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En el restaurante

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EN EL RESTAURANTE

Me vio por primera vez en una hamburguesería, aunque yo no la vi a ella. Estaba sentada detrás de mí con su novia y yo estaba con la mía. Hablábamos de sexo, de sexo entre mujeres así que, según me cuenta, ella se cambió de posición para poder verme y escucharme mejor. Me contó que ya no pudo quitar los ojos de mí, porque le parecí muy guapa y porque le gustaba lo que estaba contando y cómo lo estaba contando. Me dijo que le gustó mucho mi pelo, que es una mata de «rastas» rubias, que le gustó mi sonrisa, y que mi boca estaba pidiendo que la follaran. Eso me contó. También me dijo que en aquel momento sintió mucho que ambas estuviésemos acompañadas, porque si hubiéramos estado solas ella seguramente me hubiera hecho alguna proposición en ese mismo momento. Es de la opinión de que no hay que perder el tiempo pensando en si las cosas deben hacerse o no. Siempre dice que las cosas deben hacerse si no hay daño objetivo. Pero en este caso, yo estaba con otra, con mi mujer, y por eso ella se dedicó más bien a su hamburguesa. Su novia no se molestó porque se cambiara de posición para mirarme mejor; al fin y al cabo, mirar es inofensivo.

Pero el destino quiso que dos horas después nos encontráramos de nuevo en la reunión de lesbianas a la que yo iba por primera vez aquella tarde. Yo seguía con mi pareja, claro, y ella con la suya. No obstante, me sonrió para darme la bienvenida al grupo y después se pasó toda la tarde muy pendiente de mí. Durante la reunión yo dije algunas cosas y, según me contó luego, eso provocó que ella se derritiera en su asiento. Me dijo que la mezcla de mi atractivo físico y de mi inteligencia me hizo irresistible a sus ojos. Todo eso me lo contó después y me da un poco de pudor contarlo aquí, pero es lo que dijo.

Lo cierto es que, cuando acabó la reunión, se acercó a mí para charlar. Según me contó, después de las reuniones, antes de ir a cenar, siempre se quedaban un rato antes en el local para dar la bienvenida a las nuevas. Ella lo hizo y también aprovechamos para hablar un poco de todo: literatura, política, amigas comunes o conocidas… Todas sus opiniones me parecieron muy acertadas y, para colmo, su escritor preferido era Proust. Yo ya no necesité nada más. Hablamos mirándonos a los ojos, mirándonos la boca y otras partes del cuerpo. Estaba claro lo que iba a pasar, porque también coincidimos al comentar que ninguna de las dos soportamos la monogamia, que nos parece una cárcel. Ella me dijo, en concreto, que lo considera un invento perverso y absurdo que hace desgraciada a la gente. Me contó que llevaba con su novia quince años y que no concebía no poder follar con nadie más. Por mi parte, le conté que la fidelidad me pareció natural los cinco primeros años de vida en pareja en los que, realmente, el cuerpo no me pedía otra cosa. Pero que pasados esos años, la fidelidad simplemente me pareció una misión imposible de cumplir. Y sin embargo, sigo enamorada de mi mujer, me río con ella, me lo paso bien, me gusta cómo es, lo que dice, lo que piensa y espero y deseo envejecer con ella pero… ¿acostarme sólo con ella hasta el final de mis días? No, imposible. Renunciar a ella… ¿Por qué, si la quiero? Ella estuvo de acuerdo en eso.

Cuando llegó el momento de que el grupo se marchara a cenar, ella nos invitó, a mi novia y a mí, a acompañarlas y, al decírmelo, me tocó la mano. Yo le cogí los dedos para decirle que sí, que por supuesto que iríamos. En ese momento miré a mi novia, ella también la miró y nos dimos cuenta de que su gesto era más bien amenazador, así que corrí hacia ella y la cogí por la cintura para ir agarradas hasta el restaurante. Al llegar allí nos distribuimos, procurando no sentarnos con nuestras parejas, y ella intentó sentarse a mi lado y lo consiguió. Me pareció bien, pues yo también había hecho lo posible para sentarme con ella. Estaba sorprendida, porque la verdad es que todo iba demasiado rápido y además era peligroso, con nuestras dos novias sentadas a la misma mesa. Yo suelo ir deprisa, pero ella parecía ir tan deprisa como yo, o más todavía. Pensaba que de allí saldría un intercambio de correos para escribirnos, para quedar un día… casi nunca hago planes.

Durante la cena seguimos hablando de las mismas cosas y, según me contó, yo le parecí aún más interesante que al principio. Y ante mi sorpresa, en un momento dado, entre el primer plato y el segundo, su mano se movió por debajo del mantel sobre uno de mis muslos. Sentí que toda la sangre que tenía, delatándome, se agolpaba en mi cara, pero aparentemente nadie se había dado cuenta de nada. Entonces ella me miró y se levantó. Vi que se iba hacia el baño. Esperé unos segundos y me levanté tras ella. Avancé por el pasillo que conducía a los servicios y el corazón golpeaba con fuerza, en esa mezcla de excitación sexual y peligro que tanto me gusta. Empujé la puerta del baño y se me echó encima poniéndome contra la pared, abriéndome la boca con su lengua y presionando mis tetas por encima de la ropa. Yo me moví hasta que conseguí cerrar con pestillo y me apoyé en el lavabo, mientras ella me desabrochaba el pantalón y metía su mano por debajo de la tela. Fue muy rápido. Yo estaba tan mojada como cabía esperar y eso hizo muy fácil que me penetrara con dos dedos mientras me empujaba contra el lavabo y me levantaba con su cuerpo. Estaba tan mojada que sus dedos en realidad se escurrían en mi interior y ella los movía con rapidez y pericia mientras su pulgar apretaba mi clítoris con fuerza. Su boca se movía también por encima de mi boca, por mi cuello, y su lengua recorría todo lo que la ropa dejaba libre.

El olor a sexo lo llenaba todo y yo me corrí pensando en que me iba a comer su coño en cuanto acabara; en que quería comérmelo, en que la iba a sentar en el lavabo y que apenas tendría que agacharme porque quedaría a la altura de mi cara. Pensar en eso hizo que me corriera enseguida y cuando lo notó, ella tapó mi boca con la suya. Me corrí con su boca en mi boca.

Y en cuanto me recuperé intenté desabrocharle el pantalón. No quería perder tiempo y me arrodillé ante su coño, puse mi boca por encima de la tela y gimió. Temí que se corriera demasiado rápido: tenía verdaderas ganas de comérmelo. Le bajé las bragas, puse mis manos en sus nalgas y la empuje hacia mi boca. Metí la lengua tratando de poner un freno a mi impaciencia, haciéndolo con cuidado porque a veces soy demasiado brusca y hago daño, pero en cuanto mi lengua recorrió sus labios ella se agitó y se echó hacia atrás, tratando también de no hacer ruido. No me dio tiempo a mucho.

Entonces alguien intentó abrir la puerta y tuvimos que vestirnos rápidamente. Salimos como si tal cosa y volvimos a la mesa por separado. Primero me senté yo y al poco entró ella y se sentó. Seguimos charlando en el punto en que lo habíamos dejado. Al final nos despedimos, cogiéndonos de la mano por debajo de la mesa y asegurando que nos veríamos en la cita siguiente, dos semanas después. Yo me volví a casa con mi novia. Íbamos de la mano y haciendo planes para las vacaciones, pues parecía de buen humor. Cuando nos íbamos a acostar, me dijo:

—Lávate bien la cara antes de meterte en la cama, cariño, que hueles a coño.

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