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24. Akeylah

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24. Akeylah

Akeylah

Quedan dos días. Ese fue el primer pensamiento en la mente de Akeylah cuando la irritable encargada de la biblioteca, Madam Harknell, la despertó con una llamada del rey.

Akeylah, reúnete conmigo en el solar para tu próxima lección. Deseaba poder poner alguna excusa. No había tiempo para lecciones, no en esos momentos.

Dos días para encontrar al extorsionador. Dos días antes de que fuera expuesta como una traidora de sangre o de que fuera forzada a escapar de la Ciudad de Kolonya para evitarlo. ¿A dónde iría? ¿De regreso a casa con su padrastro?

Cualquiera de los dos caminos la mataría. Una ejecución por ahorcamiento o por una botella de licor de cebada. No tenía importancia. La muerte era la muerte.

Le quedaba una sola ruta de escape posible. Pero el tiempo se estaba acabando y aún no tenía ninguna pista real. Estaba convirtiéndose rápidamente en una experta en diezmos inusuales y en los peligros de utilizar las Artes Vulgares, aunque eso no la ayudaba a reducir su lista de sospechosos. Si algo hacía, era convencerla más de que cualquiera podía aprender a maldecir a su propia familia, si era dedicado y estudiaba lo suficiente esos libros.

Lo que, supuso Akeylah, debía sorprenderla a ella, entre todo el mundo.

Necesitaba quedarse en la biblioteca. Seguir investigando. Pero tampoco podía ignorar una orden directa del rey.

—Te veré esta noche, sin duda —dijo Madam Harknell mientras ella levantaba sus cosas. Si no estaba equivocada, la mujer parecía un poco menos molesta de lo que había estado en los últimos días.

Ligeramente.

—Si la Madre Océano quiere —respondió Akeylah de camino a la salida. Harknell gimió, aunque la saludó también. A ese ritmo, se haría amiga de la bibliotecaria justo a tiempo para invitarla a su ejecución.

Su mente estaba acelerada.

Los hechos: el extorsionador conocía los pasadizos de la fortaleza. Tenía acceso a las cocinas y al servicio de correo. Estaba relacionado con Zofi dentro de al menos cuatro generaciones, y posiblemente con Akeylah y Ren también, aunque eso solo el tiempo lo diría. Y quería que las tres potenciales herederas se marcharan.

Y, como Ren había señalado, tenía una escritura muy cuidada.

Conexiones posibles, no mencionadas aún: podía ser el asesino del Príncipe Plateado; aunque Zofi no lo creía y Ren parecía estar de acuerdo. Podía ser el mismo rebelde, o grupo de rebeldes, que había orquestado Bahía Ardiente; aunque Ren tampoco parecía creer eso.

Motivaciones: ¿desequilibrio? Reunir un tribunal y hacer que se escogiera un heredero de otra Región, tal vez. O desestabilizar Kolonya al servicio de algún otro ataque exterior.

Akeylah recorrió todo el camino al solar con el ceño fruncido. Entró, perdida en sus pensamientos y aún vestida con el traje informal que usaba en la biblioteca. Se arrepintió de eso en el instante en que levantó la vista y vio a nueve nobles bien vestidos que la observaban.

El solar, al parecer, era el sitio más raro de la fortaleza en el que había estado hasta entonces. Se encontraba en la cima de la primera torre; sus muros, blancos como huesos. Un techo de cristal proveía luz más que suficiente en la habitación; luz que reflejaba gemas de todos los colores en las paredes.

En medio del vertiginoso arcoíris se encontraba un reloj de sol, cuya sombra caía a través de una escultura tridimensional en relieve de las Regiones.

Ella apartó una silla con forma de caracola marina en la esquina noreste del mapa, la última que quedaba.

Además del contingente habitual del rey Andros, la condesa Yasmin, la reina Rozalind y las hermanastras de Akeylah, contó otras cuatro personas en la habitación. Reconoció al embajador Danton, pero no a las otras tres. Aunque no requirió mucho esfuerzo ver el significado, basada en los prendedores en las camisas de cada uno de los nobles. Un gran gato del Sur, un escalador de arena del Norte y una garza del Oeste. Y, por supuesto, el pez de Danton.

Ese debía ser el concejo regional.

