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Tres en la cama (o dos)

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TRES EN LA CAMA (O DOS)

Yo aseguro y certifico que la pareja abierta es un infierno. Cuánto mejor es el engaño de toda la vida. Supongo que Lucía me habrá sido infiel alguna vez en alguno de sus viajes de trabajo, pero yo no he notado nada ni nadie ha llamado a casa preguntando por ella, ni nunca la he visto más pendiente del teléfono que de mí. Y en cuanto a mí, también me he acostado con otras alguna vez, pero siempre con mucho cuidado, sabiendo, además, que la mejor manera de que Lucía no se enterara era no aprenderme siquiera los nombres de mis amantes, y mucho menos pedirles el teléfono. Era algo no hablado, quizá sobreentendido, ni siquiera pensado. La pareja, mejor cerrada o con apariencia de cerrada. Pero la abrimos y vimos que no funcionaba; más que disfrutar sufríamos y por eso, tras un plazo de dos meses, decidimos volver a nuestra vida de siempre pero… ¡Ah! Ya no era lo mismo. La verdad es que habíamos mordido la manzana de la tentación, por lo menos yo, y le había cogido algo de gusto al asunto. Además, estoy en plena crisis de los cuarenta y llevo con ella desde los veinticinco. Antes de la crisis no había ligado nada, o por lo menos no me acuerdo, y ahora, con los años, me ha dado por pensar que lo que no haga ahora ya no podré hacerlo nunca. Son los malos rollos de la edad y a ella le pasa lo mismo.

Lo que pasa es que Lucía y yo llevamos quince años juntas y cualquiera sabe que eso no hay vida sexual que lo aguante. Y no es que no haya sexo entre nosotras, no, que sí que hay y además no está mal; y no es tampoco que no nos queramos, que nos queremos mucho y tenemos toda la intención de envejecer juntas. Es que, desde hace un tiempo, deseamos tener sexo con otras, de una manera que empezaba a dañar a nuestra relación, cosa que ninguna de las dos quería que ocurriera. Entonces hablamos muy civilizadamente y pensamos en darnos un respiro, en convertirnos en una pareja abierta, aunque sólo fuera para probar durante un tiempo limitado, un par de meses, por ejemplo, para ver qué pasaba. Todas nuestras amigas nos miraron como diciendo «estas pobres, no saben dónde se meten». Y claro, ellas tenían razón: no lo sabíamos. Fue un infierno. No hace falta que dé muchas explicaciones: cualquier lesbiana que lo haya intentado sabrá de lo que hablo.

La cosa es como sigue: aquella que liga la primera piensa que la cosa va bien y se pone muy contenta, mientras que la que no liga al mismo tiempo siente que se muere de celos. Después, la que no ha ligado, se lanza a ligar como una loca sólo por no quedarse atrás y entonces liga con varias de forma muy seguida —a veces incluso sin tener ganas—; entonces es la otra la que empieza a preocuparse. Y después ya ninguna de las dos puede estar tranquila un momento en casa, porque sólo puedes pensar que tu mujer está con otra, ni puedes hablar con nadie por teléfono, porque tu mujer se pone de un humor de perros; y desde luego se acabó salir con las amigas de toda la vida, con las que antes salías tranquilamente de cañas y con las que incluso te emborrachabas de vez en cuando. Antes, cuando eso ocurría, y yo volvía a casa con un pedo de órdago, lo único que Lucía me decía era: «Anda cariño, acuéstate que vaya pedo llevas». Luego estaban sus viajes de trabajo, que antes me venían tan bien para estar tranquila y desconectar de todo. Pues desde que nos convertimos en pareja abierta, se acabó la paz durante sus viajes; y se acabó también el presupuesto, porque comencé a llamarla a cualquier hora del día o de la noche para ver si descubría algo sospechoso por la voz —por si estaba con alguien— y un par de veces incluso me presenté en su hotel con el consiguiente enfado por su parte. Por eso decidimos volver a nuestra vida de siempre.

Pero una tarde en la que andaba yo dando vueltas a estas cosas se me ocurrió una idea y se la propuse a Lucía: en lugar de salir por ahí para buscar a otra pareja, ¿por qué no metíamos a una tercera en nuestra cama? Solo de vez en cuando, cuando nos apeteciera. Lucía, todo hay que decirlo, no se lo tomó bien; se enfadó mucho, puso el grito en el cielo pero, a decir verdad, fue pasajero. Después de pensarlo toda una tarde, empezó a parecerle mejor, y al rato ya estaba pensando en las cuestiones prácticas a las que ella es mucho más aficionada que yo. ¿Dónde, quién, cómo? Esos pequeños detalles. Nuestras amigas, esas agonías, nos dijeron que eso tampoco funciona, porque en los tríos siempre hay una que se queda fuera, pero Lucía, muy lista, muy práctica y muy organizada, como es ella, les dijo que eso ocurre cuando no se prepara bien, que hay que pactar previamente a qué va a dedicarse cada una.

