Ada

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¡Calma, Lorena!, ¡calma! – Se decía así misma, mientras su Yo interno se arrimaba al macizo pectoral. ¡Olía a pinos silvestres! 

- ¿qué estuvieras haciendo en este momento, si no hubieras perdido el autobús?- Lorena sintió como si la barrera de la informalidad se hubiese roto. ¡La estaba tuteando! y eso le pareció bueno.

- Trabajando y planificando la semana siguiente, aunque lo de la planificación lo hago mentalmente, a diario.

- Suena aburridor. ¿Y en qué momento te diviertes? en qué momento haces vida nocturna o rumbeas, como dicen aquí en Venezuela.

Una risa armoniosa lo dejó por unos segundos absorto e inmerso en su próxima pregunta. La contempló sobre su atuendo buscando algún trozo de piel desnuda, pero su camisa cubría desde sus muñecas hasta el cuello y sus piernas lucían unas botas loblan negras de corte medio que imaginó bajo las botas de su jeans.

-   ¿Rumbear? ¡Qué va! Eso es para las personas que no tienen 

nada que hacer,  tengo muchos compromisos y rumbear no forma parte de mi rutina.

Detuvo el caballo de bruces sin  evitar poder reírse.

-   ¿Qué dices? ¿Es qué eres marciana o de alguna otra galaxia?

¡qué absurdo!

Sus palabras sonaron tan irónicas que en cualquier persona hubiera causado molestia así que se deshizo de sus brazos y se deslizó del caballo con la destreza de un jinete. Bruno no dejó de reírse mientras seguía sus pasos desmontando a Trino.

-   Espera, no quise molestarte, lo que pasa es que nunca había

escuchado algo tan…

-   Ridículo, sí dígalo-lo instó a hablar- ¿ Es lo que piensa?. No es

la primera persona que me lo insinúa. Permítame explicarle. Según mi propia teoría una persona que suele rumbear es alguien quien bien no tiene proyecto en mente o bien todos sus proyectos han sido alcanzados. Cuando todo lo proyectado se ha alcanzado no resta más que administrar o ser gerente de lo obtenido, muchos pueden delegar funciones e incluso asignan sus nuevos proyectos a personas capaces que le asisten a diario y solo deben sentarse a revisar los libros de contabilidad y los flujos de caja. No tienen más nada que hacer. Por esa razón pueden darse vida, claro entre comillas, si es que a eso se le puede llamar vida.

Sorprendido la escuchaba buscando la profundidad y el sentido de sus palabras. Sintió como si lo estuviera describiendo, pero estaba seguro que su nana jamás hablaría de sus negocios y la forma en que generaban sus ingresos, así que no debería sentirse aludido. “Sorprendido, sí, pero jamás aludido”. La contienda por llevársela a la cama iba a estar fuerte y por los momentos estaba perdiendo el primer round. ¡Su blanco no rumbeaba!

-   En mi caso- prosiguió con una voz tranquila y natural mientras

se sentaba en unas de las rocas frías- estoy empezando, así que si quiero llegar a los cuarenta con cierta libertad en mis finanzas, debo  concentrarme en ello, ¿no lo cree así señor Bruno?. Usted parece ser un hombre de negocios  y podría darme una mejor razón.

-   Eh- Carraspeó un poco merodeándola mientras rozaba su

mandíbula con la mano derecha deseando estar besándola y no dándole razones para ser esclava del trabajo- pero si lo que buscas es libertad financiera hay formas más divertidas e ingeniosas para que una chica joven y bonita pueda alcanzarla.

Él pudo sentir una mirada asesina destrozando sus entrañas, no era ninguna tonta así que su mensaje resulto demasiado claro- Espera, no quiero ofenderte, pero…

-   ¿Usted no iba a recorrer los cultivos? – espetó con altivez

mientras posaba las manos en sus caderas.

-   Evasiva y tormentosa, ¡vaya! ¡Me he ganado el premio mayor-

Espetó

-   ¿qué?  Señor Bruno, lo que menos quiero es causarle molestias

y si diferimos de ideas, disculpe. Es normal, sino que aburridísimo sería el mundo. ¿No le parece?

-   Para que nos la llevemos mejor señorita Lorena, no me diga

señor por favor, y bueno, respecto a su percepción de la vida, no me parece errada, aburrida sí, pero no errada.

