Rule

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32. Zofi

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32. Zofi

Zofi

Tres días de encierro. Tres días de recorrer su recámara como un gato enjaulado, mientras los Talones revisaban la fortaleza de punta a punta. Los pasillos de servicio, los pasillos principales, cada recoveco y ranura en las diez torres, en busca de algo o alguien fuera de lugar.

Andros no se detendría hasta encontrar al asesino de su hermana. Insistía en que había sido asesinada, aunque no le explicaba a nadie cómo sabía eso. Según Ren había escuchado, siempre que los Talones cuestionaban a Andros, el rey simplemente les ordenaba que siguieran buscando.

Así no era él, decía Ren. No daba órdenes ciegamente, sin explicar sus decisiones.

Pero, otra vez, el dolor podía hacer que cualquiera actuara diferente. De forma irracional, con enfado, depresión.

Zofi no había visto a su padre desde el fin del Banquete del Glorioso Ascenso del Sol, cuando dos curanderos lo llevaron desde los jardines del cielo en una camilla. Los rumores se habían extendido desde entonces; cuál era su enfermedad, durante cuánto tiempo la había estado ocultando.

Incluso los jóvenes de las cocinas que llevaban las comidas de Zofi estaban hablando de eso con el Talón apostado de forma permanente en el exterior de su recámara; no era Vidal, desafortunadamente, o al menos habría obtenido más información sobre la situación.

—Los curanderos dicen que tiene una enfermedad avanzada. —Reportó el chico al llegar a su puerta el tercer día—. Dicen que no es fatal, pero que eso fue lo que lo hizo desmayarse en el Ascenso del Sol.

—¿Al mismo tiempo que su hermana murió? —El Talón suspiró—. Es mucha mala suerte.

—No al mismo tiempo —dijo el chico—. Al parecer, ha tenido la enfermedad durante años. Aunque, algunas personas creen que es… —Su voz se hizo más baja.

Zofi presionó su oído a la cerradura.

—… lind. Dicen que ella lo envenenó, que empujó a Yasmin. Es por eso que él está encerrado en su habitación, enfermo por el veneno.

—Mucha imaginación, niño. —El Talón resopló.

—¡No es imaginación! Ella es genalesa; ya sabes cómo son. Y la has visto. Ella estaba con el rey cuando él se derrumbó.

—La reina no está asesinando a su marido —afirmó el Talón.

El estómago de Zofi se revolvió. Estaba en deuda con la reina; todas sus hermanas lo estaban. No le gustaba escuchar a ese niño hablar mal de ella.

—De todas formas, puede haber asesinado a la condesa —respondió el chico, con un mohín audible en su voz.

—Tú mismo lo has dicho, la reina estaba con el rey Andros cuando él enfermó. Al mismo tiempo que la condesa Yasmin cayó. Ahora, deja de divulgar rumores y lleva la bandeja.

Zofi saltó de la puerta y se colocó en su escritorio justo a tiempo para fingir que estaba escribiendo una carta cuando el Talón abrió la puerta y el sirviente llevó la bandeja.

—Desayuno para milady.

Curioso. Esa era la vida que había esperado al llegar a la fortaleza. Un Talón apostado afuera, comidas solo llevadas por sirvientes. Pero nunca había predicho que toda la seguridad estaría para protegerla más que para atraparla.

Por suerte, Ren tenía formas de comunicarse sin dejar su habitación. Su primera nota, entregada la mañana siguiente al Ascenso del Sol, decía: Mi amiga coloca las notas en sus bandejas individualmente. No por el correo general. Podemos hablar casi libremente.

A través de las notas, Zofi supo que el rey estaba en la cama. Él les había dicho a sus cortesanos que se había desmayado por fatiga en la terraza. Pero, entre su estado y sus rabietas de cada noche, en las que ordenaba que la fortaleza siguiera cerrada o se enfurecía con los Talones que reportaban no haber visto a nadie fuera de lugar, los rumores comenzaban a esparcirse. Ya habían comenzado los murmullos sobre sus otros ataques y enfermedades menores recientes, desmayos que él había relacionado al calor o al cansancio.

