Sex

Sex


Cama nueva

Página 12 de 38

CAMA NUEVA

Sábado por la mañana. Paloma tiene que ir a Ikea a comprar una cama nueva porque la suya está ya que se cae y, además, no le sirve. No le sirve para descansar porque el somier se dobla como un acordeón y… no le sirve con Laura. Y ya se ha hecho a la idea de que tendrá que gastar dinero, porque a Paloma no le basta con comprar un somier y poner un colchón encima, ella necesita una cama que tenga un buen cabecero con barrotes o barras para poder atar, si se tercia, a quien corresponda. No siempre puede hacerlo, no siempre quiere hacerlo, depende de la mujer en cuestión; pero nada resulta peor que encontrarse con una mujer a la que le gusta, como Laura, y no tener dónde hacerlo. Durante mucho tiempo pensó que, mejor que gastarse tanto dinero en un cabecero con barrotes, que son carísimos, habría que poner simplemente dos ganchos en la pared que pudiera usar cuando fueran necesarios y taparlos con un cuadro o cualquier otra cosa cuando no hicieran falta. Pero ahora encuentra cutre lo de los ganchos, le parece que dan a su dormitorio aspecto de decorado de película porno. Tampoco le gusta atar a nadie al somier: una vez lo hizo y le pareció deprimente tener a aquella mujer atada como si estuviera en la cruz. Fue algo horrible. Para comodidad de ambas, y para que le resulte erótico, tiene que atarlas con los brazos hacia arriba; esa es la manera de hacerlo.

Se lanza a Ikea en medio de una multitud que, al parecer, siente la imperiosa necesidad de cambiar de muebles el mismo día. Paloma recorre la tienda con cansancio y mucho aburrimiento y, al llegar por fin a la zona de dormitorios, se fija en unos cuantos, tratando de imaginar esas camas puestas en su habitación. La que busca no debe desentonar demasiado con el resto del dormitorio, bastante clásico. Por fin se decide por una con un cabecero de metal que parece antiguo: es bonita y le parece perfecta para lo que necesita. Porque no sólo necesita atar, de vez en cuando, a sus amantes, también necesita dormir, estar lo suficientemente cómoda para leer, para llevarse una bandeja y comer… a Paloma le gusta hacer muchas cosas en la cama.

Y después follar… no siempre necesita el cabecero, por supuesto, eso es para ocasiones especiales. Su amigo Marcos se la imagina siempre atando a sus parejas y dándolas con un látigo y por eso se ríe de ella, pero nada más lejos de la manera de funcionar de Paloma que, en realidad, como ella dice de sí misma, es «polifuncional» y se adapta más a sus parejas que sus parejas a ella. Quien crea, como Marcos, que le gusta hacer siempre lo mismo, está muy equivocado, porque cada mujer es diferente y cada mujer pide una cosa distinta en la cama. Si hay algo que a Paloma le guste del sexo es la variedad, saber adaptarse a sus amantes y jugar a adivinar sus debilidades, sus gustos. Paloma es, en el sexo, como en la vida, perfeccionista al máximo. Se sorprende de que Marcos le diga que él siempre folla de la misma manera, porque ella siempre lo hace de forma diferente. Hay mujeres que, desde que las besa, ya sabe que están pidiendo ternura y ella es lo que da; hay mujeres que piden suavidad y también la da, hay mujeres que lo dejan todo en sus manos y entonces ella es perfectamente capaz de coger la batuta; y, por último, hay mujeres que piden fuerza y Paloma también sabe dar fuerza. Lo que Paloma no hace nunca en la cama es abandonarse. En la cama manda ella, eso es así, igual que en la vida ella manda también sobre trescientos empleados; es cuestión de carácter. Atar a una mujer sólo le parece excitante si a su pareja le gusta tanto como a ella, si se lo pide, si lo desea. Y al pensar en esto, no puede dejar de pensar en Laura, que vuelve de viaje la semana próxima y a la que no ha podido dejar de imaginar atada a la cama desde entonces. Al pensar en ella, un estremecimiento le nace allí donde nace el placer y se le extiende por el cuerpo llenándola de aire caliente.

