Abyss

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14 – Velas

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Arriba, en la Deepcore, comprendieron de inmediato. Toda la información que llegaba al monitor de Hippy quedó muerta.

—¡No, no, no! —dijo éste, golpeando la máquina, haciendo girar diales—. ¡Oh, vamos, despierta!

—El Pequeño Tonto acaba de ceder a la presión —dijo Una Noche.

Estaba todo oscuro. Absolutamente oscuro. Bud no podía ver el risco, todo lo que podía ver era el débil resplandor del teclado en su muñeca. La pared del cañón era irregular. Podía golpear contra algo. Estaba yendo demasiado aprisa. Tenía que ver.

Una bengala de magnesio. Tenía una en algún lugar. Aquí. ¿Cómo se enciende? Ah, así…

Le cegó, surgir de aquel modo de la oscuridad. Ahí estaba la pared, pero no podía verla muy bien. Demasiado brillante. Se soltó del Pequeño Tonto…, el VOCR era inútil ahora. Estaba en caída libre como un paracaidista antes de abrir el paracaídas, medio ciego, descontrolado.

Su pie golpeó un saliente. Rebotó de la pared, dio una voltereta hacia abajo, golpeó de nuevo y rodó a lo largo del risco. El Pequeño Tonto rodaba con él, muerto pero ahora peligroso. Pero no podía controlarse, no podía tender una mano y sujetarlo, no podía decir cuál lado era arriba y cuál abajo, debía estar cayendo pero, mientras rodaba una y otra vez, los destellos de roca se alternaban con falsas visiones, luces, voces en su cabeza, ni siquiera podía decir en qué dirección estaba yendo. Se aferró a la bengala e intentó controlarse, intentó recordar dónde estaba y qué estaba haciendo allí.

—Todavía puede conseguirlo —dijo Monk. De todos modos, el Pequeño Tonto no hacía otra cosa más que llevarle directamente hacia abajo. Si permanecía alerta, Brigman todavía podía descubrir al Gran Tonto y la ojiva de combate. Pero sólo si permanecía alerta. Y eso era cosa de Lindsey, si querían conservar aún alguna esperanza. La miró, hizo un gesto hacia el micrófono.

Ella comprendió. Ella también se daba cuenta de que no necesitaba tener a Monk animándola, que debía saber cuándo hablar, saber cuándo llenar los oídos de Bud con su voz. Pero no sabía cómo o cuándo hacerlo. Nunca lo había intentado; todo el trabajo de su vida había sido evitar esta intimidad pública. Así que necesitaba que Monk la animara, y se sentía agradecida por ello, y le alegraba que él fuera lo bastante gentil como para no mostrar que la despreciaba por no saber cómo hacerlo por sí misma. Ella siempre había intentado saber cómo hacer todas las cosas por sí misma.

—Sé lo solo que te sientes. Solo en medio de toda esa fría oscuridad. Pero yo estoy aquí en la oscuridad contigo, Bud. No estás solo.

Bud oyó una voz brotar claramente de entre todas las demás. Una voz que no sonaba como un recuerdo de una época en la que tenía doce o veinte o nueve años de edad. La voz de Lindsey.

—¿Recuerdas aquella vez?, no, estabas bastante borracho, es probable que no la recuerdes. Pero se apagaron las luces de aquel pequeño apartamento que teníamos en Orange Street, y nos quedamos contemplando una pequeña vela, y yo dije algo realmente estúpido como que aquella vela era yo, como todos nosotros ahí fuera solos en la oscuridad de esta vida.

Bud vio una vela danzar en el viento del aliento de ella. Vio sus furiosos ojos detrás de ella, desafiándole a negarlo, desafiándole a no hacerlo.

La voz siguió:

—Y tú simplemente encendiste otra vela y la pusiste al lado de la mía, y dijiste: No. Mira, ésa soy yo, ésa soy yo. Y nos quedamos contemplando las dos velas, y entonces…, bueno, si recuerdas algo de eso, estoy seguro que recordarás lo que ocurrió a continuación. —Pero en lo que ella estaba pensando no era en hacer el amor. Estaba pensando en los papeles del divorcio. Estaba pensando en cómo había hecho un cuidadoso e intelectual cálculo de sus relaciones, cómo había llegado a la conclusión de que no eran buenas para ninguno de los dos. ¿Qué importaba cuando era siempre confortable o fácil o agradable o divertido? Sólo el hecho de que se tenían el uno al otro, eso era bueno, eso era tan precioso y raro, y sin embargo ella había decidido terminarlo, romperlo definitivamente. Intentó recordar por qué. Porque ella no lo necesitaba a él, por eso. Se bastaba completamente a sí misma, era completa en sí misma. Sólo que eso era una mentira, era una mentira desde el principio y ella lo sabía, había rellenado aquellos papeles porque tenía tanto miedo de necesitarlo a él, porque no creía, realmente no creía, que él fuera a estar siempre allí. Tenía miedo de que algún día ella lo buscara y él hubiera desaparecido. Sólo que ella sabía ahora, y hubiera debido saberlo antes, que Virgil Brigman no se estaba echando atrás, no estaba cambiando de opinión. Cuando dijo: Esa vela soy yo, quería decir para siempre. Él no era el padre de ella; ella no era la madre de él. No tenía que ser así, dos personas vacías viviendo juntas en una casa vacía. Podía permitirse pertenecer a él porque él ya se había entregado, completamente, para siempre, a ella. No iba a abandonarle. No habría divorcio. Si él volvía de esto, sería para siempre. Ella había madurado lo suficiente, al fin, durante aquellas horas al borde de la muerte.

