Online

Online


Capítulo 26

Página 28 de 29

Capítulo 26

 

—Ahí viene —anunció el EBO.

Miré hacia el lugar que había indicado con un movimiento de su cabeza y en pocos segundos mis ojos humanos lograron verlo avanzando a toda velocidad por la avenida principal.

—¡Vaya, Engel! —me saludó efusivamente otro individuo con bata blanca y aspecto engañosamente amistoso— ¿Gastándote la prima del ascenso en un droide? —su tono de voz fue de inconfundible envidia—. Aunque imagino que el montante no ha sido muy alto a juzgar por la versión ¿Lo has sacado a pasear o es él quien te pasea a ti?

Preferí encogerme de hombros mientras asentía para que la voz no me delatara.

—No pertenezco al señor Engel —respondió el EBO—. Pero formo parte del proyecto que tiene entre manos.

—Qué interesante —apuntó el tipo mirándolo de arriba abajo con curiosidad.

En otras circunstancias habría aplaudido la respuesta del robot, quien sin mentir contestó al imbécil para que yo no tuviera que hacerlo. Toda mi atención estaba puesta en cómo Sean reducía la distancia que le separaba del lugar donde nos encontrábamos.

—Me pregunto… —empezó de nuevo.

—Eso es sin duda maravilloso —lo interrumpió el EBO—. No existirían las grandes creaciones tecnológicas sin las preguntas que motivan la investigación. Ahora, si nos disculpa, debemos proseguir nuestro camino —anunció.

Aproveché el momento para despedirme del tipo con una inclinación de cabeza, mientras ocultaba una sonrisa. Debía admitir que el muñeco me estaba cayendo cada vez mejor y anoté mentalmente felicitarlo, en caso de que saliéramos con vida de aquella locura. Dejamos atrás al entrometido cuando al verdadero Sean le faltaban solo unos pocos metros para llegar a la entrada principal. Nos apartamos a un lado para no entorpecerle, ni tampoco a la horda de vigilantes que lo perseguiría.

—Hay humanos que merecen la inserción.

Observé de soslayo al EBO. Aunque su rostro no traslucía nada, por el tono utilizado no cabía duda de que se sentía molesto. Preferí no hacer comentario alguno que incentivara la charla. Tampoco habría podido aun queriendo: Sean se disponía a prender la mecha de la bomba que estallaría a los mismos pies del Tubo.

Entró rodando hasta el límite del motor para realizar un derrape justo frente a la puerta abalanzándose inmediatamente sobre el puesto sanitario. Decir que lo destrozó es quedarse corto. Creo que fue la única vez que disfruté observándolo, tanto que no me percaté de que el entrometido de hacía unos segundos regresaba a la carga. El EBO sí lo notó pues, asiéndome por el brazo, tiró de mí hasta colarnos en el recinto aprovechando el alboroto. Justo a tiempo ya que en ese momento oímos el inequívoco silbido del vuelo de tres drones un segundo antes de que sanara la alarma.

Infiltrados entre los que se apresuraban en pos de la entrada principal al Tubo, caminé sin dejar de echar cortas miradas a mi espalda. Hicimos el mismo recorrido hasta que a escasos metros el EBO me obligó a cambiar el rumbo, dirigiéndome hacia una puerta lateral. Recordé en ese instante a María Demarino saludando a Waicot desde aquel mismo lugar, inmortalizado en una fotografía. Lo miré extrañado de que supiera de aquel dato mientras abría para dejarme paso al interior.

—Guardamos una copia de los planos de los edificios corporativos en nuestra memoria RAM —se explicó.

—Eso nos facilitará mucho el trabajo.

—Eso y la huella de Sean Engel que guardas en el bolsillo —añadió poniendo voz a mis pensamientos.

Pero estaba claro que no todo el mundo nos lo pondría fácil. Mientras avanzábamos hacia la puerta que acabábamos de traspasar, había estado tan concentrado en detectar si algún guardia nos seguía que no reparé en que pudieran hacerlo otros, así que cuando oí que volvía a abrirse a nuestra espalda no pude controlar un sobresalto.

—¡Eh! ¡Sean! —exclamó el idiota de hacía unos minutos—. No podéis entrar por aquí. Este área está restringido. Sólo personal autorizado —informó con un brillo de superioridad que no entendí.

