Rule

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3. Florencia

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3. Florencia

Florencia

A pesar de las estrellas previas al amanecer que asomaban por las ventanas, el salón de lord D’Vangeline Rueño en la Fortaleza Ilian estallaba de vida. Su hija Lexena presidía la pista de baile, su cruda risa hacía eco en los elaborados frescos dorados del techo.

Él lo había dado todo en esa fiesta: el baile de la mayoría de edad oficial de Lexena. La fuente de chocolate llenaba sus propias copas y grandes decoraciones plateadas traslúcidas colgaban del techo, con la forma de los símbolos de las Cinco Regiones. El pez de la Región Este danzaba por el techo, seguido por el gran gato del Sur, el escalador de arena del Norte, la garza del Oeste y, por supuesto, más extensa que todas las demás, el alatormenta de Kolonya. Las extensas alas del ave casi tocaban ambos lados del techo abovedado; y eso era apenas una ligera exageración de su tamaño en la vida real.

Florencia observaba desde su sitio, entre las criadas de las damas. Estaba entre las sombras debajo del balcón, fuera de la vista y de la atención hasta que su dama a cargo requiriera su ayuda. Se esperaba que apareciera a los pies de la dama de la nobleza de inmediato, como si leyera su mente.

Por lo general, Florencia era muy buena en eso. Pero esta noche tenía otras preocupaciones.

El mes anterior una sirvienta había sido descubierta en la cama de un miembro de la baja nobleza. Normalmente habría sido expulsada por conducta inadecuada, pero era una de las preferidas de lord Rueño. Él bendijo la unión. Después de que un hombre como Rueño diera su aprobación, los padres del noble no tuvieron mucha más opción que permitirle desposar a la plebeya. La chica incluso cenaba en la corte desde entonces, aunque fuera en los márgenes del Gran Salón.

A partir de ese momento, Florencia había analizado atentamente a la familia de lord Rueño. No tenía intenciones de escabullirse por los pasillos de servicio para siempre. Si ella se convertía en la nueva favorita de Rueño, tal vez algún día también pudiera mejorar su situación.

Ren observó a lady Lexena hablar con lord Gavin. Ese sería un buen pretendiente para Lexena. El linaje de la familia de Gavin podía llegar hasta los reyes de Oonkip, cuando la Región Oeste aún era conocida como tal. Allí en Kolonya se habían labrado una buena reputación con el comercio de la madera. La guerra implicaba que Kolonya comprara mucha madera. Tenía que construir embarcaciones de algún modo.

Una puñalada de arrepentimiento la alcanzó. Siete embarcaciones, mil ochocientos cincuenta y cuatro soldados.

No podía pensar en eso. No en ese momento. Había aprendido su lección y nunca repetiría el mismo error. Tenía que mirar hacia adelante. Hacia el futuro que abriría para sí misma.

Lexena se apoyó en el brazo de Gavin con una chispa en sus ojos. Las historias de Gavin, Ren lo sabía por experiencia, eran de variedad interminable y divagante. Pero, por una vez, al parecer, había encontrado una audiencia atenta. La risa de Lexena hacía que todo el semblante de él se encendiera.

Pero la risa atraía más miradas que la de Ren. Incluso la peor de todas.

Ren salió del recoveco de las sirvientas cuando la más venenosa serpiente de todo ese agujero se acercó a Lexena y Gavin.

La dama a su cargo, lady D’Garrida Sarella, tenía mala reputación por dejar a los corazones hechos pedazos y sabotear reputaciones a su paso. A juzgar por la sonrisa ladeada que le ofreció a lord Gavin, buscaba un poco de ambas esa noche.

Mientras Ren se acercaba, Sarella agitó sus pestañas con reflejos de color esmeralda. Era preciosa de un modo casi irreal, sus pómulos afilados, su nariz ancha y elegante, su piel de un perfecto tono moreno bendecido por el Sol. En cada centímetro, la mujer kolonense ideal, Sarella blandía su belleza del modo en que un soldado lo haría con su espada.

