Online

Online


Capítulo 8

Página 10 de 29

Capítulo 8

 

Hay quien opina que el odio es un sentimiento completamente opuesto al amor. Desde luego son dos emociones muy distintas pero igualmente poderosas. A lo largo de la historia, y llevados por una de estas dos, han sido muchos los que lo han sacrificado absolutamente todo por lograr sus objetivos. Por ese motivo, debía tener mucho cuidado ya que era habitual que las dos personas que provocaban esos efectos en mí, coincidieran en la misma estancia al menos una vez al día. Si perdía el control y me dejaba llevar por una de ellas podría terminar malográndolo todo.

Así que es de imaginar lo que experimenté aquella mañana cuando al abrir los ojos no encontré la dosis de ternura esperada en el rostro de Noa. Ni ternura ni nada de nada, solo vacío. Noa se había levantado antes que yo y, aunque en tono bajo, la oía hablar con el ricachón. Volví a cerrar los ojos, deseando poder hacer lo mismo con mis orejas. El caso es que no entendía más que algunas palabras murmuradas y jugaba en mi favor que Sean no era capaz de llevar a Noa a su terreno rodeado de tanta gente. Personal que, además, sabían de mi interés por ella.

Ante la imposibilidad de dormir ni de que me atacara una aguda sordera, opté por levantarme. Maldije un par de veces a mis traidores ojos que, sin yo quererlo, buscaron la ubicación de ambos mientras recogía el jergón.

Pero no todo iba a ser mala suerte, quiso el destino echarme un cable y por los sucios cristales de la única ventana, entreví a Zeta. Sin más, encaminé mis pasos hacia allí. Era preferible batallar con la incómoda humedad del exterior.

—Buenos días —saludó Zeta en cuanto me vio.

—Dejémoslo en días —éste se encogió de hombros—. Sé que piensas volver al laboratorio. Te llevo.

—¿Henry ha hablado contigo?

—Sí. ¿Crees que conseguiremos esa pieza?

Estaba a punto de responderme cuando la morena y preciosa cabeza de Noa apareció por el vano de la puerta.

—Jared, hay algo que debes saber —dijo.

No hizo falta que me dijera quién me daría tal noticia.

—Está bien —dije renuente—. No te vayas sin mí —advertí a Zeta.

—La rapidez de tu moto frente a la chatarra de Henry es un buen incentivo —respondió.

—¿Pensáis salir otra vez? —me preguntó Noa preocupada mientras entrabamos.

—Debemos hacerlo. Vamos al laboratorio.

—¿Han descubierto algo más?

Me encogí de hombros. Ya le explicaría más tarde, lejos de oídos ajenos, la razón de nuestra excursión. Por el momento, me limité a mirar a Sean.

—Di lo que sea. Tengo prisa —dije.

—Está bien. Iré al grano. Ya han abierto los expedientes de investigación de las muertes de José y César.

—¿Se acabó la espera?

—Eso parece. Aún no sé el motivo, pero me decanto por dos: que lo hayan hecho a petición de alguien, o bien porque ya hayan trazado el plan a seguir para vuestra captura.

Procuré no hacer ningún gesto que pudiera dar información a Sean sobre lo que pasaba por mi mente. El caso era que también había dos posibilidades para que Sean estuviera tan seguro de lo que estaba diciendo: que lo dedujera por sí mismo, ya que puede ser insufrible pero desde luego no es idiota, o que, tal como me inclinaba a pensar, hubiese gato encerrado y estuviera jugando a dos bandas, aunque no entendiera cual era el objetivo para algo tan enrevesado.

—Trataré de obtener información al respecto, pero me apresuré a venir para que estéis alerta —añadió—. Volveré en cuanto sepa algo más.

—Gracias, Sean —dijo Noa con la calidez habitual de su voz.

Acompañó las palabras con una suave caricia en el brazo del rubio pajizo y pude sentir un latigazo en el mismo lugar.

—No tienes por qué darlas —respondió él con una ñoña sonrisa.

—Estoy de acuerdo —dije mientras me dirigía a la puerta—. Hace esto porque quiere.

—¡Jared! —me recriminó Noa cuando ya salía.

Preferí no añadir nada más, aunque un discurso pugnaba por escapar de mis labios. Pero era mejor dejar las cosas de ese modo para no tener que enfrentar su enfado más tarde, cuando regresáramos.

Encontré a Zeta en el mismo lugar en el que lo dejé pero ya listo para partir.

—¿Va todo bien? —preguntó mientras se colocaba el casco.

