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Infidelidades

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INFIDELIDADES

Nos conocimos hace años, muchos años, y nos gustamos. Ambas estamos casadas y ambas hemos decidido no poner en riesgo nuestras respectivas parejas. Al fin y al cabo, todas las historias se acaban pareciendo y no merece la pena, en mi opinión, cambiar de vida para pasar de una a otra, a no ser que la que se viva sea insoportable. Pero quiero a mi marido, me gusta mi vida con él y también me gusta Carolina y el sexo con ella. Con Carolina comparto algo más que sexo, algo que ella me da y que me dura mucho tiempo; me sirve para masturbarme, para vivir, para sentir cuando estoy con mi marido o en medio de una mañana de trabajo. Es un equipaje que ella me da para tener una ilusión extra por la vida.

Fue en el campo. Nuestros maridos son compañeros de trabajo y habíamos quedado para comer en su chalet de la sierra, porque Jorge quería presentarnos a su nueva novia, Carolina. Carolina es de madre guineana y padre español. Es mulata y muy guapa; nada más verla envidié a Jorge. Además es muy simpática y se ríe mucho, con una risa abierta que alegra la vida. Nos entendimos bien y conectamos enseguida así que, después del primer día, comenzamos a quedar para salir y nuestros maridos, claro, encantados de que fuéramos amigas. Pronto empecé a pensar en ella sexualmente y a todas horas. No fue una sorpresa que la deseara, porque me gustan los hombres y las mujeres y tengo relaciones con ambos. Pero Carolina parecía una heterosexual sin fisuras y siempre hablaba de hombres. Por mi parte, comencé a introducir temas de contenido sexual en nuestras conversaciones. Como ya teníamos cierta intimidad a veces hablábamos de nuestra infancia, de nuestra juventud, de nuestras primeras experiencias, y fue entonces cuando le conté que mi primera experiencia sexual había sido con una compañera de colegio y que habíamos estado juntas tres años más o menos. Carolina se sorprendió mucho y dijo que siempre había sentido curiosidad por las mujeres. Poco a poco me di cuenta de que era ella la que sacaba el tema más a menudo, como sin querer darle importancia. Me decía, por ejemplo, que ella había tenido una amiga lesbiana y que había sentido cierta atracción hacia ella, pero que nunca se había atrevido a decir nada. Hacía constantemente ese tipo de comentarios y para entonces yo ya estaba segura de que acabaríamos en la cama, pero no quería arriesgarme porque me asustaba un poco su reacción posterior. La veía un poco perdida, bastante frágil y vulnerable. No quería hacerle daño, no quería que se colgara de mí y que comenzara a llamarme a casa hasta que Manuel acabara por enterarse; tampoco quería que se sintiera mal y nuestra amistad se rompiera, porque la apreciaba de verdad y me gustaba su compañía y nuestras interminables conversaciones por teléfono. Pensé mucho en todas las posibilidades pero, al mismo tiempo, no podía dejar de desearla, cada vez con más intensidad. Hasta que llegué a la conclusión de que tenía que intentarlo, porque si no lo hacía tampoco podría seguir viéndola. Por entonces ya me resultaba imposible salir con ella únicamente como amiga.

Aproveché un día en que Jorge y Manuel se fueron de viaje, algo bastante frecuente, para llamarla y decirle que se viniera a dormir a casa, porque no me gustaba estar sola. Vino más o menos a la hora de cenar. Yo había preparado una buena cena y un buen vino y bebí un poco más de la cuenta para darme valor, pues no estaba muy segura de lo que iba a hacer, ni tampoco de su respuesta. Lo cierto es que ambas bebimos mucho. Hablamos, nos reímos y por fin nos fuimos al dormitorio. En mi casa sólo hay una cama de matrimonio. Carolina comenzó a desnudarse y al quitarse la ropa apareció con un sujetador negro de seda y unas bragas negras a juego. Estaba sexy, preciosa y deseable. Y se lo dije.

—Estás preciosa.

Entonces, la tímida Carolina me dijo:

—¿Te gusto? Pues demuéstramelo. Tú eres la experta.

No me sentía muy experta en ese momento, pero me acerqué a ella, acaricié la seda del sujetador y levemente los pezones por encima de la tela hasta que crecieron lo suficiente. Estuve así bastante rato mientras nos mirábamos. Me gustaba que ella nunca lo hubiera hecho con una mujer, porque percibía claramente cómo la excitaban aquellas caricias leves en sus pezones.

Los hombres no suelen hacer estas cosas, pues suelen ser muy aburridos en la cama. Después, metí la mano bajo la tela y le saqué las tetas sin quitarle el sujetador. Primero una y después la otra. Ahora era a mí a quien resultaba muy excitante verlas así, apretadas contra el sujetador de seda, disparadas hacia el cielo. Le metí la mano por debajo de la braga para sacarla, ya muy mojada. Nunca me había pasado, pero de pronto me di cuenta de que estaba excitada por una braga y un sujetador, excitada por la ropa interior. Normalmente, con las chicas con las que me había acostado, la ropa interior había desaparecido enseguida; más bien había sido arrancada con prisas. Así que le dije:

—No te muevas, no te quites nada —y la tendí en la cama, con las tetas comprimidas por la fuerza del sujetador. Yo sí me desnudé a toda velocidad y me tumbé encima. Ella, simplemente, echó hacia atrás sus brazos y se agarró al cabecero de la cama; fue como si estuviera poniendo todo su cuerpo a mi disposición. Eso me puso muy cachonda.

Se dejó besar, y acariciar, y lamer, y chupar, sin quitarse la ropa interior, a veces con las tetas por fuera, a veces por dentro, según me apetecía. Le olí el coño por encima de la braga negra y me llegó su olor, un olor inconfundible que después impregna toda la habitación y las sábanas cuando una amante se va. Le acaricié muy lentamente los bordes de la braga por el interior de los muslos, con la lengua y con los dedos, acercando mis dedos a su clítoris pero sin llegar a tocarlo. Cogí la parte de atrás de las bragas y se la metí en la raja mientras apretaba la tela con el dedo, presionando hasta introducírsela incluso por el culo.

Me gustaba mucho el contraste entre nuestras dos pieles. Entre su piel negra y la mía, entre su coño inmensamente poblado, que asomaba por los lados de la braga y, el mío, afeitado con la forma del bikini que me pongo en verano. Metí mi boca entre esos pelos, olí y metí mi lengua bajo las bragas, hasta que por fin se las quité. Ya tenía ganas de tocarle ese botón que tenemos entre las piernas y que nos conduce directamente al mismo cielo cuando lo manejamos bien. Le puse la mano en lo alto del pubis y la fui bajando hasta llegar al clítoris, empapado ya. Tumbada sobre ella, con la boca jugando con su teta y su pezón y mi mano manejando por abajo, Carolina tuvo su primer orgasmo con una mujer. Gritó tanto que tuve que poner mi boca encima de la suya. Lo hicimos otra vez esa noche y otra vez por la mañana antes de que se fuera. Todo fue bien. Nos vemos mucho y follamos poco. Nos vemos mucho para que el deseo crezca y se mantenga, follamos poco para no liarnos la vida y para que el deseo no se acabe. Es un buen acuerdo que nos satisface a las dos.

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