—Gavin. —El nombre de él se fundió como cacao en su lengua—. No te he visto en toda la tarde. No me habrás abandonado por tan aburrida multitud, ¿verdad? —Ella le ofreció una mano.

—No podría ni soñarlo. —Gavin se llevó los dedos de ella a sus labios. Lexena estaba totalmente olvidada.

Sarella cerró su mano en el brazo de él, donde Lexena había estado apenas un momento antes.

—Gracias al Sol. La última vez que nos vimos habías comenzado a hablarme de tu participación en la Séptima Guerra y he estado esperando en ascuas desde entonces…

—Milady. —Ren se metió en su camino. Ella servía como criada de Sarella y normalmente se vería forzada a ponerse de su parte en una situación como esta. Pero, para ganar la simpatía de lord Rueño, las prioridades de Ren tendrían que cambiar.

Además, tenía que admitir que Sarella le molestaba más que las demás mujeres de la corte. Eso podría ser divertido.

—No te he llamado. —Sarella la miró con los ojos entornados.

—Lo sé, milady. —Ren inclinó su cabeza en una falsa disculpa—. Pero lord Jadin estaba preguntando por usted. —Lord Jadin, a quien Sarella había pasado seduciendo la mitad de esa fiesta, para apartarlo de lady Halley—. Ha dicho algo acerca de algo que ha dejado antes por error en sus manos.

Ren necesitó cada gramo de autocontrol para no sonreír ante la furia que brilló en los ojos de Sarella. Gavin pasó la mirada entre Sarella y Ren, después por encima de su hombro hacia lady Lexena. Pobre tonto.

—¿Debo recuperarlo por usted? —continuó Ren con voz suave e inocente—. ¿O prefiere quedar con lord Jadin en su habitación para recogerlo? Es su preferido, mi Lady, con el bordado de encaje, así que asumo que no quiere perderlo.

Eso fue suficiente. Gavin liberó su brazo del de Sarella, con una sonrisa amable pero fría.

—Parece que tienes asuntos pendientes, lady Sarella. Guardaré mi historia para otro momento.

Gavin y Lexena se alejaron hacia la pista de baile. Durante un momento, Ren disfrutó de los frutos de su trabajo.

Solo durante un momento.

—Pagarás por esto, niña. —Sarella frunció el ceño.

Niña. Qué importaba que Sarella y Florencia tuvieran la misma edad. Habían crecido en la Fortaleza, educadas en política y rencor del mismo modo. Eran lo mismo, excepto por el accidente de sus nacimientos; Sarella, hija de un Lord y una Lady; Florencia, hija de una criada y un padre desconocido.

No era justo. No estaba bien que chicas como Sarella tuvieran la oportunidad de ascender en el mundo, mientras que otras como Ren (chicas más listas, astutas, mejores en ese juego) estuvieran forzadas a quedarse de pie, sumisas en las sombras, a la espera de sus órdenes.

Ren solo esperaba haber hecho una apuesta correcta. Miró sobre su hombro, rastreó a lord Rueño. Él estaba ocupado en otra cosa. Pero seguramente su hija mencionaría, si la animaran, a la criada que la ayudó a conseguir un baile con un buen pretendiente…

No importa. Sarella siempre hacía de su vida un infierno. Elevaba quejas insignificantes y llamaba a Ren en mitad de la noche, o la reprendía mientras estaba ebria por haber puesto en el sitio equivocado cosas que la misma Sarella había extraviado o roto. Ren había perdido la cuenta de las veces que Sarella había ido a dar quejas sobre ella a Madam Oruna, la jefa del personal. Una nueva serie de quejas no marcaría la diferencia; Oruna no despediría a Ren aunque quisiera. No cuando Ren sabía qué cama calentaba Oruna cada noche.

Así que simplemente sonrió cuando Sarella salió con rapidez. Cualquier contratiempo que causara, valía la pena por la mirada en su rostro. Valía la pena quedarse en su sitio mientras Sarella iba directamente hacia el bar.

Incluso cuando decidió controlar la vergüenza bebiendo varias copas de néctar de amaranto una tras otra, valió la pena. Valió la pena cuando Sarella la llamó, borracha, para que la llevara a casa.

