendía la tintorería que había sido el negocio familiar desde su partida de Portugal. Sus amigos la consideraban empresaria en lugar de estudiante de Ingeniería, se multiplicaba en sus labores y en todas cumplía a la perfección gracias a su meticuloso orden y planificación.   

Desde el interior de la casa la tormenta se hizo imperceptible hasta que un feroz trueno sacudió el cielo y el destello de un relámpago desahogó su furia sobre los pinos de las afueras. Los truenos atemorizaban, era como si grandes rocas cayeran de un despeñadero. Los cristales de las grandes ventanas empañados por la niebla apenas permitían vislumbrar la lluvia. Doña Verónica- como empezó a llamarla por respecto, al saberla tan elegante y bonita para sus abundantes años- terminada una vez la cena se sentó junto al tocadiscos en una mecedora de madera a tejer un abrigo que iba por la mitad, tomó las agujas de tejer de una cesta sobre el piso y tejía con maestría y devoción. Supo que era un sweater para Bruno Linker. No lo podía creer: tejía un abrigo para ese hombre como una madre teje calcetines para su bebé. Continuó en su labor mientras comentaba lo difícil que era mantener la hacienda en épocas de lluvia pero no exhibía indicios de su preocupación por él. Confiaba en las habilidades y hombría de Bruno Linker para salir de situaciones difíciles. Rato después fue hasta la cocina a traer chocolate caliente, su preferido, y lo sirvió en un par de tazas de barro barnizadas. Lo degustaron junto a una suave melodía de Mozart que Doña Verónica había seleccionado del montón de discos antiguos que acompañaban al tocadiscos.

-   Deberías ir a descansar. Ha sido un día exhausto para ti. En la

Habitación que te he mostrado tienes cobertores, será una noche muy fría, además veo que esa bata que te he prestado te hace sentir cómoda, pero no es abrigadora, vas a sufrir lejos de la chimenea. Mañana estarás de regreso, Bruno te lo prometió, así que así será. Por los momentos, siéntete como en tu casa- dijo con mucho énfasis mientras recogía el tejido de su regazo para dejarlo sobre la cesta de hilos al pie de la mecedora, luego levantó la aguja del tocadiscos.

Obediente se puso de pie. Subió las escaleras peldaño a peldaño, contemplando su entorno y memorizando el crujir de la madera. Ajusto un poco la montura de sus lentes en su tabique nasal con deseos de poder memorizar aquel mágico entorno de decoración tan antagónica a la de la ciudad. Atrás quedaba la chimenea con las lenguas ardientes dibujando sombras imponentes en la pared, inducidas a una complicidad pictórica obligada, junto a las  marcas rupestres de helechos fusionadas en un ritual de silencio. La leña parecía querer gritar, los brasas crujían en su hora final. El grisáceo de su cuerpo delineado por el brillante carmín que pronto reposaría carbonizado. De repente recordó que su ropa dejada en la alcoba aún estaba mojada y que amanecería igual al menos que buscará la forma de secarla. Dio vuelta sobre sus pasos en busca de la señora Verónica, pero no estaba. Quizás dormía en ese momento, así que no tenía cara para molestarla tocando en la puerta de su habitación a esas horas de la noche. Pensó en la chimenea. Tan cálida aún con los leños moribundos, que podría secar su atuendo. Entonces, se apresuró remangando la bata con los puños sobre las piernas mientras ascendía en las escaleras. Las pantuflas también eran muy suaves, pero el acolchonado le restaba libertad a sus  pasos. Una vez arriba, giró la perilla, entró a buscar su atuendo y bajo aprisa. Por un momento pensó en el señor Bruno Linker. Se preocupó al recordar la hora. Colgó las prendas de vestir en el espaldar de una silla que colocó frente a la chimenea. Hasta hace unos minutos atrás aún llovía torrencialmente, pero ahora, el cielo callaba e inmersa en su silencio contemplaba la hoguera.  El reloj de péndulo que no había visto se hizo sentir rompiendo el silencio con las doce campanadas. Una tras otra sonora y vibrante. Una brisa gélida erizó su piel. Las bisagras de una puerta chillaron. Un par de pasos fuertes retumbó el espacio nocturno, pronto la figura alta y robusta de aquel hombre cruzó el umbral del vestíbulo. Se detuvo junto al perchero para  colgar el impermeable que aún destilaba chorros de agua. Las botas de campo frazzani tipo Dakota natural volaron a un lado con la suela recubierta de barro, de espalda a Lorena se sacudió la cabellera castaña que de modo sorprendente estaba seca, desabrochó las mangas de su camisa, metió la mano en el cinto, sacó un arma automática de cañón reluciente que buscó colocar en la mesita de la esquina junto al perchero. Lorena se quedo muda, petrificada. Pensó en ponerse de pie y escabullirse en silencio antes de que aquel hombre se diera vuelta y caminase hasta la fogata, pero al ver el arma que sacaba de su cinto desistió de la idea. No lo conocía. No sabía cómo podría reaccionar al ser sorprendido con una pistola en mano, así que se mantuvo sentada frente a la hoguera, de cuclillas  sobre la cálida alfombra. “Habla - le ordenaba su vocecita interna- no te das cuenta que se va a desnudar allí mismo”. Bruno aún de espalda, ignorante de su presencia se estaba despojando de la hebilla de su correa y probablemente querría deshacerse de sus pesados pantalones jeans.

