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De una en una

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DE UNA EN UNA

Desde que Berta y Beatriz, o Beatriz y Berta llegaron a la empresa, Susana está muy ocupada pensando en ellas y eso es divertido. No es que haya hecho de eso un mundo. Sigue con su vida y liga y folla lo que puede, pero anda entretenida pensando en ellas cuando tiene un rato libre. A veces se imagina con Berta y a veces con Beatriz. A veces se imagina con las dos. Las ve todos los días al pasar por delante de su mesa y las saluda. Para Susana, los días laborables simplemente son más agradables desde que ellas dos han llegado.

Beatriz y Berta, Berta y Beatriz trabajan en la planta segunda como becarias. Son amigas y están terminando derecho. Están haciendo prácticas en la empresa. Son parecidas físicamente y tienen dos nombres que empiezan por B. Son jóvenes, simpáticas, guapas, despreocupadas, alegres. Todo eso que son las chicas de veinte años. Se sientan una enfrente de la otra y todo el mundo les gasta bromas al pasar. Susana las ve al entrar, dice «Buenos días» y se va a su despacho. Susana es la jefa y por eso piensa que más vale que no bromee con las becarias, pero le gustan mucho las dos, tanto Beatriz como Berta. Le sería difícil decir cuál de ellas le gusta más. Quizá Berta, porque lleva gafas, y a Susana le gustan las chicas con gafas, pues encuentra que es erótico el gesto de quitarle las gafas a una chica: es como comenzar a desnudarla. Es excitante; cuando le quitas a una chica las gafas es que vas a empezar a besarla. Esa es Berta. Pero Beatriz tiene el pelo largo y lo lleva en una trenza, y cuando le quitas a una chica la goma del pelo, se lo sueltas y se lo desordenas con la mano para que le quede bien suelto, también es excitante. Eso es que vas a empezar a besarla; y esa es Beatriz.

El sábado pasado Susana salió por el ambiente y vio a Berta de lejos con otras chicas en uno de los locales en los que ella misma recaló con unas amigas; entonces cayó en la cuenta de que Berta es inequívocamente lesbiana. Tenía que haberse dado cuenta antes: siempre ha presumido de que reconoce a una lesbiana en cuento la ve. A Susana le ha fallado el olfato con Berta, pero ahora que lo sabe le parece bastante evidente. No habla de chicos, no vienen chicos a buscarla y le sonríe de esa manera. En la empresa todos saben que Susana es lesbiana, así que ahora la sonrisa de Berta tiene un significado especial. Después piensa que, si Berta es lesbiana, Beatriz seguro que también lo es, porque siempre andan juntas, y si una lesbiana es íntima amiga de otra mujer y las dos se ríen, es que esa otra también es lesbiana. Son lesbianas pero no son pareja, porque eso sí que se nota o, al menos, eso es lo que piensa Susana.

Llama a Berta a su despacho.

—El sábado te vi de lejos, en Chueca.

A ver qué dice.

—Sí, voy mucho por el ambiente.

La cosa va bien, piensa Susana.

—¿Eres lesbiana?

De repente, Susana se asusta un poco; está siendo una irresponsable, pues no ha debido preguntar eso. Una cosa es decirle a una empleada que la has visto en Chueca y otra muy distinta hacer este tipo de preguntas personales. Pero a Berta no parece importarle.

—Claro —dice.

—Ya, yo también.

—Ya lo sé, es vox populi en esta empresa ¿no?

—Sí, sí, ¿y Beatriz?

—Beatriz también.

—¡Cuánta lesbiana en esta empresa! —dice Susana por decir algo.

Beatriz se ríe y se va. Y Susana se pasa la mañana pensando en ella. A veces le da por preguntarse cómo habrá llegado a directora de nada si se pasa el día pensando en el sexo y las mujeres. Aunque parezca increíble hasta ahora nadie se ha dado cuenta de que no hace otra cosa.

