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15. Akeylah

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15. Akeylah

Akeylah

Maldito sea todo. Akeylah cerró de un golpe el cuarto tomo y lanzó un suspiro. Una mujer de la nobleza en una mesa cercana la miró, La biblioteca era casi sobrenaturalmente silenciosa, su único sonido era el ocasional movimiento del paso de una página. Desde su primera lección del día anterior, Akeylah había pasado casi cada momento despierta en ese lugar. El resto del tiempo lo había pasado dando vueltas en su cama, incapaz de dormir, soñando que cada susurro significaba el regreso del extorsionador.

Si ella no podía encontrarlo (y, en esa corte, era como cazar a una serpiente en particular en un nido de cientos de ellas), entonces su única opción era borrar el poder que tenían sobre ella. Deshacer la maldición, salvar la vida del rey y liberarse en el proceso.

Eso, o huir a su hogar. De regreso a la casa de su padrastro; el padrastro que probablemente para entonces hubiera escuchado que ella era una bastarda, concebida fuera del lecho matrimonial con un rey al que debía odiar más que nunca. Si el hombre quería matar a Akeylah cuando creía que era de su propia carne y sangre, ¿qué haría entonces si sabía que era la hija de alguien más? No solo el recordatorio de la esposa que murió al dar a luz, ¿sino también un símbolo de la secreta infidelidad de la, hasta entonces, perfecta esposa?

Akeylah no duraría ni diez minutos.

Ella no tenía opción. Necesitaba quedarse allí. Encontrar una forma de liberarse de esa amenaza.

Hizo a un lado el libro que tenía, Acólitos de las Artes: un estudio de los investigadores desde el Reconocimiento hasta la Época Yrene. Recopilaba los experimentos de varios cientos de acólitos, desde estudios de diezmos de guerra durante el reinado de Ilian, hasta experimentos de curación de heridas en el de Yrene III. No mencionaba nunca las Artes Vulgares.

Akeylah dejó ese libro en la pila de descartes en aumento y tomó Equilibrio de las Artes en su lugar. Una rápida ojeada de los primeros capítulos reveló solo pequeños fragmentos acerca de teoría de las Artes mal escritos. Ella frunció el ceño.

No necesitaba teorías sobre los dioses o sus bendiciones. Necesitaba una guía de acción.

La última vez, una pista en el antiguo Festivales de Viaje y las Artes de las Ferias en la biblioteca de su pueblo, la había llevado a la hechicera. Seguramente en algún lugar de las reservas de la fortaleza podía encontrar una semilla como esa. Después de todo, la Universidad (en donde los acólitos del Sol, los más expertos practicantes de las Artes en las Regiones, estudiaban las Artes de Sangre y experimentaban con nuevos diezmos) estaba precisamente ahí, en la torre de aliso. Ellos usaban esa misma biblioteca, guardaban sus principales libros de consulta allí.

La respuesta estaba en algún lugar de esa habitación, ella estaba segura. Pero aun así…

Akeylah suspiró y echó otro vistazo a los estantes. La biblioteca tenía la forma de un barco ballenero invertido, de cinco pisos de altura y cubierto del suelo al techo de estanterías, con escalinatas y escaleras caracol que ascendían a alturas vertiginosas.

Podía pasar toda su vida allí y nunca llegar a revisar siquiera un cuarto de esos libros. ¿Cómo, en nombre de la Madre Océano, encontraría lo que necesitaba?

—¿Lectura difícil? —preguntó alguien. Akeylah se sorprendió y cerró el libro por costumbre.

—Ah, yo solo… —Perdió la voz en el momento en que levantó la vista.

Rozalind apoyó la cadera contra el escritorio.

—¿Puedo ayudarte, mi reina?

—Solo estaba de paso y noté que soñabas despierta. —Rozalind se inclinó para estudiar la portada del libro. Sus rizos castaños acariciaron el hombro descubierto de Akeylah y lanzaron una oleada de electricidad por todo su brazo—. No te culpo. Esto parece tan temerario como una nube de tormenta en mitad del día. —La reina levantó el libro y lo abrió por una página cualquiera, con una sonrisa pícara en su rostro.

Akeylah sonrió y trató de sujetar el libro sin ganas, pero Rozalind se alejó del escritorio y fuera de su alcance.

—«La primera oportunidad conocida de la aparición de las Artes en las Regiones ha ocurrido en el año veinte Antes del Reconocimiento, cuando las Regiones aún eran colonias satélites de Genal». —Rozalind hizo una pausa para alzar sus cejas hacia Akeylah, aunque ella sintió que la reina lo hacía para esconder su incomodidad antes de continuar—. «Sin embargo, costó veinte años que las Artes se convirtieran en una fuerza unificadora para las Regiones. En el año cinco A. R., el futuro rey Ilian comenzó a experimentar con diezmos de guerra, al mismo tiempo que su futura esposa, la reina Viajante Claera, descubrió que los soldados de origen genalés no podían utilizar las Artes».