Lorena carraspeó, para llamar la atención, logrando que girará tranquilamente dándole la mirada más punzo penetrante que antes  haya sentido. Sus pupilas brillaban de cansancio e instantáneamente alejo las manos del broche del pantalón.

-   Buenas noches señor Bruno,  me alegro que este de regreso. La

tempestad ha sido muy fuerte. Imagino lo exhausto que debe estar- titubeo- Doña Verónica preparó un chocolate caliente, iré a traerle un poco para que entre en calor.

¿calor? ¿calor? –Se decía Bruno al verla marcharse hasta la cocina- Calor tengo cuando éstas tan cerca… ¿qué hace está mujer despierta a estas horas de la noche? ¿Es que acaso no se cansa?- no pudo evitar contemplarla al marchar, en ese momento un deseo lujurioso le invadió la mente: deseó que las batas de dormir de su nana fueran traslucidas y de ruedo no tan largo. Parpadeó y zarandeó su cabeza. Le habría encantado irse a la cama con una mágica visión. No es nada obesa – pensó mientras se desabrochó un par de botones de la camisa que hicieron visibles  una capa de vellos en su pecho varonil para así poder sentir el calor que irradiaba las lenguas de la hoguera, su sombra deforme y gigantesca bailoteaba en la pared del fondo, luego la de Lorena y la taza de chocolate caliente. Quiso ser cortes y ofreció subir a su habitación para buscar una toalla para él. Pero éste se negó. Lorena expresó lo agradecida que estaba por haberle abierto las puertas de su casa. Sonreía evadiendo la masculinidad de sus brazos. ¡Dios, que no me ruborice, por favor!- Suplicó en su mente, al recordar que un hombre como él podría despertar en ella el impertinente rubor que tanto detestaba. Recibió la taza de chocolate sin dejar de escudriñarla, su semblante exhibía restos de amargura que no resultaba fácil de descifrar. Sus dedos fríos rozaron los de ella, aún así pudo sentir su calor mientras una leve sacudida eléctrica los distanció. Sonrieron excusándose con las miradas, como si fuera evidente lo sentido por ambos. Lorena cruzó sus brazos sentándose de nuevo frente al fuego.  Bebió el chocolate caliente sin despegar la mirada de ella. Luego parpadeó y dejó la taza sobre la mesa de roble murmurando unas gracias que parecía no querer pronunciar. ¿Está siendo amable o agradecida?- pensó-luego se sentó  a un lado con las piernas abiertas recubiertas por su jeans, sus rodillas cúspide de un par de pirámides recibían sus brazos. Abrochó de nuevo uno de los botones al darse cuenta de las miradas evasivas de su huésped- fue una noche muy ardua.  Me caería bien un poco de compañía- Murmuró.

Tímida, como nunca lo había sido, balanceó su cuerpo hasta sentarse en posición de meditación. El resplandor de las llamas daban tonos nacarados sobrios a su rostro y la comisura de sus labios tiritaban- Bruno, los consideró hermosos, muy hermosos y tentadores, así que se reacomodo, mirando la hoguera. Estaba exhausto, había tenido que luchar con un rebaño de ovejas, vacas y caballos bajo una implacable tormenta, sacar agua de los molinos de café y colocar sacos de tierra a orillas del rió, pero al estar allí junto a la completa desconocida su cuerpo se revitalizaba y algo en el interior de su alma comenzaba a vibrar. Pudo percatarse de los dedos inquietos sobre sus muslos recubiertos por la ancha bata.

-   Espero que estés cómoda. Mi nana te ha indicado una

habitación, me imagino.

-   Sí, claro. Gracias. Es muy amable.

