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16. Florencia

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16. Florencia

Florencia

Cada mirada en la habitación se volvió hacia ella cuando Ren entró. Ella se vistió impecablemente y llegó tarde, después de que la mayor parte de la corte hubiera encontrado su sitio. Podía ser una cena usual de mitad de semana, pero cada ocasión era una oportunidad de promocionar su aptitud.

Ren sonrió ligeramente, suficiente para dejar ver su placer sin revelar cuánto lo disfrutaba. Los murmullos celosos de las mujeres y las miradas deseosas de los hombres.

Había nacido para ese momento, Y sería condenada antes de que una amenaza extorsiva y engañosa se lo arrebatara.

Atravesó el salón hasta su lugar cerca del espacio principal de la habitación, una mesa ocupada por los más altos rangos de la nobleza. Para su incomodidad, los últimos dos lugares restantes estaban frente a Sarella y su actual compañera de cotilleos, la igualmente insípida lady Tjuya. Ella ocupó uno de esos asientos, junto a Akeylah. Le llevó un momento darse cuenta de quién debía ocupar el otro asiento vacío.

—A nuestra hermana se le ha hecho tarde —comentó.

—Su criada le ha dicho a padre que no ha podido entrar en la habitación de Zofi en todo el día. Al parecer, cerró su puerta desde dentro. —Akeylah parecía verdaderamente preocupada—. Espero que esté bien.

—Probablemente sea algo propio de los Viajantes. —Ren sacudió una mano en un gesto desinteresado, aunque su mente estaba revuelta.

Su conversación del día anterior en los baños había sido intrigante, como mínimo. Ella aún no lograba encontrarle sentido. Todo ese diálogo sobre depredadores y presas, del asesinato del príncipe, de conspiraciones en contra del reino. Casi sonó como si Zofi estuviera sugiriendo algo, Sin embargo, no había tocado ni de cerca el tema de Bahía Ardiente. Seguramente, si Zofi hubiera estado confrontando a Ren, le habría lanzado esa acusación primero.

A menos que Zofi fuera más mentirosa de lo que parecía. Pero al haber presenciado el abordaje inconsciente de su hermanastra a su primera lección (en la que se ofreció a luchar contra un Talón y usar un diezmo por primera vez, por el Sol), a Ren le parecía difícil imaginar que Zofi mantuviera una expresión de cazadora. Ella no era la clase de persona que se sentaba a esperar que otro atrapara a una presa. Zofi se lanzaría de cabeza al bosque a arrojar flechas ciegamente hasta que alguna diera en el blanco.

Pero si ahora estaba actuando de forma extraña…

—¿El embajador del Este, quieres decir?

Ren detuvo su divagación. Encontró a lady Tjuya justo frente a ella, su mirada iba y venía entre Ren y lady Sarella.

—Así es —respondió Sarella casi como un ronroneo—. Y él quiere volver a verme. Pero no sé…

—Es el hombre más apuesto de la corte, ahora que lord Jaxen está fuera del mercado.

—Es todo un galán. —Sarella se detuvo para sacudir su cabeza, su pelo corto rozó sus mejillas mientras se daba la vuelta para echar un vistazo al otro lado del salón. Ren siguió su mirada hasta la mesa en la que el embajador Danton se encontraba junto a lord Rueño y su hija, Lexena—. Pero me preocupa su moralidad.

Ren apenas logró contenerse de escupir su plato de sopa. ¿Sarella, preocupada por la moralidad?

—¿Qué quieres decir? —Lady Tjuya sacudió sus pestañas, una provocación tan sutil como un alatormenta que arremete en la batalla.

Sarella inclinó su cabeza hacia Ren mientras ella pasaba la cuchara por su tazón.

—Al parecer, el embajador tiene predilección por las… clases bajas, si entiendes a qué me refiero.

Los oídos de Ren resonaron. Aún peor, ella notó que Akeylah estaba atendiendo a la conversación. Akeylah, quien había presenciado la interacción de Ren y Danton en la entrada, apenas el día anterior. Akeylah, quien ya conocía a Danton, y parecía una candidata más probable a ser una mentirosa ladina que Zofi…

Mientras tanto, lady Tjuya presionó una mano contra su pecho en el más exagerado ejemplo de reacción desmedida que Ren hubiera visto desde la última vez que el circo pasó por la ciudad.

—Seguramente ningún noble preferiría a una trabajadora antes que a una dama como tú.

—Todos tienen un prototipo, lady Tjuya. —Sarella se encogió de hombros—. El de él parecen ser las sirvientas.

Ren aferró su cuchara con más fuerza. ¿Qué sabe Sarella?

Él bailó con ella una vez, después de la Ceremonia de Sangre. Tal vez Sarella los había visto. Tal vez estaba sacando conclusiones.

