Rule

Rule


17. Zofi

Página 19 de 37

17. Zofi

Zofi

—Simplemente deja la bandeja —indicó Zofi al otro lado de la puerta.

—Milady. —Escuchó la voz de la criada, dura y enfadada—. El rey ha enviado otro mensaje para usted. Esto no es apropiado.

—Ya te lo dije, me presentaré a la lección. Pasado mañana.

—Si está enferma, deje que envíe a los curanderos. No será bueno para mí que vean que dejo sufrir a mi dama a cargo.

Y allí estaba. La única razón por la que la criada tenía algo de interés en que Zofi hubiera pasado el día encerrada allí.

—¿Dónde estaba esa preocupación ayer, cuando necesitaba un baño? —respondió Zofi.

—Los baños públicos son…

—Perfectamente aceptables para los vagabundos. Eso has dicho. Ahora explícame por qué debería importarme si te metes en problemas porque yo pase la cena en mi recámara.

Un largo silencio llegó al otro lado de la puerta. Zofi esperó hasta escuchar el tintineo de la bandeja, seguido por pasos alejándose, antes de abrir la puerta y arrastrar la bandeja adentro.

—Vivir aquí parece más engorroso de lo que debería.

—Sí, bueno. —Zofi dejó la bandeja sobre su tocador y lanzó una mirada al chico estirado en su cama—. Sería mucho más fácil si no estuviera escondiendo a un criminal y prófugo.

Los rizos negros alborotados de Elex habían crecido desde la última vez que lo había visto. Su barba también parecía menos como un descuido y más como una verdadera barba. Le sentaba bien. Lo hacía mayor también, algo por lo que ella lo molestó.

Molestarlo era bueno. La distraía de la tormenta de arena que se levantaba en su estómago cada vez que recordaba que él estaba realmente allí. Cada vez que lamía sus propios labios, recordaba el sabor de su último beso. Cada vez que parpadeaba, veía la expresión desesperada y determinada en sus ojos cuando le susurró el adiós.

Ese era el antiguo Elex. Su mejor amigo, su compañero de aventuras. El chico con el que había crecido.

Este Elex, el que tenía botas sucias que manchaban su cobertor y unos duros ojos negros, era alguien más. El hombre que había tomado su lugar.

—Te lo dije, me metí aquí para salvarte.

—Y yo te lo dije, ese ha sido un riesgo estúpido. Además de que no necesito que me salven. —Zofi se sentó en el borde de la cama y le entregó el plato de la cena, que había llenado de opciones.

Elex se sentó y lo agarró. Sus dedos se rozaron antes de que él volviera a recostarse sobre los almohadones, con el plato balanceado sobre su estómago, y de ofrecerle un bollo de pan. Ella lo aceptó, pero no lo probó, solo le dio vueltas entre sus dedos.

—Ciertamente parece que sí —afirmó él—. Te están extorsionando, por las arenas.

—No es nada que no pueda manejar.

—¿Por qué arriesgarte? ¿Por qué estás quedándote aquí? —Él señaló la puerta con un codo y tiró algunas hojas de ensalada—. ¿Para poder ser acosada por las criadas? ¿Para tener sastres que te vistan como alguna mujerzuela kolonense…?

—No todos los kolonenses son tan simples —balbuceó ella mientras pensaba en los baños, en su conversación con Florencia. Con certeza, su hermanastra podía ser dicho extorsionador. De todas formas, había algo en la franqueza de ella, en su disposición a llamar a la corte por lo que era, un campo de batalla, que Zofi no podía evitar respetar.

Incluso aunque Florencia estuviera ganando la batalla por el momento.

—… y después desfilar por la corte, junto a un rey que se felicita a sí mismo por haber amansado a una salvaje Viajante. ¿Es eso? ¿Te gusta ser su caballo de exposición?

—Tengo una oportunidad de hacer algo importante aquí, Elex.

—Sí. —Él puso los ojos en blanco—. Que te ejecuten por traición.

A pesar del hecho de que ya había revisado la habitación tres veces en busca de agujeros espías y de pasadizos secretos, sin mencionar que había llenado cada ranura en las ventanas con ropa de cama, Zofi aún se alarmaba ante esas palabras.

—Ningún Viajante ha estado jamás tan cerca del trono —respondió ella. Habían estado discutiéndolo todo el día. Al parecer, seguirían toda la noche también—. Piensa en lo que implicaría que Andros me nombrara su heredera. Piensa en cómo cambiarían las cosas para nuestra gente.

—¿Quieres decir, si es que este extorsionador no hace que te maten primero? Claro, puedo imaginarme las noticias: «Nuevo récord… reina vagabunda dura solo diez días en el Trono del Sol antes de ser ejecutada por crímenes en contra de Kolonya».