Comprobé que lo que decía era cierto cuando traté de abrir la siguiente puerta, dotada de sistema de seguridad, usando la huella de Sean sin éxito. Miré al EBO buscando ayuda.

—Lo lamentamos. No se nos había comunicado —dijo el EBO.

El tipejo se colocó justo en medio del estrecho pasillo, cruzando los brazos sobre el pecho y componiendo un gesto de superioridad.

—¿De verdad crees que me chupo el dedo, Engel? ¿Qué estáis tramando? ¿El numerito de ahí afuera tiene algo que ver con vosotros?

Fruncí el ceño a modo de respuesta.

—¿Qué pasa? ¿No dices nada? ¿Ahora eres mudo? ¿No hablas con la plebe?

Pensé en continuar con la farsa pero habría sido demasiado forzado, además allí no había testigos que pudieran ver lo que estaba a punto de pasar. Caminé hacia él, haciendo desaparecer la distancia que nos separaba en apenas tres zancadas.

—¿Y tú? ¿Estás autorizado? —pregunté entre dientes cuando estuve a su lado.

—Sí… —respondió jactancioso antes de caer en la cuenta que el tono de mi voz no cuadraba con el que debería haber oído— ¿Quién demonios…?

—Sorpresa, gilipollas —respondí reduciéndolo sin demasiados problemas.

Mi idea inicial había sido llevarlo como rehén por si encontrábamos más obstáculos en el camino, sin embargo el EBO consideró, sin consultar con nadie y en cuestión de medio segundo, que supondría un lastre innecesario y lo dejó KO con un golpe seco en la parte posterior de la cabeza.

—Usa su dedo y sigamos.

Seguí la recomendación del robot y arrastré el cuerpo del desdichado hasta el lector.

—Hay que reconocer que tienes estilo —adulé a mi compañero biomecánico cuando solté el pulgar del inconsciente una vez la puerta se hubo abierto—. ¿Y si despierta?

—Para cuando lo haga ya habremos terminado aquí.

Después de atravesar un nuevo pasillo, esta vez algo más ancho y con varias puertas a ambos lados, llegamos hasta una sala que albergaba grafenos enrollados, nodos, terminales, torres completas de OBAS y varios sillones como los que usaron cuando estuvimos a punto de ser insertados. No negaré que estuve tentado de reducirlos a cenizas pero una mirada del EBO bastó para devolverme la cordura y recordarme que pagaríamos el tiempo perdido con algo mucho más caro que el oro: nuestra propia vida.

Continuamos siempre hacia adelante hasta que nos vimos obligados a girar a la derecha. Donde nos encontramos con otra puerta provista de seguridad.

—Procede —pidió el robot.

Saqué la huella dactilar de Sean sin demasiadas ceremonias temiéndome lo peor.

—Si no funcionó en la anterior… —compartí mis pensamientos.

—Aquella era una puerta de entrada y salida. Esta es únicamente de salida. ¿Por qué perder el tiempo programándola exclusivamente para las mismas personas que pueden entrar por la otra?

Creo que por mi mirada comprendió que no lo seguía en el razonamiento.

—Vamos, procede. No es momento de explicarte en qué consiste la gestión de tiempo y recursos en una Corporación como esta. Funcionará y pronto nos encontraremos en el primer ascensor.

Tal como auguró el EBO el chivato del lector se tornó verde en menos de un parpadeo y apenas tuvimos que recorrer tres metros más para llegar a los grandes elevadores. Echando un vistazo a la pantalla de los dinteles dedujimos que en la planta superior encontraríamos a gran parte de la plantilla de Technology, pues en su totalidad se encontraban parados precisamente allí. El androide apretó los botones de todos, pero me detuvo antes de entrar en el primero que llegó, abriendo sus entrañas para acogernos.

Alzó un dedo frente a mis ojos, solicitando un minuto, y se entretuvo apretando pisos dispares en cada uno de ellos, antes de arrastrarme al interior de otro, solicitando que se detuviera en un piso anterior al último.

—¿Maniobra de distracción? —pregunté al iniciar el ascenso.

—De camuflaje —me corrigió.

—Bien. En cuanto a lo de antes… —me miró sin comprender a qué me refería—. Lo de las puertas de entrada y salida —aclaré obteniendo un asentimiento—, ¿cómo saldremos de aquí, del Tubo?