Al final del día, Susana llama a Berta de nuevo. Ella hace así las cosas, no las piensa. Después suele arrepentirse de la mitad de ellas, pero de la otra mitad no se arrepiente, así que, en su opinión, las cuentas le salen equilibradas.

—¿Quieres venir conmigo a mi casa al salir del trabajo?

Berta la mira y Susana no es capaz de saber si la ha cogido por sorpresa o no. De todas formas, Berta responde sencillamente:

—Vale.

Pues ya está todo dicho. Cuando llega la hora de la salida, Susana recoge sus cosas y pasa a recoger a Berta. Beatriz las mira divertida cuando salen; es de suponer que Berta le ha contado el plan.

Una vez que todo está claro y ya están en casa de Susana, tampoco hay que dar mucha conversación. Le quita las gafas. ¡Ah… qué gusto! Qué ganas tenía de hacer eso. Sólo quitarle las gafas y Susana ya está muy excitada, le encanta quitar las gafas a las chicas. Le besa los ojos y le pasa la lengua por el párpado, le muerde el cuello hasta que Berta se queja y sabe ya que mañana irá a trabajar con una marca; con varias en realidad, porque Susana sigue mordiendo su cuello, alternando los mordiscos y los besos, subiendo y bajando, mientras Berta acompaña los mordiscos y los besos con sonidos guturales. Luego, entre besos, la lleva a la habitación y se quitan la ropa a toda velocidad. Esto no va a ser un polvo pausado y amoroso. Esto va a ser un polvo rápido. En realidad, aunque parezca lo contrario, Susana piensa de sí misma que no es muy sexual. Le gusta llevarse a las mujeres a la cama, le gusta la excitación que siente, el deseo voraz, le gusta desnudarlas y besarlas y le gusta mucho tener un cuerpo desnudo entre los brazos, le gusta verlo, tocarlo y le gusta el después, pero no le gusta demorarse mucho. Se aburre. En realidad, piensa que echar un polvo es como masturbarse con otra. Al menos para ella; no es de las que se pasa una hora acariciando lentamente. Berta parece ir al grano también. Besos profundos, saliva, lenguas que se enroscan y se buscan, manos al clítoris, máxima excitación. Susana se monta encima de ella y pone sus tetas justo encima de las de Berta; acaricia sus pezones con los suyos, que se ponen tan duros que casi le duelen al rozarse.

Comienza a follar a Berta con el cuerpo; luego sus piernas se enroscan de manera que sus clítoris quedan uno frente al otro, y se empapan uno del otro. Durante un rato se frota, pero después Susana se incorpora y coge el muslo de Berta, que lo dobla para que ahora ella pueda frotarse con más comodidad. Cuando comienza a correrse, Susana se vuelca en su boca, se la llena de saliva, muerde con fuerza su clavícula hasta que se queja de dolor y entonces se deja ir.

—¡Qué placer!, ¡qué gusto! —susurra en su oído.

Cuando Susana ha acabado, Berta puede escoger: su mano, su boca, su muslo, su culo, su espalda… lo que quiera, Susana le dará lo que quiera. Berta se tumba y le coge la mano. Susana piensa que es lo más fácil, lo más cómodo también, así que la masturba hasta que se corre ella también. Luego se quedan un rato tumbadas la una al lado de la otra, respirando, descansando. En breve volverán a empezar y, al final, Susana la masturbará una tercera vez, pensando en el vigor que tienen las jóvenes y que ella perdió hace mucho tiempo. No sabe cuándo dejó de poder correrse tres veces seguidas.

Al día siguiente, Susana la lleva al despacho con un pañuelo prestado en el cuello porque lo tiene morado. Se pasa el día recordando el polvo y sintiendo los latidos de su clítoris con el recuerdo de la noche pasada. A veces se lo aprieta contra la silla y eso le da gusto. Y de nuevo piensa que en esta empresa deben estar locos para nombrarla a ella directora de nada.

Las cosas siguen como siempre hasta que una tarde de la semana siguiente es Beatriz la que entra en su despacho y le pregunta:

—¿A mí no quieres llevarme a tu casa?