No pasaría mucho tiempo hasta que la verdad saliera a la luz. Hasta que Andros tuviera que revelar su condición a su pueblo y admitir la verdad de la situación. Zofi solo esperaba que tuviera tiempo suficiente para nombrar una heredera y verla exitosamente instalada antes de que ese día llegara.

¿Qué crees que ha sucedido realmente con nuestra tía?, le había preguntado a Ren en una nota el día anterior.

Suicidio, fue la respuesta en la cena de Zofi. Es lo único que tiene sentido. Tal vez no podía encarar la vergüenza de que su hermano descubriera lo que realmente era. Eso, o sabía que la ejecutarían por traición de todas formas, si él llegaba a conocer sus experimentos pasados.

Zofi notó que Ren no mencionó exactamente de qué se trataban esos experimentos en su carta. Solo por si acaso.

Esa mañana, Zofi encontró otra carta esperando en su bandeja. La desplegó mientras mordía un huevo duro.

Funeral hoy, había escrito Ren. Viste de verde. Preferentemente una falda, si puedes soportarlo.

Había agregado una posdata, respuesta a la nota de la noche anterior. Zofi le había preguntado si pensaba que Yasmin había dejado algo detrás. Confesiones póstumas, o algo así. Por alguna razón, la respuesta de Ren calmó su preocupación.

Ya lo sabríamos si hubiera dejado algo. Estamos a salvo.

Zofi no necesitaba ver la expresión de su hermana para suponer cómo estaba Ren al escribir eso. La mandíbula rígida, su boca en una dura línea. Mirada de acero, una que Zofi había llegado a respetar tanto como la mirada de lucha de cualquier soldado.

Así que se permitió relajarse cuando un carruaje las llevó a ella, Akeylah y Ren a través de una húmeda lluvia por la tarde.

Andros había tomado precauciones, seguía paranoico por el asesino que creía estaba ahí afuera, cazando a su familia. El carruaje no tenía insignias y era escoltado por cinco Talones vestidos como mercaderes. Las ventanas tenían cortinas oscuras y gruesos cristales. Zofi ni siquiera pudo decir en qué dirección iban hasta que condujeron fuera de la Necrópolis.

La ciudad dentro de otra ciudad, construida para los muertos.

Al nunca haber visto la Necrópolis por sí misma, Zofi había asumido que esa descripción era metafórica. Pero al salir del carruaje hacia las calles de piedra (verdaderas piedras, no madera pétrea, ya que ese material precioso solo estaba reservado para los vivos), Zofi se dio cuenta de que era literal.

La Necrópolis era una miniatura exacta de la Ciudad de Kolonya. Atravesaron una imitación de la muralla, de unos seis metros de altura e igual de gruesa. En el interior, las lápidas estaban dispuestas sobre la muralla como los puestos del cielo; encastradas en él, una sobre la otra, apiladas hasta lo alto del muro, Cada una de ellas tenía un escudo de armas en su entrada, en lugar de nombres.

Zofi supuso que estarían atestadas tras algunas generaciones, si se tallara el nombre de cada miembro de la familia en cada lápida.

Más allá del muro se abrían calles tan angostas que tenían que caminar en fila de uno, a través de tumbas de piedra que eran versiones en miniatura de las casas en las que presumiblemente habían vivido sus ocupantes. Algunas casas de granjeros eran de una sola planta. Otras de dos o tres, con animales de piedra más grandes que los vivos custodiando los techos. Guacamayos, grandes felinos y alatormentas vigilaban desde cada esquina.

A través de las ventanas de las «casas», Zofi pudo ver cajones en varios estados de descomposición. Se preguntó si allí habría ido Rozalind a desenterrar al pobre acólito Casca.

La lápida más grande de todas se encontraba en el centro de la Necrópolis. Cerca de ella, Zofi escuchó acordes de música de flautas.

Se detuvieron frente a la versión sin vida de la Fortaleza Ilian.

