Rule

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14. Zofi

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14. Zofi

Zofi

—No, por favor. Quédate. —Florencia se sumergió en el agua. Se acomodó en el asiento más lejano, a media habitación de distancia. Todo en su postura indicaba que estaba exhausta; hombros caídos, pecho hundido.

Durante un momento, Zofi dudó. ¿Quería hacer eso? Ya tenía suficientes preocupaciones con el extorsionador. No tenía tiempo para las sonrisas falsas de su hermanastra y la sospechosa y amable invitacióma quedarse.

¿Qué es lo que quiere?

Pero si Florencia era la extorsionadora, esa podía ser la oportunidad de desenmascararla.

Además, a Zofi le dolían demasiado los músculos a causa de la pelea como para considerar realmente salir del baño. Volvió a acomodarse en el banco y estiró sus piernas doloridas, le dolía todo; tanto por el ejercicio tanto como por el uso excesivo de las Artes.

Las criadas la habían enviado allí en lugar de prepararle su baño privado. Los vagabundos pueden usar los baños públicos. Zofi sabía que podía haberse quejado a Andros, forzar a las sirvientas a que la trataran mejor. Pero, a decir verdad, después de la pelea de esa mañana estaba demasiado cansada para discutir.

Aunque le sorprendía ver a Florencia allí. Había considerado a su hermanastra como la clase de persona que desfrutaría cada comodidad que su nuevo estatus pudiera ofrecerle, baños privados incluidos.

Pero, otra vez, tal vez Florencia tuviera otras razones. Hay un modo de averiguarlo. Zofi se acercó algunos asientos a su hermanastra.

—Pensé que era yo la que había luchado el día de hoy. Pero pareces más cansada que yo.

—Gracias. —Florencia levantó una ceja—. Siempre es bueno escuchar que tienes una pinta terrible.

—No es mi culpa que seas fácil de leer.

—Muy graciosa. —Florencia gimió y apoyó su cabeza hacia atrás, en la cornisa del baño—. Eres la segunda persona que me dice eso esta semana. Comienzo a pensar que debo trabajar en mi expresión de cazador.

—¿Y eso qué implica, fruncir más el ceño? —Zofi llevó sus dientes atrás en una sonrisa exagerada.

—Es una expresión. —Florencia resopló—. Para cuando necesitas ocultar lo que realmente piensas.

—Suena como una habilidad útil para un cortesano.

—¿Por qué, porque esta fortaleza está llena de depredadores? —Florencia sonrió con suficiencia, después inclinó la cabeza para sumergir su pelo castaño extremadamente lacio en el agua.

—Depredadores —coincidió Zofi— y presas. Aunque realmente no puedo imaginarte como la segunda.

—¿Debería tomarlo como un cumplido?

—Tómalo como quieras.

—¿Tienes algún problema conmigo, hermana? —Florencia volvió a sentarse para escurrir su pelo mojado.

—No más de los que tengo con cualquier otro kolonense —mintió Zofi. La mayoría de los demás kolonenses, después de todo, no eran tan peligrosos. La mayoría no eran familia. La siguiente línea al trono si Zofi abdicaba.

Eso solo jugaba en contra de Florencia. La competencia solo hacía que Zofi quisiera más el trono. Si Florencia lo ganaba, continuarían las mismas reglas de siempre, Kolonya primero, todos los demás segundos, si es que estaban.

Zofi podía cambiar todo eso. Sin duda Florencia se rebajaría a amenazarla.

—No somos todos iguales. —Florencia pasó las manos por su pelo corto una vez más, luego las dejó caer—. Al igual que yo estoy segura de que no todos los Viajantes son ladrones o asesinos.

—¿No lo somos? —Zofi desplegó una sonrisa sarcástica.

—No tienes que hacer eso.

—¿Hacer qué?

—Hacerte la dura. —Florencia descansó su cuello en la cornisa—. Todos te vimos luchar hoy. Sabemos de qué eres capaz.