Hace tres semanas conoció a Laura en una discoteca y se gustaron nada más verse. Ella estaba apoyada en la barra hablando con la camarera y estaba claro que estaba sola. A Paloma le gustó su aspecto desde el principio, parecía una chica fuerte, con un poco de pluma y poco femenina, y enseguida pensó en dominarla. Paloma lleva meses sola después de haber vivido en pareja durante más de diez años más o menos monógamos por su parte. La ruptura le ha dolido, le ha hecho daño, ha pasado unos meses muy malos y había jurado que no volvería a enredarse con una pareja estable. Esas cosas que se piensan siempre cuando se rompe y en las que todas volvemos a caer en cuanto la vida nos da la oportunidad.

Laura y ella comenzaron a hablar en la medida que se puede hablar cuando la música está a ese volumen; bailaron un poco, pero la verdad es que Paloma buscaba otra cosa en cuanto sintió su cuerpo cerca y supuso que ella también, porque Laura enseguida quiso dejar de bailar. Se sentaron en unos bancos al fondo del local y comenzaron a besarse y a acariciarse la parte de la piel que la ropa dejaba libre. Así estuvieron un buen rato, comiéndose la boca, mordiéndose en el cuello y metiéndose las manos bajo las camisetas en busca de sus respectivos pezones erectos; sintiendo cómo sus bragas se empapaban, al menos las de Paloma. Enseguida, ella no aguantó más, se subió sobre el muslo de Laura y, mientras continuaban besándose y Laura la agarraba por las caderas, Paloma consiguió correrse allí mismo y en silencio. Nadie se dio cuenta, sólo Laura, que notó el gemido ahogado que Paloma exhaló antes de caer sobre su cuello. Después, al rato, salieron y, por algún motivo, nadie habló de ir a ninguna casa. Paloma no lo dijo porque quería descansar, ya que al día siguiente tenía trabajo, y no sabe por qué Laura tampoco dijo nada; a lo mejor intuyó que Paloma prefería irse sola. Salieron de la discoteca de la mano, se besaron en la calle, se intercambiaron los teléfonos y después se fueron a su casa.

Despertó pensando en ella. Al día siguiente tuvo que dar un cursillo a cien empleados venidos de todas partes y apenas pudo concentrarse en lo que hacía. Pasó el día pensando en ella de manera agobiante y más bien tórrida. A veces, en medio de sus explicaciones, se quedaba con la mirada fija en algún punto del infinito, pensando en ese momento en el que cogió los dos brazos de Laura y se los levantó sobre su cabeza para sujetárselos hacia atrás mientras la besaba. Y le gustó, porque Laura se resistió ligeramente, como si le costara verse sometida a la pasividad que le pedía, pero finalmente cedió y fue cuando se subió encima de ella. En eso estuvo pensando todo el día. Lo cierto es que sólo podía imaginar a Laura desnuda atada a su cama, pidiendo que la follara de una vez, y ella retrasándolo, y mordiendo, chupando, lamiendo, todo menos eso que Laura desearía que ella tocara. Laura le gustaba, su boca le gustaba. Paloma nunca puede estar segura de si una mujer le gusta o no hasta que no prueba su boca. Hay mujeres que le gustaban mucho hasta que las besó y dejaron de gustarle porque no le gustó su beso. Y no se refiere a que fuera desagradable, sino a que no le gustó por la razón que fuera y que no todo el mundo compartiría. Hay besos que no le gustan porque parecen dados con poco interés, hay besos que no le gustan porque no son besos en los que se ponga todo el cuerpo, todo el deseo. Hay besos que son mero trámite, que son sólo un preludio apresurado de lo que se pretende que venga después. Paloma puede juzgar por un beso la manera en la que follará esa persona y casi nunca falla. Le gustó el beso de Laura: rebelde, pero finalmente entregado. Así que, después de un día entero de trabajo, por fin la llamó al móvil, contraviniendo su regla de no llamar tan pronto. Laura estaba fuera de Madrid y volvía en una semana. Hablaron de tonterías y al final Laura le dijo:

—Me alegro que me hayas llamado, me alegro mucho.

Así que quedaron que en cuanto volviera se verían.

Y ya está a punto de volver y ese ha sido uno de los motivos por los que Paloma ha dedicado esta mañana a comprar una cama. Así se le pasa rápidamente la tarde, en espera de mañana, montando una cama y hablando con su amigo Marcos, a quien confiesa, sin poder evitarlo:

—Estoy montando una cama para atar a Laura.

Y ambos se ríen, pero ella se ríe con el deseo sonando ya en sus tripas. Por la noche, su teléfono se ilumina con un mensaje, es Laura: «Mañana estaré ahí. Yo también te deseo».