Rozalind la miró durante un breve instante y le ofreció una sonrisa apenas visible. Akeylah no la había visto desde que habían cabalgado juntas hacia su última lección e, incluso entonces, apenas habían tenido oportunidad de hablar antes de que Akeylah y el rey fueran a escuchar a los mercaderes quejarse de los precios de los impuestos durante horas. No había tenido un momento a solas con Rozalind desde que la reina la dejara de pie en el pasillo fuera de su habitación, con palabras de despedida resonando en sus oídos.

Si encuentras una razón lo suficientemente buena para quedarte… con egoísmo, espero que lo hagas.

Por mucho que Akeylah quisiera darle una respuesta (por mucho que deseara que esa respuesta fuera sí), no podía. No hasta encontrar a su extorsionador. No hasta que evitara que revelara su secreto.

Hasta entonces, Rozalind estaba más segura sin tener relación con Akeylah. Si ella caía por traición, se rehusaba a ensuciar el nombre de la reina genalesa en el proceso. Rozalind ya tenía demasiadas opiniones negativas que encarar.

—Gracias por venir —dijo Andros. Su voz temblaba y parecía visiblemente cansado, el blanco de sus ojos parecía amarillo bajo la luz multicolor—. Perdonen si sueno un poco distraído; aún estoy recuperándome de una larga noche.

El embajador rio. La mirada de Akeylah dejó a su padre y se enfocó en los presentes mientras él los presentaba.

A Danton ya lo conocía. Lord D’Morre Perry resultó ser el embajador de la Región Sur, lady D’Vangeline Ghoush la del Norte y lord D’Ercito Kiril de la Oeste. Ren, sentada entre Akeylah y Zofi, golpeó sus costillas con el codo ante el apellido de lady Ghoush. Akeylah también lo reconoció.

Lord D’Vangeline Rueño era el padre de Lexena. Lady D’Vangeline Ghoush debía ser su hermana. Así que no solo Lexena descendía de antiguos reyes de la Región Norte, sino que su tía servía como embajadora de esa región.

Interesante.

—Ahora, hechas las presentaciones. —El rey Andros aplaudió—. Vamos a los negocios. Ayer, mi familia y yo visitamos los puestos del cielo, en donde oímos algunas noticias problemáticas sobre la plaga de los granos. Tendremos que aumentar nuestra importación de trigo durante el próximo mes, solo para estar seguros. Embajador Kiril, he escuchado que la Región Oeste podría tener un excedente para vendernos.

Kiril miró entre Danton y el rey.

—Ya hemos vendido la mayor parte de nuestro excedente a la Región Este, Su Majestad, después de escuchar que una plaga similar afectaba sus granos.

—¿Cuánto queda? —preguntó Andros.

—Alrededor de cuatro mil toneladas, Su Majestad.

Durante un momento, Andros solo hizo una mueca. Al principio, Akeylah pensó que esa era su respuesta, Después se dio cuenta de que él se estaba enfrentando a un ataque de dolor. A su lado, Yasmin se tensó. Jugó con el anillo en su dedo, girándolo de un lado al otro. Akeylah se preguntó si la condesa iba a ofrecérselo a su hermano, para que hiciera un diezmo de curación frente a todos esos nobles.

Un diezmo de curación podía ayudar al dolor del rey, aunque no detendría lo inevitable, ella lo sabía.

Sus venas ardieron de culpa.

Finalmente, Andros se enderezó en su silla.

—Eso apenas abastecería a la ciudad durante un mes. Sin mencionar a nuestra población en el campo kolonense. Necesitaremos comprar algo de vuestras reservas de emergencia también, Kiril.

El embajador del Oeste no parecía complacido.

—Su Majestad, si la plaga avanza más al este, hacia los campos…

—Nuestra agrupación agricultural evitará que eso suceda —afirmó Andros—. Embajador Danton, ¿cuánto excedente ha comprado para su región? Podríamos necesitar algo de eso también.

—Con el debido respeto, Su Majestad, mi gente ya está pasando hambre. —Akeylah no ignoró la mirada que Danton le lanzó a Ren, o la forma en que su hermana evitó esa mirada—. He tenido que echar mano en mis arcas personales para comprar ese excedente. No podemos permitirnos venderle nada de eso.