—No es apropiado que una criada deje a su dama dando trompicones, ¿o sí? —siseó Sarella, en voz baja, justo antes de tropezar de un modo tan espectacular que Ren la atrapó por acto reflejo.

Por el Sol. Incluso ebria, Sarella era una oponente formidable. Sabía que Ren no podía descuidarla, no en un evento como ese. Lord Rueno estaba observando, ávido por asegurarse de que sus invitados se marcharan seguros. Así que ella inclinó la cabeza en su dirección, enlazó el brazo de Sarella sobre su hombro y comenzó la laboriosa tarea de cargar con la chica hasta los aposentos D’Garrida. Los pasillos de la torre de madera de palisandro nunca habían parecido tan largos con Sarella colgando sobre su cadera, con el aliento caliente y apestando a flores.

—Hogar, dulce hogar —balbuceó Ren cuando finalmente llegaron a la enorme puerta de madera. Requirió toda su fuerza restante el abrirla con su hombro. Cuando se deslizó hacia adentro, ambas se tambalearon en el umbral.

El sol ya estaba tiñendo las cortinas de gasa de rosa con su primera luz. Tendría que advertirle a la criada de la mañana que retrasara el desayuno.

—Así que, ¿por qué Gavin? —Sarella le ofreció su espalda a Ren. Ella comenzó a desatar su intrincado conjunto de cuatro piezas, que parecía consistir más en nudos y lazos que en verdadera tela—. ¿Has puesto tus ojos en él? —Arrastraba la voz, pero Ren no cometería el error de subestimar a Sarella por segunda vez.

Se mordió el labio y tiró de los lazos del vestido más fuerte de lo que era estrictamente necesario.

—Puedes quedártelo. —Sarella sacudió la cabeza y el corte bob a la moda de su melena rozó sus mejillas—. Yo tengo mi atención puesta más arriba. Mi soltero preferido regresará a la corte la próxima semana.

Los dedos de Ren se quedaron quietos. Sin poder resistirse, miró al espejo. Vio a Sarella sonriéndole a su propio reflejo como un gran gato a punto de saltar sobre un guacamayo.

Seguramente no se refiere a…

Pero Ren ya conocía los gustos de Sarella. Recordaba el modo en que ella lo había perseguido la última vez.

—¿El embajador del Este va a volver? —La voz de Ren ni siquiera tembló. Estaba volviéndose buena en eso.

—El embajador Danton me escribió la semana pasada. —Sarella volvió a sacudir esas pestañas pintadas—. Ha dicho que está ansioso por el reencuentro.

Por supuesto. Ren debió haberlo visto venir. Primero Bahía Ardiente, el asesinato del príncipe Nicolen dos meses atrás… Claramente los esteños no se detendrían hasta que Kolonya muriera.

Lo que significaba que Danton necesitaría más información pronto.

Las venas de Ren se congelaron.

El derramamiento de sangre no era raro para las Regiones. Desde el momento en que cinco grupos diferentes de conquistadores genaleses dominaron las Regiones previamente inhabitadas, ellos habían sufrido. Primero como cinco colonias abusadas y abatidas que Genal explotaba por tanto dinero como pudieran escurrir de las espaldas de los conquistadores. Luego, cuatrocientos años atrás, cuando las Regiones declararon la independencia e iniciaron la primera Guerra de Reconocimiento, sangraron y murieron por la libertad. Desde esa primera guerra, seis más los habían azotado, cada una más sangrienta que la anterior.

Pero la batalla de la Bahía Ardiente era diferente. Ese no había sido un ataque de Genal.

Seis meses después de que la tinta se secara en el Séptimo Acuerdo de Paz con Genal, rebeldes del Este habían emboscado a la flota de Kolonya en retribución por el supuesto monopolio de muchos de los recursos de las Regiones.

Como si más muertes pudieran ser la solución correcta. Como si una guerra interna fuera a solucionar las ruinas de una externa.