Una mutua sonrisa les impregnó el rostro de tranquilidad, era como si un cese al fuego hubiera hecho aparición. Caminaron algunos metros para cruzar una barraca abandonada, tras ella un vasto terreno de siembras rectangulares de distintos tonos del verde que se posaba sobre una pendiente de casi sesenta grados, según su cálculo empírico.  Él arrastró una cerca de alambre que coronaba el declive para cederle el paso a su peculiar huésped. Al fondo vio  tres grupos de hombres de campo,  de unas cinco o seis personas en cada uno, haciendo labores de desmalezado y de cosecha, muy cerca de ellos alguien seleccionaba semillas sobre una manta blanca. Le sonreían amenos. La cordialidad les brotaba por los poros y a Lorena le agradó enormemente. Se percibía en sus ojos. Conversó con  algunos y aprendió algunos tips para una óptima selección  de semilla, claro, que en una congestionada ciudad repleta de smog y en una casa repleta de cerámica y concreto le sería totalmente inútil.  Su huésped parecía una gota de miel entre esas montañas porque a todos parecía simpatizar. Bruno  halagó su humildad y cortesía al dirigirse a ellos. No le importó estrechar su mano con la de aquellos trabajadores de piel llena de callos y  de barro. Tampoco mostró desprecio al percibir en los campesinos el peculiar tinte amarillento en los dientes o las manchas de chimo que de tanto escupir teñía algunas partes del camino.   El terreno estaba compacto, y  por tramos, repleto de barro. La tormenta de anoche solo había sido uno de las tantas que se habían desatado sobre los Andes Venezolanos.  El río estaba distante de esa ladera de siembras de hortalizas, pero  cerca de él se mantenía el molino de café y la procesadora de caña para producir panela y papelón y ellas sí que habían sufrido de sus inclemencias. Bruno colaboró con uno de sus hombres a llevar la carga de algunas hortalizas hasta la cima de la ladera en  donde las mujeres las tomaban, las lavaban, secaban y empacaban en grandes cestas de madera que luego Tomas, el capataz de Bruno Linker, ponía en el mercado. Finalmente Bruno Linker se dedicaría a contar el dinero de la producción. Entonces, la teoría de Lorena no escapaba de la realidad. Hubo un momento en que Lorena, en contra de la negativa de Bruno, tomó un paquete permisible a su capacidad física y los subió hasta la ladera. Era una labor nueva para ella, pero le pareció más divertida que cargar trajes rumbo a la lavadora en la tintorería. Bruno cedió y terminó riendo con ella mientras se burlaban de sus pequeños deslices en tierra húmeda.  ¡Qué mujer!- pensaba Bruno Linker, mientras la contemplaba airosa y divertida a pesar del esfuerzo que ameritaba subir la pedregosa, larga y pronunciada ladera. Se acercaba victoriosa a su cuarto ascenso. Faltaba solo un par de metros para llegar a la cima, donde su anfitrión le precedía, cuando un paso poco firme sobre un grupo de guijarros que parecían ajenos a la geografía de aquel lugar confabularon junto al terreno húmedo y a su impericia llevándola ladera abajo. Intentó sostenerse de algunas rocas, pero solo logró lacerar sus manos mientras su cuerpo se deslizaba a mayor velocidad, a su paso el suelo parecía desparramarse con ella ante las miradas estupefactas de los campesinos que aguardaban terreno abajo. Lorena no pudo contener la calma, mientras caía llamaba en voz alta a Bruno.  Era a él a quien llamaba: a Bruno, no al señor Bruno, simplemente al joven Bruno. Pidió su ayuda a gritos mientras lo veía bajar la ladera. Bajaba aprisa, apoyando sus manos en el terreno y frenando su descenso con la gruesa suela de las botas frazzani, pero a pesar de sus presurosos pasos para darle alcance, no lo logró. Sintió su cuerpo lacerarse con la rugosidad del terreno mientras su ropa se embarraba. El paquete que llevaba había sido lanzado en su caída y desde ese momento dejo de importarle. Abajo un joven se lanzó en carreras ladera arriba aún en contra de la avalancha de suelo y  guijarros. Debía frenar su caída, así que José ascendía mientras su patrón Bruno descendía.  Tras la reacción de José algunos hombres acudieron a su ayuda, pero Bruno y él lo harían primero. José era uno de los peones más jóvenes del rancho. Fuerte. Amable. Apuesto. Debe  tener la misma edad de Lorena. Lo cierto es que José contaba con veintidós años y mucha simpatía. La detuvo de su deslizamiento y la levantó sin esfuerzo. Ambos pudieron mirarse uno en los ojos del otro al ponerse de pie, la caída la aturdió a tal punto que no coordinaba sus ideas, sin embargo sonrió al saber que aquel muchacho la estaba ayudando. Tenía unas cejas pobladas sobre unos bellos ojos azules impactantes ¿Qué había en esas montañas que el azul estaba de moda? Era un muchacho. Lorena se dio cuenta de ello a pesar de que su imagen lucía distorsionada, bastante joven según su criterio. Su sombrero de cuero ensombreció sus parpados. De repente escuchó voces distantes. Su nariz le dolía. Aceptó sentarse en una roca, luego levantó el rostro y vio descender a toda prisa a Bruno. Veía una imagen borrosa, distorsionada, no entendía por qué, hasta que su mano en el rostro no hallo sus lentes.

-   ¡Dios santo! ¡mis lentes!-

-   Tranquila Lorena- ¿qué pasó? De repente no le dijo señorita.

“Lorena”, aunque le sonó extraño, le gustó escuchar su nombre en  los labios de aquel hombre. Bruno fue indiferente a las atenciones de José pero expresó palabras de agradecimiento en general a quienes estaban ayudándola. Traía en una de sus manos los lentes, un poco maltratados, pero sin un cristal roto y eso era muy buena noticia. Acalló las palabras de Lorena con su dedo índice cruzando sus labios. De la mejor forma que pudo la rodeó de la cintura y la impulsó a ponerse de pie para subir la ladera. Era difícil, si tuviera algún hueso roto, pero él la había evaluado al tocar y ejercer presión sobre sus pantorrillas, fémur, rodillas y caderas, definitivamente ¡no era la manera en que quería tocarla! Pero debía hacerlo para saber si podía o no moverla de ese sitio. No tendría huesos rotos, pero probablemente sí algunos hematomas o raspaduras que no serían nada grave, pero sí dolorosas. Estaba seguro de ello. Lorena, se avergonzó por haberse caído, no pudo evitar sentirse y parecer tonta.  Sintió vergüenza infinita por haber llamado a viva voz a aquel hombre como si deseará que la salvara del peligro. Se ruborizó. “Absurdo”, pero se avergonzó de haber permitido sus manos sobre varias partes de su adolorido cuerpo. “¿Qué tiene este hombre que emana calor aún en circunstancias tan atípicas?”- Pensó Lorena al ser llevada en sus brazos.

No podía comprender lo que pasaba. Debía ser racional y analítica. No debería estar tan cerca de un hombre tan… tóxico. Su piel emanaba una fragancia tan exquisita que hacía desear querer estar junto a él. Y eso le parecía peligroso. ¡Santo dios!- Pensó exaltándose con la mirada- ¡No son mis feromonas, son las de él!-  Jajajaja- Se reía a carcajadas su yo interno mientras sostenía sus anteojos  en una mano, se doblaba y se estiraba de la risa- Así que su instinto por proteger su intimidad la llevó a retirarse de sus brazos, después de todo estaban a punto de llegar a la cima. La cerca ya se podía divisar, creyó no necesitarlo, pero al liberarse un poco sus piernas deslizaron de nuevo en el terreno llevando el peso de su cuerpo, otra vez, a sus brazos.

