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33. Akeylah

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33. Akeylah

Akeylah

—Gracias por reunirte conmigo —dijo Akeylah al levantarse para dejar entrar a Rozalind al rincón que había encontrado. Se había cruzado con él una mañana, dos días después del funeral; la primera vez en cinco días que le habían permitido dejar su habitación. Madam Harknell había protestado cuando apareció, pero cuando Akeylah le pidió recomendaciones de lugares privados para leer, la bibliotecaria la había ayudado a llegar a ese hueco detrás de Guerra Naval.

«Pero no comiences a hacer travesuras inapropiadas aquí», le había advertido Harknell al alejarse balbuceando. «Esa última chica, pequeña criatura norteña, y su último joven lord……».

Akeylah tenía que admitir que podía ver el atractivo de ese sitio como rincón para amantes. Seguía la curva de la torre, por lo que formaba una habitación perfectamente circular, de solo un metro de circunferencia, rodeada por estanterías con sofás de cojines rojos por debajo. La única entrada era una angosta abertura entre Guerra Naval y Numerología. Entrar era como deslizarse entre un revoltijo de libros.

—Por favor, siéntate. —Akeylah señaló el sofá. Rozalind sonrió y se acomodó en él.

—Qué formal. ¿Todo este tiempo alejadas ha hecho olvidarte de mí?

Eso quisiera. Si algo habían logrado cinco días de soledad en su habitación, solo habían hecho que los sueños sobre Rozalind fueran más indiscretos. Más dolorosos, dada su conversación con Ren en los jardines del cielo en la terraza.

Yasmin ya no estaba, eso era cierto. Pero eso no significaba que no tuviesen más enemigos allí. Habían derrotado a su amenaza personal, pero muchas personas aún deseaban ver caer a la corona. Estaba el asesino del Príncipe Plateado, que aún andaba libre. Estaban los rebeldes de Bahía Ardiente, rebeldes que hacían que la vida de Akeylah fuera mucho más difícil, solo por ser esteña.

Y estaba el pueblo de Rozalind. Genal. Que podía estar involucrado en algunas de esas conspiraciones, o en todas ellas, quién sabía en qué grado.

—Tenemos que hablar —anunció Akeylah, y se sentó junto a ella.

—Nada bueno sigue jamás a esas tres palabras. —Rozalind intentó una sonrisa burlona. Falló.

—No podemos seguir haciendo esto.

—Lo último que supe fue que no lo hacíamos —señaló—. Hemos estado encerradas casi una semana.

—Sabes a qué me refiero. Durante el Ascenso del Sol las personas estaban hablando. Solo los mares saben cuántos rumores habrán comenzado ya…

—Siempre habrá rumores, Akeylah. —Rozalind la tomó de la mano. La aferró con fuerza—. Sin importar lo que tú hagas. Sin importar lo que yo haga. Cuando las personas te odian simplemente por tu origen, tus padres, la forma de tu rostro, o por cómo llevas el pelo, no importa lo bien que te comportes. Creerán lo que quieran creer.

—Es cuando sus creencias son ciertas cuando se vuelve peligroso. —Akeylah tomó los delgados y delicados dedos de la reina en sus manos—. Rozalind, estás casada con mi padre.

—Tu padre es un hombre listo. Sabe que las chicas de mi edad no sueñan con casarse con alguien que les dobla en años. Y sus gustos no alcanzan a mujeres que podrían ser sus hijas. Hacemos lo que debemos por nuestros reinos, pero en privado, somos libres de seguir nuestros verdaderos deseos. —La aferró con más fuerza con esa palabra. Deseo.

El rostro de Akeylah se acaloró.

—Sin importar el acuerdo que tengáis, la opinión pública no cambia. Si los kolonenses creen que el matrimonio es una farsa (o peor, si piensan que estás engañando a su rey) no dudarán en volverse en tu contra. Eso podría llevar a la guerra. Y, puedes imaginar si ese acólito hablara, si revelara tu secreto, acerca de tu capacidad de diezmarte…

—Él no hablará —dijo Rozalind, con tanta seguridad que Akeylah se sorprendió.

—¿Cómo puedes saber eso?