-   Es probable que te haya dado la mía- expresó con seriedad

mientras evaluaba sus facciones. Pudo  ver como Lorena abrió su boca queriendo pronunciar palabras que no terminaban de salir. Finalmente sonrió burlesca- Caray, no quiero incomodarle de tal forma, podría entonces quedarme aquí. Estaré bien frente a la chimenea.

-   No me incomodarías en lo absoluto, mi cama es una King size,

como podrás imaginar es bastante espaciosa - espetó- Tranquila- expresó segundos después-Estaba bromeando, probablemente te asignó la de mi hermana, si buscas bien podrás hallar algo de cosméticos u otros artículos de mujeres que te puedan servir

-   ¡Qué buen humor, señor  Bruno!, eh gracias, su nana me

comentó algo de su hermana- suspiró- es usted todo un caballero, eso se puede sentir.

“¿Caballero? ¿yo? ¿y qué querrá decir con eso? ¡ni piense que los caballeros no tenemos sueños mojados!”- Como todo un caballero le ofrezco la comodidad de mi amplia cama, señorita- sugirió sin quitarle la mirada de encima.

-   No comprendo cómo un hombre como usted vive con tanto

espacio vacío- comentó sarcástica-  de todos modos agradezco su ofrecimiento.  Por los momentos estoy bastante bien en la habitación de su hermana, ahora con su permiso creo que es mejor que vaya a descansar un poco.

Bostezó con un fingido cansancio que le habría podido otorgar un premio Oscar en actuación,

-   Señorita Lorena, tengo una camisas que creó puedan quedarle,

si desea se las subiré más tarde.

Por supuesto, lo rechazó con una sutileza única.

Ese hombre era demasiado insinuante. A Lorena se le sacudían todas las terminaciones nerviosas y no comprendía como las controlaba tan bien. Aún en la habitación, lejos de él,  podía sentir esos ojos de águila, ojos que aún no distinguía si eran café o negros, pero lo que sí percibía era esa energía extraña que le erizaba la piel entera.

“¡Basta, Lorena!” - Le dijo su yo interno- “ ¡deja esa estupidez! Pareces una colegiala derritiéndote por un completo desconocido. ¿Es que no puedes tener un  corazón inteligente? Ese hombre, querrá cobrar lo que hizo por ti. ¡Eso es!  ¿No te das cuenta qué quiso meterte en su cama? Seguro, estaba probando tu grado de facilidad”. ¿Pero quién te entiende subconsciente? Pensé que eso era lo que querías…- Parpadeó mientras sacudía su cabellera en busca de claridad para sus ideas. Trataba de discernir entre sus dos teorías del bien y del mal inscritas en la piel seductora de ese hombre. Oprimió el seguro interno de la perilla de la puerta, se dio vuelta y de brazos cruzados contemplaba la acogedora habitación, buscaba detalles que corroboraran que la habitación fuera de la mencionada hermana de Bruno Linker, la diseñadora de modas que vivía en Paris, pero con excepción de la colcha rosada y las lámparas de terciopelo fucsia no había nada más que asociará ser de su propiedad.  Pensativa se encamino hasta sumergirse en el cobertor de lana y la colcha rosada.

Dio vueltas en la cama como un bebé grande. Las lámparas sobre las mesas de noche a cada lado de la cama iluminaban una parte de la habitación amenazada por la penumbra. Lorena Blasco Veragua: la estudiante y empresaria no dejaba de preocuparse por los asuntos pendientes, la mueblería y la tintorería encabezaban la lista mientras la universidad ni le quitaba el sueño.  Se cubría por completo cerrando los ojos, luego se deshacía del cobertor como si le estorbará y abría sus grandes ojos almendrados desprovistos de sus lentes. Molesta apagó ambas lámparas.

