Online

Online


Capítulo 9

Página 11 de 29

Capítulo 9

 

Hay veces que me siento tan saturado de información que tardo unos segundos en reaccionar. Supongo que es el tiempo que necesita mi particular procesador para encontrar los datos necesarios. No me pasa a menudo pero, dadas las circunstancias, era normal que me ocurriese precisamente en aquel momento.

La postura de Noa me sugirió que el tema a tratar no sería, por así decirlo, agradable.

—No puedes quejarte. Esta vez no he tardado en regresar —me defendí pensando en las vueltas que había dado la última vez para sonsacarme el lugar donde había estado.

Detalle que por ciento aún quedaba pendiente y me encogí por dentro, llamándome idiota, al ponerle la zanahoria delante de sus narices. Sin embargo, solté el aire retenido cuando me di cuenta de que no iban por ahí los tiros.

—Entiendo que Sean y tú habéis chocado desde el principio, pero estamos juntos en esto. Se está jugando el pellejo por ayudarnos, así que creo que un simple gracias por tu parte, de vez en cuando, no haría ningún daño.

—Tú se las diste por los dos.

Levanté las cejas esperando su réplica, pero a cambio soltó un bufido exasperado y giró sobre sus talones para regresar a la sala común. La sujeté por un brazo y tiré de ella para que volviera a mirarme.

—¿No quieres saber a qué fuimos al laboratorio? —pregunté sonriéndole de medio lado.

—Henry me lo ha dicho.

La treta surtió efecto y se relajó contra la pared. Solo entonces la solté para acomodarme frente a ella. A propósito, adopté la posición que la ponía nerviosa. De ese modo, sus pensamientos y acciones estarían dedicados exclusivamente a mí.

—¿Habéis conseguido la pieza?

Asentí.

—Iré a recogerla esta misma tarde —aclaré.

Noté cómo se relajaba sensiblemente y lo aproveché para acercarme un poco más hasta que tuve que agachar la cabeza para mirarla.

—Es una buena noticia después del asunto de los expedientes. No he podido dejar de pensar en ello —me miró y aparté con cuidado una guedeja de cabello que descansaba sobre sus tupidas pestañas—. ¿Crees que mi madre puede ser la persona que ha forzado la investigación? Estoy segura de que debe estar loca de preocupación al no poder contactar conmigo —su mentón tembló y supe que estaba a punto de derrumbarse de nuevo—. Puede ser que ante ese hecho haya pedido un permiso para ir a casa. ¿Y si encontró los cadáveres?

—No ha podido hacerlo —dije sin darme cuenta que estaba a punto de meter la pata—, las fuerzas de seguridad debieron retirarlos. Deja de darle vueltas a algo que no sabemos si es cierto. Te torturas sin necesidad —dije para apartar de ella esos pensamientos.

Sabía que debía explicarle mi encuentro con Peter, pero tampoco tenía la total seguridad de que mis deducciones fueran ciertas hasta que volviera a hablar con el hombre.

—Espero que Henry tenga razón y pueda montar con rapidez ese sistema de comunicación. Necesito hacerle saber que estoy bien —apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos.

Los ruidos de mis compañeros trabajando en la sala común desaparecieron, así como los de aquellos que estaban en el exterior. En ese instante sólo existíamos nosotros. Paseé la mirada sobre el hermoso arco de sus cejas para después repasar el contorno del rostro. Aprendí de memoria la preciosa forma de los labios llenos y el capricho de curvas que formaba su nariz, hasta verme arrastrado a un aluvión de sensaciones cuando mi mirada descendió por el largo cuello y terminó en la depresión que se formaba en el escote y que dejaba adivinar la forma de sus pechos.

Luché contra mí mismo. Sabía que Noa se encontraba en ese momento en una situación delicada y no quería que pudiera pensar que me aprovechaba de ello. Sin embargo era como batallar contra un titán que empleaba todas sus fuerzas en atraerme hacia su boca.