-   ¿Quieres dejar lo testadura y dejarte ayudar?- Su semblante

cambio, las pupilas de sus ojos se dilataron, de repente olvido sentir curiosidad por su color, así que pensó, que lo mejor era obedecerle antes que se quitará la correa y la azotará o peor aún que sacará su arma y le diera un tiro por necia. Jamás le habían dado miradas tan fulminantes como esas, era como si la agrediera con las pupilas, pero un repentino dolor en su cadera la hizo olvidarse de la impresión de su rostro vertiéndolo en espantosos gemidos. “Me duele”- repetía como disco rayado al aferrarse a los bíceps de un Bruno Linker, callado y sereno. De repente se imaginó lo incomodo que sería tener que caminar hasta donde estaba su caballo, entonces de nuevo la telepatía tomó su protagonismo. Realmente ese hombre leía su mente, porque emitió un silbido que en segundos trajo consigo al valioso equino. Su larga y bella melena se ganaría la admiración de cualquiera, era todo un pura sangre, inteligente y dócil. Se inclinó como la primera vez con ella  para que lo montara, luego aguardó por su amo. Escuchó el sonido de las riendas para echarse andar en un solo galope hasta el rancho de Linker.

-   Disculpe, no fue mi intención interrumpir su jornada- se quejó

por el dolor.

-   Calla. No te preocupes. Lo importante es estar bien. Como

único testigo del rancho y tu médico de urgencias: te recomiendo reposo absoluto.

Ambos rieron- ¿Y desde cuando es médico? ¿Se acaba de graduar conmigo?

-   Quizás sí, pareces ser muy buena universidad- se rieron aunque

sus palabras perforaban su subconsciente buscando explicación a su segundo significado.

La nana se exaltó al ver como Bruno llevaba en brazos a Lorena hasta el vestíbulo junto a la chimenea, le pareció gravísimo el hecho de haberse deslizado por las laderas de las planicies de siembras por qué solía ser un terreno pedregoso inestable que por esa razón eran consideradas tierras rezagadas. A pesar de que ambos alegaban que no era nada grave la señora insistió en que debía revisarla y aplicarle un analgésico de muy buena indicación médica para esos casos. Obedientes. Él la ayudó a subir a su habitación en donde pronto entraría su nana.

-   Nana Verónica es muy insistente, es mejor que dejes que te

vea, si no, no te va a dejar en paz- sonrió- lamento mucho que te haya pasado esto. Te vi muy divertida antes de la caída, ¿te gustó acompañarme?

-   Claro, hasta la caída fue excitante, nunca me había deslizado de

una ladera.

-   Por suerte no rodaste. Hubiera sido peor. Pudiste haberte

fracturado la cervical.

-   ¡Uy! Tienes razón.

-   ¿sabes?  A pesar de este desenlace, fue muy buena idea haber

ido a cabalgar juntos, mira: hasta aprendimos a tutearnos.

Nana Verónica irrumpió en la habitación para darle paso a la retirada de Bruno. Sabía que ella debía desvestirse. No era apropiado permanecer allí, además no creyó poder disfrutar de una erección si la chica a quien desea estaba repleta de rasguños, hematomas y quejidos. Desde afuera afinaba su oído para escuchar los altibajos entre su nana y su huésped, a veces percibía la armonía de su risa como si quisiera evadir el dolor y otras veces su silencio. Caminó de un lado a otro frente a la puerta entreabierta. De repente escuchó varios quejidos de dolor, luego un fuerte quejido que lo indujo a abrir el madero de la puerta. Desde allí, sin entrar, pudo ver a su huésped y la razón de sus quejas. Su nana le estaba frotando los hematomas de las piernas. La mujer estaba boca abajo en la cama con su camisa de cuadros rojos y negros bordeando sus glúteos redondos, recubiertos con una excitante prenda de encajes blancos sobre su piel clara, el contorno de sus piernas desnudas incitando a ser tocadas milímetro a milímetro lo turbaron, petrificado sus ojos doblegaron al deseo, inmutable la contemplaba. Sus pantorrillas desnudas y el volumen de sus glúteos lo cegaron por completo. Pronto su cerebro arrojó una luz de alerta para una sensata retirada, parpadeó, rompió el letargo y en silencio abandonó la habitación, luego el pasillo.

Debía ordenar sus ideas. Se suponía que necesitaría de un par de horas para escanearla, la conocería (aunque eso no importaba), la llevaría a la cama y luego la enviaría de regreso a su rutina diaria en Caracas. ¿Qué estaba saliendo mal? ¡Vaya, necesitaba afinar sus estrategias con esa mujer! ¿De qué planeta era?, si no rumbeaba, qué hacía para divertirse. ¿Y su novio o su pareja?, porque ha de tener alguno, una mujer por muy intelectual y metódica que sea debe tener a alguien con quien saciar sus ansias sexuales o compartir sus abstractas ideas de su mundo preconcebido. Metió las manos en el bolsillo lateral de su camisa para sacar los anteojos de Lorena. Estaban maltratados por el arrastre, un poco doblados, pero nada que él no pudiera solventar. Entró a su despacho, cerca del vestíbulo con la chimenea y al final del recodo de un pasillo.

 La anterior decoración  se mantenía tras unos estantes repletos de libros de narrativa moderna, desde ciencia ficción y erotismo hasta negocios y mercadotecnia. En una hilera completa predominaban los de zootecnia y los de biotecnología, riego y siembra, entre otros.  Un escritorio de madera tallada  le aguardó para evaluar los daños de los anteojos. Encendió la luz de una lámpara sobre el escritorio, corrió el cómodo sillón de cuero y sentándose en él dispuso su reparación, sin poder hacer a un lado la hermosa silueta de su huésped acostada sobre las sábanas blancas de la habitación de su hermana.