Al día siguiente, a media tarde, suena al timbre de la puerta: es Laura. El corazón de Paloma late de deseo como hacía tiempo no latía. Entra y, sin saludarse siquiera, comienzan a besarse. Enseguida Paloma la coge de la mano, se la lleva al dormitorio y la tiende en la cama. Se echa encima de ella, sujetándola entre sus piernas y, mientras la besa, la muerde en el cuello y en los labios; le muerde también el lóbulo de la oreja, y mientras Laura gime de placer. Con sus manos en las caderas de Paloma, esta va desnudándola lentamente. Besa cada trozo de piel que va dejando al descubierto y juega a meter su lengua por debajo del sujetador y a bajárselo con los dientes, mientras que sus manos agarran los brazos de Laura por encima de su cabeza. Cuando ya está desnuda, sujeta sus brazos con uno de los suyos y con la otra mano toca por primera vez su clítoris, sólo una pequeña caricia que, sin embargo, hace que Laura se estremezca. Finalmente, mientras sigue sujetando sus muñecas con una mano, busca con la otra en el cajón de la mesilla y saca las esposas que compró hace tiempo en una tienda de juguetes sexuales. Paloma pasa las esposas por detrás de un barrote del cabecero y después mete en ellas las delgadas muñecas de Laura, que se deja atar con tranquilidad. Ahora sí está completamente inmovilizada, y Paloma tiene libres sus dos manos para acariciarla. Coge su cara, le abre la boca apretando sus carrillos, mete su lengua y bucea con ella. Le lame la cara, los ojos, los labios, la mete en su oído; después le besa y le muerde los hombros. Con una mano busca y juega con los pezones sin llegar a cogerlos, pasando tan sólo la mano por encima, pero con la otra baja hasta el coño y le mete dos dedos en la vagina. Laura se retuerce y levanta el cuerpo todo lo que le permiten los brazos inmovilizados.

Paloma se levanta y se desnuda. Disfruta viendo a Laura inmovilizada de esa manera, disfruta tanto que está tentada de marcharse y dejarla así un buen rato, pero no se atreve; al fin y al cabo, es la primera vez y piensa que no hay que tensar demasiado la cuerda, y nunca mejor dicho. Así que vuelve a su cuerpo, con ganas ya: también ella está empapada. Se sienta sobre su vientre para frotarse y dejar ahí su humedad. Se frota hasta que el vientre de Laura está empapado de su flujo, pero lo cierto es que ella misma se ha excitado tanto al frotarse que está a punto de correrse, pero no quiere que esto ocurra. Se tiende sobre Laura, que busca algo que besar, algo de la piel de Paloma sobre la que poder posar su lengua. Paloma le da a veces su boca, a veces sus dedos, a veces un pezón, que Laura succiona desesperadamente, y comienza a acariciar el clítoris de Laura lentamente y parando de vez en cuando mientras que ella se retuerce y le pide que siga. Paloma ha decidido que ella va a correrse antes, porque si lo retrasa mucho es posible que luego le cueste, que se conoce. Los pezones de Laura están enormes, erectos, crecidos y engordados; Paloma pone ahí su boca, succionando, mordiendo, lamiendo y acariciando con la lengua, provocando en Laura distintos sonidos mientras se sube sobre su muslo y se frota fuertemente moviéndose con sus caderas. Cuando llega el orgasmo, succiona de tal manera el pezón que tiene en la boca que Laura chilla de dolor y entonces se aparta del muslo y se deja caer entera sobre el coño, golpeándose más que frotándose, haciendo que también Laura esté a punto de correrse, mientras busca la postura en la que pueda frotarse. El orgasmo llega para Paloma potente y esplendoroso, convulsionando todo su cuerpo hasta que por fin se deja caer sobre una Laura que gime y que no ha llegado aún. Tratando de recuperar su respiración normal, vuelve ahora al pezón de Laura, más suavemente; lo levanta con la lengua y la masturba fácilmente con la mano derecha. Laura no tarda nada en correrse, ya estaba casi a punto, y lo hace moviendo todo el cuerpo y tirando de las esposas e incorporándose a medias.

Ahora las dos descansan una encima de la otra. Paloma acaricia el cuerpo de Laura, desde el cuello hasta los muslos. Y, poco a poco, siente que el deseo vuelve a crecer y por la respiración de Laura supone que en ella también. Pero ahora le suelta los brazos porque quiere sentir sus manos y su abrazo.

Ir a la siguiente página

Report Page