—Habla en serio, Elex.

—Lo hago. —Él dejó el plato a un lado y se arrodilló en la cama. Después, se acercó para acunar la cara de ella en sus manos. Sus palmas estaban calientes, duras, con nuevas callosidades. Parte de ella quería preguntarle. Quería hablar acerca de dónde había pasado los últimos dos meses, cómo se había mantenido oculto.

Otra parte no quería saber cuánto había sacrificado por ella.

—Tú eres la que no está razonando. Zo, hablé con tu madre. Ella me habló de los Talones que te llevaron. Me dijo lo peligroso que es este lugar.

—Para ti. Por eso precisamente te dijo que no vinieras.

—Sí, pero…

—¿Sabes lo que me dijo a mí? Me dijo que les siguiera el juego. Que actuara como kolonense, que me mezclara, que hiciera que el sistema funcionara para mí. Eso no incluye correr a casa ante la primera amenaza.

—Ella no sabe lo del extorsionador. No podemos volver a la banda, no mientras me sigan buscando y tú seas la hija del rey. Pero podemos ir a algún otro sitio. A algún lugar en donde nadie sepa quiénes somos, al norte tal vez, o al este.

Zofi negó con la cabeza. Después de escuchar a Elex recrear su breve encuentro con su madre, estaba más segura que nunca de lo que su madre quería. Y, por más enfadada que estuviera con ella por haberla puesto en esa situación sin advertencia, tenía que coincidir con ella.

«La familia de Zofi es de público conocimiento ahora», le había dicho Madre a Elex. «Lo mejor que puede hacer es usar esa familia a su favor».

—Ella quiere que me quede aquí. Que gane ese trono.

—Tu madre te ha ocultado tu pasado. —Elex hizo una mueca—. Dejó que los Talones te llevaran sin una explicación.

—Bueno, las cosas se volvieron un poco complicadas cuando apuñalé a mi hermanastro —sentenció ella. Luego hizo una pausa y frotó sus sienes—. Desearía que me hubiera dicho más, sí.

—Entonces, ¿por qué estás escuchando su consejo?

—Porque estoy de acuerdo con ella, Elex. Sin importar a dónde huya ahora, las personas sabrán que soy la hija del rey. Intentarán utilizarme, conseguir que lo influencie, tal vez incluso algo peor. Algunos enemigos de la corona no titubearían antes de torturarme para hacer que use las Artes Vulgares en contra de mi padre.

Él se sobresaltó por esa palabra. Padre. Ella conocía la sensación. Pero no podía dejar que él olvidara quién era Zofi ahora. Ella no podía olvidarlo.

—Lo mejor que puedo hacer, ahora que el mundo sabe que soy la hija de Andros, es ganarme ese título. Usarlo a mi favor; a favor de toda nuestra gente.

—¿Cómo ayudará a alguien que te ejecuten por traición?

—El extorsionador aún no se lo ha dicho a nadie —exclamó—. Además, el marcharme no cambiará el hecho de que alguien sabe lo que hice. Pueden decírselo al rey en cualquier momento, sin importar dónde esté. Al menos aquí estoy en su territorio. Tengo una oportunidad de descubrir quién está haciéndolo y por qué.

—¿Tal vez están amenazándote porque estás en su territorio? Tal vez si te marchas, las amenazas se terminen. O tal vez no, y los dos acabemos huyendo de los Talones durante el resto de nuestras vidas. Si me lo preguntas, eso parece mucho mejor que morir en esta prisión.

—No te lo he preguntado —afirmó ella. Se mordió el labio cuando él se estremeció—. Mira. —Después lo sujetó de la mano—. Estoy atrapada de cualquier manera, Elex. Lo estuve desde el momento en que enterré ese cuchillo. Lo único que puedo escoger ahora es mi futuro. Y escojo quedarme, al menos para intentar marcar la diferencia. Si muero haciéndolo, entonces moriré intentando ayudar a mi gente. Intentando detener el odio, las falsas acusaciones, los ataques.

—Sabemos cómo tratar con esas cosas. —Elex frunció el ceño—. Siempre lo hemos hecho.

—¿A cuántos de nosotros han atacado sin razón hace unos años? —Fue un golpe bajo, pero uno que necesitaba lanzar—. Fue un año de guerra, las personas estaban especialmente agitadas. ¿Cuántos de nosotros, Elex?

Él se dio la vuelta.

—Siete —continuó Zofi cuando él permaneció en silencio—. Siete personas en un grupo de cuarenta y tres. Casi un quinto de nuestra gente fue atacada, golpeada, incluso asesinada en una ocasión, ¿y para qué?