Su cuerpo se tensó tras la erección de su impertinente miembro varonil. ¿Es que no podía dejar de excitarse cada vez que la pensaba? Le resultó incómodo tener que buscar estrategias para disimular la constante erección que esa mujer intergaláctica le producía.

Sufrió con la alineación de la montura hasta que finalmente obtuvo un buen resultado, los guardó de nuevo en el bolsillo de la camisa, se puso de pie caminando hasta un costado de la pared, se detuvo entre dos lámparas de pedestal tras el globo terráqueo  de tallados bajo- relieve en bronce. Extendió la mano hasta un adorno sobre la pared, presionó la superficie aguardando a que la pared que se deslizaba ante sus ojos le abriera paso a la habitación. La casa y sus secretos.

 

CAPITULO 4

 

Mientras la señora Verónica estimulaba la circulación en los hematomas de su huésped, ella no dejaba de preguntar por la llegada del camión de hortalizas. Era casi medio día y aunque sabía que Bruno Linker esperaba el camión para cargar los productos que estaban cosechando, también sabía que de no llegar antes de las dos de la tarde no saldrían. Lo había escuchado de varios de los hombres en el terreno. El camino era distante y peligroso por los constantes derrumbes que dejaba la lluvia así que, lo que menos deseaban era pasar la noche en medio de los matorrales bajo las inclemencias del frío propio de esos parajes. Lorena sintió desesperarse en medio del dolor por sus laceradas piernas. La señora Verónica no hacía otra cosa que crear suposiciones acerca del designio del destino que solo lograban perturbarla mucho más. Que si se había lastimado de esa forma era porque su destino era permanecer allí mientras se recuperaba o que quizás esos percances eran aviso de un peligro mayor, cuando realmente el único peligro que Lorena percibía era el del seductor Bruno Linker. No se imaginaba viviendo bajo su techo durante más tiempo, su contacto era embriagador y nunca fue partícipe de  tal estado o sensación. Abstemia desde que tiene uso de la razón, no se permitía situaciones que la incitarán a ello. Así que Bruno Linker era: bebida vetada para ella.

Tal como lo temía el camión no llegó. La mercancía no se despacho y Lorena Blasco Veragua no pudo regresar a la ciudad, por el contrario yacía adolorida bajo una colcha rosada, impregnada de cremas de eucalipto y alcanfor que buscaban diezmar los efectos visibles de la fuerte caída, por suerte parte de su pantalón sobrevivió. Estaba roído pero impregnado de barro por todas partes. Lo podía contemplar colgado sobre el espaldar de una silla junto a la cama, abatido en combate sin ánimos de presentarse de nuevo en público. Se preocupo. La señora Verónica había traído otra de sus batas y la había dejado sobre su cama. Era floreada y mucho más ancha que la primera. Por un momento prefirió imaginarse con las camisas de Bruno cubriendo su prenda intima de encajes blancos.

Un par de señoras  y una joven que trabajaban en el campo prepararon el almuerzo para que la señora Verónica pudiera quedarse el tiempo necesario al pie de la cama del huésped. Fue imposible deshacerse de su amable presencia, no se separo de ella en ningún momento. A la hora del almuerzo dispuso darle la comida como si se tratase de un convaleciente, luego la señora almorzó en la habitación. Asumía la caída como su responsabilidad por tal razón debía cuidarla. Por un instante un pensamiento oscuro la perturbó al asociar su vivencia con la conocida película americana “Misery” de Stephen King, en la que un escritor reconocido, herido en un accidente de vehículo bajo una implacable ventisca, es rescatado por una amable enfermera que termina convirtiéndose en su peor pesadilla. Tuvo miedo.  Sacudió su cabellera un poco, como si con ello pudiera sacudir sus pensamientos.  ¡Ese subconsciente sádico iba acabar con ella!

Luego de almorzar ambas se quedaron dormidas unas cuantas horas, Lorena bajo la colcha rosada y la nana sobre una silla con un cobertor de lana sobre sus pies.

Cuando despertó se encontró con la mirada fija del dueño de la casa. La miraba con los brazos cruzados, reclinado en una silla contra la pared y apoyando sus pies sobre un costado de la cama. La colcha rosada estaba amontonada sobre sus piernas desnuda. “¡Dios, desde cuando estaba ese hombre allí! ¿Y la nana? ¿Cómo se le ocurre dejarme sola con este señor?”- pensó al sentarse aprisa reclinándose contra la cabecera de la cama y correspondiéndole con las miradas mientras se aferraba a la colcha.

-   ¿qué pasa? ¿Por qué me mira de esa forma?

Expresó una mueca con los labios en un gesto que resulto inescrutable. No llevaba sombrero puesto, así que su cabellera castaña liberaba un par de flecos sobre su frente. Tampoco vestía jeans ni  sus botas frazzani.

Lorena rememoró escenas de la película” Misery”. Quiso ponerse de pie, pero no tenía pantalones puestos y su camisa no era lo suficientemente larga.

-   ¿Cómo te sientes?-  Esa pregunta la trajo de vuelta al mundo.

-   Bien. Bien. Gracias. El camión no vino ¿cierto?

-   Un derrumbe montaña arriba los detuvo. Mañana será otro día.

¿Quieres llamar a tu casa y explicarles tu demora?

-   Sí, por favor.

Él sacó el celular de su camisa, marcó el número grabado y se lo entregó. No se inmutó ni un momento parecía absortó en la conversación que su huésped mantenía con Marcos. Fue breve y hasta puntual para evitar creerse una abusiva e hizo un gran esfuerzo por evadir la oferta de su padrino Mauricio Arcadipane de irla a buscar en su propia camioneta, además no sabía en qué parte de los andes se encontraba así que continuaba a la merced de Linker.