Aún sin rozarla, mi cuerpo se encargó de recordarme las excitantes sensaciones que experimentó aquella vez en que logré tenerla a mi entera disposición, la descarga que recibí cuando sus dedos tocaron la piel de mi espalda.

Cerré párpados y puños hasta que dolieron por la fuerza que ejercí, tratando de controlarme, intentando no traicionar su confianza y tirar por tierra lo poco que había conseguido en aquellos días. Pero cometí el error de volver a abrirlos para escapar del embrujo y la encontré mirándome con los labios entreabiertos. Sus ojos también habían caído presos de los míos y sentí su aliento calentándome las venas.

Sus dedos viajaron hasta mi pecho y acompañaron el movimiento necesario para proporcionarme el aire que ella me robaba. Mi piel prendió, aumentando la agonía, exigiendo más.

Regresaron las sacudidas que una vez me traspasaron y me prometí que en esa ocasión no la abandonaría de la forma en que lo hice. Las sensaciones que de nuevo despertó en mí ya no me asustaban.

Noa vio algo reflejado en mis ojos que la turbó, quizá todo el dolor, la necesidad y el anhelo que sentía. Si dejaba las cosas de ese modo, si permitía que se marchara sin llegar a tocarla, sin hacerle saber cuánto la necesitaba, hasta dónde me importaba, volvería a alejarse de mí para, según ella, no hacerme daño. Sin valorar la posibilidad de que era precisamente su lejanía la que terminaría conmigo.

No sé si fue el miedo a que pasara precisamente eso, o la sangre convertida en fuego que me arreciaba el alma, pero me lancé en pos de sus labios como si allí se encontraran las respuestas a todas mis dudas, como si su boca tuviera el poder de liberarme.

No permitiría que nada interrumpiera el momento.

Volví a saborearla lentamente, deleitándome con cada uno de los matices de su interior. Cerré los ojos cuando aceptó la invasión enredando los dedos de una mano en mi cabello para emplear la otra en rodearme la cintura, acercándome más a ella. Sentí sus senos apretados contra la parte superior del abdomen y mi entrepierna endurecida contra su vientre, fue entonces cuando perdí el oremus.

Sin abandonar sus labios la arrastré conmigo al interior del pequeño aseo, encerrándola entre la puerta y mi cuerpo. Noa no dejaba de besarme, trasportándome a un plano de irrealidad tal que cualquier peligro existente quedó relegado al olvido de inmediato. Besé sus preciosos ojos, lamí sus labios y la tierna piel del cuello. Sentí sus manos recorriendo con urgencia mi pecho, buscando la forma de abrir la camisa. Pero no le permití perder el tiempo en ello y me deshice de ella por la cabeza con rapidez. Noa hizo lo propio con su camiseta y caí de rodillas, a sus pies, para rendir pleitesía a su torso, solo cubierto por un fino sostén de color blanco. Devoré su vientre mientras ella me obsequiaba con suaves jadeos de anticipación y me perdí en un mar de caricias y besos que prometían algo que ni siquiera nosotros sabíamos si podríamos cumplir.

Todavía no sé qué hice bien o mal para que Noa se entregara a mí de aquella forma. O quizá solo sea que ambos nos necesitábamos tanto el uno al otro que todo lo demás carecía de importancia. De igual modo, tengo que  decir que no fui yo quien la poseyó a ella, si no al contrario. Después de aquel día supe que, ocurriera lo que ocurriese, termináramos juntos o no, jamás podría entregar mi corazón a ninguna otra mujer, pues ella me lo arrebató aquella tarde arrancándolo de mi pecho entre jadeos de placer.

Si antes comparé a la suerte con una díscola prostituta, ahora añado además los calificativos de retorcida y amargada. Una malnacida que disfruta con el sufrimiento ajeno. Estoy seguro que mientras me recuperaba del maravilloso regalo que supuso los minutos pasados con Noa, ella debía estar tramando el golpe de gracia con una perversa sonrisa en sus labios torcidos.