—Bud —dijo—, hay dos velas en la oscuridad. Estoy contigo. Siempre estaré contigo, Bud, te lo prometo.

El resplandor empezó a disminuir. La luz se hizo más tenue. Un simple punto moviéndose risco abajo. Pero vio aquella sola luz, la miró fijamente. Le habló con la voz de Lindsey. Estaba seguro de eso…, la voz de Lindsey, y ella le estaba diciendo que siempre estaría con él. Era un sueño. Había soñado con aquello antes. Sólo que la voz parecía surgir del pequeño auricular junto a su oído. Vio la luz de nuevo, y recordó lo que era. Una bengala de magnesio. Estaba descendiendo por la pared de un cañón, buscando al Gran Tonto y una ojiva de combate nuclear. Y Lindsey iba a permanecer siempre con él. Eso era lo real. Eso era con lo que podía contar.

Lindsey estaba emocionalmente agotada, pero aún temblaba de miedo. Bud no respondía. Ella sabía que deseaba estar con él para siempre, y él quizá ni siquiera la hubiera oído, quizá ya estuviera muerto sin haber llegado a oír aquello de sus labios.

Barbo se adelantó y retiró suavemente el micrófono de entre sus manos, y apoyó un brazo amistoso y reconfortante en sus hombros.

—¿Cómo vamos, socio? ¿Sigues con nosotros? —Tenía que conseguir que contestara—. Vamos, háblanos, muchacho.

Barbo era un buen hombre, Lindsey lo sabía, pero era trabajo de ella hablar con Bud, era su voz la que él quería escuchar. Así que volvió a tomar el micrófono, intentó mantener el miedo fuera de su voz. Era más fácil con el brazo de Barbo rodeando su hombro. No estaba entre desconocidos aquí. La habían oído decir cosas que nunca se había atrevido a decir ni siquiera en la cama a solas con Bud…, cosas que nunca se había atrevido a decirse ni siquiera a sí misma. Y, sin embargo, no por mostrarse emocionalmente desnuda ante ellos su opinión de ella había descendido. El amistoso abrazo de Barbo le dijo que quizás aún la quisieran más por eso. Así que fue capaz de hablar de nuevo.

—¿Bud? Háblame, Bud. ¿Cómo vas, colgando ahí abajo? Tienes que hablarme Bud. ¡Necesito saber si estás bien!

SIENTO MEJOR HAY LUZ AHÍ ABAJO

—¿Qué tipo de luz? —Lindsey se volvió hacia Monk—. ¿De qué está hablando? No hay ninguna luz ahí abajo.

LUZPORTODASPARTES HRMOSO

—Está sufriendo una terrible alucinación —dijo Monk.

Pero no sufría ninguna alucinación. Se estaba moviendo en un nimbo de luz alrededor y encima de la ciudad de los constructores. Todavía estaba demasiado debajo de él como para poder ver formas o detalles. Pero era enorme, y después de tanta oscuridad era un alivio ver luz de nuevo, colores, moviéndose en una danza que no comprendía, pero que sin embargo tenía sentido para él. Sabía que tenían que ser ellos, los INTs. Sabía que estaba viendo su hogar.

La luz de su bengala era apagadamente reflejada por la pared del risco, excepto ahora que se reflejaba también, de una forma mucho más brillante, en otro punto más abajo. El Gran Tonto. Como el Pequeño Tonto, también había implosionado, sus luces estaban apagadas, pero el metal brillaba aún lo suficiente como para reflejarse como un pequeño faro.

Bud empezó a rozar deliberadamente contra la pared, intentando frenar su descenso. Se aferró a ella con las manos, y cada contacto, cada fricción, se llevaba consigo un poco más de su velocidad. Consiguió detenerse en el mismo reborde donde yacía el Gran Tonto. Estaba allí. Bajo él, la pared del cañón ya no era vertical. Formaba una pendiente hacia fuera, hacia la ciudad de luz. Estaba cerca del fondo de la fosa Caimán.

Y su mente estaba un poco más clara ahora, más clara de lo que lo había estado últimamente por algún tiempo. Las alucinaciones habían desaparecido. Todavía estaba algo groggy, sus manos eran torpes, pero sólo veía cosas que sabía que eran reales. Seguían acercándose y alejándose, yendo de un lado para otro, pero estaban realmente allí. Quizás era porque ya no estaba descendiendo, no tenía que ajustarse constantemente a los nuevos incrementos de presión. Quizá su cuerpo se estaba adaptando.

Buscó el teclado en su muñeca.

ESTOY EN EL TONTO

Monk agarró el micrófono.