-   Mi padrino quiere venir a buscarme- Espetó entregándole el

móvil con el tacto distante y presuroso para evitarse las peligrosas sensaciones electrizantes de aquel poste humano. Deseó escuchar un claro: “sí, por supuesto, te daré la dirección” pero…

-   No es necesario, hazle saber que estas bien y que tan pronto

llegues a Mérida te embarcas rumbo a Caracas. A propósito no te he escuchado hablar con tus padres, solo con esos dos señores. ¿Te fugaste de casa o qué?- Su subconsciente se mofaba de su ingenuidad.  “¡qué boba,  creyendo en pajaritos preñados! ¡Sí claro, ya te iba a dar la dirección!”

Lorena no sabía ahora,  si mentir o decirle la verdad. Había algo en él que aún no descifraba. No parecía un villano, pero tampoco un ángel, así que no se sentía libre de platicar de su vida desprovista de familia. Aunque se lo había comentado a su nana, estaba segura que ella no le había contado nada a él, todavía. ¡Bueno pues, en algún momento se va a enterar! Levantó el rostro para decir lo que tanto le costaba.

-   No tengo padres.

Otra mueca más sensual invadió su rostro. De repente se mostró indiferente. Eso no era ninguna novedad para él. Tampoco los tuvo y nunca fue obstáculo en su vida. Se reacomodó en su sitió dejando caer los brazos sobre sus muslos que reposaban sobre la colcha – entonces, estás completamente sola- se escuchó analítico y frío más que erótico.

-   No. Tengo más familia de la que se imagina.

-   ¿y novio? ¿pareja? ¿esposo? ¿Prometido?

Su voz sonaba tan graciosa, muy distante de ser sensual, que no pudo evitar reírse.

-   ¿Y se puede saber por qué desea saberlo?

-   Curiosidad.

-   Soy casada- espetó con seriedad y mirada esquiva.

-   Vaya, que buena noticia. Entonces podemos hablar

maduramente de nuestras experiencias bajo las sábanas y así diezmar la tensión  del encierro.

-   ¿qué… qué quiere decir? ¿de qué experiencias habla?- su voz

se escuchaba pausada y baja.

Él se puso de pie y se echó a reír con tal ímpetu que la desconcentró. Lorena no sabía cómo levantarse sin exhibir su desnudez. Su rostro se ruborizó cuando él dio media vuelta y se sentó de bruces en su cama, sobre la colcha y sus piernas, que se recogieron espantadas por su presencia.

-   No tienes ojos de mentirosa, ¿por qué dices que eres casada?

Apuesto que ni siquiera tienes novio.  Mírate. Ve al baño y mírate en un espejo.    ¡Te has vuelto como un tomate! Ah, pero también sé que no puedes salir de la cama porque tus pantalones están en la lavadora y no querrás ir desnuda por ahí ¿cierto? No sería apropiado- Ella los buscó con la mirada sobre el espaldar de la silla, pero ninguno de los dos estaban donde los había dejado, la silla estaba con él y los pantalones  desaparecidos. La bata de Doña Verónica guindaba de un perchero en la pared. Sus ojos burlones  la intimidaban de una forma única.

-   Eso no es cierto y considero que mi vida no es de su

incumbencia, señor Bruno.

-   Te equivocas Lorena Blasco Veragua, porque todo lo

que está dentro de mis linderos, me incumbe y en cierta forma hasta me pertenece.

-   ¿qué le pasa? ¿se volvió loco o qué? Esta mañana usted fue

muy amable conmigo y ahora parece… detestarme.  Si le molesta mi presencia disculpe, pero sabe muy bien que solo estoy aquí porque  no tuve opción.

-   ¿por qué me dijiste que eres casada?

-   ¿qué quiere que le diga? Qué mis padres están muertos y que

de paso soy soltera para ser presa fácil de un completo desconocido.

-    Para ser una mujer tan analítica y metódica deberías retener

más tus palabras, pero eso era lo que quería que admitieras. Que me temes.

-   ¿qué?

-   Sí. Que desconfías de mí-

-   ¿es usted una especie de pervertido o algo así?

-   No, Lorena.  Te volviste a equivocar. Vamos hacer algo

para que lo pasemos bien los dos- ella le lanzó una mirada demoniaca. Sus ojos parecían dos esferas desorbitadas que poco a poco retomaron su forma original al darse cuenta de qué no era lo que pensaba- Háblame un poco de ti y yo… hablaré de mí.

-   Por su puesto ¿y a qué jugaremos a la botellita, pico y fondo? 

¿o al Gato y al ratón?

-   Saco mi bandera blanca. ¿Le parece? Sin ironías Lorena- la

tuteó-  Pero lo único que Lorena quería que sacará era su atractivo cuerpo de su vista.

-   Si doña Verónica lo dejo cuidándome, no se preocupe. Puede

irse. Estoy de lo mejor, además mi intención no es crearle molestia.