Él apretó sus dientes.

—Por pescar en el muelle equivocado. —A Leonus y Heine los golpearon porque un esteño supersticioso pensó que estaban robando su presa—. Por casarse. —Karle y Thekla habían viajado a la aldea de Thekla al norte de Kolonya para solicitar una licencia matrimonial. Los locales, que no habían visto a Thekla en años, que nunca habían visto a un Viajante con el pelo tan oscuro y salvaje como el de Karle, los detuvieron en la entrada. Los acusaron de ser espías genaleses. Cuando Karle quiso buscar sus papeles, un guardia de la ciudad se asustó. Le lanzó una flecha al pecho. Solo una vez que Thekla les mostró a los guardias los papeles que Karle había estado buscando, ellos llamaron a los curanderos para que lo trataran. Para entonces, fue demasiado tarde.

Elex se levantó de la cama y se acercó a la ventana.

Zofi se levantó también y lo siguió.

—¿Y qué hay de Noemi, Det y Wann?

—Detente. Lo entiendo. —Elex abrió la cortina para observar la ciudad en el exterior. Estaba en paz bajo la luz de la noche. Pintorescos techos de terracota, somnolientos árboles de la jungla detrás.

Las apariencias engañaban.

—Razones de sobra para que no arriesgues tu vida al estar rodeada de personas que nos odian, nos atacan y nos asesinan solo por no ser como ellas.

—¿Y si puedo detenerlo? —Apoyó una mano sobre el hombro de él. Encontró su mirada en la ventana, con los ojos fijos en la ciudad a oscuras—. Ya soy una muerta en vida. Asesiné al príncipe. Algún día, ya sea cuando el extorsionador me entregue o cuando encuentren alguna otra prueba, el secreto saldrá a la luz. ¿Por qué no pasar mis últimos días trabajando por un mundo mejor?

Él levantó la mano y enlazó los dedos con los de ella. Durante un momento, solo un momento, pensó que podía estar ganándoselo.

—No hay un mundo mejor —balbuceó finalmente—. Solo en el que vivimos. Y si estos son tus últimos días, debes pasarlos en casa.

Después de eso, él abrió la ventana.

—Elex…

—No me quedaré sentado a ver cómo te matas a ti misma. No después de todo lo que he sacrificado para mantenerte con vida, Zofi.

Ella se sobresaltó. Su turno para el golpe bajo. No, ella nunca le había pedido que llevara su carga. Pero no cambiaba el hecho de que lo había hecho.

—Si logro superar esto, lo arreglaré también. Limpiaré tu nombre, Elex. —Él rio una vez, con fuerza.

—Cierto. En cuanto estos chacales te coronen reina. Guárdame un lugar en la coronación. —Se subió al alféizar de la ventana. Zofi agarró su mano. La usó para subir al balcón junto a él.

—No huyas. No esta vez. Al menos déjame despedirme.

Sus labios cosquillearon. Por las arenas, todo su cuerpo lo hacía. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había estado así, de pie apenas a centímetros de él. Dos meses eran una vida. Muchas cosas habían cambiado.

—No puedo —susurró, tan bajo que apenas lo escuchó—. No puedo decir adiós.

—Entonces no lo hagas. —Ella enlazó sus dedos con los de él. Él la apretó tan fuerte que le dolieron los huesos. A ella no le importó—. Dime que me verás pronto. Aunque sea mentira.

Elex sonrió. La sonrisa no llegó a sus ojos.

—Desearía que escucharas. Pero las arenas saben que si hay alguien que puede salir con vida de este nido de alatormentas, esa eres tú.

Ella inclinó la cabeza para mirarlo bajo la luz de la luna. Quédate, quería decirle. Pero sabía que él no podía hacerlo. Ya había arriesgado demasiado al estar tanto tiempo en la fortaleza. Tarde o temprano, una de esas criadas se metería en su habitación a la fuerza y encontraría al hombre más buscado de las Regiones recostado en su cama.

Así que ella acunó sus mejillas y sintió el leve rastro de barba incipiente contra su palma.

—Te veré en mi coronación —susurró ella—. Tendrás un lugar de honor.

Él volvió a reír, más suave esta vez, Una risa de verdad.

—Odio las fiestas formales, pero haré una excepción. Por ti.

Se quedaron así, con la mejilla de él en la mano de ella, mientras las sonrisas lentamente dejaban sus rostros. Zofi no tenía que preguntarle en qué estaba pensando. Sus pensamientos deberían ser iguales. Y los de ella estaban gritando: No lo dejes ir. No otra vez.

Un millón de palabras se acumularon en su garganta. Todo lo que no podía decir. Te echaré de menos. No sé cómo hacer esto sin ti. No te vayas, no te vayas, no te vayas.