 Desde la oscuridad de la habitación sólo se distinguía la luz que se filtraba bajo el marco de la puerta. Tras ella un pasillo que creyó desolado hasta que el retumbar de unas pisadas la hizo sentarse en la cama. Exaltada cubrió su boca con el cobertor para evitar ser escuchada. Sudó frío. Los pasos se acercaban. Podía oírlos. Sentirlos. Pesados y firmes pasos que asoció al recuerdo de la llegada de Bruno Linker al rancho. ¿Por qué estaba preocupada? Quizás está buscando alguna cosa en el piso de arriba. Ese hombre no tiene cara de pervertido. Los pervertidos se distinguen. Son fáciles de reconocer- Pensaba mientras admitía sus incongruencias. Recordó a su amiga diciéndole: “Sí, claro,  chirulí, cara vemos y de corazones no sabemos”. Petrificada. Esperaba. Sus ojos se clavaron en el umbral de la puerta. Los pasos tras el madero se detuvieron. Su corazón agitado también. Se reacomodó entre el cobertor mientras buscaba alguna otra salida escudriñando entre la penumbra. Esperó. Una sombra ofuscó la luz filtrada. Sólo pensó: “es él”…  quiso hablar. Un nudo en la garganta la estaba ahogando. ¿y si es un pervertido? ¡Dios!- Trato de sacudirse esa idea absurda de la cabeza- insinuó desear llevarme a su cama, y si… ¡no! , no parece de ese tipo de hombres. Un hombre con ese atractivo no necesita recurrir a tal bajeza, además ella no era modelo, ni tenía la mínima semejanza a un símbolo sexi que incitará a romper los límites. Por el contrario se consideraba zonza a pesar de que media facultad le brindará admiración y respeto. No era mujer de crear pasiones ni de revolver  ríos ¿entonces? “Debo calmarme…”

Los pasos se habían detenido y la luz de la hendidura de la puerta se había ofuscado. El silencio sepulcral carcomía sus entrañas. De repente escuchó de nuevo los pasos en retirada, pero una parte de la luz continuaba ensombrecida. Vaciló. Se dijo así misma que no pasaba nada anormal. Era él. El hombre que la desestabilizaba, pero que ahora se había marchado. ¡Vaya menudo susto que le impedía irse de nuevo  a la cama!, no tenía reloj y quiso saber la hora. Parecía una eternidad. Pensó en abrir la puerta y ver quien estaba todavía, de pie, a un costado del marco. ¿Valentía o idiotez? No pudo definirlo pero se bajó de la cama. Se calzó. Y cómo quien camina al patíbulo se acercó a la entrada, giró la perilla y de un tirón abrió de par a par la puerta arrojando al piso el gancho que de la parte externa colgaba una camisa de algodón a cuadros rojos con negros y de mangas largas.

 

CAPÍTULO 2

La luz matutina cubrió la habitación. El trinar de las aves tras el cristal de la ventana la hizo despertar. Tenía ojeras, el cabello de ondas despeinado entre la almohada. Sintió como si no hubiera pegado un ojo en toda la noche. Recordó el susto de la presencia de Bruno Linker: Un desconocido, ¿a quién  se le ocurre ser amable a tan altas horas de la noche? ¿Cómo si necesitará su camisa? Prefería la bata de doña Verónica antes de una prenda que estuviera impregnada de su varonil fragancia. Bueno, bien es cierto que ella fue algo amable al servirle chocolate caliente, pero era diferente. Ella estaba despierta, era inevitable no verle. No podía escabullirse al saber que estaba armado. Siempre ha creído que los hombres con armas conservan vestigios de peligro y ser cautelosa es lo mejor, debió ser indiferente a ello, no tenía opción. Su camisa instó ser acariciada, la tela era de un algodón suave y cálido que instaba a ser usada, pero no la necesitaba, estaba convencida de que su ropa estaría completamente seca luego de pasar la noche frente a la hoguera de la chimenea.  Decidida entró a la sala de baño con marcos de madera. El estilo rústico en las paredes con impresiones de caracoles y helechos barnizados, al igual que el resto de la casa, le fascinaba. Abrió el grifo para lavarse la cara y enjuagarse la boca. El agua estaba helada y el calentador no parecía funcionar, lo lamentó porque su brazo se crispó. ¡Diablos, sin cepillo dental! Se reprochó mientras sacaba pasta dental para untarla en el dedo índice con el que pretendía limpiar los dientes. ¡Cepillo dental marca Acme!- Sonrió frente al espejo recordando las caricaturas de Hanna Barbera de su infancia. Revisó su ropa interior y deshaciéndose de sus protectores diarios, se aseó. No deseaba pasar vergüenzas como las de su encuentro con Bruno Linker. Que dijera cualquier otra cosa de ella pero no, que no fuera pulcra. Era obsesiva con la limpieza probablemente por haber nacido y crecido en una tintorería. “la más reconocida de la ciudad”.

