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Nueva vida

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NUEVA VIDA

Una tarde, después de haber estado viendo una película tumbada en la cama, Teresa baja a la farmacia y compra una caja de supositorios de glicerina. Al subir, Rocío sigue desnuda en la cama, esperando. Se acuesta con ella y se abrazan: han estado follando toda la tarde, pues en los últimos días se pasan horas y horas en la cama. Teresa comienza a acariciar el culo de Rocío y presiona con su dedo el agujero, que se abre y se cierra ante ese contacto. Después pone ahí mismo la lengua y presiona también. Siente con placer su sabor acre y amargo y también el placer de Rocío, que tiembla bajo sus manos. Si abarcara el cuerpo de su amante, la rodeara desde atrás con sus brazos y le acariciara el clítoris en este momento, Rocío se correría rápidamente, pero no es esa la intención de Teresa.

Por el contrario, se aparta y busca en la mesilla la caja de supositorios. Saca uno de su envase y lo calienta entre sus manos para ablandarlo. Rocío sigue con el cuerpo dispuesto. Entonces le acerca el supositorio al culo y lo coloca justo en el centro del agujero; comienza a presionar y el supositorio se desliza hacia dentro mientras Rocío gime y tiembla de placer. Enseguida, Teresa repite la operación con otro. Al supositorio le sigue el dedo y mete la mitad de él. Ahora sí que rodea con su brazo el cuerpo de Rocío y la masturba hasta que grita y su cuerpo se desploma. Teresa se coloca sobre su espalda y así se están hasta que anochece. De tanto en tanto la besa en la nuca y la abraza muy fuerte. Al llegar la noche, se levantan para cenar. Llevan dos semanas sin salir de casa ni casi de la cama.

Se conocieron dos semanas antes y hablaron de cosas banales que ninguna de las dos recuerda a estas alturas. Se intercambiaron los teléfonos sin saber muy bien qué pasaría, pensando que aquello quedaría en una mera amistad; una amistad como tantas. Dos días después, Rocío llamaba a casa de Teresa para comentar algo de una amiga común y quedaron en volverse a llamar. La siguiente llamada fue para quedar a tomar un café y esa misma noche, Teresa besó a Rocío en el bar. Apenas habían hablado ni se conocían, apenas sabían la una de la otra, pero Rocío siempre dice que al ver a Teresa fue como si le atravesara un rayo y después de eso ya nada nunca fue igual.

Para Rocío fue rápido, inexplicable, después de tantos años en los que no esperaba, ni deseaba, cambiar de vida. Estaba contenta con su tranquila vida de pareja. Para Teresa fue más lento, aunque, por el contrario, una vez que lo supo, no le costó hacerse a la idea. Ella sí quería un cambio, se ahogaba en su vida gris, en la que ya no encontraba ilusión para enfrentarse a nada. Recuerda que lo primero que hizo Rocío fue despertar su deseo. En esa noche, y después de tantos años, después de conocer a tantas mujeres, el cuerpo de Rocío la llamó y ya no pudo librarse de esa llamada. Rocío notó su mirada, su atención y su interés, pero regresó a su casa preguntándose si no estaría equivocándose; a su edad no quería ilusionarse inútilmente. Lo que ambas sabían a esas alturas es que el sexo en sus vidas ya no era importante, porque después de tantos años con sus parejas habían terminado por convertir el sexo en algo rutinario, que poco tenía que ver con lo que en su día fueron el deseo y la excitación; más bien estaba relacionado con la ternura, con el afecto, con la necesidad de sentirse cerca. En cualquier momento, a cualquier edad, se puede empezar una nueva vida y se pueden hacer realidad sueños y fantasías. Cuando se encontraron en casa de unas amigas comunes, Teresa llevaba diecisiete años casada y Rocío llevaba quince.

Desde el momento en que se besaron, y sin saber muy bien qué iba a ser de sus vidas, comenzaron a verse engañando a sus respectivas parejas, pero sabiendo también que esa situación no podía durar mucho. En la tercera salida se fueron a un hotel y tuvieron una especie de escarceo sexual, pero no disfrutaron mucho a causa de los nervios, la excitación y el deseo acumulados, que se mezclaban con la urgencia; la culpa que ambas sentían era un poderoso antiafrodisiaco. Para Rocío, Teresa era tan solo su tercera experiencia sexual y de las otras dos casi ni se acordaba. Teresa tenía mucha más experiencia, nunca había sido fiel y antes de su vida en común había habido muchas otras. Su primera experiencia juntas no fue desde luego como para recordarla, pero no le dieron importancia. Sabían que necesitaban tiempo y sentirse libres, así que acordaron decírselo a sus parejas dos días después, en el mismo día. Y comenzó un proceso muy doloroso, como lo son todas las separaciones. Una persona que lo ha sido todo durante tantos años, con la que se ha compartido todo, la mejor amiga, la amante, la compañera, se convierte de pronto en nada. ¿Cómo no sufrir? Es como una pequeña muerte. Conservar la amistad, además, fue imposible, porque sus respectivas parejas se sintieron engañadas. Ninguna lo esperaba después de tantos años y con una vida ya hecha… Hecha de lo que se hacen todas las vidas: de hipotecas, propiedades, recuerdos, fotos, amigas en común, familias en común.