La mujer de la nobleza que había mirado antes a Akeylah tosió intencionadamente. Las jóvenes intercambiaron miradas furtivas y la malicia en la mirada de Rozalind casi hace que Akeylah volviese a reír.

Pero Rozalind solo se acercó más, con sus labios a centímetros de la mejilla de Akeylah, y continuó leyendo en un suave murmullo, su fluido acento genalés más acentuado que nunca en el volumen bajo.

—«Ilian y Claera presentaron las Artes como evidencia de que los dioses bendijeron nuestras tierras por encima de todas las demás. Claramente, el Sol deseaba fortalecer a las Regiones para que pudieran liberarse del que en un tiempo fuera su pariente…».

La mujer arrastró su silla hacia atrás con un chillido tan fuerte que hizo que Akeylah y Rozalind se alejaran de un salto. Solo entonces Akeylah pensó en cómo debía verse; la reina y su hijastra inclinadas tan cerca, susurrando sobre Genal y las Regiones.

—Deberíamos irnos —balbuceó Akeylah.

Rozalind dejó el libro en el carro. En su camino de salida ella inclinó su cabeza hacia la mujer noble en señal de disculpa.

La mujer hizo una profunda reverencia en respuesta, aunque no antes de que Akeylah pudiera ver el ceño fruncido en su cara.

No parecía el modo apropiado para que un noble tratara a su reina. Pero volvió a pensar en el pasaje que Rozalind acababa de leer. Kolonya había pasado los cuatrocientos años Después del Reconocimiento creyendo que los mismos dioses habían bendecido las Regiones con las Artes, específicamente para derrotar a Genal. En cada guerra, desde la Guerra de Reconocimiento hasta la más reciente Séptima Guerra, habían peleado soldados que creían en eso con todo su corazón.

Si Akeylah se sentía aislada allí como una esteña, solo podía comenzar a imaginar cómo debía encontrarse Rozalind. Aún estaba intentando formular una respuesta (lo siento no parecía muy adecuado, tampoco desearía que no te trataran de ese modo) cuando las puertas de caoba de la biblioteca se cerraron detrás de ellas. Entonces Rozalind le dio un codazo con una sonrisa burlona.

—No estás planeando convertirte en un acólito, ¿verdad? Porque eso sería toda una pena.

Los acólitos (quienes enseñaban a los curanderos y a los Talones, quienes mantenían registros de cada diezmo descubierto y trabajaban día y noche para descubrir más) juraban celibato.

—Me temo que esa vida no sería apropiada para mí. —Akeylah encontró la mirada de la reina. Bajo las brillantes antorchas del pasillo, los ojos azules de Rozalind parecían destellar casi tanto como su cicatriz—. Odiaría decepcionar a todas esas jóvenes nobles.

—No es su decepción la que me preocupa. —Rozalind se acercó más y Akeylah sintió cómo ella misma imitaba el movimiento, atraída como la marea por la luna.

Se contuvo en el último momento y miró al frente justo cuando unos pasos sonaron por el pasillo. Rozalind ni siquiera pareció desconcertada; solo continuó avanzando como si nada hubiera pasado.

—Entonces, ¿por qué el repentino interés en las Artes? —El tono de Rozalind era ligero, conversativo.

Encendió sus alarmas de todas formas. Akeylah no podía permitir que las personas comenzaran a hacer preguntas como esa sobre ella. Ya tenía suficientes problemas.

—El rey; eh, Padre nos ha llevado a ver a los Talones practicar ayer —respondió Akeylah—. Y la condesa nos ha mostrado algunos trucos. Sentía curiosidad por aprender más.

—Puedo recomendarte algunos diezmos, si quieres. —Rozalind volvió a sonreírle, la clase de sonrisa que encendía todo su rostro con sinceridad.

—¿Qué, has estado considerando el camino de los acólitos también? —bromeó Akeylah. Después cerró la boca, al recordar—. Ah. Rozalind, lo siento, olvidé que no puedes…

—Está bien. —Rozalind enlazó su brazo con el de Akeylah—. La mayoría lo olvida. Incluso mi marido, algunas veces. Soy toda una rareza en esta parte del mundo. La única mujer no bendecida en un mar de hechiceros.

—No somos hechiceros. —Akeylah rio.

