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25. Florencia

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25. Florencia

Florencia

—Bonito ascenso. —Ren evaluó la nueva recámara de Madre. No era tan grande como su nueva habitación, pero casi. También estaba más cerca, unos pisos por debajo de la suya en la torre de fresno—. Con vistas de la ciudad y todo.

—Andros no podía dejar a la madre de su hija en el ala de servicio. No ahora que dicha hija ha sido reconocida. —Madre se inclinó sobre su nuevo escritorio, con su pluma en mano.

—Estás muy guapa, también —comentó Ren. En realidad, Madre parecía mejor de lo que Ren la había visto en años—. ¿Es un vestido nuevo?

—¿Te gusta? —Señaló su falda de seda—. Pues imagínate los trajes que podré tener una vez que seas coronada. —Ella se rio. Pero como Ren no la acompañó, Madre dejó la pluma—. ¿Qué sucede?

—Nada. —Ren se acercó a la ventana.

En realidad, ella había estado pensando en sus hermanas. En su extorsionador en todos los caminos sin salida a los que habían llegado. ¿Realmente merecía el trono si no podía ni rastrear a un solo enemigo?

Tal vez el extorsionador tenga razón. Tal vez ella no era apta para gobernar.

—Florencia.

Ren suspiró. Madre la evaluó.

—Espero que mientas mejor en la corte.

—Me has enseñado bien, Madre, no temas.

—Dime qué está molestándote. —Se levantó y se unió a Ren en la ventana—. ¿Fue la lección? ¿La enfermedad de tu padre?

—¿Qué sabes de eso? —Ren parpadeó.

—Andros me dijo por qué decidió nombrarte cuando lo hizo, por supuesto.

—¿Hay algo más que vosotros dos aún estéis ocultándome? —Ren se cruzó de brazos.

—Nada de lo que él no te haya hablado ya. Me escribió al concederme esta recámara. Me ha dicho que planea darte a ti y a las otras chicas lecciones y ver quién prueba ser la más apta. Lo que es, debo decir, más detallado de lo que he escuchado de ti en estas últimas semanas.

—He estado ocupada. —Las otras chicas. Mis hermanas, querrás decir.

—Demasiado ocupada toda la semana para visitar a tu madre, si, lo he notado. —Madre mostró una sonrisa burlona—. Y ahora que finalmente lo has hecho, estás distraída.

Ren evitó la mirada de su madre. ¿Qué podía decir? ¿He cometido traición y ahora alguien está usando eso en mi contra?

—Ren, lo que sea que esté sucediendo, siempre puedes hablar conmigo. Espero que sepas eso.

—Lo sé, Madre. —Forzó una sonrisa—. Solo estoy estresada, entre las lecciones del rey, acostumbrarme a esta vida, llegar a conocer a mis parientes… —Ren pensó en su propia adaptación, después en cuánto más difícil debía ser para Zofi y Akeylah—. Sin mencionar a las personas que hacen comentarios sobre esos parientes…

—¿Qué comentarios?

Ren cerró su boca. Había estado pensando en las miradas de los demandantes de los puestos del cielo, en la multitud que se había silenciado cuando Zofi bajó del caballo. Las miradas de reojo que los embajadores les lanzaban a Zofi y Akeylah durante la reunión del concejo regional de ese día. Incluso cuando Ren coincidió con sus hermanas, los embajadores Perry y Ghoush habían reservado sus peores miradas de muerte para las otras dos.

Por el Sol, su propia madre acababa de llamarlas las otras chicas, como si no significaran nada.

Ren solía hacer eso también. Solía ser como Yasmin, despreciaba a cualquiera que no le pareciera valioso. ¿Por qué alimentar a nuestros propios granjeros cuando podemos guardar toda la comida para los nobles en su lugar? Y, si algún día Yasmin tenía que decidir qué nobles debían ser alimentados, Ren no dudaba de que la condesa felizmente arrojaría a la mitad de los residentes de la fortaleza bajo las ruedas del carruaje.

La exclusión era un camino peligroso. Llevaba a… ¿Qué había dicho Danton? A tratar a los demás como ciudadanos de segunda clase en su propio reino.