—De acuerdo, Bud, ahora vamos a ir paso a paso. Retire el alojamiento del detonador desatornillándolo en sentido contrario a las manecillas del reloj.

La bengala de Bud se apagó. Era la última. La desechó y extrajo una varilla de cialumen, la partió. Proporcionó una débil luz verde amarillenta, ni punto de comparación con la bengala, pero era suficiente. Halló el alojamiento en la base del cono, donde había visto trabajar a los SEALs en la videocinta que Hippy tomó a través de la ventana de la sala de mantenimiento. Las manos de Bud eran torpes y estaban rígidas, pero le obedecían. Dejó caer el alojamiento; colgó de dos cables. Aquellos dos cables eran muy importantes, Bud lo recordaba bien.

DESATORNILLADA

—Estupendo —dijo Monk—. De acuerdo, Bud, ahora tiene que cortar el hilo neutro, no el activo. Es el hilo azul con las franjas blancas, no, repito, no, el hilo negro con las bandas amarillas.

VOY A CORTAR

Los dos hilos parecían grandes como tubos de desagüe, pero a kilómetros de distancia, muy lejos, allá abajo junto a sus manos, que eran muy muy pequeñas. El problema con aquellos hilos era que a la luz verdeamarillenta del cialumen parecían exactamente idénticos. El blanco era tan amarillo como el amarillo, el azul tan negro como el negro. Dos hilos gemelos idénticos, y cortar uno salvaría la ciudad de los INTs, mientras que cortar el otro la destruiría. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo iba a elegir?

Uno de los cables le pareció el correcto. No particularmente azul y blanco; no había ninguna diferencia visual. Simplemente sabía que era éste. La cuestión era: ¿podía confiar en su propia intuición?

No, no era ésa la cuestión. La cuestión era: ¿Tenía alguna otra cosa en la que pudiera confiar?

Allá arriba en la Deepcore, todo el mundo se inmovilizó. Aguardando.

—¿Podremos ver el estallido? —preguntó Lindsey.

—¿A través de cinco kilómetros de agua? —dijo Monk—. No lo sé.

Bud cortó.

SIGO AHÍ

Rieron, vitorearon.

Barbo los devolvió a la realidad.

—¡Tranquilos, tranquilos! Ahorremos aire, maldita sea.

Monk estaba hablando de nuevo con Bud.

—Bud, deme una lectura de su indicador de oxígeno líquido.

QUEDAN 10 MINUTOS

Hippy sabía lo que significaba aquello.

—Necesitó treinta minutos para bajar hasta ahí…

Lindsey pareció volverse un poco loca.

—¿Qué? ¿Sólo diez minutos? —¿Cómo podía volver? Con la gravedad trabajando en contra suya, y sin ningún VOCR que tirara de él. No importaba. Tenía que volver…, ella deseaba que volviera—. Deja caer todos tus pesos y empieza a subir ahora mismo, ¿me oyes? ¿Bud? Bud, puede que tu indicador esté mal. Deja caer tus pesos y empieza a volver ahora mismo.

—¡No! No, no me digas que no.

CREO QUE ME QUEDARÉ UN POCO

—¡Vas a volver inmediatamente, ¿me oyes?! Deja caer tus pesos, puedes respirar lentamente, ¡maldita sea, Bud! —Tenía que intentar volver. Por ella…, de la misma forma que ella había vuelto por él.

Él la oyó. Comprendió. Comprendió que su voz era el sonido más dulce de todo el mundo, y supo que no le causaría más dolor si podía impedirlo, pero no había ninguna forma de que pudiera subir. Estaba exhausto. Todo había terminado. ¿Por qué debía agotar su aire luchando por subir a través del mar? ¿Por qué debía morir en medio del miedo y la frustración, cuando podía quedarse allí y contemplar una vista como ningún ser humano había visto nunca antes… o vería nunca, probablemente?

ES HERMOSO AQUÍ

Lindsey no aceptó aquello. Le gritó, le censuró.

—Tú me arrastraste a ese pozo sin fondo, ahora vuelve aquí.

Pero tú no comprendes, Lins. No puedo hacerlo. No puedes pedirme que lo haga, porque simplemente no puedo.

Ella sabía aquello. También sabía que no era justo, no era correcto. Su voz perdió su severidad, se quebró.

—No me dejes aquí. —Y, finalmente, una plegaria—: Dios, Virgil, por favor.

Él no podía dejarla así. No sin una palabra.

NO LLORES MUCHACHA

SABÍAS QUE ESTO ERA

UN BILLETE DE DIRECCIÓN ÚNICA

PERO SABÍAS TAMBIÉN

QUE TENÍA QUE IR

Ella lloró, sin embargo.

TE QUIERO ESPOSA

Lindsey sabía que era su última palabra para ella. Sabía que significaba que él comprendía. Que ella era su esposa, auténticamente ahora, como nunca lo había sido antes. Sólo le quedaba a ella una cosa por decir, y no fue hasta que las palabras cruzaron sus labios que se dio cuenta de que nunca antes había sabido lo que significaban, nunca las había sentido fluir a través de ella como si fueran sangre del modo que las sentía ahora.

—Te quiero.

No hubo respuesta.

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