Salí del aseo después de darle un ligero beso, que me supo a poco, y la dejé asearse con el compromiso de que inventaría cualquier excusa que dar a quien preguntara dónde me había metido durante la última hora. Me embargaba tal euforia que habría sido capaz de enfrentarme al mismísimo demonio encarnado en la figura del director general de Technology Corporation. Así que cuando atisbé la rubia cabeza del ricachón entre mis compañeros, dibujé mentalmente una traviesa sonrisa y me encaminé hacia él con decisión.

—Hola Jared. ¿Y Noa? ¿No está contigo?

Apreté un poco los labios ante la primera respuesta que pugnó por surgir y me llamé al orden recordándome que no sería muy honorable dejar la honra de mi amada por los suelos de un aseo.

—Está ocupada —dije sin más—. ¿Has averiguado algo más o solo vienes a estorbar? —acompañé mis palabras con un ademán hacia los que aún se encontraban atareados con la limpieza.

—Creía que al compartir más tiempo con ella aprenderías modales, pero veo que no tienes remedio.

—No puedo aprender algo que ya tengo. Es solo que los guardo para aquellos que los merecen. Los perdedores no están entre ellos —dije permitiéndome un guiño a mí mismo sobre a quién había preferido Noa.

—¿Perdedor? ¿Acaso comparas nuestro interés por ella con una competición?

—¿Y quién dice que yo me refería a eso? —levanté las cejas—. Tus buenas maneras parecen esconder una mente muy sucia.

—No he venido aquí para recibir insultos. Dile a Noa que la versión pública para la apertura de la investigación ha sido, según citan: “el desafortunado desenlace de un asalto a casa de los Spencer”. Revisé el expediente. Las fuerzas de seguridad se vieron obligadas a hacerlo ante la insistencia de Carmen Padilla.

—La hermana de José.

—¿La conoces?

—No personalmente, es del Sector Amarillo —dije recordando el día en que fuimos hasta el Centro de estudios preguntando por Diego, su hijo, el día en que conocimos a Mark y los suyos.

Sonreí a mi pesar, echándole un vistazo al que ahora podía contar como aliado y rememorando el momento en que casi hundí el puño en la cara de ese chulito.

—En cualquier caso si esto llega a oídos de la madre de Noa, ella también removerá cielo y tierra para forzar a la policía a dar con su hija. Una publicidad que no nos beneficia en absoluto.

—¿Nos? —repetí con ironía—. No te preocupes tú estarás a salvo de toda esta mierda encerrado en tu precioso edificio de titanio y cristal. Dime una cosa, ¿la forma que le dieron al Tubo es para recordaros que en cualquier momento pueden daros por el culo? —añadí pensando en las vidas, como las de Henry, Sasha y Lex, que la Corporación había arruinado.

—¡Eres insufrible! ¡Si no me importara lo que os ocurra no estaría aquí! ¿Te has parado a pensar en lo que me harían si supieran que estoy extrayendo información catalogada como secreta? Las cosas en la Corporación han cambiado un poquito desde vuestra huida. Se preguntan cómo unos simples estudiantes consiguieron colarse en la seguridad de la red que diseñaron para Psyco Health. ¡Nos están vigilando a todos con lupa! Me pongo en peligro cada vez que busco alguna información y cada vez que vengo hasta aquí. Ahora, además, tendré que pensar en el modo de hablar con la madre de Noa para asegurarle que su hija está bien.

Me encogí de hombros otra vez.

—No te preocupes —dije palmeándole un hombro—. De eso me encargaré yo mismo.

—No veo cómo.

—A diferencia de ti yo he estado investigando un poquito y ya esperaba esa apertura de expediente que nos has notificado esta mañana. Sé que están vigilando la casa de Noa y sé cómo Carmen Padilla se enteró de la muerte de su hermano. Hablé con alguien que vio lo sucedido aquella noche. Por eso he puesto todo de mi parte para que un amigo obtenga la pieza que necesita para terminar un sistema de comunicación seguro. Sólo tendré que pedirle a esa persona que se lo lleve a Monique.