-   Lo siento señorita “necia”, pero  nana Verónica le ha tomado

tanto estima que si la dejo sola un segundo no dejara de sermonearme el resto del día… a ver, recapitulando. Si no eres casada debes tener algún novio o… amante, ¿cierto?- Su voz parecía un susurro de seducción a sus pies. Sus brazos se apoyaban en la cama mientras su cuerpo intentaba serpentear sobre la colcha rosada abrumando a Lorena quien se encogía de brazos y piernas en la cabecera de la cama. Debió percibir su extrema intimidación porque levantó la mirada al igual que su cuerpo para ponerse de pie. Su pantalón de vestir negro lo hacía ver diferente al rústico hacendado. Lucía elegante a pesar de lo simple de la camisa, pero su pantalón ponía en evidencia sus protuberancias masculinas entre las piernas, eso la inquietaba y no terminaba de entender por qué. No era la primera vez que veía esas formas bajo el atuendo de un hombre porque durante algunos años frecuentó gimnasios unisex de la capital y ese era el panorama del día a día, así que no comprendía porque ese hombre la intimidaba tanto. Su mejor amiga solía preocuparse de forma exagerada por ella y especialmente por su apagada vida de mujer. Lamentablemente – según su amiga- su padre, alertado por los peligros del mundo exterior, dio por cerradas las extenuantes idas y venidas al gimnasio al  “expresar y cumplir” con su intención de instalar su propio gimnasio en casa. Con eso habría que enterrar por completo la posibilidad de activar la vida sexual de su amiga y esto la hizo entrar en Shock. Sabrina  a pesar de ser una mujer liberal no era promiscua extrema. Era fiel a su pareja “mientras existiera la relación “y al parecer disfrutaba al máximo de ella y como buena amiga deseaba que Lorena también disfrutará de lo que según, Dios les había dado con tanta benevolencia. Solía ilusionar a su amiga  con las maravillas de la anatomía masculina, pero todo intento era infructuoso. Sencillamente a Lorena no le interesaba perder el tiempo en los brazos de un hombre. Por supuesto no tenía nada que ver con otras tendencias sexuales. No estaba en sus planes. Simple como eso.

-   Me gustan las mujeres casadas porque su experiencia es el

portal  al paraíso-. Su voz sonaba como un susurro erótico.

-   En mi caso me reservo el derecho de admisión, señor Bruno-

Enfatizó al verlo ponerse de pie y merodear la cama con los brazos  dentro de los bolsillos laterales de su pantalón de vestir. Levantó una ceja con rasgos de sorpresa ante lo que escuchaba. Sus ojos brillaban y de nuevo no supo reconocer el verdadero color de sus pupilas. Negro intenso. Color miel. Variaba al igual que su brillo. “¡Dónde están mis pantalones!” – Pensó molesta consigo misma al quedarse dormida. Él dio algunos pasos hasta la ventana. Pausado y con las manos aún dentro de los bolsillos. Se detuvo mirándola por el rabillo del ojo.

-   Me gusta tu respuesta. Muy Firme y profunda. Denota

control…¿Siempre eres tan controladora? – Se volvió sobre si mismo apoyándose sobre la mesa junto a la ventana. Sus glúteos reposaron sobre ella mientras la miraba de brazos cruzados-. Nunca conocí a una mujer tan planificada, exigente y rígida con su propia vida.

-   Siempre hay una primera vez señor Bruno.

-   Cierto, señorita siempre hay una primera vez. Esta es la mía ¿y

la suya? cuándo y acerca de qué será. Siento curiosidad

-   La mía ya la he tenido con usted. Es la primera vez que me voy

con un desconocido. Y créame, me arrepiento.

-   También eres una desconocida para mí.

-   Sí, pero no estoy armada y no creo que represente un peligro

para alguien.

-   Eso no se ha determinado aún. En cuanto a mi arma, la

necesito para el campo. No es mi intención intimidarla. Disculpe si lo he hecho- Expresó en baja voz, como si lo sintiera de verdad-. Retomando el tema de los novios, las parejas y los esposos, ¿quieres  decir que no tienes novio?

-   No. No es eso. Lo que pasa es que no sabría cómo llamarle a

mi relación. Es una especie de matrimonio no constituido y un noviazgo en términos mayores- mintió con alevosía

-   Simple:  lo interpreto como que tienes un concubino o una

relación con un amigo con derechos- Su mirada seria la carcomía mientras disfrazaba su desencanto chasqueando su perfecta dentadura. La escuchaba y no podía creer que esa mujer de mirada dulce y angelical perteneciera a otro cuerpo. A otro hombre. Su rostro sin lentes era aún más tierno. Esperaba que refutará sus palabras pero Lorena no lo hizo, por el contrario se reacomodó entre la colcha y el cobertor con la barbilla en alto- retadora- cómo quien se enorgullece de cierta posición o actitud. Por una extraña razón la deseó aún más. Su miembro viril lo delató. Empuñó sus manos dentro de los bolsillos y quiso meterse entre sus sábanas, pero una voz interna lo hizo meditar, después de todo, nunca había tomado a una chica que no diera el primer paso y no pensaba cambiar su forma de actuar.

-   Sí, es así. Marcos y yo somos más que un par de amigos. Lo

extraño mucho. Por esa razón deseo regresar pronto.

-   Así será Lorena. Regresará pronto... ¿y cuánto tiempo tienes

conociéndolo?

-   Toda la vida.

-   ¿toda la vida?- perplejo- Suena aburridor.

-   Sí , toda la vida, lo que pasa es que nos criamos juntos y no es

nada aburridor.

-   Pero ¿y cómo pareja cuanto tiempo llevan?

-   Seis años.

-   ¿Seis años? ¿y se han sido fieles? ¿de qué planeta es ése

hombre? ¿y tú?- Inquirió aprisa al descubrir su afirmación.

-   Es fácil cuando se respeta al otro, cuando se ama y se siente

cariño, cuando se comprende el dolor ajeno y se es fiel en cuerpo y mente.

-   ¡por favor! ¿qué  ridiculez es esa? Desde que la tierra es tierra la

fidelidad no existe. ¿Y el amor ? Eso es basura.  El hombre es tan puto como la mujer.

-   …No tolero a los hombres que ven a la mujer como un objeto

sexual- Murmuró cabizbaja-… Lamentó lo que le ha pasado señor Bruno. Doña Verónica me contó de su divorcio. Lo siento. Pero por sus vivencias no debería juzgar al resto de las personas, ni debería expresarse como lo ha hecho. De verdad siento mucho su fracaso.

-   ¿Lo sientes? ¿estás bromeando? Deberías felicitarme.

Divorciarme fue lo mejor que me ha pasado en toda la vida. Vivir con esa mujer fue un castigo por todas mis… infidelidades.