—No he pasado la última semana holgazaneando en mi recámara, sabes. Hablé con el acólito, le expliqué que el rey Andros no conoce el uso de las Artes Vulgares de Yasmin, Le dije que, cuando Andros confrontó a su hermana, ella saltó a su muerte antes de enfrentar su juicio. La búsqueda de su asesino es para guardar las apariencias, ya que el rey no quiere dañar el legado de su hermana ahora que ya no está. Naturalmente, nuestro devoto acólito lo comprendió. Él solo quería justicia. Con Yasmin muerta, la obtuvo.

Akeylah presionó sus labios, con fuerza.

—Pero si…

—Akeylah. Ya está bajo control. —Rozalind soltó su mano y tomó su cara en su lugar—. Con respecto a nosotras, hay formas de escondernos en público.

—Porque ser sutiles en público nos ha funcionado muy bien hasta el momento. —Akeylah intentó sonreír. Eso provocó dolor en su rostro. Rozalind rio débilmente.

—Es difícil esconder lo que siento por ti. —Luego enderezó sus hombros—. Pero puedo hacerlo. Lo haré, si es el único modo de estar contigo. Podemos encontrarnos aquí, en lugares como este. —Señaló el sitio recluido, el lugar más privado que Akeylah había podido encontrar.

Un sitio que ni siquiera era realmente privado, en donde Madam Harknell podría asomar su cabeza en cualquier momento.

Ni siquiera podían confiar en la propia recámara de Akeylah. Ren le había mostrado más de un rincón escondido desde donde podían escucharla. Pensar en esos huecos espías le dio a Akeylah la fuerza para mantenerse firme.

—Rozalind…

—Akeylah, sé también lo que sientes por mí. —Se inclinó hacia delante.

Ella la imitó hasta que sus frentes se tocaron, la fuerza que sintió un momento antes se desvaneció, como siempre lo hacía, frente a esta chica. Pasó su pulgar por la mejilla de Rozalind.

—¿Por qué no puedes hacerme esto fácil? —susurró.

—Porque tú me lo haces imposible —respondió en el mismo tono Rozalind. Después pegó sus labios a los de Akeylah.

Al igual que la primera vez, la habitación dio vueltas. El corazón de Akeylah saltó hasta su garganta, su cabeza, fuera de su cuerpo. Correspondió el beso, suave al principio, tan suave, temerosa de romper el hechizo. Pero Rozalind aferró su pelo, la sujetó con fuerza, y Akeylah correspondió a esa furia. Rozalind le mordió el labio y ella se hizo atrás con un gemido.

Rozalind ya no era Rozalind.

«Veo que sigues siendo tan incompetente como siempre». Su padrastro, Jahen dam-Senzin, estaba sentado a su lado, con una terrible sonrisa en su cara.

Su cuerpo se quedó congelado. Su mente, también.

No es real, gritaba parte de ella. La parte que recordaba la historia de Zofi, rememoraba cómo había descrito su hermana la alucinación por Artes Vulgares.

El resto de ella era solo pánico.

«Siempre has sido inútil. Apenas podías limpiar apropiadamente una cocina. ¿Cómo, en nombre del Sol, esperabas vencerme a ?». Alzó un puño y Akeylah se estremeció. Eso inspiró una grave risa en la garganta de él. «No te golpearé, pequeñita. Bueno, no literalmente. Ya te he golpeado en cada aspecto importante». Sujetó algo de la estantería junto a su cabeza. El pesado libro cayó al suelo entre los sofás. «Al parecer, mi fecha límite no metió esto en tu dura cabeza, así que espero que esto lo haga, Comprende lo que les hago a mis enemigos. Eres una de ellos ahora».

Akeylah parpadeó. El rostro de él desapareció. Volvió a ser el de Rozalind, con el ceño fruncido de preocupación y las manos aún sobre la cara de ella.

—¿Akeylah? ¿Qué sucede, puedes escucharme? Respira, Akeylah.

No se había dado cuenta de que no lo estaba haciendo.

Inhaló. Sus pulmones se ampliaron; todo su cuerpo cayó contra la biblioteca. Una vez que empezó a respirar, no pudo parar. Inhaló bocanada tras bocanada de aire, mientras Rozalind le bajaba la cabeza entre las rodillas, frotaba su espalda y la ayudaba a pasar por eso.

Cuando su cabeza dejó de dar vueltas y los puntos negros en su visión finalmente desaparecieron, Akeylah se enderezó.

El libro seguía en el suelo. Ella lo miró, luego a Rozalind y después al libro otra vez.

—Tú lo arrojaste —explicó la reina—. Estabas convulsionando.