Presurosa descendió las escaleras en busca de su ropa con la disposición de emprender camino de regreso a la terminal de Mérida  comprar un boleto de viaje a Caracas y regresar a su vida normal. El campo y las montañas eran de su agrado, pero las condiciones de su llegada no eran las apropiadas para disfrutar de ellas. El pasillo principal al pie de la escalera estaba desolado, escuchaba ruido en la cocina, así que se acercó para dar los buenos días. “La cortesía por delante “se decía así misma mientras buscaba la manera de no mencionar el gran susto de anoche.  Bruno Linker lucía unos pantalones jeans azul marino oscuro que enmarcaba muy bien sus piernas, un sombrero de pana guindaba en su espalda sujetado al contorno de su cuello, su camisa azul celeste resaltaba el color de su piel bronceada y esos ojos detectivescos, al girarse traía consigo una pieza de pan y una taza de café. La miró de arriba abajo diciéndole con los ojos: ¿Ey, y qué paso con la camisa que te preste? A lo que no tuvo más respuesta que un titubeó. No comprendía porque sus miradas la intimidaban tanto.

En su cinto, resaltaba la empuñadura de la misma arma. Sonrió excusándose en un murmuro para ir en busca de su ropa.

-   Está seca. Pero la camisa que deje anoche te hubiera caído muy

bien. Después de todo aún no podemos salir del rancho.

-   ¿cómo? Preguntó en un masculló deteniéndose tras el paso del

 comedor. Corrió una de las sillas y se sentó creyendo que se desmayaría. Empalideció. Quiso comprender las facciones de aquel hombre, las estudiaba como si cursara anatomía o fisiología humana, suspiró deseando no convertirse en médico forense y terminar practicándole una disección. Temía que aquel hombre varonil, musculoso, atractivo, con mirada de no sé qué cosa estuviera mintiendo. Tintineó una taza sobre la mesa sin dejar de observarlo mientras lo escuchaba-  Disculpa, pero  anoche la camioneta tuvo una avería en el motor.  No me pareció oportuno comentárselo cuando la vi junto a la chimenea para no perturbar su descanso.

¿para no perturbar mi descanso? –Pensó irónica- ¡ja! Gracias a su dulzura tengo este par de ojeras. Ahora, ¿qué haré?  Detenida en el corazón de los Andes con completos desconocidos…aunque parece sincero. No creo que mienta en algo así, ¿qué ganaría? además es creíble que con la tempestad de anoche el motor pudiese dañarse.  Pero debe haber otra forma de regresar a la ciudad, es cuestión de buscar…- Y como si le hubiera leído el pensamiento él continuó- estoy esperando a Berrios con una carga, viene de montaña arriba. Intercambiaremos algunos sacos y emprenderá camino a Mérida. Al llegar podrás aprovechar e irte con él. No te preocupes- pareció consolador y hasta cariñoso al servirle café caliente en la taza presa de sus tintineos. Su sonrisa pareció tierna a lo que Lorena le correspondió. ¡De nuevo ese chispazo eléctrico al rozar sus dedos! ¿Será que este hombre tiene un cable conectado? ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué se sentía intimidada? ¡Tengo que ser racional!- se repitió así misma al beber el café- No querrás parecerle fácil a este señor ¿cierto, Lorena Blasco?

-   Si lo deseas, puedes usar mi celular. Es uno de los pocos

celulares que mantiene buena cobertura en estos lados de los Andes, así podrías poner al tanto de tu bienestar a los tuyos.

Bruno pudo ver el brillo de júbilo y alivio en sus ojos tras los cristales. Movió su cabeza en aceptación- gracias, sr Bruno. Es usted muy amable- pero de seguro Lorena no diría lo mismo si supiera lo arrogante que podría ser. Lo descubrió cuando tomó el iphone y acertó a comunicarse con el hijo de su padrino, un joven de su edad cuyo trato le sonó íntimo y ofensivo. Su semblante cambió por completo y aunque la conversación se llevo a cabo junto a la señora Verónica y él, la incomodidad fue obvia. Lorena se explicó por considerarlo simple, no había razón para crear un mal entendido con un desconocido armado de quien dependía por completo.

-   Es semana Santa señorita, no debería preocuparse, después de

todo, los locales comerciales y las universidades cierran en esta época.

-   Bruno, ese comentario no ayuda en lo absoluto a la señorita-

Reclamó la señora- ¿es que tú crees que vino acá a pasar vacaciones? Debes entender su preocupación, no es fácil dejar todas tus responsabilidades en manos de otros. Amor- Se dirigió ahora a Lorena- esperemos a los choferes de los camiones para que te lleven de regreso. De seguro no tardarán en llegar.

-   Se les agradece, en cuanto a mi actividad comercial, le comentó

señor Bruno que, como buena extranjera trabajo los seis días de la semana. Es costumbre familiar. He abusado de la confianza de mi padrino y de Marcos, su hijo, al dejar en sus manos la administración de todo durante este viaje tan accidentado. Esa es mi mayor preocupación. Si hubiera sabido que todo esto iba a pasar, jamás hubiera salido de casa. Se lo aseguro.

