Rule

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6. Florencia

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6. Florencia

Florencia

—¿Por qué no me lo has dicho? —Florencia estaba apoyada contra el marco de la puerta de la habitación de su madre; la versión mejorada del armario en el que ella misma residía. Las habitaciones estaban reservadas para el personal más antiguo de la fortaleza, mujeres que habían servido como criadas para las jóvenes y desesperadas recién llegadas y que luego habían pasado a encargarse de los cortesanos mayores, quienes preferían que sus criadas fueran amables y tan poco atractivas como para no tentar a ningún marido.

Hasta esa mañana, esa había sido la vida que Ren esperaba tener, a menos que lograra asegurarse una propuesta matrimonial. Cada semana durante años había visitado esa habitación y había observado las paredes desteñidas, su solitaria cama individual y el armario de económica madera. Solía sentarse en la única silla para visitantes, beber té de una taza cascada y permitir que el pánico lentamente la ahogara.

Eso era todo. Lo mejor que podía esperar.

Después llegó la llamada del rey. El anuncio que puso su vida de cabeza.

—Te ha dicho cuáles son los riesgos, seguramente. —Madre, al menos, no se hizo la desentendida. Ren la ignoró con la mano.

—Asesinos, complots en su contra. Eso aún no explica por qué tú no has podido advertirme.

—¿E invocar la ira de un rey? —Madre alzó las cejas.

—¿Con quién está tu lealtad, con el rey o con tu propia hija? —argumentó Ren. Madre rio.

—¿Lo ves? Es exactamente por esto que no te lo he dicho antes. —Ella palmeó la cama a su lado—. Siempre ves las cosas en blanco o en negro. Ellos o yo, a favor o en contra. Existen millones de gamas de gris, Ren, especialmente al tratar con reyes.

Ren dudó durante un momento más en la puerta, con intención de permanecer enfadada, firme. Pero estaba exhausta. Desde la noche sin dormir con Sarella, después las noticias sobre Danton y ahora esto. Era demasiado.

Se desplomó en la cama junto a Madre.

—Explícamelo, entonces. ¿Cómo llegaste a la cama con un rey?

—No fui siempre tan vieja e imposible de desear, ¿sabes? —respondió con una risa que curvaba las comisuras de sus labios.

—Sigues siendo preciosa, Madre —afirmó Ren—. Eso no ha sido lo que te he preguntado.

La mirada de Madre se desvió hacia la ventana y su expresión se volvió nostálgica.

—Requirió un esfuerzo, te diré eso. Pero el rey era un hombre apuesto en sus días y yo era una joven criatura determinada. —Sus ojos se intensificaron entonces, fijos otra vez en los de Ren—. Supongo que corre en la familia. Imagino que tu conquista del embajador Danton ha requerido similares esfuerzos.

Ren parpadeó, sorprendida. Madre nunca antes había mencionado a Danton. Ni siquiera había dado pistas de que tuviera siquiera sospechas de su relación.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde el principio, supongo. —Su sonrisa se volvió indulgente—. No me malinterpretes, no estoy disgustada. El embajador es un aliado poderoso. Esa conexión te ayudará en el futuro.

Me destruirá, es lo más probable. Pero se relajó un poco. Entonces Madre solo conocía su amorío. No a lo que ese amorío había llevado. Ren rehusaba a involucrar a su madre en ese problema. Era demasiado peligroso para compartirlo con cualquiera, incluso con la familia.

—Así que te interesaba el rey. ¿Es por eso que me has mentido? ¿Por él?

—El rey me mantiene empleada. —Madre suspiró—. Normalmente una madre soltera sería expulsada de la fortaleza; él dejó pasar eso.

—Parece lo menos que puede hacer —balbuceó Ren.

—Y aun así, podría haber hecho menos. Podría haberme expulsado, podría haberte dejado con los lobos. No lo hizo, porque se interesa por la familia. Por ti. Mantenerte aquí, pero sin conocer tu pasado, fue su modo de asegurar tu seguridad, Ren.

—Mantenerme en los cuartos de las sirvientas, querrás decir.

—¿Has conocido a sus otras hijas? —respondió Madre.

Ren parpadeó. De algún modo, en su enfado por el secreto, había olvidado a las otras dos. Mis hermanastras. Descartó ese pensamiento.

—Una Viajante corta de entendimiento y una esteña silenciosa. ¿Qué pasa con ellas?

—Piensa en sus vidas. Andros dejó a la Viajante en su vida salvaje, a que pasara sus años de infancia corriendo.