Lo primero que hicieron fue alquilar un piso amueblado y meterse en la cama; ahora, cuando lo recuerdan, tienen la sensación de que se pasaron semanas allí, sin moverse, y realmente así fue. Se metían en la cama por la mañana y en ocasiones veían atardecer, cambiar el color de la luz por la ventana. Entonces les parecía mentira llevar diez horas seguidas en la cama sin sentir que el deseo se agotara. Todo era acariciarse, y besarse, y masturbarse, y chuparse, lamerse, morderse, introducir dedos y lenguas por todos los orificios. Rocío dice ahora, recordando aquellos días, que la sensación que tenía entonces era la de asomarse a un balcón muy alto que le producía mucho vértigo y que nunca sabía lo que vendría a continuación, y que cuando Teresa le decía «Date la vuelta», ella nunca sabía lo que iba a hacerle, porque cada una hizo realidad deseos ocultos y hasta ese momento prohibidos. A Teresa le gustan mucho los culos, pero jamás pudo llevar a cabo esa fantasía con su antigua pareja, para quien el culo era siempre algo sucio, propio del sexo gay. A Teresa le gusta mucho ese agujero, esa flor rosa que se abre y se cierra al tacto como un animal vivo. Le gusta soplarlo, le gusta tocarlo con el dedo y le gusta lamerlo e introducir la lengua mientras pasa su mano por debajo del cuerpo de Rocío y la masturba. Rocío jamás pensó que el culo tuviera nada que ver con el sexo entre mujeres, pero le daba mucho placer estar de espaldas mientras Teresa bajaba su lengua desde la nuca, por toda la espina vertebral, hasta el mismo culo, y su piel se iba erizando al paso de la lengua húmeda.

Teresa y Rocío hicieron juntas todo lo que nunca antes habían hecho, porque sus parejas se habían negado. A veces, en lugar de un supositorio, Teresa le metía un dedo con mucho cuidado, un dedo enfundado en un guante de látex, un dedo que ese agujero voraz se comía como si tuviera hambre y que apretaba como si se lo quisiera quedar dentro. Rocío se daba la vuelta, siempre ignorante de lo que le iba a pasar, deseante de cualquier cosa que Teresa le hiciera, mojada, empapada. Porque Teresa, a pesar de su experiencia, no había conocido a nadie que se mojara tanto como Rocío se mojaba cuando estaba excitada. Tanto, que si en el momento de máxima excitación se ponía de pie, le caía un pequeño chorro de flujo bajo sus pies. A veces, en el máximo de la excitación, Teresa le pedía que se pusiera en cuclillas y veía cómo goteaba su coño, que parecía un grifo mal cerrado; nunca había visto nada así hasta ese momento. Entonces le gustaba pasar su lengua por esas humedades, que no eran sino la marca del deseo, o poner su mano debajo y ver cómo se iba empapando mientras se besaban.

Rocío era la más callada de las dos y no hablaba mucho porque, al fin y al cabo, todo lo que Teresa le hacía le parecía bien y le daba placer. Teresa era más habladora e iba dando instrucciones para que Rocío aprendiera a moverse por su cuerpo y solía decir «Más rápido» o «Cuidado, más despacio» o «Por ahí vas bien». Teresa está convencida de que cada cuerpo de mujer es completamente distinto a los demás y de que hay que aprenderse cada uno de ellos antes de poder disfrutar plenamente; por eso, no le gustaba que Rocío fuera tan callada y tuviera que ir guiándola; le hubiera gustado que fuese más habladora. A Teresa nunca le han gustado las amantes silenciosas. Siempre dice que cada cuerpo necesita sus instrucciones, pero a Rocío le costaba mucho expresar lo que quería; no estaba acostumbrada, pero poco a poco lo fue haciendo, se fue soltando, como se va inclinando una planta hacia la luz que entra de lado. Poco a poco, en todo ese tiempo que pasaron en la cama, Rocío fue aprendiendo a pedir lo que quería y a dar instrucciones.

Un día que se estaban duchando juntas, Rocío cerró el grifo del agua, pegó su cuerpo al de Teresa y le pidió que se hiciera pis. Entonces se agachó frente a ella, le abrió las piernas y puso sus manos debajo, esperando a que el líquido saliera. Teresa se excitó tanto con esa petición que no podía hacer nada. Apenas le salían unas gotas, que se cortaban inmediatamente. Cuando se está muy excitada a veces es difícil mojarse y, por la misma razón, es difícil soltar la vejiga. Finalmente consiguió que saliera un chorro fuerte y potente, todo lo acumulado durante la noche, y Rocío lo recibió con las manos abiertas, dejando que se empapasen. Cuando Teresa acabó, Rocío subió sus manos hacia el clítoris de Teresa para acariciarlo lenta y profundamente, hasta que Teresa gritó de placer. Y ella misma se llevó las manos manchadas a su propio sexo, y las restregó, y se corrió, y le encantó hacerlo. Desde entonces no han sido pocas las veces en las que Teresa hacía pis sobre el cuerpo de Rocío, que lo recibía como un regalo. Recibían todos los fluidos corporales: el pis, el flujo, la sangre de la menstruación, todo lo que viniera del cuerpo era excitante, todo lo que el cuerpo diera era bien recibido y con todo jugaban y gozaban. Y así estuvieron casi sin trabajar, casi sin salir de casa, casi sin hacer ninguna otra cosa durante varios meses.

Después la vida cotidiana se impuso. Tuvieron que volver a sus trabajos, a sus cosas y, poco a poco, el deseo se fue apaciguando y apagando como ocurre siempre. Ahora han pasado ya veinte años y de aquellos meses queda el recuerdo; ahora apenas encuentran tiempo ya para amarse.

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