—¿Un civil?

—Exacto. Alguien que no levantará sospechas.

—¿Sabe Noa algo de todo esto? ¿Sabe que existe un testigo? ¿Qué has estado deambulando por los alrededores del lugar de los hechos poniéndote en peligro? ¡Poniendo en peligro a todos!

—Ella no tiene ningún problema en arriesgarse para recuperar a su jodida amiga, ¿por qué habría de tenerlo yo si con ello consigo ir un paso por delante de ti?

Sean no añadió nada más, solo giró el rostro hacia el pasillo.

Turbado por su proceder, seguí la dirección de su mirada. Demasiado tarde me di cuenta que la responsable de mis desvelos había estado escuchando la conversación, aunque a decir verdad todo el mundo estaba pendiente a aquellas alturas, y entendí porqué el malnacido de Sean me había forzado a sacar mi mal carácter y revelarlo todo.

—Noa… —murmuré cuando la tuve frente a mí.

No dijo nada, pero tampoco hizo falta. Me abofeteó con fuerza, mirándome con odio y pude ver en sus ojos el dolor producido por mis palabras y por no haber compartido con ella aquella información. Se sentía traicionada y yo era el único culpable pues apenas una hora antes le había asegurado que no sabíamos si los datos aportados por Sean eran ciertos. Ahora tenía pleno conocimiento de que yo sí lo sabía y de que la había mentido justo antes de entregarse a mí.

Regodearme en la pena o en mis malas acciones no es para mí. Cierto que lo hago durante un rato, pero no soy de aquellos que pasan días enteros malgastados en lloriqueos. Prefiero la acción, buscar soluciones y, en definitiva, continuar hacia adelante mal que me pese. Según yo lo veo, cuando te pasa algo así, tienes tres opciones: que te marque, que acabe contigo, o superarlo y hacerte más fuerte.

De todos modos, tampoco olvido. Imposible hacerlo después de tener que ver cómo Sean se ofreció de paño de lágrimas. Así que durante las horas que trascurrieron hasta que decidí que era el momento de salir, me prometí varias veces que el ricachón pagaría cara su osadía a la hora de tenderme una trampa tan rastrera. Pero por el momento tendría que esperar, era mucho más importante conseguir la pieza prometida. Solo eso me redimiría un poco frente a los ojos de Noa; ese par de gemas pardas que me fueron negadas durante toda la tarde.

Por otra parte me veía en la obligación moral de pasar por casa de Peter para asegurarme de que no habían intentado silenciarlo de algún modo. Me tranquilizaba el hecho de que la versión pública ofrecida por la Corporación, que al fin y al cabo eran los que movían los hilos, no distaba demasiado de la realidad para alguien que, como él, no conocía todos los detalles de la verdad. No obstante, cabía la posibilidad de que Carmen lo nombrara frente a las autoridades, sospecharan y urdieran alguna treta para someterlo al escáner. Tenía serias dudas de que un hombre mayor y aparentemente tan débil soportara pasar por algo así.

En pocos minutos me encontré cerca de la cúpula en cuestión. Tuve la precaución de no dejar la moto a la vista y caminé con los sentidos alerta, teniendo cuidado de localizar las cámaras para que no registraran mis movimientos.

Cuando hube recorrido la mitad del trayecto se me ocurrió que quizá Peter no estuviera en casa. En ese caso habría perdido tiempo poniéndome en peligro para nada. Pero algo dentro de mí me empujaba a seguir adelante. Tuve que desviarme un poco al oír el siseo de un dron en pleno vuelo. Agachado, pegué la espalda al murete que separaba su cúpula, oculto en la oscuridad que proyectaba una extraña decoración en forma de carro de madera. Contuve la respiración cuando un haz de luz proveniente del jodido chisme se desplazó muy cerca de mis pies.