Siete buques fueron hundidos en Bahía Ardiente, una gran parte de la flota restante de Kolonya. Y mil ochocientos cincuenta y cuadro Talones, marinos y soldados rasos, murieron en esos buques. Solo unos pocos sobrevivieron para describir el horror de esas llamas que se extendían por derrames de petróleo en el agua, los gritos de sus compatriotas al hundirse en las aguas en llamas de la Bahía Davenforth; más conocida como Bahía Ardiente en el presente.

¿Por qué murieron?

Porque Florencia fue tan ingenua como para confiar en un hombre que había construido su vida en base a la traición.

—Lo que me recuerda —continuó Sarella—, que debo hablar con Madam Oruna. Necesitaré a una criada más capaz mientras Danton esté en la ciudad. Su gusto es… exquisito.

Las manos de Ren temblaron tan fuerte que apenas pudo retirarle el vestido. Se esforzó por mantener su rostro inexpresivo, sin emociones.

Por dentro, los recuerdos surgieron.

Danton en la cueva, su sitio secreto, el único lugar en la fortaleza en el que podían estar solos. Danton rodeándola con los brazos, la sonrisa descuidada. Los labios de Danton sobre los suyos, ardiendo de calor.

Danton tratándola como a una igual, al menos en privado.

Danton en público, su mirada que pasaba más allá de Ren. Danton coqueteando con las cortesanas. Bailando con Sarella, con su sonrisa encantadora, una mano alrededor de la cintura de ella. Siguiéndola movimiento por movimiento mientras danzaban alrededor de la idea de hacer más.

La mirada que Danton le dedicaba mientras se acercaba para llenar la copa de Sarella.

—Imagino que no te molestará ser reasignada. —Sarella levantó los brazos del mismo modo en que lo hacía todas las noches. Que el Sol protegiera a una dama de tener que desvestirse a sí misma. En esta ocasión, la desnudez de Sarella era como un desafío. Un reto—. Nunca has disfrutado viéndome con él, ¿no es así?

Ren buscó la bata de Sarella y la dejó sobre sus hombros, con los ojos fijos en su reflejo del espejo. Ren sonrió ampliamente, así que Sarella no pudo ver lo forzada que era.

—Como usted crea, milady.

En el momento en que Sarella sopló las velas, Florencia se dirigió a los aposentos de las criadas. Podría haber esquivado el área común y dirigirse directamente a su cuartucho; una cama simple y un estante de dos por dos, el único sitio del mundo que podía llamar propio. Pero dormir era imposible en ese momento. Sin importar lo exhausto que estuviera su cuerpo, su mente estaba acelerada.

Danton regresará.

Con él volvía todo lo que Ren había evitado durante seis meses. El hambre desesperada cuando se besaban. El modo en que él se abría y compartía sus más profundos miedos. La manera en que ella lo correspondía, como nunca se había atrevido a hacerlo antes. Ella le había dicho todo, incluso más que a Audrina, su mejor amiga. Compartieron sus sueños, sus esperanzas, sus ambiciones por tener más en la vida de lo que habían recibido al nacer.

Después, esa misma ambición lo había llevado a apuñalarla por la espalda.

Y ahora regresaba, y, con él, más que un corazón magullado. Si alguna vez él le decía a alguien lo que ella había hecho…

No. Danton era muchas cosas, pero no un bocazas.

Eso esperaba.

Así que, más que dormir, Ren buscó a su mejor amiga. La encontró, como de costumbre, recluida en una esquina. Ren no sabía qué había llegado primero, la preferencia de Audrina por la soledad o las opiniones de las otras criadas acerca de que era demasiado presumida para socializar. Había intentado involucrar a Audrina en su círculo social, pero Aud siempre encontraba un modo de escabullirse por su cuenta.

Era una pena, porque Audrina era la chica más lista de por allí, con la posible excepción de Ren. Pero si ella prefería la soledad, que así fuera.

—Aud. —Ren se desplomó en el banco y observó la pila de productos de limpieza y las sábanas sucias en las que Audrina estaba enterrada—. Prueba con el aceite de lavanda; es mejor con la seda que el blanqueador.

