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Soy una artista

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SOY UNA ARTISTA

Domingo de agosto. Nos mata el calor. No podemos movernos y nos limitamos a ir de la cama al sofá y de este a la cama. Todas las ventanas de la casa están abiertas porque intentamos, en vano, que haya un poco de corriente. El calor impide que tengamos hambre y nos hemos limitado a beber un zumo y a tomar un sándwich. Andamos medio desnudas. Sole lleva una camiseta de tirantes muy floja y un minipantalón. Está tumbada en el sofá y se ha quedado dormida. El sudor le pone la piel brillante y la camiseta se ha estirado, dejándome ver a medias un pezón. A ella el calor la vuelve perezosa en el sexo. A mí el calor me pone cachonda. Nada me gusta más que dos cuerpos sudados sudando aún más por el esfuerzo; me gusta el olor que desprende el cuerpo al sudar y al mezclarse con el olor del sexo, me gusta el sabor salado de la piel… en fin, que me gusta follar en verano. Cuando veo a Sole con el pezón medio fuera y veo cómo su escote se ha llenado de minúsculas gotitas de sudor siento, a pesar de la pereza que me abate en esa hora, una punzada de deseo, que me hace pensar en acercarme mientras ella sigue dormida y lamer ese sudor que se le escurre entre sus dos pequeñas, abarcables, blancas y redondas tetas. Es un deseo aún pequeño, como un pinchazo, como un ligero picor que irá creciendo y que crecerá hasta explotar. Sólo llevamos seis meses juntas y en todo este tiempo no hemos parado de follar.

Ahora hago un poco de ruido para que se despierte. Entreabre un ojo, suelta un gruñido de rabia y dice algo así como «Déjame dormir», pero mis ganas están ya despiertas, calientes, y no van a conformarse tan fácilmente.

—Soy capaz de hacer que te corras sin tocarte el coño —le digo de repente, tratando de llamar un poco su atención y de que se deshaga de la modorra.

—Hace mucho calor. Por dios, ¿es que no piensas en otra cosa? —me dice en broma.

La verdad es que no, no pienso en otra cosa desde que la conozco, así que insisto:

—Te apuesto a que te corres.

Entonces se incorpora un poco y me mira muy seria, pero con una seriedad fingida.

—Si me corro sin que me toques el coño, en todo caso, sería mérito mío, no tuyo.

—Lo que me faltaba por oír. Si consigo que te corras sin tocarte el coño es que soy una artista del sexo. Al fin y al cabo, lo único que tú tienes que hacer es dejarte hacer. Bueno, y concentrarte un poco —admito.

—O no —está pesada—. En todo caso querrá decir que yo soy muy fácil.

—¿Y dónde está el mérito de eso? —y aquí se acaba la conversación. Algo en su actitud me sugiere que puedo intentarlo.

Me acerco al sillón en el que sigue tumbada y me hago un hueco a su lado. Remolonea un poco mientras insiste en eso del calor, que tiene sueño, que está cansada, que no me junte tanto… Pero yo sigo pensando que pocas cosas son tan excitantes como el sudor entre cuerpo y cuerpo. Me resulta de lo más erótico, pero en fin, hay gustos para todo… Algo me dice que se queja por quejarse.

Me inclino sobre ella y empiezo por besarla un poco, muy suavemente, sólo para evitar que me rechace. Esto va a necesitar tiempo. Intento no darle opción a que responda a mi beso, me limito a coger sus labios con los míos y después, muy suavemente, también con mis dientes, a chupárselos, a tirar de ellos a pasar mi lengua por encima; y así estoy un buen rato. Después voy a su oreja y le meto la lengua y hurgo en ella y perfilo su contorno, le muerdo el lóbulo, se lo chupo. A Sole le excita mucho que le metan la lengua en la oreja. Y, aunque se hace la dormida, su respiración ha cambiado de ritmo. Después los ojos, sobre los que paso mi lengua, mientras que meto la mano derecha por debajo de su camiseta y le cojo una teta para comenzar a acariciarle un pezón con un dedo, hasta que crece. Después voy al otro. A estas alturas la respiración de Sole está ya un poco alterada, aunque quiera fingir que sigue durmiendo. Le dejo la camiseta subida a la altura del cuello. Pero mi lengua sigue en su cara, va de la oreja a los ojos, de los ojos al óvalo de la cara y baja por el cuello, que le muerdo un poco, mientras mis manos insisten en los pezones, que están ya enormes, como torres. Mi lengua y mis besos siguen por las clavículas, los hombros descubiertos, el interior de los codos, y por fin sus manos. Sin soltar sus pezones, con mis manos en ellos, mi boca recoge cada uno de los dedos de su mano. Me los meto en la boca, los succiono, los chupo, le beso las palmas y, lamiéndolas, se las acaricio con la lengua. Y vuelvo a las tetas con la boca. Me meto el pezón en la boca para acariciarlo vigorosamente con la lengua, mientras que el otro sigue en mis manos. Sole gime débilmente.

Le desabrocho el short y se lo quito, pero le dejo puestas las bragas. Mi boca comienza el camino de su vientre despacio, muy despacio, hasta su ombligo, en donde se detiene para meter la lengua y llenarlo de saliva. Ahora, recorro el borde de las bragas por su cintura y después por sus muslos hasta llegar a su interior. Sole arquea el cuerpo con un sonido sofocado y se agarra al sillón. Mi mano sigue en sus pezones, acariciando sus tetas; a veces sube también hasta su cara y le toco los labios, le acaricio la boca, vuelvo a bajar, luego subo de nuevo. Por fin me bajo entera hasta sus pies, bajo la lengua por el empeine y la meto entre sus dedos. Succiono con fuerza el dedo gordo, al tiempo que mi mano sube por su pierna para acariciarle el interior de los muslos, donde las bragas ocultan el coño. Estoy un rato chupando los dedos de sus pies y vuelvo a subir muy rápidamente. Le lamo los pezones y ahora mis dedos entran en su boca, acarician sus encías, perfilan con su propia saliva los labios, entran y salen y no se dejan agarrar, aunque ella quiere chuparlos. En realidad le estoy follando la boca. De vez en cuando acerco mi boca, le doy mi lengua, pero enseguida vuelvo a los dedos. Ana se revuelve y junta los muslos con fuerza, yo sigo lamiendo, ella quiere bajar sus manos y tocarse, pero se las sujeto: nada de manos, ni suyas ni mías, ese es el trato.

En un momento, comienza a abrir y cerrar los muslos rápidamente, pone su cuerpo de lado para hacer más fuerza, mis dedos siguen en su boca y mi boca succiona ahora con fuerza un pezón, mientras que le acaricio el otro con la mano abierta. Finalmente noto que se está corriendo y entonces subo mi boca hasta la suya para besarla.

—¿Ves? —digo cuando se recupera—. Te he ganado la apuesta.

—Ha sido un orgasmo muy pequeño.

—Vaya, pero te has corrido; de eso se trataba —le digo ahora un poco fastidiada.

Entonces sonríe y me besa.

—Vale… ¿Lo hacemos ahora como dios manda?

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