—De perder, al parecer —balbuceó Zofi. Para su sorpresa, Florencia negó con la cabeza.

—Dejaste clara tu opinión. Kolonya no conoce todas las tácticas militares. Los Viajantes tienen algunos trucos también.

—Típico. —Zofi resopló con una risa—. Todo lo que ven son los diezmos.

—¿Qué más debí haber notado? El camuflaje fue lo importante de la lección.

—No, lo importante es que los Talones luchan como marionetas. La guerra es un ejercicio para ellos, un juego.

—¿Quieres decir que no te ofreciste a luchar con ellos solo por la diversión de exhibirte? —respondió Florencia, y Zofi presionó sus labios, molesta.

Tenía razón en parte, por supuesto. Pero solo en parte.

—Su estilo puede funcionar en una batalla organizada, pero no ayuda si luchamos por sobrevivir.

—¿Exactamente cuántas batallas has visto, hermana? —La voz de Florencia se llenó de sarcasmo.

—Muchas. —Así era. No en la guerra; ella había evitado el reclutamiento, como la mayoría de los Viajantes. ¿Por qué pelear por personas que te tratan como el polvo bajo sus botas? Pero ella había estado en suficientes riñas, confrontaciones con guardias locales, ladrones o pueblerinos indisciplinados que buscaban enseñar una lección a algunos vagabundos.

Esas luchas eran tan de vida o muerte como el campo de batalla.

Pensó en las palabras de Akeylah en la fiesta. Podemos cambiar las cosas para nuestra gente.

—Esta corte… es solo otro campo de batalla. Solo que con armaduras menos prácticas. —Florencia resopló, algo entre una risa y un suspiro. Luego, una larga pausa.

—Nunca había escuchado a nadie admitir eso en voz alta.

—Imagino que es más fácil para ti. Has crecido con estas personas. —Zofi intentó no permitir que su voz fuera amarga—. Eres una de ellos.

—No en realidad. —Florencia extendió sus brazos para que flotaran—. Me pasé años mirando desde la periferia, deseando poder entrar al combate. Nunca antes me había unido a la guerra realmente, hasta ahora.

¿Y cómo te has unido a la guerra exactamente, hermana?

—Aun así —Zofi encogió un solo hombro—, conoces las reglas. No saltas como un pez en una carretilla.

—Pensé que yo era una langosta con vestido —comentó Florencia, con el rastro de una sonrisa. Zofi la correspondió.

—Mejor que un pez, créeme. Al menos las langostas tienen patas.

—Oh, por favor, puedes arreglártelas.

—No en contra de toda una ciudad que me odia simplemente por ser quien soy —respondió. Y contra una hermana dispuesta a extorsionarme para obtener el trono.

—No es ese el motivo por el que las personas te juzgan. Es por cómo te vistes, por cómo te paseas como si fueras mejor que todos nosotros. Como si las reglas no se aplicaran contigo.

—¿Por qué debería obedecer las reglas de Kolonya sobre vestimenta, reverencias y besos en los traseros nobles?

—No tienes que hacerlo. —Florencia encogió un hombro delgado como el de un ave—. Pero no te quejes si las personas te tratan diferente cuando, para empezar, tú te comportas de manera diferente.

—Así que los kolonenses solo son capaces de respetar a las personas que actúan, se visten y suenan como kolonenses. ¿Eso es lo que estás diciéndome?

Florencia resopló.

—Claro que no. Pero tú no eres una noble de visita desde una cultura como la de la Región Sur o un enviado de paz de Genal.

—Cierto. Solo soy una Viajante, sin tierra y sin cultura. —Zofi prácticamente gruñó esa última palabra—. Dime otra vez que tu gente no me odia por ser quien soy.

Para crédito de ella, con eso Florencia se quedó en silencio durante un instante. Antes de que finalmente respondiera, hizo un mohín mientras pensaba.

—Supongo que debemos tener un ligero prejuicio hacia tu grupo en particular. —Ella negó con la cabeza—. Si intentaras hacer un esfuerzo, los kolonenses no serían tan fríos.