—Todos tendremos que ajustar nuestros cinturones si queremos pasar esta temporada. —De algún modo, Andros logró mantener su tono calmado y ligero—. Debemos compartir. Unidas, las Regiones son fuertes, pero si permitimos que la escasez nos divida y acaparamos comida y provisiones de forma egoísta, nos debilitaremos. Nos volveremos vulnerables a un ataque.

Danton se inclinó hacia adelante.

—Eso está muy bien viniendo de la Región mejor alimentada. Pero ¿dónde está esa actitud de todos para uno cuando Kolonya tiene que ajustar su propio cinturón? Las Regiones exteriores se mueren de hambre mientras aquí celebran festines.

—No celebramos festines…

—¿Qué sucederá en dos días? ¿El Banquete del Glorioso Ascenso del Sol?

Andros volvió a hacer una pausa. Esta vez no era dolor lo que endurecía su expresión, sino enfado.

—El Ascenso del Sol es un ritual religioso, una tradición que tiene siglos de historia. Honra a los dioses, sus obsequios y la gratitud de las Regiones por ellos. Dejar que un evento semejante pase sin celebrarse sería peor que una derrota en la guerra; sería defraudar nuestro propio estilo de vida.

—¿Así que valora ese estilo de vida por encima de verdaderas vidas humanas de otras Regiones?

—¿No podemos valorar ambas cosas? —preguntó Akeylah.

Toda la habitación quedó en silencio, incluso su padre. Todas las miradas giraron en su dirección. Y ella resistió la repentina necesidad de esconderse debajo de la mesa.

Pero alguien tenía que decir eso. Akeylah se enderezó en su silla.

—Aún podemos celebrar el evento, podemos celebrar el Ascenso del Sol y dar el debido respeto a los dioses. Pero tal vez podríamos hacerlo de un modo que tome en cuenta nuestras presentes dificultades. «Los dioses bendicen a aquellos que cuidan de los suyos». —Cito La Histeria—. Podríamos servir bocadillos ligeros. Y guardar toda la comida posible.

—Mejor aún —intervino Ren, mientras le lanzaba a Akeylah una pequeña mirada agradecida—, podríamos enviar el excedente de comida a los puestos del cielo. Los granjeros y trabajadores que la condesa Yasmin y yo conocimos ayer están hambrientos y temerosos de su futuro si es que la plaga empeora. Si pedimos a los cocineros que salen la carne que hemos comprado, que hagan conservas con los vegetales y que conserven los granos en lugar de hornear demasiado pan, podríamos darles a esos granjeros suficiente comida para algunas semanas.

Akeylah le sonrió.

—Y entonces tendríamos menos semanas de las que preocuparnos de comprar comida de las Regiones. Nos da algo de tiempo, al menos.

El rey Andros frunció el ceño, aunque no respondió. No en ese momento.

—¿Y cómo proponéis que les expliquemos esto a los nobles que asisten al Ascenso del Sol, a la espera de una exhibición de la fuerza y el poder de Kolonya? —preguntó Yasmin, fría como el hielo—. Sin mencionar una cena decente.

—Simple —dijo Zofi—. Los adulamos.

—¿Pidiéndoles que pasen hambre toda la noche? —Yasmin golpeó la mesa con sus largas uñas.

—No. —Akeylah asintió hacia Zofi, al comprender lo que quería decir—. Adularlos hablando de lo amables y generosos que son al compartir su comida para fortalecer a todo nuestro reino.

El embajador Ghoush unió sus manos.

—Hablando por el Norte, mi gente se apoya en festines y festivales para crear redes. Para hacer los tratados comerciales que mantienen a sus pueblos florecientes en mejores temporadas.

—No podemos hacer tratos productivos sin suficiente lubricación social. —El embajador Ferry coincidió.

—Nadie ha dicho nada de reducir la bebida —respondió Zofi.

Rozalind repentinamente presionó sus labios. Akeylah estuvo bastante segura de que la reina estaba conteniendo la risa.

—No cancelaremos las festividades —dijo finalmente el rey Andros. Pasó sus dedos por su mentón y estudió a Akeylah—. Celebraremos el Banquete del Glorioso Ascenso del Sol y, de hecho, todas las festividades que nuestros cortesanos esperan. Son mecanismos necesarios de la vida en la fortaleza, como usted astutamente señaló, embajador Ghoush. Pero podemos reducir la magnitud con la que celebramos cada evento.

El embajador Perry y el embajador Ghoush inhalaron profundamente, a punto de hablar.