—¿A estas alturas te preocupa eso?

—Eres una máquina, imagino que habrás calculado probabilidades y obtenido un plan.

—En efecto —sonrió un instante—. Pero he de añadir que tú también deberías haberlo hecho. Es de necios entrar en un lugar del que no sabes si podrás salir.

—Si fueras humano y hermano del jodido Lexter, no os pareceríais más…

—¿Por hacerte ver tus errores?

—Acompañándolos de insultos —apunté.

—Te resulta extremadamente molesto, así que es una buena forma de que los recuerdes en el futuro para no repetirlos. Además te evita tener que dar las gracias, palabra que, junto con "por favor", se te atragantan.

Durante el último tramo, experimenté una liviana sensación de ingravidez cuando los frenos entraron en funcionamiento. Durante mi anterior visita con los estudiantes del Centro de Estudios, que parecía haber ocurrido hacía años luz, fuimos parando prácticamente en todas las plantas así que no pudo alcanzar la velocidad de aquel momento.

Pensar en ese entonces trajo a mi mente a Noa. De haber estado con nosotros, la forma en que se sentía elevarse el estómago combinada con la adrenalina probablemente le habría producido arcadas. O quizá ya las estaba sintiendo al saber que me había marchado del refugio de la manera en que lo hice. Muy cobarde, lo sé, pero como ya he dicho en varias ocasiones: soy incapaz de hacer las cosas bien cuando se trata de ella.

Ese es mi maldito modo de amarla, sin límite, sin convencionalismos, sin control y hasta sin educación.

—¿Recuerdas a qué hemos venido? —oí al EBO desde la puerta abierta del ascensor.

—Por supuesto —me recompuse al instante.

El robot me había pillado con la guardia baja y la mente blanda. Pasé por delante de él con la dignidad que pude reunir y avancé en dirección a las escaleras, dando gracias al cielo por los indicadores.

—Muchos, también Monique, dirían que Noa merece algo mejor. Pero por más que pueda molestar, creo que hacéis buena pareja —oí a mi espalda.

Traté de fingir que no sabía de qué hablaba y continué subiendo los peldaños cadenciosamente. Hasta que el acto de morderme la lengua me produjo un regusto amargo.

—¿Que pueda molestar? —repetí deteniéndome y dándome la vuelta para mirarlo—. ¡Gracias! —dije poniendo especial énfasis en el agradecimiento para asegurarme que notaba la doble ironía—. Es lo último que esperaba oír en un momento como este y viniendo de un robot —añadí al ver que fruncía el ceño—. Me conmueve saber que tengo tu aprobación.

Puse los ojos en blanco para demostrarle, aunque fuera teatralmente, lo ridículo de su comentario. Tuvo la acertada deferencia de no responder y pudimos seguir el camino. Probablemente, si mi obcecación me lo hubiese permitido, me habría dado cuenta de un pequeño detalle que continuaba pasando por alto: ¿cómo demonios un jodido robot era capaz de dar en el clavo en cuanto a la razón de mis pensamientos, fueran de la clase que fueran? ¿Tan transparente podía llegar a ser?

—Acabemos con esto de una jodida vez… —dije dispuesto a abrir la puerta para adentrarnos en el penúltimo piso, el de realidad virtual según sabía.

Apenas tuve los dos pies dentro de la estancia cuando me quedé paralizado con el EBO junto a mí.

—¿Dijiste arreglos de última hora? —la pregunta del robot sonó en mis oídos carente de la carga irónica que debería haber llevado. Seguramente porque mi mente decidió que era mucho mejor concentrarse en lo que teníamos a unos diez metros delante de nosotros, que en arrancarle de cuajo el bio procesador alojado tras su tabique nasal.

No encontramos ni rastro de los empleados de la Corporación que supuestamente habían buscado allí refugio ante el asalto motociclista. Sin embargo, su protagonista, flanqueado por un EBOP a cada lado, me miraba con ojos de cordero degollado. Sean musitó una disculpa que no llegó a mis oídos. Entendí que era absurdo continuar con la jodida careta del ricachón pegada a la mía y me deshice de ella lo mejor y más rápido que pude.

—¡Entréguese! ¡Es una orden!

Sonreí de medio lado y miré a mi derecha.