Andros. De todas las experiencias surrealistas que había vivido ese día, la mayor fue escuchar a su madre mencionar tan casualmente el nombre del rey.

—Y la pobre chica esteña. —Madre se estremeció—. Vivir en frente de guerra. Escuché que su madre murió joven. Andros hizo una pequeña ceremonia por ella aquí en la fortaleza; fingió que se debía a su posición, de alguna rama noble del Este. Pero su duelo era real. Él se preocupaba por todas nosotras, a su modo. Ahora imagina la vida de esa chica; una infancia sin madre, la guerra en la puerta de tu casa, ese horrible aire de mar… Imagínalo y después dime que has tenido la peor de las suertes.

—Ella no ha pasado su vida frotando los traseros desnudos de damas de la nobleza —balbuceó Ren, aunque su tono comenzaba a suavizarse. ¿Cómo habría sido para Akeylah? ¿O para Zofi el crecer viajando?

—No, y ninguna de ellas ha aprendido ni una sola maldita cosa sobre la vida en la corte tampoco —continuó Madre—. La Ciudad de Kolonya les es extraña, la fortaleza, esta vida. Tú has pasado toda tu vida aprendiendo.

—Podría haber aprendido lo mismo siendo un miembro de la corte en lugar de servirla.

Madre chasqueó su lengua, un hábito que tenía cuando Ren estaba perdiéndose algo que ella consideraba evidente.

—¿Qué es lo que siempre te digo? La luz del sol ilumina la habitación…

—Pero también te ciega —concluyó Ren sin ganas—. Madre, conozco a Ledero.

—Pero pareces haber olvidado lo más importante de este pasaje. «Si mantienes tus ojos en la sombra, puedes verlo todo, la luz y la oscuridad a la vez». Estaba hablando de la relación de los de abajo con el amo. La razón por la cual los sirvientes saben más de la nobleza de lo que los nobles saben de sí mismos.

—Y Ledero fue el más brillante filósofo que haya cocido una gallina para el rey Ulley. Pero aun así pasó su vida en las cocinas.

—Su hijo no lo hizo. Crio a su hijo con la sabiduría de lo que motiva a los nobles y a los sirvientes y de cómo manipularlos a ambos. Ese hijo creció para convertirse en consejero del rey. Ahora el nieto de Ledero es uno de los hombres más poderosos de las Regiones.

—Lo sé, Madre.

—Entonces tal vez yo soy la que está confundida. Porque me pareció que lo habías olvidado todo hace un momento, cuando te quejabas de que te haya hecho trabajar sin razón.

Ren protestó. Madre siempre hacía eso. Ganaba las discusiones.

—De todas formas, podrías haberme dicho quién era y haberme explicado por qué querías que continuara trabajando como criada.

—¿Habrías trabajado tan duro? ¿Acaso un soldado aprende a luchar en la práctica o en la guerra?

Ren sonrió.

—¿Así que dices que no debería estar enfadada, y luego comparas el trabajo de criada con luchar en la guerra?

Para sorpresa de ella, Madre agarró las manos de Ren, con la expresión completamente seria.

—Era el fuego lo que debías atravesar para poder apreciar realmente el infierno que enfrentas ahora.

—Madre… —Su voz se suavizó. Por más que discutieran, su madre le había enseñado todo lo que sabía. Cómo conseguir ventajas, a quién poner en contra de quién. Ren nunca habría llegado tan lejos sin ella.

Madre la aferró con tanta fuerza que los dedos le dolieron.

—Crees que comprendes la política de la corte, Ren, pero apenas has comenzado a aprender. Una vez que veas cómo son estos nobles realmente, una vez que comprendas a las profundidades a las que llegarían por poder… entonces comprenderás por qué te crie como lo hice. Por qué Andros y yo intentamos protegerte.

Ren tragó un repentino nudo en su garganta. Sin importar cómo se hubiera sentido con respecto a su vida hasta entonces, le debía mucho más a Madre de lo que era consciente. A Madre y al rey.

—Gracias —murmuró Ren—. Por hacerlo. Por protegerme y criarme.

Madre puso los ojos en blanco y sonrió.

—Por favor. —En ese momento, Ren vio a otra persona. La joven y preciosa criada, cuya sonrisa atrajo la mirada de un rey—. En el momento en que te tuve, Ren, dejé de interesarme por cualquier otra cosa. Eres mi mundo. Haría lo que fuera por ti.

Ren aferró con más fuerza la mano de su madre.