Lorena sonrió cabizbaja como queriendo decirle: “Lo ve, es esa la razón de su fracaso”  pero calló. Era obvio que aquel arrogante adonis estaba admitiendo parte de sus errores aunque de una forma inconsciente.

Avergonzado de haber doblegado a las intenciones de esa mujer recuperó parte de su orgullo y de su tono seductor.

-   Entonces, gozas de mucha experiencia- Murmuró al momento

en que frotaba su barbilla- seis años es mucho tiempo.

-   Por supuesto- Afirmó sin percibir el trasfondo de sus palabras

sugerentes. Levantó la ceja al escucharla mientras evaluaba su actitud. Sus manos entretejiendo sus propios dedos y los latidos de su corazón a mil por minuto. Sus labios temblorosos, sus poros abiertos emanando en silencio exquisitas feromonas que lo enloquecían. ¿Qué esperaba para hacerla suya? ¿su escáner no procesaba?  ¿Habría olvidado sus técnicas de seducción? ¿o está mujer era tan diferente que confundía sus sentidos? Podría jurar que esa mujer lo estaba deseando desde el primer momento en que se vieron en el cafetín de apartaderos. También estaba convencido de que esa Lorena Blasco Veragua era una perfecta mentirosa. ¿Experimentada? “No lo creo”- “Quizá se lo haga creer, pero sus ojos la delatan. Mi experiencia me indica que esa mujer es más pura que el agua de manantial”- Se decía así mismo mientras la escuchaba absortó en la belleza de sus ojos. De repente sacó del bolsillo sus lentes con la montura ajustada. Los exhibió en lo alto mientras se acercaba a ella. Se sentó en la cama ante su perplejidad. De repente percibió en ella su rigidez. Estaba tensa y se petrificó cuando Bruno abrió las gafas y las acomodó en su tabique nasal. Las ajusto con un tacto cariñoso y sutil, desconocido, hasta para él mismo. Ambos pudieron sentir un cosquilleo bajo la piel. ¿Qué me está pasando? – Pensó Bruno y al parpadear continuó mirándola. Ahora los dos en un silencio sepulcral. Su corazón se detuvo, él pudo sentirlo y de nuevo deseo tomarla entre sus brazos, aferrarse a ella, a esa silueta grácil que sin exuberantes curvas lo estaba enloqueciendo.

-   Te ves hermosa con o sin lentes- murmuró-  Ese Marcos es un

afortunado…- carraspeó-  Los arreglé un poco. Aún sirven luego de la caída- su mano derecha estaba acariciando sus mejillas mientras Lorena permanecía inmutable. De repente él volvió en sí. Si no lo hacía la intimidad de esa mujer corría peligro. Se puso de pie rozando su mentón. Se torno evasivo- Verónica llevó tu pantalón a casa de la esposa de Tomás, mi capataz y creo que van a ajustar uno de los míos a tus medidas. Si no te importa.

-   Lorena movió su cabeza en gesto de aceptación, pero no sabía

si denotaba alguna especie de  agradecimiento o de insulto frustrado por su osada cercanía.  Bruno no pudo descifrarlo y sus palabras quedaron atascadas entre sus labios por la presencia de la señora Verónica. Su figura rellena distaba de la obesidad, sus formas bien definidas, su piel clara repleta de arrugas matizadas en suaves pliegues no le restaba belleza propia de su edad. Se oyó su voz sonora de un entusiasmo contagioso mucho antes de cruzar el umbral de la puerta. Traía un pantalón de Bruno, azul jeans, tal como le comentó lo habían ajustado a su talla con unos cuantos cortes y remiendos.

Parecía orgullosa de lo excelente costurera que resulto ser la esposa de Tomás.  Una señora joven de treinta y cinco años nacida y criada en las cercanías de la hacienda.

-   Vamos, hijita, a vestirse. Este Pantalón quedó como de

Tienda, “de exclusiva confección”- sonrieron mientras revisaban la excelente costura. Bruno se detuvo frente a la ventana contemplando algo en la distancia, se esforzó un poco porque la humedad la mantenía empañada. Quizá observaba a los peones trabajar junto a la caballeriza o quizá evitaba mirar como la huésped cubría su desnudez. Momento después escuchó que la señora Verónica ayudaba a poner de pie a Lorena, así que giró despacio sobre sí mismo y se acercó a ellas. La vio cojear un poco, pero sólo fue mientras apoyaba talones y estiraba las piernas. No consideraba estar lesionada. Pensó que ese par estaba exagerando y de nuevo recordó la película americana “Misery” y se preguntó: ¿quién de ellos dos iba a ser Annie Wilkes? Se asustó. Pero mucho más cuando se vio en brazos de aquel hombre, quien la había tomado de la cintura para cargarla.

Boquiabierta, se tambaleaba entre su piel mientras la señora Verónica la incitaba a calmarse y dejarse ayudar. Las escaleras eran inadecuadas para descender en esas condiciones, así que ambos anfitriones coincidieron en que era lo mejor.

-   Ve bajando Bruno con Lorena- Anunció la señora con tono

dulce e imperativo a la vez-  todo está listo en la sala, ponla cómoda mientras ajusto un poco esta habitación.

Lorena quiso desaparecerse. Deseo poder esfumarse de aquellos brazos. Su piel masculina quemaba e incitaba a la vez a ser tocada. Bruno descendía con parsimonia. Inhalaba el aroma de su cabellera tan cerca de él. Resignada a  sus brazos se dejó llevar por ellos reclinando su barbilla sobre el pecho de su protector. Era la primera vez que un hombre, con excepción de su padre, la cargaba entre sus brazos. Se sintió bien a pesar de que su corazón parecía querer salir del pecho y que su pulso temblaba. Era una sensación nueva. El grosor de sus bíceps, de sus antebrazos y manos, hablaban por sí solos. Fuerte, atractivo, irresistible. ¡Demasiado tóxico para ella! ¡Demasiado embriagador!  Su mirada de facciones rígidas colindando con lo serio parecía ceder a la liberación de la tensión.  Sus labios simétricos,  del tamaño perfecto en su boca, rodeada por una suave capa de vellos que amenazaba con cubrir su tez casi siempre bien afeitada. Era la primera vez desde que subió en su camioneta que lo percibía y eso le hacía aún más seductor. Los pliegues apenas perceptibles de sus labios brindaban una aparente suavidad, no lucían resecos, deshidratados como los suyos y eso le avergonzaba, además el color sonrosado la estaba volviendo loca.