Últimamente Susana pensaba mucho en Beatriz y en su espesa trenza negra, así que la respuesta es sencilla:

—Claro que quiero.

Y ahora es Berta la que las mira con ironía cuando ambas se van juntas. El proceso es parecido, sólo que ahora Susana goza desenredando la trenza de Beatriz, quitando su goma, enredando su pelo, pasando sus manos entre el trenzado. Y cogiéndola del pelo la lleva hasta su boca para besarla. Pero las cosas no van a ser ahora tan tranquilas como lo fueron con Berta, porque Beatriz agarra la camisa de Susana desde el cuello y tira de ella hasta arrancársela, rompiendo los botones. Después le baja el sujetador bajo los pechos y le muerde los pezones, mientras mete sus manos en las axilas de su jefa. Beatriz sube la lengua por el cuello de Susana hasta su boca, pero no se deja besar, sino que se la lleva hasta la habitación así, semidesnuda, y caliente ya como una perra en celo. Allí la empuja sobre la cama y se sube sobre ella para llevar su lengua por toda la piel que le queda libre, mientras mete la mano bajo su falda, bajo las bragas, y comienza a toda velocidad a acariciar la punta de su clítoris. Este tampoco va a ser un polvo lento. En dos minutos, Susana está gritando de placer y Beatriz todavía está vestida sobre ella.

Cuando Susana ha acabado de correrse, pero aún no se ha repuesto de la sorpresa que la velocidad y casi ferocidad de Beatriz le ha producido, esta comienza de nuevo a acariciarle el clítoris, dolorido por la acometida anterior, pero mucho más lentamente mientras le dice al oído:

—Te vas a correr otra vez, ¿verdad? Te voy a masturbar hasta que te corras y después me vas a comer el coño hasta que me corra yo. Tú serás la jefa en la oficina, pero aquí la jefa soy yo y ya te diré cómo tienes que comerme el coño, despacito, despacito y durante mucho tiempo, porque yo soy muy lenta.

Mientras le susurra estas palabras al oído, sigue moviendo sus dedos sobre el clítoris de Susana, que está de nuevo crecido y que de nuevo comienza a respirar alteradamente. Al poco, Susana ha tenido su segundo orgasmo y, sin tiempo a recuperarse, Beatriz se ha quitado los pantalones y se ha sentado encima de su cara.

—Come —le dice.

Susana pone las dos manos sobre los muslos de Beatriz para poder controlar su cuerpo y hacer un poco de fuerza sin ahogarse. Su lengua comienza a recorrer lo que tiene encima, todo el espacio que queda sobre su boca, todo el clítoris, el espacio entre los labios y un poco más atrás. Lo hace despacio, metiendo la lengua en los intersticios, pero Beatriz le dice:

—Vete a la punta.

Y Susana busca la punta y ahí comienza a dar pequeños toques, primero despacio y después, según la respiración de Beatriz le indica, cada vez más deprisa. Al mismo tiempo, esta comienza a mover las caderas atrás y adelante sobre la boca, sobre toda la cara de Susana, a la que le es difícil encontrar, con tanto movimiento, la punta del clítoris, pero lo busca, lo toca y lo lame hasta que Beatriz comienza a gemir sobre ella, se levanta y se sienta cada vez más rápido sobre su boca. Finalmente acaba y se tumba a un lado. Susana está tan excitada que aún podría correrse otra vez más. Se lleva la mano al coño y Beatriz le dice:

—¿Quieres más?

Susana contesta:

—Sólo un poco más.

Beatriz entonces, sin moverse, le hace una paja suave y pequeña que le provoca un orgasmo suave y pequeño, pero que hace que por fin se sienta saciada.

Esta noche también duermen juntas y a la mañana siguiente la deja en la oficina, como hiciera con Berta.

A los dos meses, cuando se celebra el consejo de administración, Susana impone que hagan fijas en la empresa tanto a Beatriz como a Berta. Está convencida de que se lo merecen.

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