—Has hecho suficiente, Madre. Me has enseñado todo lo que sé. Cómo tener éxito en la vida. —Pensó en las palabras del rey: «Kolonya os necesita»; y en las de Yasmin: «Kolonya necesita a una de vosotras en particular»—. Es mi turno ahora.

Ella sería esa persona. Se ganaría ese trono. Por ella misma y por Madre.

El rey envió un mensaje para invitar a Ren a su nueva habitación en la torre de fresno. Josen causó otro alboroto de chillidos al llevar ese mensaje a la sala de criadas.

Ren aún estaba sentada en la pequeña caja que era su habitación, debatiendo cuál sería la mejor manera de combinar sus escasas posesiones, cuando escuchó los nuevos gritos de las otras criadas. Suspiró y abrió la puerta.

—¿Qué es lo que su Gloriosa Majestad solicita ahora, Josen? —Ren salió al área común, después se quedó helada.

—Esperaba poder solicitar una audiencia, lady Florencia.

El maldito Danton se erguía como una figura tan impactante como siempre. Pómulos afilados, helados ojos azules esteños, cabello cobrizo oscuro, tan largo como para rozar las comisuras de su siempre presente sonrisa de suficiencia.

Lady Florencia. Él sabía que ella había escalado en el mundo. Pero ¿sabría por qué?

Los ojos de las criadas pasaron de uno a otro, llenos de interés. Ren no había explicado la llamada de Josen; había respondido a la tormenta de preguntas que lo siguieron apenas con una modesta sonrisa. El rey Andros aún no la había anunciado. Le había pedido que esperara hasta que la Ceremonia de Sangre de la noche siguiente confirmara su relación públicamente antes de decirle a nadie en la fortaleza quién era realmente.

No planeaba dejar que Danton arruinara todas sus cuidadosas evasiones.

—Me temo que es algo inapropiado que esté en esta área. —Ren lanzó una aguda mirada alrededor de la habitación. Al menos la mayoría de las criadas estaban vestidas y ninguna de ellas parecía demasiado ansiosa por dejar que Danton se fuera, a juzgar por el modo en que lo devoraban con la mirada.

Todas menos Audrina, quien se había levantado de su silla, con una aguja aferrada en su mano como si ya estuviera lista para apuñalar al embajador.

Relájate, articuló Ren.

—Mis disculpas. —Danton hizo una exagerada reverencia—. Ya me conoces, odio causar problemas. —Su sonrisa se amplió. Si conocía la razón de la mejora en su posición, no estaba revelándolo.

—Vete, Danton.

Algunas criadas jadearon. Eso era algo excesivamente inapropiado para que una criada le dijera a un noble de la corte, sin mencionar a uno tan importante como el embajador de la Región Este. Pero Ren ya no era una de ellas. Estaba en igual posición que Danton; más alta, por algunos puntos.

—Volveré en un momento más oportuno, lady Florencia. —Con eso, Danton hizo una reverencia y salió. Todo el aire en la habitación pareció irse con él.

—Ren. —Audrina estaba a su lado, con una mano sobre su hombro—. ¿Qué está ocurriendo, en nombre del Sol? Primero la nueva recámara, ahora esa rata esteña persiguiéndote…

Ren no podía aguantar las preguntas de su amiga o su enfado defensivo hacia Danton en ese momento.

—Te lo explicaré después —dijo mientras se volvía y abría la puerta de su pequeña habitación de criada, en la que había pasado años confinada. La habitación que estaba a punto de dejar atrás definitivamente.

Solo cuando cerró la delgada puerta de bambú detrás de sí dejó que su expresión reflejara enfado.

Él debió haber regresado esa misma tarde. ¿Y ese era el primer sitio al que iba? Tal vez sí había descubierto lo alto que había llegado. Tal vez estaba pensando mejor si abandonarla tan despiadadamente.

Maldito sea.

Desafortunadamente, la delgada puerta no podía dejar atrás la oleada de recuerdos que la invadieron, inspirados por haber visto su cara, por haber escuchado su voz.

—Necesito un favor —susurró él en la privacidad nocturna de su cueva escondida, enterrada profundamente en los cimientos de la fortaleza. La recámara de él no era un sitio seguro donde encontrarse; el rey tenía ojos alrededor de toda la fortaleza, pero especialmente en las habitaciones de los embajadores. Kolonya llamaba familia a las otras Regiones, hacía un espectáculo del afecto. Pero, tras puertas cerradas, los miembros de la realeza aún se preocupaban de que algún día una de esas Regiones pudiera recordar un tiempo, siglos atrás, en que eran independientes.

