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23. Zofi

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23. Zofi

Zofi

Quería darte las gracias. —Zofi se apoyó contra la puerta del establo y observó a Vidal cepillar a su caballo—. Por creerme.

Él le había estado dando la espalda, pero entonces le lanzó una mirada por encima de su hombro, sus ojos color avellana duros como la madera en la luz de la tarde. Zofi se había dirigido a los establos después de haber instalado trampas con cuerdas en su habitación, buscando liberar otro poco de su inagotable energía. Y, debía admitir, porque sabía que le debía al menos eso a Vidal.

—No tienes nada por que darme las gracias —respondió tras una larga pausa—. Como tú has dicho, era una vida inocente. Yo no tenía elección en el tema.

—Aun así. —No podía mantenerle la mirada. Fijó los ojos en su camiseta, una prenda delgada, empapada de sudor por haber estado practicando bajo el sol del mediodía—. Podrías haber escogido el deber sobre la verdad. Podrías haberlo dejado ir a la horca.

Vidal frunció el ceño y luego volvió a darse la vuelta.

—Me alegra mucho el haber arriesgado mi honor y mi posición para salvar tu consciencia ya manchada.

—Mi consciencia no está manchada —respondió ella, de forma automática.

—Mucho mejor. Me alegra haberme arriesgado por una asesina sin remordimientos, entonces.

—Vidal. —Zofi entró al establo. Él se quedó quieto, una mano en el cepillo, aunque no volvió a darse la vuelta—. Te lo dije, fue en defensa de mi amigo. Nicolen estaba a punto de asesinarlo. Estaban peleándose por nada más que un maldito juego de cartas.

El silencio se extendió durante un momento. Después Vidal continuó cepillando su caballo, con más fuerza entonces.

—El príncipe era temperamental. Elex debió haberlo provocado de algún modo.

—¿Y eso justifica el asesinar a alguien? —Ella cerró sus puños—. Si un hombre te golpea simplemente por ser como eres, ¿eso sería tu culpa? «Un Viajante menos solo hará de este un mundo mejor». Eso fue lo que él dijo justo antes de atacar. ¿Eso suena como algo que diría una buena persona? ¿Como un príncipe o un amigo digno de tu lealtad?

Cuando volvió a levantar la vista, Vidal había hecho el cepillo a un lado. Pasó las manos por su pelo, lo aferró en sus puños, tiró un poco. Y entonces era él el que no la miraba a los ojos. Finalmente, dejó caer sus brazos con un gruñido.

—Lo he escuchado decir algo como eso antes. En el frente, durante la guerra, sobre Genal. Nunca pensé que…

—¿Nunca pensaste que él creería eso de personas reales, solo de enemigos de guerra? —Zofi alzó las cejas. Vidal negó con la cabeza.

—Eso sigue sin hacer que esto esté bien, Zofi. Has asesinado a un hombre.

—Entonces, entrégame. —Eso hizo que la mirada de él se disparara a la de ella, fija en sus ojos.

—¿Y ver cómo te cuelgan? —Una arruga apareció en su frente—. ¿Qué bien haría eso? Muerte por muerte solo sirve a un campo de batalla más sangriento.

—Entonces deja de castigarte. Has hecho lo correcto, aunque sé que debe haber sido difícil ir en contra de tus órdenes. En especial para salvar a un vagabundo.

Vidal se sobresaltó.

—Lamento que los otros Talones te llamaran así. Yo no creo que seas una vagabunda.

—Pero lo soy. —Ella se encogió de hombros—. Los kolonenses dicen esa palabra como si fuera algo de lo que avergonzarse, pero yo estoy orgullosa. Me encanta mi banda, mi estilo de vida. Solo cuando tu gente dice vagabundo como un insulto se vuelve algo negativo.

Vidal la analizó durante un largo y silencioso momento. Como él no dijo nada más, ella hizo sonar su cuello.

—Da igual. Lo que sea que sientas sobre lo que sucedió, cuales fueran tus razones para ayudar y para guardar silencio sobre mí ahora… Gracias. Eso era todo lo que quería decir.

Se giró para marcharse. Los establos olían como su hogar (caballos, sudor y heno) y solo empeoraba el dolor de su pecho. El hueco en el que debería estar Elex.

—Zofi —dijo Vidal.

Ella miró atrás. Y entonces todo el mundo giró bajo sus pies. Su cabeza dio vueltas, los límites del establo se volvieron borrosos y sangrientos, como cuando frotas tus ojos demasiado fuerte con la palma de la mano.

Frente a ella, donde Vidal había estado un segundo antes, el Príncipe Plateado miraba a Zofi desde arriba.

Su piel se heló. No podía moverse, no podía correr, ni siquiera podía hacer que su mano fuera al cuchillo en su cadera.

«¿Qué sucede, Zofi?», la voz del príncipe Nicolen era áspera, gutural, justo como ella la recordaba. Le despertó una catarata de recuerdos; sangre en sus manos, sangre en la tierra. «¿No te alegra verme?». Su boca se abrió ampliamente, la grotesca parodia de una sonrisa. El hedor de una tumba de dos meses de antigüedad la azotó.

Quería gritar, pero ni siquiera sus pulmones le obedecían.