—¿Qué sucede, hermana? Eso casi suena como si me estuvieras dando ánimos. —Zofi entornó los ojos.

—No te acostumbres. —La kolonense resopló—. Después de todo, no me quejaría si dejaras la ciudad. Una hermana menos de la que preocuparme.

—¿Ansiosa por apartarme de tu camino al trono? —A su pesar, las comisuras de los labios de Zofi se elevaron en una sonrisa. Ella prefería que fuera así, ser abierta y sincera sobre su rivalidad, antes que dar vueltas sobre el asunto.

—Solo tan deseosa como imagino que tú debes estar —respondió Florencia. Aunque ella también dejó que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios—. Solo me pregunto qué pueden llevar a hacer a una persona esos deseos.

—Suena como si hablaras por experiencia, hermana. ¿Tienes algo que confesar? —Zofi llevó su cabeza hacia atrás.

—Solo preocupación por el carácter del sucesor al trono de nuestro reino. Ya hemos tenido a un heredero con una reputación menos que deseable. Odiaría ver que el trono cayera en manos de alguien igualmente inapropiado, ahora que hemos sido liberados de él.

—Estás hablando sobre el príncipe Nicolen. —Zofi alzó las cejas. ¿Acaso Florencia intentaba hacer que admitiera algo? Pero, para su sorpresa, Florencia frunció el ceño.

—Por supuesto. Seguramente has escuchado las historias que se cuentan sobre él.

—Él era un hábil guerrero. Han escrito canciones sobre su valor en el campo de batalla.

—Así era. El primero en entrar al combate y el último en salir, en cada oportunidad. —Florencia movió su cabeza hasta que su cuello chasqueó, un sonido fuerte y desagradable que hizo eco en el baño—. Pero el campo de batalla no era el único lugar en el que el príncipe desplegaba su temperamento. Golpeaba a sus sirvientes regularmente, por «errores» como permitir que lloviera en su día de cabalgata, o por no servir barracudas frescas cuando llevaban seis meses fuera de temporada.

Ella miró a su hermana. Estudió su reacción, mientras calculaba su respuesta.

—Suena como si su muerte nos hubiese hecho a todos un favor.

Si Florencia sabía algo, no se revelaba en su cara. Solo suspiró y dejó que su mirada pasara desde Zofi hacia los murales en las paredes alrededor del baño; el rey Ilian cazando con su alatormenta. Las alas del ave ocupaban la mitad del muro.

—No apruebo la violencia —respondió finalmente—. Pero debo admitir que todos en la planta baja nos sentimos aliviados cuando llegaron las noticias de su muerte.

—¿Y ahora te preocupa que sus inclinaciones sean genéticas, es eso? —Zofi entornó los ojos—. Odio romper tu ilusión, hermana, pero la sangre que tuviera en sus venas está en las tuyas al igual que en las mías. —Tal vez tú eres la que se asemeja a él, Florencia. Enviar amenazas extorsivas por la noche, intimidar a sus enemigos en su camino al trono. Pero la otra chica negó con la cabeza.

—No creo que cosas como esas corran por la sangre. Andros no era cruel. Él intentó enseñarle a Nicolen. Contrató a los mejores tutores en cada materia. Al igual que la primera reina, su madre. Ese fue el problema; lo consintieron. Le dieron a Nicolen todo lo que deseaba, cuando lo deseara. Le hicieron creer que todo el mundo le pertenecía. Que los deseos de él eran los únicos que importaban.

—Así que el único hijo que nuestro padre crio él mismo creció para convertirse en un monstruo. Es un buen augurio para nosotras —comentó Zofi.

—Pero ¿no lo ves? No fue por negligencia o enfado. No fue algo heredado o algo hecho deliberadamente. —La voz de Florencia se volvió baja y suave—. Padre solo quiso demasiado a su hijo. Nicolen se volvió su punto débil.

—Culpar al amor por todos nuestros errores estúpidos me parece una excusa fácil.