—¿Opciones? —consulté a mi acompañante.

—Solo dos. Entregarse o pelear.

—¿Probabilidades para la segunda?

Miró a su alrededor antes de responder. Me percaté de que mientras lo hacía, retrasaba las manos hasta ocultarlas tras de sí, asiéndose a la barra horizontal del sistema de apertura de la puerta.

—Diría que un 50 por ciento si te quitas de en medio.

—Fanfarrón.

El EBO me devolvió una mirada con ceja arqueada incluida, como respuesta. Aprendía rápido.

—¿Derecha o izquierda? —ofrecí.

—¡Entréguense! —repitieron, cumpliendo a la perfección con la segunda advertencia que marcaba la ley.

—Mejor al suelo, aunque deberás ser rápido para llegar hasta el acceso de la última planta, la entrada es la que está justo tras nuestro comité de bienvenida.

—La vez que estuve aquí Sean nos dijo que está restringida. Y dudo que tenga vía libre después de descubrir que les ha traicionado.

—Pero sabemos cuál es el protocolo de seguridad y solo es cuestión de tiempo que tengamos la clave. Lexter ya está trabajando en ello. Me la trasmitirá en el momento adecuado pero tendrás que introducirla en ese mismo instante, pues no tardarán en cambiarlas. Es cuestión de segundos.

—¿Y cuando pensabas decírmelo?

—Cuando lo preguntaras —se encogió de hombros.

—¡Esta es la última advertencia! ¡Entréguense pacíficamente o nos veremos obligados a usar la …!

Mi compañero no dejó que el biorobot terminara la frase. En menos de un pestañeo arrancó la barra de la puerta, esa fue la señal y me eché al suelo en el mismo momento en que la arrojó, como si se tratase de una lanza, directamente a la cabeza del robot. El otro se puso en movimiento, echando mano de su arma reglamentaria al notar que el compañero caía desmadejado fuera de juego con la barra metálica incrustada justo en el punto donde la nariz iniciaba el descenso. Sean también reaccionó al verse libre y se giró hacia el acceso al que se suponía que yo debía llegar. Mi acompañante se movía como un avezado robot creado para la lucha, esquivando los proyectiles con rapidez, usando todo lo que estaba a su alcance como escudo y en continuo movimiento: alejándose de mí para atraer la atención de su adversario, dándome la oportunidad de correr en línea recta hacia la maldita puerta.

—¡Vamos Lexter! —grité estúpidamente cuando me detuve junto al teclado numérico, como si el científico pudiera oírme.

Sean puso su dedo pulgar en el lector.

—Dudo que eso funcione —dije teniendo en cuenta lo que me había dicho el EBO.

—La apertura está condicionada a una combinación de lectura digital y clave numérica. Han podido cambiar la clave, pero no han tenido tiempo de eliminar el registro de mi huella. Avisé a Lexter de mi captura y desde entonces está asaltando el sistema continuamente, obligándoles a cambiar la numeración, así que los tiene entretenidos desde hace un rato.

Comprendí entonces a qué se había referido el EBO al decirme que conocían el protocolo de seguridad, pero no tuve tiempo de quejarme ante tal falta de información, pues comenzó a soltar una retahíla de números mientras continuaba en frenética pelea con su contrincante.

—3, 6, 2, 5, 5... —recitaba.

Al terminar la frecuencia de números el sistema emitió el inconfundible sonido de apertura al tiempo que un gran peso se alejaba de mi pecho. Casi ponía verme con el estandarte de la libertad ondeando sobre mi cabeza al clavarlo en el mismo corazón de la Corporación. Pero no fuimos los únicos en deleitarnos con aquella preciosa música hidráulica. El androide de seguridad también lo registró y solicitó refuerzos.

—La seguridad de la zona cero ha sido burlada. Activen nuevos efectivos y el plan de contingencia.

Mi acompañante aprovechó el momento de emisión del robot para asestarle el golpe de gracia y hundir el puño en el centro de su sintética cara, arrancándole los circuitos en el mismo movimiento. Desechó el puñado de material blanquecino, chorreante de un líquido espeso y verde, mientras le arrebataba el arma y corrió renqueante hacia nosotros.

Sean tomó la delantera mostrándonos el camino, sabiendo de antemano que los planos de aquella última planta no estarían incluidos en la base de datos del EBO.