—Así es como los llamamos en Genal. Es como os llamaríais vosotros mismos también, si pudierais ver toda la magia que podéis crear con el simple movimiento de un cuchillo.

Akeylah se ruborizó.

—Las Artes no son magia. Son un regalo de los dioses, una práctica que hemos pasado años estudiando y perfeccionando.

—Diles eso a tus enemigos. —Rozalind aún sonreía, aunque era dura, amarga.

—¿Cómo es? —preguntó Akeylah, antes de poder contenerse— …No poder diezmarse.

—Normal, para mí. —La reina se encogió de hombros y su brazo rozó el suyo—. Nunca he conocido nada diferente. Lo único que supe de las Artes antes de venir aquí fueron los terribles rumores; en su mayoría falsos, por supuesto. Historias acerca de los hechiceros en el Este. Descendientes de los niños que maldijeron a sus propios padres.

Los pasos de Akeylah flaquearon. Ella olvidó esa parte de la historia. La mayoría de los kolonenses preferían hacerlo, ya que limitaba con la traición.

—Es por eso que quería leer más acerca de las Artes —estaba diciendo Rozalind, repentinamente distraída, para disgusto de Akeylah—. Aprender cómo surgieron y separar la verdad de la ficción.

Pero Akeylah no podía dejar de repetir esas palabras en su mente. Niños que maldijeron a sus propios padres.

Cuando las Artes aparecieron por primera vez en las Regiones, no había distinción entre las Artes de Sangre y las Artes Vulgares. Aún no había estudios acerca de lo que los dioses consideraban apropiado y lo que sería señalado como hechicería prohibida.

En la primera guerra, la Guerra de Reconocimiento, algunos soldados de las Regiones (inmigrantes genaleses de primera y segunda generación, en especial) utilizaron las Artes en contra de los suyos. Abuelos, tíos y primos que se habían quedado atrás y peleaban por Genal. Fueron maldecidos por sus propios descendientes, quienes habían prometido su sangre a las Regiones.

Kolonya prefería ignorar esa parte de la historia. Ya que los habitantes de las Regiones estaban tan separados de sus ancestros genaleses que ninguna maldición, que eran efectivas solo dentro de tres o cuatro generaciones como máximo, podía afectarlos. Ya que las Regiones solo podían maldecirse unas a otras.

—¿Akeylah? —preguntó Rozalind.

Ella se sacudió para volver a la realidad. ¿Por qué Rozalind había mencionado esta historia ahora? No podía evitar la inquietud que se había instalado en su estómago.

—¿Ocurre algo malo?

—Claro que no. —Akeylah forzó una sonrisa demasiado brillante.

No. Rozalind no podía ser la extorsionadora. La reina no había sido más que amable; la única persona en la fortaleza que lo era sin esperar nada de ella a cambio.

—Veo que no has aprendido a mentir durante tu tiempo aquí hasta ahora —la provocó Rozalind. Akeylah tragó con dificultad.

—Es solo que no estoy acostumbrada a ser llamada hechicera, eso es todo.

—Me temo que será mejor que te acostumbres a eso y a cosas peores. —Con un suspiro, la reina aferró con más fuerza el brazo de Akeylah—. Créeme, nadie dejará que olvides tus diferencias, ni durante un momento.

¿Qué podía querer Rozalind, de todas formas? ¿Qué podía ganar amenazando a Akeylah, si eso era lo que estaba haciendo, mientras actuaba con amabilidad ante ella?

El trono. Si Andros fallecía sin un heredero, tal vez Rozalind esperaba conservar su derecho al trono. Y volver a poner a las Regiones bajo el control de Genal.

—¿Se supone que eso debería hacerme sentir mejor? —La voz de Akeylah se suavizó.

La mirada que Rozalind le ofreció, feroz y protectora al mismo tiempo, hizo que su pecho doliera. Eso, con certeza, no podía ser una mentira. El desesperado y casi doloroso interés en los ojos de la reina.

—No. Se supone que debería mantenerte con vida, Akeylah.

Durante largo rato, sin aliento, mantuvieron sus miradas. Akeylah sintió que su cuerpo se movía, como siempre lo hacía, acercándose hacia la reina, atraído por su improbable fuerza de gravedad.

—¿Debería preocuparme por mi seguridad en este momento? —Su voz fue incluso más baja, como un murmullo en ese pasillo público, pero vacío.

—Siempre. —Rozalind se dio la vuelta, luego la guio de regreso a un paso tranquilo. Akeylah intentó calmar su pulso acelerado—. Eres hija del rey, una pariente de sangre que puede hacerle tanto mal como bien. Sin mencionar que eres de otra Región, una Región que actualmente da origen a la rebelión.