—Como era de esperar.

El respeto y la paciencia que tiene conmigo es algo que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi amigo sabía que tarde o temprano terminaría por explicárselo todo, así que me dio el margen necesario para profundizar en mis pensamientos mientras conducía hacia los suburbios.

Lo que ocupaba mi cabeza en aquel momento eran las opciones que apuntó Sean acerca de lo que empujó a la Corporación a ordenar la apertura de los expedientes. No me cabía ninguna duda de cuál tenía más posibilidades de ser la acertada: la primera de ellas. Gracias a la llamada de condolencia de Peter Crew, Carmen, la hermana de José, debió forzar al cuerpo de seguridad a investigar. No podían negarse.

Lo peor de todo era que después de esos expedientes de investigación vendrían los de caza y captura, con mi nombre impreso en todos los documentos.

Hasta el momento nos habíamos dedicado a esperar, tal como mis compañeros creían que era mejor, pero se imponía la necesidad de hacer algo. Sentí hervir la sangre en las venas y aceleré un poco más. Se me terminaba el tiempo. Noté como Zeta apretaba las piernas contra las mías por la velocidad que alcanzamos. La disminuí un poco y respiré hondo, ordenándome calma. No podía enfrentarme a algo así sin mantener la mente fría y clara.

Mi prioridad era: conseguir la pieza para Henry. Después, con la información que nos ofrecieran sus aparatos intentaría urdir un plan.

Dejamos la montura en el lugar de la vez anterior y, por supuesto, volvimos a pasar por las mismas calles teñidas de miseria. Fuera la hora que fuese estaba claro que el proceder de sus gentes no variaba demasiado. Las puertas continuaban cerradas a cal y canto, escondiendo a saber qué tras ellas, solo escapaba algo de iluminación e invariables ruidos que dotaban al exterior de un ambiente aun más siniestro si eso fuera posible.

El sonido de unos cristales rotos seguido de un grito desgarrador nos sobresaltó y gracias a que Zeta miró hacia arriba nos salvamos por los pelos de una lluvia de pequeños fragmentos cortantes.

Aceleramos aún más el paso, deseando llegar y resguardarnos en la aséptica seguridad del laboratorio. Una vez frente a la puerta metálica, mi amigo procedió a la rutina que nos permitiría entrar después de aparecer el inquietante ojo felino de Sasha en la pequeña pantalla.

—No te esperábamos hasta mañana, ¿ha ocurrido algo? —preguntó en cuanto penetramos en el interior.

—Tranquila —la calmó Zeta—, he vuelto para pediros una pieza que necesitamos —explicó entregándole su grafeno.

—¿Estás montando algo? —preguntó mientras tocaba las opciones necesarias.

La imagen holográfica de una pieza electrónica flotó en la pantalla, rotando sobre sí misma.

—Este diseño… —arrugó los ojos, tratando de recordar dónde lo había visto antes—. ¡Henry! ¿Está ese malnacido contigo? Dime que no.

El ceño de Sasha dejaba muy claro la opinión que le merecía. Lex se acercó para echar un vistazo y proporcionar su apoyo a la mujer.

—No voy a mentirte para que te sientas mejor —respondió mi amigo encogiéndose de hombros.

—No es de fiar y lo sabes.

—Sea o no de fiar, es tan enemigo de la Corporación como podemos serlo nosotros, así que no está de más aprovechar sus conocimientos. Necesitamos esa pieza para terminar un sistema de comunicación seguro por radiofrecuencias. ¿Vas a ayudarnos o dejarás que sigamos inmersos en la época en la que ni siquiera se había inventado el teléfono?

Aún no sabía qué relación… mejor dicho, qué mala relación existía entre Sasha y Henry. La historia prometía pero no era el momento de preguntar.

—La propia Corporación está usando la ionosfera, aunque no sabemos muy bien para qué.

—Eso es absurdo. Ellos controlan la red —comentó Lex.

—Por eso es vital que averigüemos para qué la usan. Henry dispone de un sistema espía, pero la descodificación, según me ha dicho, es lenta y complicada. Esa pieza —señalé, irrumpiendo en la conversación a tres bandas—, además de proporcionarnos un sistema seguro de comunicación también nos facilitaría las cosas a la hora de descifrar las señales.

—No… —comenzó a hablar Sasha pero Lex puso una mano en su hombro y ella lo miró.

Las lentes de Lexter retrocedieron para ajustarse a la cercanía de la mujer.

—Los chicos tienen razón.