—Rápido —nos urgió—. No tardarán en llegar más como esos y echar la puerta abajo.

Cruzamos varios pasillos, subimos escalones y dejamos atrás algunas salas antes de encontrarnos de pronto en una estancia circular, repleta de pantallas y presidida por un gigantesco cilindro de grafeno que no cesaba de procesar datos.

La seriedad con que Sean y el EBO contemplaron aquella aparatosa máquina me indicó sin necesidad de preguntas absurdas que se trataba del cerebro central del proyecto ARNA. El robot fue el primero en apartar la mirada de aquel hipnotizante ir y venir de códigos y se puso manos a la obra.

Después de evaluar los paneles de protección, sin ninguna ceremonia y valiéndose de la fuerza bruta, arrancó uno de ellos para extraer varios cables y conectores.

—¿Me echáis una mano o vais a continuar ahí como pasmarotes? —llamó nuestra atención—. Sean ve a la pantalla y crea una trasera por la que colarme, de ese modo me ahorras un poco de trabajo y tiempo.

—A la orden.

—Jared, tú ven aquí, hay una serie de puertos a lo largo de mi espina dorsal, me ayudarás a conectarlos.

No tuvo que repetírmelo. Fui tomando cada uno de los cables que me ofrecía y enchufándolos a los lugares que me iba indicando en cada ocasión. El plan era descargar la cura directamente en el cerebro central, de ese modo la primera orden que recibirían de ARNA aquellos malditos nanorobots al ser activados sería su autodestrucción. De pronto una de las pantallas frente a nosotros se activó, desplegándose, y nuestros ojos volaron hacia Sean. Este movió la cabeza negativamente, rechazando la idea de que él tuviera algo que ver con ello.

Observamos con atención la imagen que apareció un segundo después. María Demarino acompañada de todo un equipo al completo de EBOP y un tipo al que no había visto en toda mi vida, nos observaban desde el otro lado. Pero no fue esa imagen la que me heló la sangre, sino lo que advertí tras ella: la inconfundible estructura del refugio que hasta hacía solo unas horas había considerado mi propia casa.

—Un EBO obsoleto y el asesino Jared Stampton, dos deshechos de la sociedad unidos en un fin común —se sonrió con ironía—. Desde el momento en que te vi supe que me traerías problemas —añadió dirigiéndose a mí desde el grafeno—. La gentuza como tú, borregos, cortos de entendederas, que no saben apreciar los avances tecnológicos que podemos ofrecer a la ciudadanía, siempre se oponen estúpidamente al progreso.

—¿Progreso? ¿Así llamáis a esta mierda? —repliqué.

—Esa... —se atragantó al intentar repetir el insulto que sintió herir su ego científico—. Es la última y más avanzada creación de inteligencia artificial. Pero ni aunque empleara toda una vida en explicarte su magnanimidad lograrías apreciar su belleza, su inmensidad, sus infinitas posibilidades y aplicaciones.

—No creas, yo encuentro alguna que otra aplicación que tú ahora mismo no puedes ni imaginar, pero también seré tan magnánimo como este trasto y te ahorraré el esfuerzo de estudiarlas: será una gran fuente de reciclaje de piezas porque cuando terminemos con ella dudo que sirva para nada más —respondí sin dejar de conectar los terminales que el EBO me pasaba.

—Eso dependerá de si logro elevar su valor frente a tus ojos.

—¿Quieres vendérmela? Lo siento, pero ya tengo tostadora—respondí sin dignarme a mirar la pantalla.

—Solo debo incrementar su activo con... digamos... un par de vidas. ¡Traedlos!

Hasta ese momento había albergado la esperanza de que mis amigos habrían sido lo suficientemente espabilados como para abandonar el refugio después de que yo lo hiciera, pero al parecer no había sido así. Miré el grafeno donde la imagen de Noa y Zeta intensificó el bombeo de mi corazón hasta que sentí el martilleo constante del órgano en mis oídos. El nombre de mi guerrera escapó de entre mis labios convertido en un doloroso quejido. Sean notó mi desazón y temiendo lo peor abandonó raudo la pantalla sobre la que trabajaba para entrar en el ángulo de la cámara y el grafeno.