Y una cosa que gritaba con más fuerza. Te quiero.

Ninguna de esas frases se hizo voz.

Elex la besó; suave como una pluma. Un beso apenas presente que solo avivó el fuego en sus venas. Fue como un diezmo de velocidad, como si todo su cuerpo se hubiera electrificado. Ella extendió su mano hacia él, por más, pero él ya se había alejado. Se subió a la barandilla del balcón.

«Espera», dijo ella; o intentó hacerlo. Se entremezcló con todas las otras palabras atoradas en su garganta. Salió como una sombra, demasiado suave como para escucharla. Él saltó con gracia del balcón y ella se echó hacia adelante para verlo. Había aterrizado un piso más abajo, en un balcón vecino, silencioso, a cuatro patas. Antes de que Zofi pudiera siquiera suspirar aliviada, Elex cayó al siguiente balcón.

Nunca miró hacia arriba.

Si lo hubiera hecho, habría visto que las lunas hacían brillar demasiado los extremos de los ojos de ella. Tal vez, si hubiera escuchado con atención, habría podido oír la oración que finalmente se liberó.

«Te quiero», le confesó al aire húmedo.

Luego bloqueó las ventanas, cerró las cortinas y, a pesar de que era temprano, se fue en busca del sueño. El sueño nunca llegó.

Una hora más tarde, seguía mirando al techo cuando una alarma sonó. Fue un ruido horrible, penetrante; el sonido de los alatormentas al ataque.

Durante un momento se quedó allí, escuchando. Volvió a escuchar el grito. Y entonces su cerebro falto de sueño conectó los puntos. Talones.

Elex.

Zofi salió disparada de la cama hacia la ventana. La abrió justo a tiempo para ver pasar a un alatormenta por el cielo nocturno, sus alas dos veces más grandes que cualquier humano. Una mancha oscura y aterradora sobre las estrellas.

No le llevó mucho tiempo ver a dónde se dirigía ese y otros alatormentas. En la distancia, toda una manzana de la ciudad se iluminó como el día. Las aves volaron hacia Talones montados, que tenían los puños en alto para llamar a sus compañeros de caza nocturna, mientras cabalgaban hacia la calle iluminada.

Zofi envainó su daga y se puso sus botas. Luego bajó las escaleras de la torre a toda prisa, vestida solo con su camiseta de dormir y pantalones cortos de seda. Salió de la torre justo cuando una manada de Talones montados alcanzaban el camino a la fortaleza. Un alatormenta se posó en la barra especial sobre la montura del Talón, el caballo se tensó con el peso de ambos, la enorme ave y el jinete humano.

Y, detrás de él, atado a una larga cuerda, rebotando en la tierra, con sus manos y pies atados…

Zofi corrió directamente hacia los Talones. Sin importar que fueran media docena, que tuvieran alatormentas sobre ellos y espadas en sus cinturas. Sin detenerse a pensar un plan. Sujetó su daga y recorrió los diezmos en su mente.

Fue entonces que un brazo colisionó con su cintura. Le sacó el aire de los pulmones. Ella se dobló, tropezó, casi se desplomó. Pero el brazo la mantuvo firme. La volvió a poner de pie. Dos manos cálidas la tomaron de los hombros, la mantuvieron en su lugar.

—Zofi. Zofi, relájate.

Su visión divagó. Se redujo a un punto. Le llevó demasiado tiempo reconocer al rostro familiar.

—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué estás en tu…? —Los ojos de Vidal se ampliaron con vergüenza al ver su atuendo. Sus manos cayeron.

—Escuché a los alatormentas —respondió Zofi en un jadeo. Lamió sus labios, arriesgó otra mirada a los Talones. Tranquilízate. El pánico no ayudaría a nadie—. Pensé… Pensé… que un ataque…

Vidal siguió su mirada hacia los soldados. Hacia el prisionero que arrastraban detrás de ellos, con la cara atravesada por un largo arañazo que debió haber sido provocado por la garra de un alatormenta.

—Está bien —dijo Vidal—. No hay nada que temer. Ese bastardo nunca te hará daño ni a ti ni a otro miembro de la realeza otra vez.

Él sonrió, aunque no con felicidad. Era el amargo triunfo que golpea tu sangre al derribar a un oponente. Los ojos de Vidal se encendieron con las antorchas, con dos Zofis atemorizadas reflejadas en sus iris.

—¿Quién es? —Tenía que preguntar. Tenía que fingir que no lo sabía ya. Vidal rio. Realmente se rio.

—El hombre que asesinó al Príncipe Plateado.

Ir a la siguiente página

Report Page