Andros los ignoró y señaló a un escriba en la esquina de la habitación.

—Envía un mensaje a los cocineros. Que reduzcan a la mitad las provisiones para el Ascenso del Sol. Que preserven cualquier ingrediente que pueda ser conservado y envíen a un contingente de Talones para que los distribuyan en los puestos del cielo.

El escriba tomó notas.

—Su Majestad… —comenzó a decir el embajador Ghoush.

—Esto parece algo extremo —intervino Perry.

—El Ascenso del Sol será una prueba —respondió Andros—. Luego volveremos a reunirnos para decidir si continuaremos con estas medidas. Ahora, nuestro siguiente punto…

Akeylah y sus hermanas intercambiaron miradas de ojos brillantes. Una pequeña victoria, al menos.

Alrededor de la mesa, la conversación pasó a los precios comerciales y a la reconstrucción de la flota. Entre cada punto, los embajadores Ghoush y Perry lanzaron miradas fulminantes a Akeylah. Ella los ignoró. En su lugar, lanzó miradas a Rozalind. Más de una vez pilló a la reina mirándola también y tuvo que apartar la vista rápidamente, con esperanza de que nadie lo hubiera notado.

—¿Durante cuánto tiempo planea imponer estas sanciones? —La voz de Danton interrumpió su distracción.

¿Qué me he perdido?

—Solo son una propuesta en este punto. —Andros tosió, tan fuerte como para doblarse en su asiento.

Danton no esperó a que él terminara, solo alzó la voz para hablar por encima del ataque de tos.

—Una propuesta para hacer que sea aún más difícil hacer negocios para los esteños. Quiere que nuestros comerciantes sean registrados por patrullas fronterizas como si fuéramos ¿qué, genaleses? —Danton se detuvo y miró a la reina—. Mis disculpas, Su Majestad.

—No me ha ofendido.

El corazón de Akeylah se sobresaltó ante el sonido de la voz de Rozalind. El rey Andros se aclaró la garganta.

—Solo hasta que este sinsentido de la rebeldía acabe. —Después la tos volvió a afectarlo. Mientras el rey se recuperaba, Danton miró al resto del concejo.

—¿Cuánto pasará hasta que comience a hacerle esto a su gente? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que comiencen a ser tratados como ciudadanos de segunda clase en su propio reino? Las Regiones dicen ser unidas, hasta que…

—Pero daremos pasos para protegernos a nosotros mismos cuando debamos hacerlo —intervino Ren—. Si, para empezar, pudiera tener más control sobre su gente, embajador, no necesitaríamos discutir este asunto.

Los embajadores Ghoush y Perry asintieron junto con Ren.

—Protegernos, efectivamente —balbuceó Yasmin, aunque Akeylah no estaba segura de quién más la había escuchado. Ni qué significaba eso.

La respiración de Andros silbó cuando volvió a enderezarse. Akeylah había escuchado ese sonido antes. En los muelles, cuando los botes pesqueros sacaban del agua a hombres ahogados en la bahía. Era el sonido de líquido en los pulmones.

Rezó por que nadie más en la mesa lo hubiera reconocido.

—Como he dicho —logró continuar el rey, con la voz tomada—, es solo una sanción temporal para prevenir más violencia.

Esa palabra, violencia, resonó por todo el solar.

—Discutiremos esto con más detalle durante la reunión del mes próximo. —La condesa Yasmin apoyó una mano en el hombro de su hermano—. Mientras tanto, rezo por que la paz reine en las Regiones.

Los embajadores reconocían una despedida al escucharla. Algunos murmuraron en coincidencia con Yasmin y luego comenzaron las despedidas. Akeylah se quedó hasta que se marchó el último embajador, después se levantó para seguir a sus hermanas fuera de la habitación.

En el momento en que salió al pasillo, un contacto fresco, familiar, aferró su brazo. Ella ralentizó la marcha, dejó que Zofi y Ren caminaran más adelante y luego le sonrió a la reina.

A pesar del rastro de preocupación en su frente, Rozalind parecía tan preciosa como siempre, en un vestido de seda azul que acaloraba el rostro de Akeylah.

—Has estado increíble ahí adentro.

Akeylah inclinó su cabeza.

—Dudo que lord Perry y lady Ghoush estén de acuerdo.