El rey Andros hacía bien en preocuparse.

Así que Danton se encontraba con Ren en la cueva, un sitio que ella había conocido por accidente, muy por debajo de las torres, incluso más abajo que las mazmorras. Construido por un rey muerto tiempo atrás, consistía en una tranquila laguna en la roca y una delgada cascada, iluminados por algas que brillaban verdeazuladas al reunirse.

Entre sus encuentros amorosos, se recostaban a la orilla de la laguna, con las piernas enroscadas, y hablaban de cambios. De un futuro en el que Ren escalaría en su posición, en el que Danton haría avanzar la causa del Este, en el que las cosas mejorarían para ambos.

En el que ya no necesitarían esconderse, si tan solo…

Si, si, si.

Así que, cuando él le pidió un favor allí, en su sitio secreto, reservado para confesiones que no podían expresar en el mundo real, Ren le respondió:

—Lo que tú digas.

Estúpida.

Ella sabía bastante sobre la rebelión. Sabía también que Danton simpatizaba con la causa de los rebeldes, aunque no con sus métodos. Él le había hablado de las aldeas que había visto quemadas; los campos que permanecían infecundos porque cada miembro apto de la familia que los poseía había muerto en el mar.

Y ella había escuchado suficientes historias en otros sitios como para imaginar las atrocidades que los invasores genaleses realizaban al asaltar las aldeas del Este. Hombres desgarrados extremidad por extremidad, mujeres decapitadas, bebés apaleados. Todo en nombre de la conquista. Todo porque Genal creía que ellas aún le pertenecían, que aún se le debía un porcentaje de todo lo que las Regiones producían.

Ren simpatizaba con él, a pesar de no haber sido testigo ella misma.

Simpatizaba también cuando Danton desaprobaba las frivolidades de la corte. La majestuosa boda del rey con la hija de dichos invasores genaleses. Los festivales del cambio de mes, que solían ser asuntos religiosos y se habían convertido en fiestas mensuales. Kolonya había gastado más dinero ese año en celebraciones que nunca antes, en nombre de «elevar los espíritus» después de la guerra.

Sin importar que los esteños estuvieran luchando por poner comida en sus mesas. Sin importar que todos los festines tuvieran lugar en la Ciudad de Kolonya, para los kolonenses, no para los esteños que murieron para protegerlos de Genal.

Así que sí, Ren simpatizaba con él.

Danton confiaba en eso.

Él la estudió durante un largo y tenso momento.

—Aún eres amiga de Josen, ¿no es así?

El ceño de ella se frunció.

—¿El mensajero del rey? Lo soy. —Le había hecho más que un favor a Josen mientras él se establecía en la fortaleza. Estaba en deuda con ella.

Danton apartó un cabello del rostro de ella.

—Necesito acceso al estudio del rey.

Ren lo observó.

Habían intercambiado secretos antes. Cotilleos, ventajas en la corte. Aquello era diferente. Él estaba pidiéndole más que rumores.

—Es cuestión de vida o muerte, Florencia. —Ella siempre había odiado su nombre completo, a excepción de cuando él lo decía. El modo en que se desenvolvía en su lengua, acentuado por sus gruesas vocales del Este, sonaba bien. Elegante—. Sé que no estás de acuerdo con algunas cosas que han hecho los rebeldes…

—Atacaron a un contingente de Talones —exclamó Ren.

—En defensa propia —argumentó Danton—. Los Talones estaban sacando a personas inocentes de sus casas, golpeando a cualquiera que sospecharan que era un rebelde, sin importar que tuviesen pocas pruebas. Sabes lo que habría pasado si la rebelión dejaba que los Talones trajeran a las personas arrestadas de regreso a Kolonya.

Ren hizo una mueca. Había escuchado de los dos líderes rebeldes que el rey Andros había logrado capturar. Habían sido juzgados y condenados por el concejo regional. Uno había sido ejecutado, el otro había sido encerrado de por vida en las mazmorras debajo de la torre de aliso.

—No apruebo la violencia —dijo ella.

—No la habrá —aseguró él—. No si me ayudas. El rey ha enviado una flota a Davenforth, un puerto en una ciudad del sur en la que la mayor parte de la rebelión se ha refugiado. Sus hombres tienen órdenes de quemar todo el pueblo por haber colaborado. —Danton la tomó por los hombros, la aferró con tanta fuerza que Ren jadeó. Ella nunca lo había visto tan desesperado.