Solo salí de mi escondite cuando me aseguré por dos veces de que se había largado. Llegué hasta la puerta y la golpeé suavemente para forzar a que averiguara quién lo requería mediante la pantalla espía y no me obligara a hablar para identificarme. Después de varios segundos oí que alguien arrastraba los pies al otro lado y volví el rostro a la cámara. Aún tardó un poco más en abrirme, justo lo necesario para que comenzara a sentir los síntomas de un inminente y precoz ataque cardíaco.

—Pasa, pasa, muchacho —dijo cerrando con la misma desquiciante lentitud que usó para abrir.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la suave luz que reinaba en el interior, volví a experimentar el choque temporal que me conmocionó la vez anterior. Dar un paso dentro de la cúpula de Peter era como ir hacia atrás cincuenta o sesenta años, o como adentrarse en un museo de antigüedades a cual más apasionante.

—¿A qué debo tu visita? ¿Quizá te quedaste con las ganas de saber más acerca de mis pequeños tesoros? —preguntó sacándome de mi ensimismamiento.

—No…, no —pensé en cómo atacar la cuestión que me había llevado hasta allí sin conseguirlo y opté por ir directo al grano—. ¿Ha notado algo raro desde que habló con Carmen?

—¿Te parece poco raro que no hubiesen hecho público lo ocurrido hasta ayer?

—Bueno sí… —respondí evasivo—. Pero me refiero a algo extraño o distinto en el proceder de la policía en cuanto a la vigilancia de la cúpula de Noa. Imagino que debido al cariño que profesa a su familia habrá estado atento —añadí sorprendiéndome de mi diplomacia.

Tampoco era plan de que el hombre pensara que acudía a buscar la información al cotilla más reconocido del barrio.

—Bueno después de la noticia del asalto acudieron algunos efectivos más para tomar pruebas, es lo normal en el procedimiento de investigación ¿no?

—Imagino que sí.

—Entonces no puedo decir que sea, o tildarlo como, raro o extraño. Además, espero que resuelvan el caso rápidamente. Se darán cuenta en seguida que dices la verdad al asegurar que lo ocurrido fue en defensa propia. Ese excremento de rata que era César no se merecía otra cosa. Yo puedo testificar si lo deseas.

Sus palabras me desorientaron visiblemente.

—Lo digo —se explicó—, porque supongo que tanto Noa como tú ya habréis salido de vuestro escondite para aclarar los hechos. No tiene sentido que sigáis ocultos. Noa debería volver a su hogar. Seguro que hay mucha gente preocupada por ella. ¡Y a propósito de eso! Hay un detalle que sí me ha parecido raro. ¿Dónde está su madre? —me encogí de hombros tratando de averiguar adónde quería llegar—. Lo lógico en este caso es que hubiese pedido un permiso para regresar aquí. Al menos por unos días.

Tal había sido mi necesidad de asegurarme que Peter se encontraba bien y de que era el idóneo para hacer de mensajero con el grafeno comunicador, que no pensé en las explicaciones que pediría.

—Digamos que… —empecé tratando de solventar el problema que se me acababa de presentar.

Traté de idear un argumento que no alertara demasiado al hombre y que, a la vez, fuera lo suficientemente creíble como para que no hiciera más preguntas. Pero lograr algo así en apenas unos segundos y sabiendo que el receptor era un maestro experimentado en el arte de formular cuestiones para extraer toda la información necesaria, era prácticamente imposible.

Hundí los hombros y lo miré. Peter no dejó de observarme en todo momento esperando mi respuesta. Me recompuse y carraspeé para aclarar la voz.

—¿Qué le gusta tomar para relajarse?

—No sé qué tiene eso que ver con el tema que estamos tratando —dijo, siendo él ahora el turbado.

—Mucho. Necesito que se siente y escuche atentamente todo lo que voy a contarle. Después, necesitará esa bebida para templar los nervios.

 

Ir a la siguiente página

Report Page