Akeylah lo alzó. Era un libro delgado, sin nada particular. Cubierta roja y negra. Canciones de amor de Kolonya: romances de reyes y reinas a través de los años. Luego le dio la vuelta. La contratapa sugería que era una compilación de poemas y baladas, escritas por o para varios reyes y reinas de Kolonya, o sobre ellos.

El vello de su nuca se erizó. Pensó en la historia del acólito. En su recopilación de los últimos días de Casca. En las Artes Vulgares que Yasmin había llevado adelante. Él dijo que estaba escondida en la biblioteca, en el libro que los reyes más quieren.

Tal vez no había sido la locura hablando por él, después de todo.

—¿Qué es eso? —preguntó Rozalind, con el ceño fruncido. Akeylah sabía que debía parecer loca. Acababa de tener una convulsión y en ese momento estaba mirando ese libro como si contuviera todas las respuestas del universo.

Pero tal vez las tuviera.

Abrió la cubierta. En el interior había un papel, amarillo por el paso del tiempo. Un extremo era irregular, como si hubiera sido arrancado de otro libro y colocado allí. Sus manos temblaron al extraerlo.

Su sangre combinada debe ser usada para sellar el efecto, una vez que la unión se haya realizado y dé su fruto. Cuando ambos se diezman de ese modo, el resultado debe ser el enlace de las mentes, inquebrantable, constante, permanente. Lo que uno sienta, sepa o piense, el otro lo percibirá, con la misma facilidad con la que la sangre bombea en sus venas.

Con este diezmo, dos se vuelven uno. Nada será secreto entre ellos. Todo conocimiento es compartido, todo pensamiento es conjunto.

Cuidado, este diezmo es a la vez una bendición y una maldición. Deja un eco imborrable, uno del que nunca se puede escapar, que no se puede bloquear o contener. Solo se debe hacer este esfuerzo por alguien en quien se tenga absoluta confianza.

Se recomienda remover el fruto de la unión una vez que sea creada. De otro modo, si se conserva, crecerá como un eco adicional, magnificado por el tiempo y la edad.

Esas eran las últimas palabras impresas. En los márgenes, sin embargo, alguien (presumiblemente Casca) había hecho anotaciones.

No se consideraba un Arte Vulgar al ser descubierta (fecha: 5-15 D. R., ¿aprox?).

Agregada a las Artes Vulgares en el reino de Gellian (fecha: 112 D. R. ver: Tratado sobre las Artes Prohibidas, Vol. III).

Yasmin y Andros quieren ser unidos.

Comprenden que nunca volverán a tener un pensamiento privado. Vale la pena para comunicarse durante la guerra.

Información adicional: funciona mejor en parientes, pero puede practicarse en parejas sin relación también. Conservo esta nota como registro personal, para legarla a mi aprendiz en mi partida. Recomiendo que este diezmo sea revisado en el futuro, posiblemente reinstalado como Arte de Sangre más que como maldición de las Artes Vulgares. Se harán más anotaciones conforme los sujetos avancen con la unión.

Akeylah releyó la página una y otra vez, segura de que había entendido mal. Pero no. La alucinación que acababa de tener probaba lo que se temía; el extorsionador seguía allí. Esa carta solo confirmaba la prueba. Yasmin no podía ser la que estaba tras ellas.

—Eco —dijo Rozalind. Akeylah casi había olvidado que ella estaba allí—. Así es cómo Andros solía llamar a Yasmin. Su eco. Pensé que lo decía porque era su melliza, pero…

Repentinamente, todos los pequeños momentos que Akeylah había visto entre ellos encajaron en su sitio. La forma en que habían inclinado sus cabezas al mismo tiempo. Cómo terminaban las oraciones del otro en voz alta.

El grito de Andros cuando empujaron a Yasmin, mucho antes de que nadie más lo supiera. Él pudo sentirlo. Él sentía todo lo que ella sentía, lo que veía y escuchaba. Lo que implicaba que Yasmin no podía haber sabido de sus secretos. O Andros los habría sabido también.

Rozalind tenía el ceño fruncido.

—Así que estaban, ¿qué? ¿Unidos telepáticamente? ¿Las Artes pueden hacer eso?

—Las Artes Vulgares pueden, al parecer. —Akeylah se levantó de su asiento y guardó el papel en su bolsillo.

—¿A dónde vas?

—Tengo que encontrar a mis hermanas.

Quienquiera que fuera su extorsionador, seguía allí afuera.

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