—Sasha nos avisó pero fue demasiado tarde, cayeron sobre nosotros antes de que pudiéramos hacer algo —se disculpó Zeta.

El EBO que lo sujetaba lo zarandeó para que cerrara la boca.

—¡Soltadlos! —exigí—. Es a nosotros a quienes queréis.

—Se equivoca señor Stampton, a ustedes ya los tenemos —respondió arqueando una irónica ceja—. Abandonen el edificio de inmediato, retírense de mi creación y seremos benevolentes, los dejaremos con vida. Incluso, después del arrojo que han demostrado valoraré si les otorgo el honor de ser Nodos en ARNA.

—¡No lo hagas Jared! —gritó Noa con todas sus fuerzas.

—¡Noa! —gritamos a la vez Sean y yo.

—¡Sean! —rugió el hombre que acompañaba a Demarino—. Te exijo que cumplas con tu obligación y termines con esta locura.

—Nunca he dejado de cumplir con mi obligación, padre —respondió éste—. Desde el momento en que me gradué con honores en tecnología médica y realicé el juramento hipocrático. El que tú has olvidado al parecer.

¡Padre! Fue entonces cuando observé al hombre con más detenimiento y advertí el parecido físico entre ambos. A pesar de la evidente diferencia de edad, Sean había heredado de su progenitor el color del cabello, de los ojos, e incluso el modo en que fruncía el ceño para demostrar severidad.

—¿Cómo te atreves? —rugió el hombre.

—¿Padre? —repetí esta vez en voz alta sin salir de mi asombro—. ¿Tu padre está metido en todo esto?

—Mi padre es el gerente y principal accionista de la Corporación —escupió Sean.

—Maldito hijo de…

Cedí al impulso de abalanzarme sobre él, al caer en la cuenta de cuál había sido la pieza que me faltaba para entender la forma de actuar del ricachón. Desde el principio supe que ocultaba algo y allí estaba por fin. Un fuerte sonido, proveniente de un piso más abajo, nos indicó que los refuerzos solicitados por el EBOP, amenazaban con echar la puerta abajo tal como había augurado Sean. Solté su pechera y bajé el puño que estuve a punto de estrellar contra su bonita cara. No sería muy inteligente reducir aún más nuestro número en vista de lo que se nos venía encima. Para colmo, lo que estábamos contemplando, gracias al grafeno desplegado, debía ser el plan de contingencia solicitado.

—¿Y bien, señor Stampton? ¿Qué decide? ¿Su muerte y la de sus compañeros o la vida de todos disfrutando de una inserción de status avanzado? —repitió Demarino.

Traté por todos los medios de buscar otra solución, una que nos proporcionara tiempo. Eché una ojeada a mi retaguardia y comprobé que el EBO estaba a punto de terminar las conexiones necesarias. Quizá si jugaba un poco con ellos, podría iniciar la descarga del programa.

—Ustedes son científicos, no pueden estar hablando en serio de las muertes de...

—Quizá no estamos siendo lo suficientemente claros para que lo entienda —respondió el padre de Sean.

Asintió hacia uno de los EBOP que retenían a Zeta y éste acercó el cañón del arma a su sien.

—¡Un momento! —grité alarmado, pero aún no había terminado de pronunciarlo cuando el cuerpo de mi amigo cayó  muerto después de la detonación.

Creo que en ese momento me volví loco por dentro. Mi mente reaccionó de un modo extraño, sintiendo el deseo de terminar con la vida de aquellos miserables hijos de perra, queriendo gritar cuanto los odiaba mientras les arrancaba la piel a tiras, partido por el dolor al ver cómo habían matado a Zeta, acudieron las imágenes de su pequeño hermano, de Sasha y de Lexter, de las veces que habíamos bromeado juntos y todo lo que habíamos pasado, todo eso con el cuerpo paralizado por el miedo.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —repetía una y otra vez pero mi voz apenas lograba abrirse paso a través de mi garganta.

Tan absorto estaba en la pantalla, tan petrificado mientras era incapaz de apartar los ojos del cuerpo inerte de Zeta, que no me percaté de que Sean ya no se encontraba a mi lado.

—Gracias, Sean —respondió el EBO.

No sé cómo pero me di la vuelta y comprobé que había ayudado al robot a terminar de conectarse. Volví a clavar la mirada en la pantalla y comprobé horrorizado como esta vez era Noa quien lloraba angustiada con la boca del arma apretada contra su cabeza.