—Además nos llevaremos una de vuestras pantallas para aplicarle los cambios necesarios, podremos comunicarnos sin necesidad de venir aquí —añadí, poniendo especial énfasis en la aversión que nos producían los alrededores.

Lexter asintió. La pareja no dejó de mirarse uno al otro.

—Está bien —claudicó al fin—. Pero lo hago por vosotros —continuó esta vez girando el rostro para mirar a Zeta—. Y espero que Henry se busque otro techo lejos de ti y tu hermano.

—Gracias —dijo Zeta dejando un suave beso en la mejilla de la mujer.

—Intentaré tenerlo para esta tarde, a última hora.

—Yo puedo venir a recogerlo —me ofrecí.

—Pero… —se quejó Zeta.

—Me parece bien —lo cortó Sasha—. Así no dejarás solo a tu hermano con ese…

—No está solo. Somos muchos en el refugio.

Sasha nos dio la espalda emitiendo un bufido de inconformismo. Se dirigió a sus grafenos y vistió el rostro de profesionalidad.

—Ante la imposibilidad de seguir experimentando con los nanoorganismos que te extrajimos —dijo—. He estado repasando mis notas.

—¿Alguna novedad?

—No estamos muy seguros —explicó incluyendo a Lexter—, pero creemos que su funcionalidad se basa en la que tendría una red.

—¿Qué quiere decir?

—Que existen nodos: puntos de conexión entre dos o más elementos de un circuito. Si estoy en lo cierto, tú estabas destinado a ser uno de ellos.

Zeta se quedó en silencio meditando la exposición de Sasha que, por otra parte, a mi me sonó a completo galimatías.

—¿Podrías explicarlo de forma que lo entienda?

—¿De verdad estabais en el mismo curso? —ironizó Sasha mirándome de arriba abajo—. Entre los insertados existen individuos que realizan las funciones de nodo, es decir, son los que reciben la información de un grupo y la emite al cerebro central, espera respuesta y la reparte entre tal grupo.

—¿Cómo un repetidor?

—Como alguien con un grado superior en la escala de abejitas obreras. Apuesto a que todavía no os habéis parado a pensar porqué han llamado ARNA a este jodido proyecto.

La miré, bajando la mandíbula inferior para estirar mis labios cerrados, dándole a entender que no tenía ni idea. Ella puso los ojos en blanco, del mismo modo en que lo habría hecho Noa cuando agotaba su paciencia.

—Vasos de colmena, chaval —explicó—. Así es como se llaman.

—Fijaos bien siempre que tengáis oportunidad —nos advirtió Lex desde el otro lado del laboratorio—, se comportarán de modo distinto al resto, serán los primeros en reaccionar, pues también lo son en recibir órdenes.

Zeta se despidió de la pareja con el cariño acostumbrado y yo con un simple hasta luego que recordaba que no debían olvidarse de conseguirnos la pieza que necesitábamos.

Una vez en el exterior me fije en la expresión turbada de mi amigo y él también advirtió que lo hacía.

—No se me ocurre quién puede ser un nodo —se explicó—. Generalmente no se me suelen escapar esos detalles.

—Lo que son las cosas… ¡Y eso que vamos al mismo curso!

—Usar las palabras de mi… de Sasha —se corrigió—, en mi contra no puntúa.

Sonreí y dejé que Zeta pensara que no me había dado cuenta de que otra vez casi revela el secreto que lo unía a la científica.

—Yo sí tengo una ligera idea de quién puede serlo: Sonia.

—Puede que tengas razón —dijo después de una pausa—. Nunca ha destacado especialmente en nada. De hecho creo que, a excepción de Marla, pocas chicas hablaban con ella y, sin embargo, después de la inserción de Luna y Clare…

—La tomaron como lo habían hecho antes con Lorean.

—Exacto.

—De todos modos estoy prácticamente seguro, sobre todo después del apunte de Lexter y lo que nos pasó ayer en el camino del Centro de Estudios.

—¿Tuvisteis problemas?

Pasé a relatar lo sucedido a mi amigo, con pelos y señales. Incluso nuestro encuentro con el EBO de Manfred.

—Qué interesante —murmuró.

—¿Tú también con esas? —elevé los ojos al cielo.

—¿Por qué lo dices? ¿Noa te dio alguna explicación?

—Noa cree que las máquinas pueden llegar a desarrollar sentimientos.

—Teniendo en cuenta que han conseguido eliminar los de los seres humanos, tal como estamos viendo en los insertados, podría ser.