«Qué traidor ese Vidal. Él me dijo que yo era su hermano de armas. Me dijo que se interesaba por mí. Y ahora aquí está, perdonando a mi asesina». El Príncipe Plateado chasqueó su lengua con desaprobación. «Ah, bueno. Está bien. Aún queda una persona ahí afuera de la que me vengaría». Él se inclinó, así que sus labios rozaron la oreja de Zofi. Su aliento, caliente y frío a la vez, hizo que las rodillas de ella temblaran. «Tienes hasta el Ascenso del Sol, Zofi. Tres días. Si no has dejado la Ciudad de Kolonya para entonces, me aseguraré de que Vidal no sea la única persona que conozca tu sangriento secreto…».

El pánico se apoderó de ella. Finalmente, obligó a sus piernas a moverse. Tropezó hacia atrás, hasta que su codo chocó contra madera astillada.

—Zofi.

Cerró los ojos, se dobló por la mitad. No es real, no es real. Cuando volvió a levantar la vista, Vidal estaba sobre ella, con el ceño fruncido. Tenía una mano levantada, a punto de tocar su hombro, aunque dudó entonces.

—¿Qué te ocurre?

Ella parpadeó. Frotó su sien.

—Yo… no estoy segura. ¿Me he desmayado?

—Parecías estar bien durante un momento. —Él negó con la cabeza—. Y al siguiente estabas tambaleándote hacia atrás, por la puerta del establo, como si acabaras de ver a un demonio.

—Lo siento. Debe ser la temperatura aquí. Hace calor, ¿no? —Vidal le ofreció una mano, pero ella la ignoró y en su lugar se apoyó en la pared y volvió a ponerse de pie—. Necesito aire fresco.

—¿Estás segura de que estás bien? —Miró su cara con el ceño fruncido.

—¡Por supuesto! —Zofi pasó tras él, fuera del establo.

—Zofi…

—Tengo que irme —interrumpió, antes de que él pudiera siquiera terminar la oración. No le dejó explicar lo que fuera que estaba a punto de decir antes de que ella se marchara. Arenas. Se dio prisa, se alejó de los establos lo más rápido que se atrevió a caminar.

Necesitaba hablar con sus hermanas.

Ren y Akeylah la encontraron en el patio interior. Un tranquilo rincón de césped entre las diez torres, decorado por una simple fuente en la forma de un alatormenta luchando contra un pez. El punto perfecto para encontrarse sin ser detectadas. En especial a esa hora, justo después de la cena, con la sombra de las tres lunas atravesando el patio. Solo una entrada, sin pasillos ocultos o puntos ciegos. Ningún sitio en donde pudiera esconderse un espía. Además, el fluir del agua de la fuente aseguraba que sus voces no llegaran lejos.

—¿Y bien? —Ren se giró y se sentó junto a Zofi en el borde de la fuente—. Veamos esta nueva amenaza.

—No puedo mostrárosla —respondió Zofi.

—Tenemos que confiar la una en la otra si queremos atrapar a esta persona —dijo Akeylah. Zofi negó con la cabeza.

—No puedo mostrárosla porque no fue una nota. —Ella apretó los dientes. Sabía cómo sonaría eso—. Fue… yo vi la amenaza.

—¿Quién la entregó? —Los ojos de Ren se ampliaron—. ¿Cómo era?

—No, no es eso… —Zofi suspiró—. Vi a una persona que no podría haber estado ahí. A un hombre muerto. Él apareció justo delante de mí y parecía tan real como tú. Me dijo que tenía hasta el Ascenso del Sol para marcharme o él les contaría a todos mi secreto.

—Estamos siendo extorsionadas por un zombi —sentenció Ren.

—No, no era realmente él, obviamente. Fue una visión. Yo estaba con alguien más y él no vio nada.

—Una proyección mental. —Akeylah inclinó la cabeza.

—¿Una qué? —Ren y Zofi fruncieron el ceño.

—Es un diezmo. Uno bastante raro y poco frecuente; requiere una hábil manipulación de las Artes. Sin mencionar un fuerte poder de concentración.

—¿Cómo podría ser un diezmo? Yo no hice nada.

—Un diezmo que alguien te hizo a ti, Zofi. —Akeylah la miró intensamente. El ceño de ella se frunció.

—Pero eso significaría que…

—Artes Vulgares —concluyó Ren y tocó su labio inferior—. ¿Estás segura de haber escuchado algo sobre ese diezmo, Akeylah?

—Acabo de terminar un libro que lo describe, de hecho. Durante la Guerra de Reconocimiento, la nieta de un comandante genalés de alto rango lo utilizó para convencerlo de que toda una flota naval estaba atacando sus embarcaciones desde el este. Él ignoró los argumentos insistentes de sus otros oficiales y llevó a todo su ejército en esa dirección. Entonces Kolonya atacó a su flota por detrás.

—Arenas. Un buen truco. —Zofi parpadeó.

—¿Están pensando lo mismo que yo? —Ren miró de Zofi a Akeylah. Akeylah asintió.

—Para usar las Artes Vulgares contra alguien…

El peso que se había instalado en las entrañas de Zofi desde la aparición en los establos se hizo más duro. Hizo que su estómago rugiera, que sintiera náuseas, mientras la revelación se asentaba.

—Debe ser alguien relacionado conmigo.

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