-   ¡Vaya, Lorena!, no ha sido tan malo el conocernos, ¿no lo

crees?, el celular que perdiste, tu malestar por el viaje y estos contratiempos no representan gran cosa, recuerda que no hay mal que por bien no venga- “eso espero”- pensó  Lorena al escucharla- para mí ha sido un verdadero gusto tener a alguien con quien charlar. Bruno ya no es tan divertido como antes y como que se aburre con una vieja como yo.

-   Eso no es cierto nana, sólo que necesito estar ocupado y

mantener al día el rancho para que sea amena nuestra estadía, no es como vivir en la ciudad, allá no hay pasto que crezca hasta tus ventanas y tienes un supermercado a la vuelta de la esquina, aunque acá tratamos de tener nuestra buena dispensa-. Sonrió.

-   Si lo desea arregle su ropa y baje, voy a ensillar caballos para

hacer un recorrido por los cultivos mientras llega el camión. Podría usted acompañarme.

Sus ojos brillaron de júbilo por segunda vez, después de todo ese hombre no podría ser tan letal como pensaba, pero debía controlar su yo interno y ponerlo en su lugar para evitarse desbarajustes emocionales u hormonales. Sería vergonzoso que él pudiera percibir sus feromonas. Esperaba que él no estuviera en busca de ellas. Debía ser racional y coherente, cosa que no se le hacía muy fácil al tenerlo tan cerca.

Respeto a usar o no la camisa, Lorena optó por usarla, después de todo no querría ensuciar su única blusa y sweater para viajar. En cuanto al pantalón, el jeans oscuro tenía sus ventajas para poder repetir sus posturas. Como debía estar cerca de su anfitrión vio apropiado aceptar el ofrecimiento de buscar algún artículo de limpieza femenina que le resultará útil y tuvo mucha suerte. En las gavetas superiores del closet encontró, desde cepillo dental hasta un par de sus delicados protectores. Una deliciosa agua de colonia Parisina se unió a su hallazgo.

 Mientras tanto Bruno estaba en las afueras del rancho, junto a Tomás, el capataz. Le había traído a Trino, un pura sangre fiel y dócil bajo sus riendas. Su pelaje era de un azabache hermoso y de contextura robusta que llevaba una montura de cuero marrón digno de un elegante caballo de paso. Tomás y él había fraternizado lo suficiente como para confiarse ciertos hechos personales. Era un buen amigo y hasta confidente. Escuchaba atento su declive sentimental y le aconsejaba cuando debía hacerlo. Para ser un hombre de campo se versaba muy bien en cosas de mujeres y en relaciones comerciales. Tomás se encargaba de las ventas de los productos de las tierras, mucho antes de que Bruno  Linker se las comprará a Don Sebastián Blanco. Bruno Linker se sintió con confianza más que con derecho en pedirle a su capataz que no permitiera el acceso de vehículo alguno hasta que él se lo indicará.

-    Tomás, no quiero ver a diez kilómetros de la finca a ningún

camión, vehículo, ni siquiera  motocicleta alguna, ¿crees que puedas ayudarme con eso? además esto debe quedar entre tú y yo, la nana no debe enterarse de lo que te estoy pidiendo, ¿está claro?

-   Bien, pero no olvide patrón que la cosecha no puede

posponerse mucho tiempo.

-   No te preocupes, será por poco tiempo.

-   Disculpe que me meta, patrón pero ¿es por la muchacha esa

que llegó con ustedes anoche?

-   Quiero conocerla, Tomás. No será por mucho tiempo. Sabes

que me es fácil escanear a las mujeres- Sonrió con diversión- un par de horas con ella y podré saber quién es, de dónde es y hacia adonde va.

-   Pero patrón no es más fácil y barato si va directo al grano con

ella y la invita a salir, así se conocerían los dos.

-   No, Tomás. Hay algo diferente en esa mujer. Si la invito se

bloqueará. Probablemente crea que la quiero secuestrar o algo así.

-   ¿Cómo así señor? ¿Y qué le puede hacer creer eso a esa

muchacha? Eso sería aberrante.

-   Lo sé, por eso no deseo darle pie a que lo piense, por los

momentos quiero que crea  que el motor de la camioneta se daño, así que no se te ocurra ponerla andar.  Desconecté algunos cables por si acaso. Si quieres finge repararlo para que ella se convenza.

-   Como usted diga patrón. Voy a telefonear a Berrios y a los

demás hombres para que no se acerquen por el rancho.