A diferencia de la fortaleza real, esa tenía solo seis plantas de altura. Cada una de las torres estaba pintada como la madera pétrea de la fortaleza; no solo de los mismos colores, sino que incluso respetaban los patrones circulares de los árboles que habían quedado petrificados en las ciénagas del Este, que después había sido dragada para construir la fortaleza. La madera pétrea de esas turberas era más fuerte que la piedra, pero Zofi pensó que esas réplicas soportarían un buen bombardeo también.

Cada torre tenía su propia puerta. La de color cereza, sin embargo, estaba abierta.

Era corta y angosta. Zofi podría entrar fácilmente, pero la mayoría de los kolonenses tendrían que agacharse y hacerse pequeños. En especial Andros, quien estaba de rodillas frente a la puerta en ese momento, con la cabeza baja sobre un ataúd de ébano.

Estaba peor que nunca. Su cara era una máscara de dolor, el blanco de sus ojos estaba amarillo, sus manos temblorosas. Como si la muerte de Yasmin le hubiera drenado lo que le quedaba de vida.

A pesar de sus intentos encubiertos por destruir su legado, Yasmin había sido la que mantenía a Andros en pie. La que lo ayudaba a seguir adelante.

Andros miró a sus hijas, luego volvió a centrarse en su tarea. Zofi lo observó, con el ceño fruncido, mientras él se ponía de pie. Después, para sorpresa de ella, él se inclinó y comenzó a levantar el ataúd.

Ella comenzó a avanzar, pero Ren la sujetó de la muñeca.

Caían lágrimas por las mejillas de Andros.

Fuera lo que fuera Yasmin para ella (extorsionadora, espectro, una viva amenaza de muerte), era el apoyo de Andros. Su hermana, su melliza, la persona que había estado a su lado durante todo ese largo reinado. Zofi pensó en su banda. Pensó en sus dos hermanastras.

No podía imaginar cómo sería esa pérdida para él.

Andros levantó el cajón. Logró dar un paso. Dejó caer la esquina, cayó sobre él. Volvió a desplomarse de rodillas.

—Su Majestad, por favor. —Un Talón se acercó y rompió sus filas—. Permítame…

—No. Tiene que hacerlo un miembro de la familia —rugió Andros.

Zofi miró a Ren con el ceño fruncido. Pero su hermana estaba distraída, observando cómo tropezaba su padre. Akeylah se acercó del otro lado.

—Costumbre kolonense —susurró—. Solo los miembros de la familia pueden sepultarse unos a otros. Hay excepciones si alguien fallece sin parientes vivos, o si los parientes que quedan son demasiado débiles, pero los kolonenses creen que es más difícil la entrada a las Arenas Sagradas si no es un pariente de sangre el que te escolta a la tumba.

Ren había notado los murmullos y se había acercado para escuchar.

—Suenas como una lugareña, hermana —murmuró.

—Aprendí a leer con un libro de leyendas de Kolonya. —Akeylah se encogió de hombros.

La música se hizo más fuerte. Zofi miró a los músicos. Vestían de verde, del mismo color que les habían indicado vestirse a ella y a sus hermanas. Verde selvático, desde sus faldas hasta sus fajas. Zofi incluso se había atrevido a usar un vestido, aunque solo porque Ren se lo había pedido amablemente.

El verde, había explicado Ren durante el viaje en carruaje, representaba la otra vida. La semilla desde la que el alma de Yasmin crecería en las Arenas Sagradas.

Si ella es digna de entrar, había pensado Zofi en ese entonces.

En ese momento, sin embargo, observó a Andros en su esfuerzo por arrastrar el cajón hacia la tumba. Pero volvió a caer sobre una rodilla. Gimió por el dolor y volvió a ponerse de pie. Ella debió haber sido más. Más que solo las amenazas extorsivas, las mentiras. Él no pasaría por todo eso si no lo hubiera sido.

Zofi pensó en su madre, en su banda de Viajantes. En Elex. Habían hecho muchas cosas por las que podían ser juzgados. Robar, mentir, engañar. Asesinar, cuando tenían que hacerlo. Las arenas sabían que Zofi tenía sangre en sus manos, Pero aun así quería a su familia, porque sabía que eran más que la suma de sus pecados.