Siguieron en silencio durante varios pasos.

—¿Se vuelve más fácil? Con el tiempo, quiero decir.

—Aún no. —Rozalind encogió un hombro—. Pero es muy reciente todavía, incluso para mí. Un año no es mucho tiempo en el gran esquema de las cosas. Nuestro tratado de paz sigue fresco. Podría sostenerse esta vez.

—¿Qué sucederá si no lo hace?

Rozalind rio sin ganas.

—Entonces dudo poder vivir lo suficiente como para preocuparme por las opiniones que los demás tengan de mí.

—Eso es horrible. —Un escalofrío recorrió la columna de Akeylah.

—Sabía a qué estaba accediendo.

—¿Tenías opción? —Eso hizo que Akeylah alzara las cejas.

—¿En venir aquí? Por supuesto que la tenía. —Rozalind volvió a sonreír y la nube negra a su alrededor pareció dispersarse. A Akeylah le encantaba eso de ella. La sonrisa, condenada por los mares, que aparecía mientras hablaba sobre su posible caída—. No todos los genaleses son los enormes lobos feroces de los que escuchas hablar en las historias antes de dormir.

—Yo no… —Se detuvo. Porque claro que estaba pensando en las grotescas historias que contaban los comerciantes que pasaban por casa de Jahen. Leyendas acerca del rey sediento de sangre que asesinaba a sus propios hombres cuando desobedecían, soldados que desollaban vivos a sus enemigos.

—Mi padre fue electo rey entre sus siete hermanos por el concejo de nobles cuando tenía mi edad, diecinueve. Ha tenido cinco hijos. Nos ha dado a todos la oportunidad de ser electos si así lo deseábamos. Su selección de un heredero será el año próximo, después de que mi hermano menor cumpla la mayoría de edad.

Elección. Eso sonaba más como el antiguo método de herencia del Este que como el de Kolonya. Pero, otra vez, Kolonya y la Región Este descendían de Genal. Tenía sentido que diferentes hijos del mismo padre heredaran características ligeramente diferentes; como ella y Florencia habían heredado los ojos de su padre, mientras que Zofi no.

De pronto, Akeylah se preguntó si el rey Andros había tomado de Genal la idea de llevar allí a sus tres hijas bastardas. Por costumbre, el rey nombraba al mayor de sus hijos legítimos como su heredero; de ahí que Andros tuviera el trono, a pesar de haber nacido apenas minutos antes que Yasmin. Ella supuso que, cuando se trataba de seleccionar a un reemplazo bastardo, la costumbre se volvía más flexible.

—Has escogido no postularte para el trono de Genal —afirmó Akeylah.

—Mi reino me necesitaba aquí. Tenemos que acabar con estas guerras si alguna de nuestras naciones quiere volver a prosperar alguna vez.

—Los mares saben que eso es cierto. —Akeylah pensó en los puertos abatidos por la guerra que aún eran visibles desde la casa en la colina de su padre—. Aun así, eso debió haber sido tan difícil. Dejar tu hogar, a todos los que conocías, para venir a casarte con un rey extranjero.

—Como te dije, sabía a qué me estaba ofreciendo. Es la primera vez que hemos sellado un tratado por medio de un matrimonio. Mi padre esperaba, espera, que yo pruebe nuestro sincero deseo de paz, de una vez y para siempre.

—Eso espero yo también —afirmó, aunque su corazón se desplomó. Rozalind necesitaba hacer que su matrimonio funcionara, no solo por ella misma, sino para mantener la paz entre las naciones. Rozalind pareció tener el mismo pensamiento, porque desenroscó sus brazos.

—Creo que este es tu pasillo.

—Sí. —Akeylah dudó.

—Te veré en la cena. —Rozalind la miró a los ojos, hasta que el rostro de Akeylah se acaloró—. La próxima vez prometo hablar de asuntos más agradables.

—Estoy de acuerdo. —Akeylah logró enseñar una pequeña sonrisa. Después se quedó allí para ver a la reina alejarse, con sus palabras aún resonando en sus oídos. Niños que maldijeron a sus propios padres.

No era Rozalind. No podía ser. Aun así, su estómago se revolvió de todas formas. ¿Cómo podía saberlo realmente?

Al final del pasillo, Rozalind miró atrás con una expresión casi dolorida. Akeylah apartó la vista rápidamente. No había nada que pudiera hacer entonces. Ningún modo en que pudiera probar la inocencia o culpabilidad de la reina. Solo podía mantener la cabeza baja y continuar con su trabajo.

Encontrar una cura para el rey Andros o morir en el intento.

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