O tal vez…

Ren pensó en Sarella borracha después de la fiesta de lord Rueño, mientras sonreía como un gato con un guacamayo en sus fauces. Nunca has disfrutado viéndome con él, ¿no es así?

Tal vez Sarella siempre lo había sabido. Tal vez había seguido a Ren antes, los había rastreado hasta la cueva y había escuchado sus conversaciones. Tal vez ella sabía qué más compartían Ren y Danton, más allá de sus amoríos.

Tal vez Sarella era su extorsionadora.

Lady Tjuya chasqueó la lengua y se abanicó con su mano, como si saber de un noble que se acostaba con una criada fuera lo más impactante que hubiera escuchado.

—No me lo puedo creer.

—Pues no te lo creas. —Sarella miró a los ojos a Ren y amplió su sonrisa—. Lady Florencia, tú solías trabajar abajo.

—Fui voluntaria, en realidad —respondió Ren, con una débil sonrisa en su rostro—. Padre quería que supiera los vaivenes de la fortaleza. Eso implicaba conocer cómo las personas tratan a los demás en ambos extremos jerárquicos; los nobles y el resto de la sociedad.

Deja que eso se filtre en tu mente, serpiente. Una mentira piadosa, el afirmar que siempre había conocido sus derechos de nacimiento. Valía la pena para apaciguar las inquietudes de cualquier noble con respecto a su pasado, decidió.

Además, al menos ese había sido uno de los planes de su padre.

Para crédito de ella, lady Tjuya entendió lo que Ren quería decir. Revolvió su sopa, probablemente recorriendo en su mente todas las interacciones que había tenido con las criadas, preguntándose qué podía usar Ren en su contra.

Muchas cosas, realmente. Ren sabía que lady Tjuya tenía afición por los dados. Tenía una lista mental de personas, nobles y de otras clases, con las que ella tenía deudas.

—Qué sacrificio. —Sarella, por otro lado, no era tan fácil de disuadir—. El pobre rey, fingiendo que su propia hija era una criada, todo para ayudarla en sus estudios. Debería elogiarlo por su dedicación. —Ella sonrió con suficiencia.

Maldita sea.

Ren no esperaba que Sarella quisiera evidencias. ¿Llegaría tan lejos como para preguntarle al rey Andros abiertamente?

—De hecho, nuestro padre fue muy cuidadoso en sus preparaciones. —Intervino Akeylah, para sorpresa tanto de Ren como de Sarella—. Él nos ha criado a cada una en condiciones únicas, para que pudiéramos traer nuestras experiencias diversas cuando llegara el momento de unirnos a la corte.

Ren le lanzó una mirada agradecida, aunque algo perpleja, a su hermanastra. El rastro de una sonrisa se dibujó en los labios de Akeylah en respuesta. La expresión de Sarella se amargó.

—Bien. Todos debemos darle las gracias a Su Majestad por ser continuamente previsor. —Sus ojos verdes centellaron por el brillo que producían los candelabros del Gran Salón—. Estoy segura de que él debe estar muy orgulloso de tu desempeño, lady Florencia. Siempre has sido la criada perfecta. Nunca indecorosa. Nunca inapropiada. —Esos ojos se entornaron—. Nunca has tomado parte en nada que pudiera causarle preocupaciones a tu padre.

La garganta de Ren se cerró. ¿Qué es lo que sabe? Con certeza había hecho referencia a sus encuentros con Danton. Seguramente Sarella no supiera más que eso. Era una extorsionadora tan poco probable como Zofi; ambas eran directas y de sangre caliente. Sarella la habría amenazado directamente y habría exigido un pago por su silencio. No enviaría mensajes en código para inquietar a Ren en secreto.

¿No?

Ren aún estaba dándole vueltas a ese asunto, cuando Josen apareció sobre su hombro.

—Disculpe, lady Florencia. Su padre desea hablar con usted.

—Gracias, Josen. —Una sonrisa encendió el rostro de él. Además de Andros, que se proponía memorizar los nombres de cada una de las personas que vivían bajo el techo de la fortaleza, la mayoría de los nobles apenas recordaban los rostros de los sirvientes, mucho menos sus nombres.

—Y con usted también, lady Akeylah —agregó Josen.

Las hermanastras se levantaron y se acercaron juntas a la mesa principal. El rey Andros se aproximó a la reina Rozalind y su voz fue un murmullo apenas audible.

—No, como he dicho antes, no creen que sea afectado por la dieta, así que esta precaución… —Andros calló. Llevó su mirada a Yasmin, luego la bajó hacia donde Akeylah y Ren se encontraban, al pie de su mesa—. Ah, chicas.

—Padre. —Ren y Akeylah hicieron una reverencia al mismo tiempo. A Ren no le gustaba el aspecto de las bolsas bajo sus ojos, o cómo sonaba su voz. Seca y frágil.