Un gran estruendo al final de pasillo nos avisó de que el grupo de EBOP de refuerzo habían logrado tirar la puerta abajo.

—¡No! —me desgañité mientras Sean corría hacia el grafeno— ¡Un momento! ¡Nos entregaremos!

—Eso no cambiará nada, Jared —respondió Sean—. No permitirán que vivamos.

—¡Sí, lo harán! ¡Demarino ha dicho...!

—¡No, no lo harán! Demarino no toma decisiones como esta. Solo retrasarás las muertes. Nos conectarán al escáner para hacerse con todos los datos y localizar a quienes nos han ayudado. Después de eso nos matarán para evitar que esto se repita. ¿No lo entiendes? No permitirán más errores, de ninguna clase. Mi padre no lo permitirá. No es la primera vez que encubre un asesinato, ¿verdad, papá? —preguntó con ácido veneno en su voz.

—¡Lo hará! ¿Verdad que lo hará? —rogué mirando directamente al hombre a través de la pantalla. Me devolvió la mirada sin que su rostro transmitiera alguna emoción—. ¡No será capaz de terminar con la vida de su propio hijo! —apelé.

—No será él quien aprete el gatillo, nunca es él —añadió Sean—. Presta atención a tu oído Jared, el grupo de EBOP estarán aquí en apenas dos minutos y no pararán a preguntar si has llegado a aún trato.

Escuché la explicación de Sean sin apartar la mirada del hombre que continuó imperturbable, sin demostrar ninguna reacción por su parte.

—¿Verdad? —le insistí.

—Durante toda su vida he dispuesto que no le faltara de nada aunque siendo quien fue su madre jamás tuve la certeza de que naciera de sus entrañas y no de un tuvo de ensallo a partir de un poco de mi ADN. Pero desde el momento en que decidió ir en mi contra, dejé de reconocerlo como hijo —respondió—. Vamos, terminad con esta pantomima —añadió dándonos la espalda para desaparecer de la imagen.

El primer disparo proveniente del pasillo se incrustó en una de las piernas de nuestro robot. No se quejó, no sé si pueden sentir dolor, de todos modos corrí en su dirección para tratar de ayudarlo. Mientras me hacía con la placa que había arrancado para acceder a los paneles y usarla como parapeto, Sean se precipitó hacia el grafeno pero le fue imposible llegar, una bala perdida terminó alojada en su cadera derribándolo estrepitosamente.

—¡Sean! —grité.

Trató de arrastrarse pero estaba muy malherido y la sangre brotaba profusamente de la herida consumiendo sus fuerzas a demasiada velocidad.

—Tendrás que hacerlo tú —me dijo el EBO.

Titubeé.

Mis ojos volaron alocados a la pantalla donde había visto morir a Zeta y amenazar la vida de mi guerrera, pero esta ya no mostraba absolutamente nada. Los primeros disparos, convertidos en una lluvia de balas, habían alcanzado la pantalla destrozándola.

—Vamos, ya no hay vuelta atrás. Yo te cubriré —dijo el EBO sacando el arma que había robado para apuntar a los de su misma especie.

—No dejes que sus muertes hayan sido en vano. Noa no te lo perdonaría.

Mi guerrera. Ella habría luchado hasta el final.

Asentí resuelto a alcanzar mi objetivo y si como pago se requería mi vida, la daría sabiendo que volvería a encontrarme con Noa donde fuera que mi alma viajara.

—¡Ahora!

Corrí sacando fuerzas de flaqueza, sintiendo como a medida que avanzaba algunas balas hacían blanco en mí, mordiéndome la carne, arrancándome la vida en el proceso. Grité encolerizado, porque solo la ira amortiguaba el dolor. Moriría, sí, pero no lo haría sin más, no ofrecería mi vida  a cambio de nada, me llevaría conmigo aquella creación del demonio, robaría las horas y la inversión económica que habían sido necesarias para hacerla realidad, arrasaría aquella prisión de barreras mentales con mi último suspiro.

—¡Libertad! —grité mientras activaba el sistema y comenzaba a descargarse el programa que actuaría como un virus informático, reduciendo a la nada el jodido proyecto ARNA.

 

Ir a la siguiente página

Report Page