-   Un año sin mujeres ha sido mucho tiempo para mí. Nunca

pensé que algún día pasaría por algo así… No creo soportar más tiempo aunque lo que viví con mi ex fue un completo infierno ya lo considero superado…  aunque al mirar a esa mujer siento que todavía no estoy preparado para abrirme al mundo de nuevo. No quiero ni imaginar que todas las mujeres sean como mi ex o como las mujeres  que tuve antes. Me aterra. Por otra parte creo que este retiro me ha hecho perder el toque Tomás, es como si de repente, me sintiera viejo. 

-   ¿Y esa señorita lo ha seducido señor?

-   Para nada. Eso es lo que me hace creer que perdí el toque,

Tomás- Sonrió. Comenzó a cepillar la melena de trino- Quizás falta un poco de diversión y menos tensión, por eso quiero que todo esto de la espera de los  camiones sea natural, para que ella me permita conocerla.

-   Pero mucho cuidado patroncito, no vaya usted a equivocarse.

-   No lo creo. Además esa mujer vive en Caracas, así que debe

saber más que tú y yo juntos. Las mujeres de las capitales suelen ser más…experimentadas

-   A veces las apariencias engañan. Patrón si usted ha visto algo

diferente en ella no creo que sea su experiencia, porque si así fuera y por lo que lo conozco a usted, ya la habría metido a su cuarto, ¿no es así señor?, además de ser así esa mujer sería “una dura”, “ la más dura de estas tierras” sería la única en romper su celibato desde que usted dejo su país.

-   Abstinencia amigo Tomás- espetó con el dedo índice en lo alto

dándole énfasis con su acentuada voz-  pero jamás un celibato. ¿Te

imaginas? No lo soportaría, es como volver a nacer y ser un monje- sonrió- lo más hermoso y placentero de este mundo Tomás, es la mujer y pienso que mi abstinencia es solo terapéutica por lo tanto es temporal. Necesitaba olvidar muchas cosas y sanar heridas. Solo eso. 

-   Más bien creo que está jugando con candela, señor. Tenga

cuidado no se vaya a quemar.

 

CAPÍTULO 3

Lorena Blasco había dejado su habitación hace diez minutos y esperaba junto a la señora Verónica en las bancas del porche. Estaba escuchando la conversación con Efigenia y su hija, una jovencita que se iniciaba en la pubertad, lo podía saber al observar sus pechos levemente abultados bajo la tela floreada de su blusa como si se tratara de un par de pequeños limones, sus trenzas largas caían tras su espalda impregnándole dulzura e ingenuidad. La señora lucía mayor, llevaba una pañoleta verde con bordados blancos y rojos que llamaban la atención. Se habían saludado con mucho cariño y hasta habrían sido presentadas en medio de abrazos y estrechones de manos frías que se acaloraban con las sonrisas. Llevaban un par de baldes de aluminio para el ordeño que incitó su curiosidad. Habían transcurrido seis largos años sin disfrutar la deliciosa vida del campo. Añoró las visitas a las tierras de su padrino en el alto Apure y en Portuguesa. Sus padres y ella fueron muy felices durante su permanencia en los llanos, con ellos había aprendido a cabalgar (y se jactaba de hacerlo bastante bien) a criar cachama, a sembrar y por supuesto lo más básico de una vida de granja: a ordeñar. Claro que no siempre resulto fácil, tuvo que probar muchas veces con las pobres ubres de las vacas que al verla llegar parecían querer huir, pero una vez que dominó el oficio del ordeño ninguna ubre se resistía. Por un momento olvido su tragedia. Bueno, realmente sintió que exageraba su situación, todo aquello no era tan trágico como se empeñaba en verlo, comprendió que quizás esas eran las merecidas vacaciones que tanto mencionaba su amiga y que el destino le imponía, solo era cuestión de verlo desde otro punto de vista e imprimirle un nuevo semblante. Las montañas andinas se presentaban a sus pies como el propio paraíso, la señora, una anciana bastante fuerte y llena de vida era un dulce nada empalagoso y el hombre de la casa resultaba embriagador, algo tóxico y con un toque de veneno atrayente, que no sabía identificar.  Recordaba sus razones para no partir y parecieron muy coherentes, creíbles, especialmente cuando Efigenia le comentó a la señora Verónica que había visto al patrón echando llave bajo la camioneta esa mañana, pero que no vio que pudiese encenderla. Al levantar la mirada vio venir en galope a Bruno Linker, majestuoso e imponente, lucía inalcanzable sobre la montura del caballo, sostenía con brío las riendas mientras un ala de su sombrero ensombrecía sus seductoras pupilas.