Él se aclaró la garganta con dificultad. Ren volvió a pensar en sus palabras, apenas tres días atrás, cuando él puso su mundo patas arriba.

Me estoy muriendo.

Los rumores no eran malos. No aún. «El rey tiene un brote de gripe», decían las personas. Ren se preguntó cuánto tiempo creerían eso. Cuánto tiempo pasaría antes de que esa enfermedad estuviera demasiado avanzada como para ocultarla.

—Pasado mañana —logró decir, después de volver a aclararse la garganta ruidosamente—, me gustaría que volvierais a presentarse ante mí. He enviado el mensaje a Zofi también.

—¿Otra lección, padre? —Ren se preguntó de qué se trataría esta vez. ¿Más entrenamiento militar? O tal vez una conversación personal, una oportunidad de hablar con el rey en privado. Ella esperaba que fuera lo segundo. Sería una oportunidad de aprender más acerca del reino. De estudiar al hombre más poderoso en el mundo.

De llegar a conocer a su padre.

—Sí. Buscadme fuera de la torre de cerezo por la mañana, a las siete en punto.

Ren y Akeylah se inclinaron al mismo tiempo una vez más.

—Espero con ansias una nueva oportunidad de aprender de ti —respondió Ren. El rey Andros sonrió.

—Creo que tú en particular encontrarás esta lección intrigante, Florencia.

—Recemos por el Sol que vosotras dos absorbáis más de esta lección que de la última —agregó Yasmin hacia Ren y Akeylah. Ren miró los duros ojos de la condesa con el ceño fruncido. Quería discutir. Quería preguntarle qué tenía en su contra.

Pero, por otro lado, Yasmin tenía bastante razón. Zofi había logrado el diezmo de camuflaje en su primer intento y después, además, había enfrentado a tres Talones.

Ren tenía que hacerlo mejor esta vez. Tenía que probarle al rey su valor; incluso aunque la condesa la denigrara sin importar lo que hiciera.

—Me esfuerzo por aprender cuanto pueda tanto de ti como de mi padre, tía Yasmin —dijo Ren. A menos que lo hubiera imaginado, los dientes de Yasmin se apretaron al escuchar la palabra tía. A su lado, Akeylah se inclinó.

—Rezo por el conocimiento cada día, milady.

—Me alegra que coincidamos en una cosa. —Ladró la condesa con una risa amarga.

El rey intercambió una mirada con su hermana, aunque antes de que alguno de los dos pudiera decir algo más, la reina Rozalind apoyó una mano en el brazo, de Andros.

—El asunto pendiente —balbuceó la reina, y Andros asintió.

—Gracias, chicas.

Ren reconocía una despedida al escucharla. Ella guio a Akeylah de regreso a su silla, ya que su hermanastra parecía pegada en su lugar, mirando a la reina. Solo cuando Ren conectó su brazo con el de ella, Akeylah despertó de su reverencia y se giró para seguirla. Ren atravesó el Gran Salón con el corazón acelerado. Para ser alguien que había pasado toda su vida esperando esa oportunidad, no la estaba manejando demasiado bien. Había fallado en su primera lección, Yasmin había dejado eso muy claro. Y aún tenía a alguien amenazándola, con un secreto tan grande amenazándola que hacía de Ren una carga, no solo para sí misma, sino para todas las Regiones, si llegara al trono.

Regresó a su asiento, Sarella y Tjuya seguían inclinadas juntas, susurrando, una sonrisa cruel se curvaba en el rostro de Sarella. La mirada de Ren pasó sobre ella, hacia el rincón de las criadas.

Audrina encontró su mirada con una sonrisa compasiva. Ren no había hablado con su amiga desde la Ceremonia de Sangre, pero Aud debía saber quién era ella entonces. Después de la ceremonia, los anuncios recorrieron la ciudad y la fortaleza. Una oleada de arrepentimiento la golpeó durante un momento; ella debió habérselo dicho a su amiga antes de que lo supiera por parte de otros.

Pero entonces una idea comenzó a formarse en su mente. Ren se arriesgó a corresponderla con una pequeña sonrisa, apenas más que un movimiento de sus labios. Todo lo que se arriesgaría a enseñar en público. De todas formas, Aud guiñó un ojo e inclinó su cabeza, consciente.

La idea tomó forma.

Después de todo, Ren tenía una ventaja. Algo con lo que esos nobles no podían contar, que no podían usar a su favor. Ren observó a Sarella girar su tenedor, a medio camino de una historia acerca de una deshonrada mujer de la nobleza que había traicionado a su rey. Ren encontraría al extorsionador. Aunque tuviera que descartar a cada mujer y hombre de esa corte uno a uno.

Comenzaría por Sarella. Veamos cuál de nosotras es la verdadera experta en el engaño.