—Danton…

—Miles morirán, Florencia. A menos que actuemos. Solo necesito saber cuándo y dónde planea hacer puerto la flota. Si puedo obtener esa información podremos sacar a todos del pueblo antes del ataque. Nadie tiene que salir herido.

Él tenía lágrimas en sus ojos. Danton, su Danton, el hombre más fuerte que conocía.

No podía soportar verlo sufrir. Si esos rebeldes eran asesinados, sabía que parte de él moriría con ellos.

Así que ella lo hizo. Que el Sol la acompañara. Le pidió a Josen que la ayudara a llevar a una de sus damas a cargo a su habitación después de una noche particularmente difícil y robó las llaves de su cinturón mientras él estaba ocupado con la dama. Después montó guardia fuera del estudio mientras Danton entraba. Devolvió las llaves menos de una hora más tarde, fingiendo que las había encontrado en el suelo de la habitación de la dama después de que Jasen se fuera. Él le dio las gracias, con su rostro blanco por la conmoción de haber dejado las llaves y ella sintió las primeras semillas de culpa echar raíces en sus entrañas.

Ren se puso excusas. Danton era su aliado, su amante, su mejor oportunidad. Ella lo ayudó con la esperanza de asegurarse una propuesta de matrimonio, un avance en la vida. Eso era lo que se decía a sí misma como mínimo consuelo.

La verdad era más humillante.

La verdad era que confiaba en Danton.

Confiaba en un rebelde del Este. Con más que solo su corazón; ella confió en él con toda Kolonya.

A la mañana siguiente, la corte bullía con rumores de la repentina partida de Danton. Había reunido a sus sirvientes al amanecer, enviado una rápida excusa al rey y luego había partido. Las personas asumieron que un romance había ido mal, De algún modo, así había sido.

Él ni siquiera se despidió.

Ren lloró esa mañana. Por ella, por su corazón roto, incluso entonces, no lo comprendía realmente. Aún asumía que él era una buena persona, aunque no se interesara por ella.

Hasta que las noticias llegaron.

La flota de Kolonya había llegado a Davenforth en la Región Este, justo como él había dicho. Aparentemente estaban allí para mantener la paz. En realidad, llevaban todo un contingente militar; miles de marineros, soldados rasos y Talones. Mil ochocientos cincuenta y cuatro de esos soldados no regresaron.

Ren sabía el número exacto. Lo había memorizado desde entonces. Lo repitió para sí misma cada noche durante semanas mientras intentaba dormir y fallaba.

La flota ancló por la noche. Tenían hombres montando guardia, pero sí esperaban ver alguna oposición, era de embarcaciones de su mismo tamaño. No vieron los pequeños botes de pesca, con sus cascos pintados de negro, navegando por aguas negras después de que las tres lunas se pusieron. No hasta que esos botes colisionaron con los cascos de Kolonya, cargados de pólvora. No hasta que la tranquila noche estalló en llamas y gritos.

Siete buques insignia se hundieran, la mayoría de las embarcaciones que quedaban de la gran flota feolonense después de la guerra.

En total, mil ochocientos cincuenta y cuatro feolonenses se ahogaron en lo que desde entonces se llamó Bahía Ardiente. Hombres y mujeres inocentes. Fuertes y leales soldados.

«Sabían que iríamos, Sabían exactamente cuántos éramos, dónde anclaríamos, cuándo llegaríamos». Eso fue lo que todos dijeron los días siguientes. Ese era el acertijo que nadie podía resolver. ¿Cómo los rebeldes esteños, que vivían a medio continente de distancia, pudieron saber los planes del rey?

Nadie podía descifrarlo.

Nadie más que Ren. Ella aprendió de la forma difícil qué clase de encantador y atractivo bastardo podía abrirse camino a tales noticias a través de un romance.

Nadie tenía que salir herido, le había dicho Danton. Aparentemente con nadie solo se refería a su gente, no a la de ella. Él le había asegurado que miles morirían si ella no actuaba, pero al parecer la muerte de casi dos mil Monenses no valía la pena prevenirla.

Eso era culpa de ella.

Cuando se sintió lo suficientemente estable, reunió todo lo que tenía en sus brazos. Empujó la puerta con el hombro y salió al área común. Dejó todo en el banco central, cada vestido, enagua y baratija.

—Si queréis algo, tomadlo —les dijo a las criadas sorprendidas. Luego subió las escaleras de la torre de fresno con las manos vacías.

El Sol le había dado un nuevo comienzo. Esta vez, ella no cometería errores.

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