—Ya lo he intentado. Creo que esta será una pérdida. —Audrina fregó las manchas oscuras de la tela pálida.

—¿Qué ha sucedido, alguien derribó su orinal?

—Nada tan asqueroso. —Audrina bufó—. Lady Halley se apasionó demasiado con su chocolate nocturno en la cama.

—Es un misterio cómo algunas de estas mujeres son capaces de comer su propia avena. —Ren suspiró.

—No seas ridícula. Ninguna de ellas se encorvaría para comer avena. —Ambas se rieron. Luego Audrina vio la expresión de Ren y sus manos rígidas—. ¿Qué ha sucedido?

—¿Sabes? Eres la única que puede hacer eso —dijo Ren con el ceño fruncido.

—¿El qué, leerte? —Audrina elevó las cejas—. Lo dudo. Tus hombros se desploman cuando estás molesta. —Ella se inclinó hacia adelante en una imitación exagerada—. Y cuando estás enfadada, haces este mohín, como un pato…

—Ya. —Ren dio una palmada en el hombro de su amiga—. Lo entiendo, soy fácil de descifrar. —El silencio se extendió, agradable al principio, pero fue volviéndose incómodo mientras más duraba. Finalmente, Ren se aclaró la garganta—. Él va a regresar.

No necesitaba decir quién.

—Por el Sol —exclamó Audrina. Ella no sabía nada del secreto que compartían Ren y Danton; el verdadero peligro de su regreso. Pero conocía su amorío. Había cubierto a Ren en más de una ocasión cuando necesitaba reacomodar su horario para poder escaparse con él durante una hora o dos—. ¿Cómo lo sabes? Él no te ha escrito, ¿o sí? Si ese canalla malvado intenta reanudar las cosas, juro que…

Ren rio con amargura.

—Nada de eso. No te preocupes —y agregó, cuando la grieta entre las cejas de Audrina se profundizó—: No voy a caer por él.

Audrina comenzaba a responder, cuando las puertas de la habitación se abrieron de golpe. Las dos levantaron la vista, sorprendidas. Solo media docena de criadas se encontraban en la sala común a esas horas, la mayoría aún acomodando sus uniformes. Se alzaron chillidos cuando las criadas reconocieron al intruso, Josen, uno de los escuderos. Tarde, él cubrió sus ojos.

—Una llamada de arriba —exclamó sobre las protestas—. Florencia es requerida en el Gran Salón.

El interior de Ren se congeló.

Los sirvientes nunca eran llamados por sus nombres. Especialmente no por escuderos y definitivamente no al Gran Salón. Si una dama requería asistencia, hacía sonar la campana con su cuerda y cualquier criada disponible respondía.

Ren se levantó, asintió hacia Josen y él desapareció. Después, intercambió una mirada nerviosa con Audrina.

—Estoy segura de que no es nada —susurró Aud. Tampoco parecía convencida.

Si lady Sarella se dirigía a Oruna y realizaba una queja formal, Ren podía darle un beso de despedida a su cómoda vida en la fortaleza. Sin mencionar cualquier esperanza de ascender en su posición. Por el Sol, ¿cómo pudo hacer una apuesta tan baja? ¿Acaso Rueno la había visto ayudando a su hija? ¿Sería suficiente para ganar el perdón?

Otra vez. El frío en sus entrañas se convirtió en hielo. Eso podría no tratarse de Sarella en absoluto. Los nobles no se involucrarían en cuestiones como despedir a la criada de una dama; le dejarían eso a Madam Oruna.

Pero si Danton decidía congraciarse con el rey al exponer a un traidor dentro de la fortaleza…

En Kolonya, la única misericordia que un traidor podía esperar era una sobredosis de veneno fantasmal, antes que una cruel ejecución. De cualquier manera, la muerte era segura.

Ren enderezó sus hombros, luego elevó el mentón mientras salía de la habitación. «No puedes controlar tu destino», le decía siempre Madre. «Solo el modo en que lo enfrentas».

Cualquier forma que el juicio del Sol tomara, Ren lo miraría directamente a los ojos.

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