El golpe a la puerta llegó en cuanto salió la luna, mientras Ren estaba vistiéndose para asistir a un concierto en la sala de audiencias privada del rey, más tarde esa noche. Ella abrió la puerta para ver la expresión desorientada de su amiga.

—Milady. —Audrina dudó en el umbral. Ren había despedido a su criada usual por esa noche, había escogido un traje simple que pudiera cerrarse ella misma. No quería que nadie más escuchara esa conversación—. ¿Necesita asistencia para vestirse por esta noche?

—Oh, por amor del Sol, no comiences a ser ceremoniosa conmigo, Aud. —Ren la arrastró adentro y le sirvió una copa de néctar de su barra.

—Lo siento, Ren. No todos los días tu mejor amiga se convierte en una princesa, eso es todo. —Audrina aceptó el néctar y bebió un trago—. Por el Sol, esto es fuerte. —Miró el líquido color ámbar.

—Mejor que el pis de gato que dejan para nosotras, ¿eh? —Ren se desplomó sobre la cama y palmeó el sitio a su lado. Audrina se sentó, aún dudosa. Observadora.

—¿Durante cuánto tiempo lo has sabido? —preguntó finalmente.

—No lo supe hasta el día anterior a la Ceremonia de Sangre. —Ren se estremeció—. Lo siento, Aud. Debí habértelo dicho yo misma. Pero estaba muy aturdida con todo lo que estaba pasando.

—No. —Aud le tocó la mano con gentileza—. Tenías mucho en mente. El descubrir que toda tu vida ha sido una mentira, que tu madre te ha escondido esto y que tu padre nunca se ha molestado en reconocerte hasta ahora… No te culpo por no haber sido capaz de hablar de eso. —El enfado en el rostro de Audrina al mencionar al rey calentó el corazón de Ren. Lo calentó y la hizo sentir aún peor por solo hablar con su amiga entonces, cuando necesitaba algo.

—Gracias. —Ren negó con la cabeza—. Siempre me apoyas. No me lo merezco.

—Por supuesto que sí. —Aud sonrió—. ¿Cuántas veces me has conseguido los trabajos que quería, o has terminado mis arreglos…? —Luego rio un poco—. ¿Cuántas chicas pueden decir que una princesa solía ayudarlas a zurcir los calcetines de sus damas?

Ren suspiró y llevó su cabeza hacia atrás para estudiar el techo.

—Hablando de ayudarnos la una a la otra… Odio hacer esto, Aud, pero necesito pedirte un favor.

—Si está dentro de mis posibilidades, lo que sea.

La culpa la conmovió. El pedir eso era como aprovecharse de su amistad. De algún modo, lo era. Pero ella compensaría a Audrina algún día.

—Se trata de Sarella.

—Podría haberlo adivinado. —Aud puso los ojos en blanco y levantó su copa en un brindis sarcástico—. No está muy complacida de que su antigua criada haya ascendido más que ella, lo noto.

—¿Sabes quién ha sido asignada en mi lugar?

—Yvette, creo. No estoy segura. Puedo averiguarlo.

—Si te ofreces para los D’Garrida, ¿crees que Oruna te dejaría ocupar el servicio de Sarella en su lugar?

Los ojos de Audrina se ampliaron.

—Lo sé, ella es horrible. —Ren elevó sus palmas—. Es por eso que siento pedirte esto a ti. Pero sabes que Yvette cambiaría contigo en un parpadeo para alejarse de ella.

—¿Con qué fin? —El ceño de Audrina se frunció aún más—. Te ayudaría de cualquier forma que pudiera, pero no puedo arriesgarme a perjudicar mi posición. No todos nosotros tenemos pasados secretos que vayan a elevar nuestro estatus. —Para crédito de ella, la voz de Aud se mantuvo estable, no tuvo amargura en esa última línea. Lo dijo simplemente como un hecho. No como algo que resintiera.

Ren no sabía si, de estar en los zapatos de Audrina, ella hubiera podido mantenerse tan imparcial. Amaba a su amiga mucho más por eso.

—No planeo un sabotaje —prometió Ren—. Nada que te ponga en peligro. Solo deseo una cosa. Una pequeña, realmente. —Ren permitió que una sonrisa se dibujara en su rostro. Esa era un arma que ninguna de esas mujeres nobles podía blandir, a pesar de sus altas cunas. O por causa de ellas, de hecho.

Después de todo, ¿cuántos secretos había descubierto ella misma mientras vestía y desvestía a esas elegantes mujeres? Para la nobleza, los sirvientes eran tan invisibles como el mobiliario. ¿Sarella quería ver de qué estaba hecha D’Andros Florencia? Bien, Ren estaba más que feliz de enseñárselo.

—¿Qué?

—Información. —Ren aferró con fuerza la mano de su amiga.

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