—Solo cosas que las personas dicen —respondió Ren—. Acerca de las hijas bastardas del rey.

—¿Qué personas? —Madre hizo un mohín, un hábito que Ren había heredado. Ella hizo lo mismo.

—Todos. Granjeros, nobles. Por el Sol, incluso Yasmin.

Para su sorpresa, Madre resopló.

—No le des crédito a nada de lo que Yasmin diga. Esa mujer siempre ha sido extraña. Si no fuera la hermana de Andros, dudo de que alguien aguantara su locura.

—¿Qué significa eso? —Ren frunció el ceño. Madre la desestimó con una mano.

—La serví durante un tiempo, hace décadas. Créeme, las cosas que hace… Habla sola, entra en trance y mira a las paredes durante horas. El último año que la serví, ni siquiera me dejaba ayudarla a vestirse. Nunca deja que nadie lo haga en estos días, he escuchado. ¿Por qué crees que solo usa esos vestidos holgados, a pesar de que estén terriblemente fuera de moda?

—Bien. —Ren negó con la cabeza—. Pero aunque ignore a Yasmin, aún hay muchas otras personas que dicen cosas de nosotras.

—¿Nosotras?

—Es decir, de mí y de las otras potenciales herederas.

—Florencia, no confíes en esas chicas.

—Madre…

—Una Viajante y una esteña. ¿Andros podría haber elegido peores amantes? La Región Este es bastante peligrosa, pero tener a una vagabunda en la familia…

Madre —lo dijo con tanta intensidad que su madre se detuvo en mitad de la oración y la miró—. Es de mis hermanastras de quienes estás hablando.

—Sé eso, Ren. —Madre entornó los ojos—. Solo espero que recuerdes la mitad que importa.

—¿Nada más? —Ren frotó sus sienes y miró al espejo sobre su tocador.

—Me temo que no. —Detrás de ella, Audrina estaba tendida en la cama, con un pañuelo de seda en una mano. Lo enroscaba ausente en su muñeca, lo extendía y luego lo enroscaba otra vez—. Solo las aburridas invitaciones a fiestas para ti y nada para ninguna de tus hermanas. Un par impopular. —Aud se echó hacia atrás, así que su cabeza quedó colgando del borde de la cama, y miró a Ren bocabajo—. ¿Quieres que siga vigilando el correo o hay alguien más que quieras que espíe?

—Lamento pedirte todos estos favores, Aud. —Ren se sobresaltó por la reflexión de su amiga. Aud rio.

—Solo estoy bromeando, Ren. Sinceramente, es algo divertido. Me mantiene entretenida, me da algo que hacer, más que solo limpiar para aburridas mujeres de la nobleza.

—Aun así. —Ren se levantó y atravesó la habitación para sentarse junto a su amiga—. Prometo que te compensaré algún día.

—No te preocupes por eso. —Aud sonrió, aunque Ren pudo ver la presión en la comisura de sus labios—. ¿Para qué están las amigas?

—¿Seguiremos siendo amigas después de que te haya pedido que sirvieras a la peor dama de toda la fortaleza? —sugirió Ren.

—Eso depende. —Aud bufó—. ¿Ya ha terminado mi deber?

—Puedes pedirle a Oruna que te saque del servicio de Sarella en este momento. —Ren tomó la mano de Aud—. Y lo prometo, no más favores.

—Por ahora. —Audrina le lanzó una mirada consciente a Ren. Ella estaba sonriendo, pero Ren vio la dureza tras ella. Resistió el impulso de apenarse.

—Espero que para siempre. —Pero no pudo evitarlo. Ya estaba pensando en los sospechosos. Un pariente de Zofi. Alguien que conozca la fortaleza. Lo que probablemente significara alguien relacionado con el lado kolonense de Zofi.

Los mismos parientes que compartía con Ren.

—Bueno, si alguien tiene que ser espiado, sabes dónde encontrarme. —Audrina se giró en la cama y se puso de pie—. Me vuelvo a bordar la falda que lady Mayuja estropeó la otra noche. —Extendió el pañuelo de seda hacia Ren.

—Ah, no. Quédatelo —le dijo Ren.

Alguien golpeó a la puerta.

—¿Florencia?