La condesa Yasmin podría haberlas tratado a todas como si fueran menos que humanos. Las había amenazado en privado, denigrado en público, juzgado sin conocerlas. Pero eso no significaba que Zofi tuviera que cometer el mismo error. El de juzgar a toda una persona solo por una parte.

Avanzó y apoyó una mano en el hombro de su padre. Él levantó la vista desde su posición agachada, mientras respiraba con dificultad.

—Yo lo haré —dijo—. Soy un pariente de sangre.

Andros se apoyó sobre sus talones. Revisó su mirada.

—¿Estás segura? Es más que solo cargar este ataúd a través esa puerta.

—¿De qué más se trata? —Ella se arrodilló a su lado.

—De aceptar la carga de su alma. Debes cargar su cuerpo a su correcto sitio de descanso en esa tumba. Solo allí su alma podrá encontrar su merecido sitio en las Arenas Sagradas, junto a su familia. Si no logras enterrar su cuerpo apropiadamente, su alma quedará atrapada en la tierra. Ella te seguirá, permanecerá atada a tu espíritu hasta que tú misma mueras y puedas llevarla en tu muerte a la otra vida.

Excelente. Así que si ella fallaba, enfrentaría toda una vida de ser acechada por su extorsionadora.

Zofi debió haber dudado por demasiado tiempo, porque Andros presionó su hombro.

—Ella no te odiaba, sabes, A ninguna de vosotras.

—Tenía un curioso modo de demostrarlo. —Requirió mucho esfuerzo resistir un ataque de risa.

—Yasmin creía en la vida dura. —Una sonrisa afectuosa elevó las comisuras de sus labios—. A ella siempre le gustaba hacer eso. Actuar como la villana. El antagonismo construye el carácter más que la amabilidad, solía decir. —Su mirada se volvió lejana, nostálgica—. Tal vez, si la hubiera escuchado más con Nicolen, él no habría sido como fue.

Subieron náuseas por su garganta. Su padre parecía más mayor, más cansado que el hombre que había conocido al llegar a la fortaleza, hace tanto tiempo que le parecía que había sucedido en otra vida pasada. Las arrugas en su cara le recordaron a los anillos en los árboles del muro de madera pétrea de la fortaleza.

—Yo la llevaré. —Zofi se levantó y le ofreció una mano—. Yo la llevaré adonde tiene que ir.

Ya había llevado al único hijo de su padre bajo tierra. Luego había inducido a su única hermana a cometer suicidio; aunque fuera para evitar una perversa conspiración en su contra. Aun así. Ayudarlo en ese momento era lo mejor que podía hacer.

—Gracias, Zofi. —Él aceptó su mano y ella lo ayudó a levantarse. Un Talón se acercó, lo ayudó a volver a una silla de madera con ruedas que Zofi no había visto antes, apostada junto a otro carruaje que debió haber llevado a Andros hasta allí.

Después Zofi se agachó y sujetó el extremo del cajón. Pero solo había comenzado a levantar la pesada caja del suelo, cuando otro par de manos la tomaron del otro lado.

—Un alma debe ser escoltada por tantos parientes vivos como pueda tener —dijo Ren como explicación mientras se agachaba para ayudar a Zofi.

Un momento después, Akeylah las alcanzó y agregó su fuerza para ayudarlas a soportar el centro del cajón. Juntas, las tres cargaron a Yasmin a su tumba.

En el interior, habían liberado un espacio en el nivel inferior, a la altura del pecho de Zofi. Había otros ataúdes más arriba. En el más cercano, Zofi leyó el nombre Daryn, El padre de Yasmin.

Los ataúdes estaban más y más deteriorados cuanto más altos. El más lejano, que Zofi apenas podía ver, estaba roto en algunos sectores. Podría haber jurado ver un mechón de pelo gris rizado asomando de una grieta.