—No significa que no sea cierto. —Florencia la miró a los ojos, sonrió con suficiencia y un poco de amargura.

Pensamientos de Elex se filtraron en Zofi. Había asesinado a Nicolen para protegerlo. Había hecho algo estúpido por amor. ¿Y se arrepentía? Por las arenas, no. Ni siquiera si eso hacía que la mataran algún día.

—Eso creo.

—¿Qué sucede, hermana, realmente estás de acuerdo conmigo en algo? —Florencia se llevó una mano al pecho para fingir sorpresa.

—Soy lo suficientemente mayor como para admitirlo si me equivoco. —Zofi casi sonrió.

—Bueno. Tal vez seas una buena contendiente al trono, después de todo.

Zofi analizó la expresión entretenida de su hermana. Tal vez Florencia no fuera la extorsionadora. Tal vez estaba diciendo la verdad. No parecía estar haciendo más preguntas insistentes acerca del príncipe.

Aunque tal vez su hermana tuviera una mejor cara de cazadora de lo que Zofi creía. Quizás estaba intentando llevar a Zofi a una falsa sensación de seguridad; hablándole de cuánto despreciaba a Nicolen con la esperanza de que Zofi relajara sus defensas.

Reprimió un gemido de frustración. Odiaba eso. Odiaba las mentiras y las intrigas. Prefería una pelea directa cualquier día. Sígueles el juego. Pero las peleas directas no eran la norma en la fortaleza. Ser tan obvia no resolvería nada. Si Florencia no era su acusadora, entonces Zofi no podía permitirse ganar más enemigos dentro de la fortaleza tan pronto.

—Que la mejor candidata gane. —Zofi extendió una mano, palma arriba, como había visto hacer a los cortesanos.

Florencia sonrió y se apartó del muro. Se acercó lo suficiente para colocar su mano palma sobre la de Zofi.

—Siempre y cuando la que sea elegida acuerde desempeñarse mejor de lo que lo habría hecho el último heredero.

Su corazón dejó de latir un instante. ¿Esa era una amenaza encubierta? Florencia no se había sobresaltado ni una vez de las que Zofi había mencionado al príncipe. Y aun así, seguía volviendo al tema, sonaba casi… como si aprobara su desaparición.

—Trato hecho. —Zofi apretó la muñeca de Florencia. Ella hizo lo mismo.

—Por un cambio para mejor.

—Aunque no sepamos cómo sería eso, por ahora.

Zofi deslizó su mano debajo de la almohada y cerró sus dedos en la empuñadura de su daga.

No fue un sonido lo que la despertó, sino más bien la ausencia de sonido. Se había quedado dormida con el vaivén de las cortinas, el juego de la brisa nocturna, interrumpido por los distantes sonidos de animales en la jungla lejana.

La habitación estaba en silencio. Las cortinas estaban quietas, todo el aire fresco había desaparecido. Estaba empapada por el sudor, pesada y algo más.

Respiración.

Con cuidado, Zofi abrió un ojo y espió entre sus pestañas. Movió su cuerpo como si se moviera dormida, mientras sacaba lentamente la daga de abajo de la almohada.

Allí. En la esquina. Junto a las cortinas iluminadas por la luna y las ventanas recientemente cerradas, había una sombra.

Zofi pensó en la figura que había visto en el campo de práctica esa mañana. Pensó en el respaldo de la cama. En las letras plateadas. Asesina de sangre. Quienquiera que fuera, había comenzado una lucha con la persona equivocada.

Zofi se deshizo de las mantas y se puso de pie en el mismo momento en que la figura dijo una única palabra.

—Zofi.

Ella se quedó helada, con la daga aún instintivamente presionada sobre su antebrazo, lista para diezmarse. No necesitó derramar sangre. La daga se deslizó de sus dedos sorprendidos mientras reconocía el contorno familiar de la sombra y se daba cuenta de lo que significaba.

—Gracias a las arenas —susurró.

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