Incluso a través de la gruesa puerta de madera, Ren reconoció su voz. Y se tensó. Audrina también.

—Hablando de personas a las que tenemos que vigilar… —balbuceó.

—Compórtate —la regañó Ren mientras se levantaba para contestar.

Danton seguía vestido con el traje formal que había usado en la reunión del concejo más temprano. El corte afilado de la chaqueta resaltaba sus aún más marcados pómulos y el rojo oscuro iba a juego con su pelo. Ella resistió la reacción instintiva de su cuerpo y en su lugar lo miró fríamente.

—¿Sí?

—Necesito un momento —dijo él. Estaba en un ángulo raro respecto a la puerta, con la mitad de su cuerpo escondida detrás del marco—. A solas. —Danton miró a Audrina. Aud apretó los puños.

—Milady —dijo ella, con la voz cuidadosamente medida—, sería impropio que la dejara sola en este momento.

Ren levantó su mano, con la palma abierta hacia arriba en señal de paz.

—Estaré bien, Aud.

Ella la ignoró. Siguió mirando a Danton, incluso mientras lo rodeaba y salía al pasillo.

A pesar de la rigidez evidente en la mandíbula de Danton, su boca se curvó en una sonrisa.

—Me gusta —comentó cuando Audrina pasó tras él, fulminándolo con la mirada—. Es bueno tener amigos tan leales.

—Suelen ser escasos, lo sé. —Ren esperó a que Audrina saliera de la habitación para hablar—. ¿Qué sucede, Danton? —preguntó una vez que Aud estuvo fuera de su vista.

Él entró en la habitación. Cuando lo hizo, arrastró a un niño de servicio al interior, con el brazo retorcido en su espalda en una llave. Ren se apresuró a cerrar la puerta detrás de ellos.

—Repite lo que me has dicho —ordenó Danton.

Había lágrimas en la cara del chico. No debía tener más de trece años. A juzgar por sus delgados brazos y sus aún más escuálidas piernas, no tenía una buena posición allí. Un pinche de las cocinas, o encargado de las chimeneas.

—Adelante.

El chico tragó saliva y abrió una de sus bolsillos. Metió la mano y sacó un pequeño adorno de cristal, de color rojo oscuro.

—No es mi culpa. —Su voz era tan suave que Ren tuvo que acercarse para escucharlo—. Me obligaron.

—¿Quién te obligó? —exigió Danton.

Al chico le entró el hipo.

Ren extendió una mano.

—No… —comenzó a decir Danton, pero el chico dejó el objeto en la mano de ella.

Ren lo sujetó. El cristal estaba frío, suave. Notó que había líquido en su interior, lo que le daba ese color rojo oscuro. Ese cristal había sido sellado perfectamente a su alrededor. Ella no podía ver un tapón o un cierre. Solo delicados remolinos de cristal gris pálido que encapsulaban el líquido.

En cuanto al líquido, era de un color peculiar, pero familiar. Unos tonos más oscuro que el rubí. El color de…

El interior dé Ren se congeló.

Sangre.

—Ya se lo he dicho, nunca vi su rostro. Me pagó doscientos kolonos. Me dijo que me pagaría el doble una vez que lo entregara.

—¿Que lo entregaras cómo, exactamente?

—Debía poner el vial en los zapatos de la dama, señor. No importaba en cuál, me dijo. Cerca del tacón.

Ren frunció el ceño. Nada de eso tenía sentido. ¿Para qué era ese vial lleno de sangre, en nombre del Sol?

—¿Cómo se puso en contacto contigo? —insistió Danton—. ¿Cómo te pagó?

—Me encontró en las cocinas, mi Lord. Llevaba una capucha, así que no pude ver nada debajo de ella. Gran estatura. Con una voz algo profunda, aunque sonaba alterada. No sé qué acento.

Danton frotó sus sienes, frustrado.

—Me dejó dinero en casa de mi madre. Ella vive por la calle Masongeld, por Battonry, señor, así que es un paseo corto desde aquí.

Danton liberó el brazo del chico. Él frotó su muñeca, la masajeó entre su pulgar y su dedo índice.