Pensaba en lo maravilloso que sería rozarlos con sus propias manos cuando él encrespó la esquina de sus seductores labios hacia arriba en una sonrisa. Sus ojos por fin visiblemente negros brillaron. Ese rostro quedaría grabado en su mente para siempre.

-   ¿lo ve señorita aspereza, que es fácil dejarse ayudar?

-   Gracias, aunque no lo creo necesario.

-   Yo sí.

-   Usted no debería estar solo sr Bruno. Las mujeres no se han

visto en  sus ojos.

-   ¿ y tú sí?

-   A veces usted me confunde, pero creo que en el fondo

es una buena persona.

Bruno no supo que contestar. Calló mientras pensaba en sus palabras. ¿ buena persona? ¡Buena persona!- Gritó en su interior-  ¿Y qué cree esa mujer?, ¿piensa que idolatrándome me hará desistir de mi deseo de hacerla mía? ¡Jamás!

Parpadeó al poner ambos pies en el primer piso,  la alfombra estilo persa del pasillo lo recibió. Pronto estaba reposando frente a la chimenea sobre unos cuantos cojines en la alfombra y la cerámica desnuda en los costados de la habitación.

La señora se esmeró en ponerla cómoda. Había media docena de cobertores sobre el mueble distantes de la mesa. Él se fue a la cocina a buscar su suculenta taza de chocolate caliente.

Volvió a rememorar la película americana “Misery” y pensó de nuevo en lo cruel que podría ser al juzgar mal a una señora tan noble y a un hombre como Bruno Linker.

Parpadeó y sacudió su cabellera de ondas ahora más pronunciadas. Debía sacarse esas absurdas ideas de la cabeza. Los leños de la chimenea la ayudarían a captar su atención. Su color pardo desapareciendo poco a poco al paso de las lenguas ardientes de la hoguera. Uno a uno cediendo a los deseos del fuego adquiriendo el carmín de las venas hasta convertirse solo en carbón. Lorena meditabunda,  esperaba no convertirse ella misma, en leño.

La tarde se había marchado y la noche tocaba a  las puertas.

Afuera la lluvia empezó a caer. Iba a ser una noche muy fría.

 

CAPÍTULO 5

Bruno Linker después de ir en busca de su taza de chocolate no regresó. Realmente en una finca había más trabajo del imaginado, especialmente, en época de lluvia. Ambas mujeres no hicieron otra cosa que conversar y conversar, fue así como supo el nombre de la ex esposa de Bruno y algunos detalles pocos dignos de su profesión, la señora Verónica se repitió un par de veces su deseo porque su hijo putativo pudiera hallar una mujer como Lorena para formar un hogar. Por un  momento sintió tristeza por él y por ella misma, al no encajar en el prototipo de mujer que él buscaba. Ambos eran muy diferentes aunque en sus vidas compartiesen vivencias semejantes.   No era un hombre de una sola mujer así que eso lo alejaba de su ideal de hombre, es decir de su anhelado y onírico príncipe,  además hombres como él solo aspiran a llevarse a la mujer a cama y no precisamente como mucama. Son incapaces de brindar cariño o abrazar cuando más se necesita ser abrazado, son mudos y ciegos ante las sensaciones del cuerpo y del alma, si es que tienen alma. Lorena estaba convencida de que cada ser humano nacía con otro ser y solo podía encajar con esa única persona, así que si se entregaban a cuerpos equivocados, el empalme se desgastaba y en cada falsa entrega dejaría su alma, además de sus fluidos. No deseaba que eso ocurriera con ella. Esperaba que cuando su cuerpo decidiera doblegarse a las pasiones lo hiciera por amor y con la persona indicada. Necesitaba saberse amada y convencida de que esa sería su otra mitad, necesaria para empalmar. Debía ser el engranaje perfecto. Lorena se preocupó, porque su cuerpo replicaba lo que su mente decía.

Fabiola y Yoraima, una de las criadas, prepararon la cena antes de irse a dormir. Ellas descansaron frente a la chimenea. La señora en un amplio mueble y Lorena en los cómodos cojines sobre la alfombra. Afuera un torrencial aguacero acechaba los campos.

Bruno Linker no llegaba aún y por primera vez desde su llegada pudo ver inquietud en la mirada de la señora Verónica, como si presintiera algún peligro. De repente cambió el semblante para no transmitir su preocupación y le ofreció acceso al despacho de la casa en donde podría encontrar libros de temas muy variados para pasar el rato. Se emocionó. Leer era su manera de liberar el estrés del día aunque su amiga Sabrina la viera como un bicho raro. Como sus lesiones estaba muy reciente no insistió en que su huésped se levantará, así que ella misma buscó un par de novelas románticas que según sabía, de tantas conversaciones entre ellas, eran de su preferencia. Se las recomendó porque las había leído un par de veces cada una de ellas. Con gusto las aceptó y las empezó a leer hasta que el sueño se apoderó de ella.

La señora Verónica también se quedo dormida sobre la mecedora y con su cesta de bordados sobre las piernas. Estaba exhausta. A su edad es fácil ser presa del agotamiento, sin embargo, la presencia de su hijo putativo la hizo despertar. Perezosa estiró los brazos hasta ponerse de pie.

-   ¿qué pasa Bruno? Te veo tenso.

-   Sí nana. No te puedo engañar. Estoy preocupado.

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