Lorena sintió una sacudida en su cuerpo que la hizo ruborizarse una vez más. Ajusto de nuevo sus lentes sobre el tabique nasal, deseo haber traído los lentes de contacto en lugar de los de montura, hizo a un lado las ondas de su cabello en un vago intento por disipar su repentina inquietud. Al verlo sobre el caballo se alegro de ser amante de las botas Loblan y haber viajado con sus preferidas, no se imaginaba querer cabalgar con sandalias de tiras y tacón. Sus orejas se acaloraron de nuevo al sentir sus miradas, así que disimuladamente las frotó inclinándose con el pretexto de prensar su cabello castaño rojizo. ¡calma! ¡Si te pones de esta forma con solo verlo ¿ cómo será al cabalgar a su lado?¡va a creer que le gustas!- Le reclamaba ese fastidioso e impertinente yo interno que la volvía más torpe de lo que hubiese sido en toda su vida junta.

La camisa de Bruno se ajustó perfectamente a su silueta, acomodada bajo el cinto de su pantalón jeans le resultó fácil descubrir el verdadero contorno de su cintura e imaginar la altura de la cima de sus voluptuosos pechos. La comisura de sus labios sufrían las inclemencias del frío pero el rosa pálido adoptado los hacía más excitantes. Bruno en silencio los codiciaba pero sabría ocultarlo muy bien. No quería presentarse como un vil aprovechador de circunstancias, aunque no comprendía por qué  de repente esa mujer lo obligaba apegarse a la moral modificando su estatus de mujeriego irracional. En su anterior vida mundana, todo lo relacionado a mujeres era fácil. Un sencillo juego de miradas, acercamiento, abrazos, besos y sexo. Mucho sexo. Era fácil. Además se consideraba un imán para el sexo opuesto, no existió alguna que se resistiera a sus dotes y ninguna a quien no satisficiera. El amante perfecto. Pero todo quedaba en ese plano. El plano sexual. No podía entender porque no internalizaba con ninguna de sus mujeres, no podía transcender, era como si nunca llenaran su alma o su corazón, como si un gran vacío se hubiese apoderado de su vida obligándolo a vivir del look exquisito de su mujer de turno. Ni siquiera durante los cortos meses de matrimonio vivió el amor del que tanto hablan al casarse. Llego a creer que el amor era una fábula y solo era una herramienta  publicitaria para capturar incautos.

Verla así de cerca y a sus pies lo hizo enseñorearse de ella. El caballo relincho al detenerse. Lorena se despidió de las dos señoras y de la linda jovencita a quien ahora, gracias a un haz de luz, descubría esos tiernos ojos azules. Pensó en los peligros de que una joven como ella viviera tan cerca de un hombre como su patrón. Estaba convencida de que Bruno Linker tenía algo tóxico pero excitante en su cuerpo, así que una mujer que no quisiera irrespetarse debía ser muy racional para no caer en el charco de arenas movedizas que representaban sus brazos.

El caballo reaccionó a su señal con las riendas y se inclinó un poco a los pies de Lorena, chasqueando antes las herraduras delanteras como si estuviera presumiendo de su próximo acto. Se inclinó en un relincho mientras sacudía la melena. Sorprendida aceptó la mano de Bruno y cediendo su peso corporal a él subió a un lado del lomo del caballo, frente a su montura. No pareció esforzarse en subirla, ni siquiera gimió con el esfuerzo, al contrario ordenó un “arre” que atrajo las miradas de los presentes. Se lanzó en galope tras las faldas de las lomas cercanas a la entrada. Lorena se acomodó lo mejor que pudo aferrándose a los brazos rígidos de su jinete. Metros después cuando no se divisaba la entrada al rancho, él detuvo el paso al tensar las riendas. Le hablaba de esa forma. Era como si cada temple de las mismas expresará una idea. Desde su posición Lorena escuchaba los latidos de aquel hombre y se sorprendió al no saberlo agitado por la cabalgata. Ha de estar acostumbrado, pensó al recordar a la señora Verónica contarle de su faena como entrenador de caballos de paso.

-   Cabalga usted muy bien y lo felicito tiene un ejemplar precioso

y bien cuidado.

-   Gracias. Me gusta cuidar de mis pertenencias- templó de nuevo

las riendas desplazándose tras unas rocas cubiertas por una especie de musgo suave. El paraje montañoso exhibía rocas negruzcas de diversos tamaños mientras una fina capa de niebla entumecía sus huesos. Él se acercó  más a ella. Su cuerpo cálido parecía una hoguera dispuesto a irradiar calor.

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