—¿Te dijeron que me lo entregaras a mí específicamente? —Ren levantó el vial hacia la luz. No tenía marcas en ningún sitio. Solo las suaves, casi bonitas, espirales del cristal soplado—. ¿A lady Florencia?

El chico dudó, Se mordió el labio.

—Me dijo que llevara este vial a la recámara de lady Criada. Princesa… —Mordió su labio con más fuerza. Esperó hasta que Danton lo empujara para continuar—. Princesa de Traidores y Espías.

—Ya veo. —Ren cerró los ojos. Contó hasta tres—. ¿Y tú sabías que esa era yo porque…?

—Discúlpeme, milady. Es solo que… solo hay una criada que ahora es princesa.

—Déjalo ir, Danton. —Ren suspiró.

—Florencia, tenemos que interrogarlo, descubrir…

—Él nos ha dicho lo que sabe. No torturaré más al niño. —Ella se arrodilló hasta que su mirada estuvo al nivel de la del chico—. Gracias por decirnos lo que sabes.

El chico dudó un momento.

—¿Esto… esto cuenta?

—¿Si cuenta? —Ren frunció el ceño.

—¿Como entregar el vial? Es solo que no sé si aún me darán el dinero, y mi madre… ella tiene la tos sangrienta, por la que necesitaré curanderos para que la atiendan. Sus diezmos no la están ayudando…

Ren mantuvo su mirada durante un largo rato. Después se levantó y se acercó a su tocador. Dejó el vial y tomó una pluma.

—Lleva esta nota a la agrupación de curanderos en la calle Lichtson. Diles que pongan cualquier medicación o consulta que tu madre necesite a cuenta de lady D’Andros Florencia. —Ren dobló la nota y encendió una vela para estamparle el sello real. El alatormenta real brilló a la luz de la recámara mientras ella le entregaba la nota al chico—. Si tienes algún problema, regresa a decírmelo. Enviaré a un mensajero directamente.

El muchacho se inclinó, dudó, luego volvió a inclinarse ante Danton antes de salir.

En el momento en que se marchó, Ren se desplomó en su cama.

—¿Dónde has encontrado a ese niño, en nombre del Sol?

—Dando vueltas fuera de tu recámara como un cachorro perdido. —Danton se quedó parado junto a la cama—. Cuando me detuve a preguntarle qué estaba haciendo, él intentó salir corriendo. Lo agarré y logré sacarle algo de la historia antes de que abrieras la puerta. —Se sentó en la cama junto a ella. El colchón se movió, la hizo deslizarse unos centímetros más cerca de él, hasta que se frenó con un brazo.

—¿Así que tú también estabas dando vueltas fuera de mi recámara? ¿Quién es el cachorro perdido ahora?

Touché. —Él la miró de reojo—. Me dijiste que juzgas a las personas por sus acciones, no por sus palabras. Tenías razón. Estoy intentando probarme a mí mismo, Florencia. Estoy intentando hacer lo que es bueno para ti, no solo promesas vacías.

—¿Cómo sabías que debías buscar a un espía?

—No sabía qué estaba buscando. Espía, asesino o solo a esa Sarella curioseando. Nunca esperé encontrar… lo que sea que sea eso.

Ambos miraron al tocador. Desde allí, el vial parecía inofensivo. Solo un adorno gris y rojo. Si el niño hubiera entrado a su habitación y lo hubiera escondido, Ren dudaba de que lo hubiera cuestionado al encontrarlo.

Asumiendo que no se pusiera el zapato en el que lo hubiera dejado y que rompiera el adorno.

—¿Crees que sea alguna clase de diezmo?

—No tengo ni idea. Nunca he visto algo así. —Él frunció el ceño, inmerso en sus pensamientos—. ¿Un instrumento de los Viajantes, tal vez? He escuchado rumores de que tienen métodos para almacenar diezmos, pero son difíciles de creer cuando tus propios acólitos llevan siglos probando métodos de almacenamiento sin resultados. Además, las Artes son inútiles contra alguien, a menos que…

—A menos que sean Artes Vulgares —balbuceó Ren. Sus pensamientos se desviaron hacia el extorsionador quien ya había recurrido a ellas una vez, contra Zofi. Probablemente fuera alguien del lado de Andros de la familia, alguien que también pudiera maldecir a Ren. ¿Esa era su siguiente amenaza extorsiva?