—Te tenía por más…

—¿Más qué? —me retó—. En este mundo todo se puede traducir a números, probabilidades. Todo se puede reproducir. Pocas cosas quedan que representen un verdadero misterio.

Cuando llegamos al refugio Noa había formado grupos de limpieza. El destartalado lugar comenzaba a adquirir cierta semejanza a la organización que tuviera en sus orígenes como almacén. La puerta estaba abierta, sujeta por un cordel que habían atado a un clavo de la pared así que nadie notó nuestra entrada.

Dejé los cascos junto a la pequeña mochila que había llevado conmigo aquella primera y lluviosa noche que pasáramos allí, cerrando los ojos cuando me asaltaron los recuerdos. Un golpe de Zeta en el hombro me rescató del pasado y seguí la dirección de su mirada: Mark retiraba con cuidado una pelusa que había quedado trabada en el cabello de Lorean y ésta le sonreía con ternura.

—Hay quien no pierde el tiempo ni parece muy preocupado por lo que nos deparará el futuro —comentó mi amigo.

Opté por no añadir nada a la apreciación, sabiendo que Zeta no dejaría pasar la oportunidad para escarbar aún más en el tema. Me encogí de hombros y di media vuelta para llegar a la parte trasera, por el exterior, donde sabía que encontraría a Henry.

—¿No te importa? —me siguió.

—Terminé con ella. ¿Por qué habría de hacerlo?

—No sé. ¿Orgullo varonil? Después de todo está pasando delante de tus narices.

Me detuve un momento para que mi amigo me alcanzara.

—Nunca la quise. Estoy enamorado de Noa. Siempre lo has sabido. No quiero que Lorean sufra, por descontado. Tampoco voy a impedir que sea feliz, eso sería de gilipollas.

Zeta me miró achicando aun más aquellos ojos orientales, hasta convertirlos en unas finíaimas rendijas y arrugó el mentón fingiendo el lloro.

—Me emociona ver que te conviertes en todo un hombre —dijo en falsete, abalanzándose sobre mí para abrazarme.

Lo empujé para que me soltara sin poder evitar reírme.

—Payaso —insulté aún sonriendo.

—Yo también te quiero —respondió ya con su tono habitual.

En la parte trasera y dentro del destartalado automóvil de Henry encontramos a Will enfrascado en la descodificación de las ondas.

—¿Cómo va eso? —preguntó Zeta.

—Mal —respondió despegando la mirada de las pantallas—. Esto es lento y desconcertante. No hay quien saque nada en claro.

—¡Paciencia chaval! —exclamó Henry desde el otro extremo.

Se encontraba de espaldas, en una posición que indicaba sin error posible que estaba vaciando la vejiga. Aún no había terminado de hacerlo cuando comprobamos asqueados que se regaba las manos con su orín.

—¿Qué? Las tengo tan agrietadas que temo que se me caigan a pedazos —se defendió ante la avalancha de sonidos guturales que evidenciaban nuestra repugnancia.

Cuando terminó, cerró la bragueta y vino hacia nosotros dándose golpes en las perneras para enjugar el exceso de humedad.

—Ya decía yo que ese olor que desprende no podía ser solo por la falta de aseo —afirmó Will.

—Creo que harías bien en desinfectar las tuyas cuando termines. Después de todo, estás tocando las mismas pantallas que él ha usado durante los últimos días.

Ante el apunte de Zeta, Will abandonó el coche y salió disparado hacia el interior del refugio, sin duda presto a seguir la recomendación.

—¿Cómo ha ido? —preguntó.

Gracias a las estrellas Henry no era de los que ofrecían la mano para saludar.

—Tendrás la pieza esta tarde. Yo mismo iré a recogerla.

—¡Magnífico! ¿Os han puesto muchos problemas?

—Los esperados cuando se dieron cuenta de que era diseño tuyo —explicó mi amigo.

Henry agachó la cabeza y se rascó la coronilla con energía como recordando y considerando algo del pasado. Sin embargo su introspección no duró demasiado y pronto volvió a levantarla con una desagradable sonrisa.

—¡Bueno pero lo tendremos! —vitoreó—. ¡Esto hay que celebrarlo!

Hizo ademán de tomarnos por los hombros para acompañarnos al interior, pero nuestros reflejos fueron más rápidos y conseguimos evitar el toque. Éste se carcajeó y entró primero con su renqueante caminar.

—¡Uf!, por poco.

No pude evitar sonreír, pero volví a componer un rictus serio cuando encontré a Noa de brazos cruzados en el pasillo.

Ir a la siguiente página

Report Page