—Al menos dos tienen que ponerse de acuerdo —dijo, como si fuera una experta en tríos, y continuó—: Nosotras dos, como somos las que nos conocemos, nos pondremos de acuerdo antes de ligar con ella.

Yo no estaba muy segura de que esa fuera la estrategia correcta pero, como por una parte, no tenía ni idea de cómo funcionan los tríos y como, por la otra, Lucía siempre lleva en todo la voz cantante, dejé que fuera ella quien lo organizara y nos repartimos el cuerpo de la aún desconocida, antes siquiera de haberla conocido. No hubo problema en eso, cada una tiene sus preferencias sexuales y sus gustos bien diferenciados. Una amiga nos recordó entonces que tendríamos un problema con el físico de la susodicha —el caso era amargarnos—. Y parecía cierto porque, para que una chica me erotice a mí, tiene que tener pluma, y para que erotice a Lucía, nada de pluma.

—Bueno, habrá un término medio —dije yo—, tampoco seremos muy estrictas.

Cuando decidimos ponernos manos a la obra descubrimos que no era tan difícil como podría pensarse. La cosa consiste en sacudirse la pereza de pareja y salir a ligar como hacíamos cuando estábamos solas. Hay que ir a una discoteca y, a la segunda o la tercera vez, ya le habíamos cogido el truco. El truco es que parezca que estás sola. Ligar es muy fácil, pero ligar en pareja tiene su enjundia. El asunto es poner a la otra tan cachonda que, cuando le digas que hay una tercera, le parezca bien. Así que vas a la disco, bebes, bailas, miras, te miran, te dejas mirar, sonríes y terminas comiendo la boca a alguien que te gusta lo suficiente y que supones que le gusta a tu pareja. Para eso, antes de empezar con el trámite, la has mirado desde el fondo de la barra y ella te ha levantado las cejas diciendo que sí, o directamente que no, con la cabeza. Y después, o lo hace Lucía, o lo hago yo. Si decidimos que es del gusto de las dos, pues se hace lo dicho: la besas, te ríes un poco a lo tonto, bebes y ella bebe también, y cuando ya has besado y tocado y te parece que la otra no va a decir a nada que no, se lo sueltas. Puedes soltárselo a bocajarro, lo que suele asustar un poco, o decírselo de manera un poco más sofisticada como, por ejemplo: «¿Y si hiciéramos algo especial?» «Especial, ¿como qué?» es lo que va a decir ella —eso es lo que dijeron las tres primeras—. Entonces se lo sueltas. La cuarta que me ligué dijo que sí; prefiero no acordarme de lo que dijeron las otras tres.

Y bueno, lo hicimos y fue bien. Hay que aprender a hacer tríos, lo digo por si alguna de las que leen esto tiene esa tentación. No es mala idea, pero hay que aprender, como a todo. Al principio, ella parecía la loncha de jamón de un bocadillo y era como si Lucía y yo quisiéramos comérnosla a mordiscos. Todo era tenerla a la pobre allí, desnuda, y lamerla, comerla, morderla, besarla, y chuparla por todas partes hasta que se incorporó y dijo algo así como: «¡Basta!» Entonces ya nos tranquilizamos y procuramos ir más despacio. Hubo besos a tres… es divertido y excitante tanta lengua, hubo caricias tranquilas y besos tranquilos allí dónde a cada una le gusta besar y ser besada. Me puse muy caliente mientras sentía los besos de la extraña por mi cuerpo, pero cuando abrí los ojos y vi que Lucía le estaba comiendo el coño, entonces me puse aún más caliente y pensé que eso era lo más excitante que había visto, pues cuando me lo hacía a mí yo no la veía, claro. Así que lo dejé todo, me tumbé cerca de ella, la miré muy de cerca y, lo que es aún más extraño, la quise mucho. No sólo la deseé más que nunca, sino que, además, la quise. Me gustaba el sonido de su lengua y me gustaba escuchar la respiración de la de arriba. Cuando ella comenzó a gemir, subí para ver su cara, la besé y le acaricié los labios con mi lengua mientras se corría. Pero cuando acabaron, Lucía tenía ganas de seguir, la otra también y yo me di cuenta entonces de que lo que más me había gustado era ver a mi chica haciéndoselo a otra. Así que ellas volvieron a empezar una vez que yo convencí a Lucía de que verdaderamente yo estaba bien; en realidad, estaba más que bien. Lo estaba pasando mejor que nunca.

La chica se quedó contenta, Lucía también y yo más. Así que desde entonces quedamos a veces y yo, sobre todo, miro. A veces toco un poco, le meto un dedo en la boca para que me lo chupe mientras se corre, o le chupo un pezón, o acaricio y dirijo la cabeza de Lucía, a quien le gusta mucho comer el coño, nunca he entendido por qué. Lo pasamos bien las tres juntas y lo pasamos mucho mejor que antes las dos solas. Nos seguimos queriendo lo mismo y tenemos las mismas ganas que antes de estar juntas. Nuestras amigas están amarillas de envidia. Por cierto, la chica se llama Silvia.

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