Le dolía la frente. Tenía que hablar con sus hermanas. Si ese era un instrumento de los Viajantes, tal vez Zofi pudiera darle más información.

—Deja que me lo lleve —dijo Danton—. El chico tenía instrucciones de dejarlo en tu habitación. No me gusta que quede aquí sin saber lo que es. Lo que puede hacer.

Ren negó con la cabeza.

—Me desharé de él más tarde. —Mintió. Ya sabía a dónde lo llevaría. Directamente a la biblioteca, al rincón en el que Akeylah estuviera escondida esa noche, en cuanto encontrara a Zofi. Si alguien podía deducir lo que ese vial significaba, eran sus hermanas; el ratón de biblioteca y la Viajante.

—¿Tienes alguna idea de quién lo ha enviado?

Podía sentir a Danton analizándola. Lo miró a los ojos con una expresión desafiante. Eso no ayudó. En el momento en que sus ojos se encontraron, ella sintió esa vieja chispa familiar, enterrada en sus entrañas. Su cuerpo no había olvidado al de él. Sus terminaciones nerviosas gritaban por el alivio que ella siempre encontraba cuando Danton pegaba sus labios a los suyos en un lento y ardiente beso.

Eso era una mala idea. Una peligrosa. Pero de todas formas… Los viejos hábitos son difíciles de erradicar.

—La tengo. —Respondió, y se obligó a inclinarse lejos de él y no más cerca.

—Y no compartirás tu sospecha. —No fue una pregunta.

—Danton, ya hay demasiadas piezas en juego en este rompecabezas.

—Esto no es un juego, Florencia.

—Eso me has dicho.

—Entonces deja de comportarte como si fuera solo otro rumor de la corte. —Él la sujetó de los hombros con cuidado. Duras callosidades en sus palmas, que definitivamente no tenía allí la última vez que estuvo en la fortaleza, lanzaron llamas sobre su piel—. Alguien quiere hacerte daño. Tienes que tener cuidado. Necesitas amigos en quienes confiar.

—El atrapar a un espía obstinado no hace a un aliado de confianza —respondió ella—. Por lo que sé, tú me has presentado a ese niño para ablandarme y ese vial no significa nada. —Ella hizo un movimiento como si fuera a levantarse e ir a por él.

—Ren, por favor. —Danton la aferró con más fuerza.

Ren. A diferencia de todos los demás, él solo usaba su apodo cuando estaba frustrado.

—O lo han enviado tus amigos del Este. —Ren alzó las cejas, desafiante—. Tienen una muy buena razón para asustarme y alejarme del trono. Hay una esteña que pueden instalar en él, después de todo.

Él suspiró. Estaba tan cerca que ella sintió el calor de su aliento en sus mejillas.

—No es tan simple.

—¿La rebelión tiene agentes en la fortaleza? Además de ti, por supuesto.

—Intento mantenerte a salvo. —Él frunció el ceño—. Eso es mucho más difícil de hacer si no confías en mí.

—Dame una razón por la que debería hacerlo.

Él la besó.

Ren recordaba eso. La forma en que él inhalaba al besar, cómo inclinaba su cabeza y separaba sus labios para que sus lenguas se encontraran. Ren no recordaba haber cedido al impulso, pero de pronto estaba correspondiendo a su beso. Tomó la respiración de él en la suya, lo dejó enlazar un brazo alrededor de su cintura, porque ella ya había enterrado sus dedos en el pelo de él. Él delineó su mandíbula mientras se besaban; sus mejillas, la comisura de sus labios. Ella rodeó el cuello de él con sus brazos y cuando él la empujó atrás, hacia la cama, se dejó caer.

Danton era un puente. Ren había resistido en el extremo, evitando la caída durante el mayor tiempo posible. Pero él estaba allí, cálido, real, su cuerpo firme contra el de ella, sus familiares brazos reafirmantes. Él estaba ahí otra vez, él la quería y, que el Sol lo maldiga, ella aún lo quería a él.

Danton era un puente. Y ahora que ella había saltado, no podía detener la caída.

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