Por debajo, una rejilla metálica las separaba de más cajones. Alguien había encendido antorchas ese día, presumiblemente para el entierro. En la luz parpadeante, Zofi vio más ataúdes, incluso más antiguos que los superiores, algunos de piedra, otros de madera, podridos y abiertos, con los cuerpos interiores expuestos.

Un esqueleto con un vestido verde desgastado pareció sonreírle. Una reina cuyo linaje se conectaba en algún sitio de su genealogía, tan lejos que dudaba que alguien lo recordara, a excepción de niños de escuela forzados a aprender la genealogía de Kolonya. Allí estaba su destino. El destino de todos, algún día.

Zofi miró el esqueleto a los ojos e inclinó su cabeza.

Algún día, la muerte iría a por ella. Algún día perdería ese juego. Algún día las Yasmines del mundo triunfarían. O tal vez no, tal vez ella llegaría a ser mayor y una enfermedad como la de su padre se la llevaría. De cualquier manera, algún día ella estaría en el cajón y dependería de que sus parientes la cargaran.

Miró a sus hermanas. Si ellas eran las que la cargaran algún día, pensó, podría ser peor.

Con gemidos de esfuerzo, ella, Ren y Akeylah levantaron a Yasmin hasta el estante. La deslizaron en su sitio junto a su padre.

Para su sorpresa, Akeylah la sujetó de la mano, luego agarró la de Ren también. Zofi se extendió y enlazó su mano libre con la libre de Ren, hasta que se unieron en un círculo.

—Padre Sol, concédele a nuestra tía la entrada espiritual a tus tierras sagradas —murmuró Ren.

—Madre Océano, acepta su espíritu. Recíbela en una tierra donde su descanso sea apacible, sus pies estén secos y su alma no necesite nada. —La mano de Akeylah apretó la de Zofi.

Ella presionó los labios. Las únicas palabras que conocía eran de Viajantes. El modo de vida de su pueblo las hacía, por necesidad, poco sentimentales con los cadáveres. Al dejar la cáscara, se convertía en nada, solo una vaina vacía. Quemaban a los muertos en piras, después bebían, comían y cantaban hasta que solo quedaban cenizas. Luego lanzaban esas cenizas a los vientos y cantaban la oración de los Viajantes.

—Que las arenas tomen a Yasmin como parte de ellas. Que su polvo se una al de sus hermanos y hermanas. Que persiga aquello que su corazón desee, pero que sepa siempre, que sin importar cuán lejos viaje, su corazón siempre estará en casa.

Durante un momento, el único sonido fue la música en el exterior, in crescendo.

—Parece como si fuera nuestra culpa —susurró Akeylah.

—Nosotras no la empujamos —murmuró Ren.

—Bien podríamos haberlo hecho. —Zofi suspiró.

—¿Qué se suponía que debíamos hacer, dejar que ella nos empujara a esta tumba en su lugar? —La voz de Ren tembló.

—Claro que no. —Zofi aferró su mano con fuerza—. Hicimos lo que teníamos que hacer. Pero no podemos evitar esta carga. Yasmin comenzó una guerra, sí, pero nosotras la terminamos. Contraatacamos. Solo porque teníamos que hacerlo no significa que no debiéramos sentirnos culpables. —Las arenas sabían que ella comprendía eso muy bien para ese entonces.

Ren no discutió. Solo volvió a inclinar su cabeza. Akeylah lo hizo también.

Solo cuando la música exterior concluyó, las tres giraron, en silencioso acuerdo. Una a una volvieron a emerger hacia la luz. En el cielo, la tormenta se había aclarado, las nubes de la tarde estaban abriéndose. El sol de la jungla brillaba más caliente que nunca. Zofi fue la última en salir y pudo sentir el húmedo aire caliente metiéndose en sus rizos, haciéndolos erizarse por doquier, como un arbusto salvaje.

Pero cuando Andros alzó las cejas en una pregunta implícita: ¿Cómo ha resultado?, Zofi sonrió.

Ese podía ser un funeral para Yasmin. ¿Para ella? Eso era un renacer.

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