—Los desacuerdos son necesarios en concejos como este. Hay que ser un líder para alzar la voz, para defender tu posición al encarar la oposición. —Rozalind la miró a los ojos—. Te dije que pertenecías aquí.

Allí estaba otra vez, esa pregunta sin pronunciar. ¿Te quedarás? Si Rozalind supiera cuánto quería hacerlo.

—Puede ser. —Fue todo lo que pudo responder en ese momento. No podía mentir, no a Rozalind. Podría necesitar huir de la fortaleza en dos días, si no podía detener al extorsionador a tiempo.

—Eso suena algo más prometedor que la última vez que hablamos. —Los perfectos labios delineados y carnosos de Rozalind se elevaron en sus comisuras—. La última vez me has dicho que no había nada aquí para ti.

—Mentí. —El corazón de Akeylah se aceleró.

Rozalind dio un paso adelante. Ella la imitó.

Se escucharon pasos desde el solar. Antes de que Akeylah pudiera reaccionar, alejarse como normalmente lo haría, Rozalind sujetó su mano. La llevó en otra dirección, por una esquina oculta y a través de lo que parecía ser un tapiz que colgaba contra el muro sólido.

El tapiz resultó llevar a un angosto pasillo de servicio. La tela se acomodó en su lugar detrás de ellas y Rozalind presionó un solo dedo sobre los labios de Akeylah.

El solo contacto la dejó en silencio.

En el exterior, la voz del rey Andros se hizo audible:

—… simplemente no puedo creer eso de ella.

—Bueno, deberías. —La voz de Yasmin y los pasos se hicieron más fuertes también, en su dirección—. Además, no sé qué es tan increíble. Ninguna de tus hijas es apta para el liderazgo.

—¿Qué alternativa tengo?

—Ya sabes lo que yo pienso. —Yasmin resopló.

—Mi eco, lo sé, Y tú sabes que eso me resulta incluso: más peligroso que la alternativa.

—Si tan solo me dejaras hacer mi trabajo…

—Tu trabajo es aconsejarme, Yasmin. No gobernar en mi lugar.

Sus pasos resonaron frente al tapiz. Akeylah y Rozalind contuvieron la respiración, con las manos aún enlazadas.

Pero el rey y la condesa no parecieron notar nada fuera de lugar. Continuaron avanzando por el pasillo y sus pasos se desvanecieron.

—No —dijo Andros aunque, en respuesta a qué, Akeylah no estaba segura. Tal vez a algún gesto que no podían ver—. Tienes razón. Si esa es toda la historia.

—Algo que he estado diciéndote por el Sol sabe cuánto tiempo…

Sus voces se apagaron.

—Akeylah, ¿estás bien? —susurró Rozalind.

Algo se desenvolvió en la mente de Akeylah. ¿Gobernar en mi lugar? ¿A qué se refería el rey? Tal vez

Pero no. Eso sería una locura. No tenía sentido. La condesa Yasmin era la melliza de Andros. Él confiaba en su hermana. En su principal consejera. ¿Por qué ella actuaría en su contra?

A menos que ella creyera que estaba ayudándolo. Si pensaba que estaba protegiendo el trono de un heredero despreciable. Akeylah acababa de escucharla. Ninguna de tus hijas es apta para el liderazgo.

Ese tono coincidía con el de la última amenaza de Akeylah. Tus manos ensangrentadas nunca tocarán la corona, mientras yo pueda evitarlo. Protectora, defensiva.

Yasmin había crecido en la fortaleza. Conocía cada pasadizo, podía ordenar a cualquier sirviente que quisiera que hiciera cualquier encargo. Encargos como entregar cartas en habitaciones o dejarlas en pasillos aterradores y sombríos. Ella no creía que ninguna de las hijas de Andros mereciera el trono.

Sin mencionar que era una pariente de sangre. Separada solo por una generación. Una relación lo suficientemente cercana como para hacer una maldición de las Artes Vulgares en Zofi. Yasmin era experimentada en las Artes, les había enseñado muchos diezmos nuevos durante su primera lección. ¿Qué otros trucos sabría? ¿Qué maldiciones habría aprendido durante sus años de estudio?

Akeylah sujetó los hombros de la reina, los aferró para equilibrarse a sí misma.

—Rozalind —dijo, con la voz baja y desesperada—. ¿Qué sabes de la condesa Yasmin?

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