Online

Online


Página 29 de 29

 

Lo primero que se abrió paso en mi cerebro fue el insistente pitido de una máquina. Boqueé varias veces hasta que me di cuenta de que entraba aire en mis pulmones y tomé conciencia del alocado bombeo de mi corazón. Un desagradable hormigueo se apoderó de mis piernas y brazos. ¿Eso era lo que se sentía al morir? Ordené a mis párpados que se retiraran hacia atrás y respondieron de inmediato.

¿Donde me encontraba? ¿Un quirófano? No. imposible, la luz que me taladraba los ojos hasta producir dolor era extrañamente amarilla. Me resultaba imposible enfocar correctamente, por no hablar de ver algo debido al lagrimeo constante. Un peso sobre la cabeza se me antojó demasiado molesto, e ignorando la picazón que sentía alcé las manos para hacerlo desaparecer. Palpé el metal frío. ¿Un casco? 

Sujetándolo entre las palmas tiré de él extrayéndolo y el aire fresco me ayudó en gran medida a deshacerme de la molestia en los ojos. Efectivamente era algo parecido a un casco. Estaba sentado en uno de aquellos divanes envolventes. Miré a mi alrededor, todo era blanco a excepción del diván abatible en el que estaba medio tumbado. Lo observé un poco mejor y deduje que la campana recogida tras de mí, me había mantenido allí encerrado antes de despertar. Todo era...

¡Un momento!

Aquello no era un quirófano. Ni se le parecía.

Volví a centrar la mirada en el chisme que me había sacado de la cabeza, en su interior. Unas letras amarillas atrajeron mi atención: Game Over.

—”Temperatura: normal. Ritmo cardiaco: dentro de los parámetros calculados. Riesgo de parada: Menor del diez por ciento” —oí que informaba.

—¿Qué? —grité— ¿Dónde estoy? —pregunté completamente desorientado.

Nadie respondió.

Me levanté trastabillando y tuve que apoyarme en la pared cuando quise dar el primer paso hacia la puerta de cristal cerrada.

Una montaña de preguntas se agolpaban en mi mente pero esta solo parecía dispuesta a prestar atención a cuanto tenía que ver con las funciones motoras. Intenté dar un nuevo paso sin dejar de usar la pared como sostén.

La sombra de una figura empezó a tomar forma al otro lado del cristal esmerilado. Observé el pomo girar y el terror me atravesó como un puñal, urgiéndome a buscar un lugar donde esconderme. ¡Venían de nuevo a por mí! ¡Me habían salvado la vida para conectarme al escáner!

—Veo que te recuperas con rapidez —la voz de Sean me sorprendió cuando calculaba las posibilidades de meterme bajo la única mesa de la estancia—. Ven, acompáñame.

—¿Dónde estamos? ¿Por qué nos han devuelto a la vida? —el tono de mi voz sonó excesivamente ronco hasta para mí. Como cuando despertaba por la mañana después de unas buenas horas de descanso. O como se despertaría alguien que había estado al borde de la muerte.

—Ven conmigo y te lo explicaré todo.

—¿Qué ha pasado con Noa? ¿Dónde está ella?

—Acompáñame, Jared, por favor.

—¡No iré contigo a ninguna parte hasta que respondas! —exclamé.

Sean suspiró.

—Noa está perfectamente. Si me acompañas podrás verla.

Su respuesta eliminó un gran peso de mi interior. Ella estaba bien. Había sobrevivido, o quizá nos habían devuelto la vida, o... Maldita fuera, me daba igual lo que hubiera pasado, solo importaba que estaba sana y salva. Avancé hacia la puerta todo lo deprisa que mis adormilados músculos me lo permitieron.

—Tranquilo. Es normal. El efecto pasará en un par de minutos.

—¿El efecto de qué?

Sean me sonrió de una manera que se me antojó irónica, autosuficiente y completamente estúpida. Hizo el amago de sujetarme del brazo con la intención de ayudarme, pero yo no quería nada que viniera de aquel ricachón hijo de perra.

Desde el momento en que lo conocí, lo odié, por distintos motivos, pero en aquel preciso instante para mí era uno de los causantes de todo lo que habíamos sufrido. No estaba siendo justo, lo sabía, en última instancia el culpable era su padre, no habían dudas a ese respeto, pero necesitaba culpar a alguien más cercano y… ¿Quién mejor que Sean?

Dejamos atrás la habitación sobre la que rezaba el número seis.

—¿Dónde estamos? —quise saber mientras me conducía por un pasillo.

—¿No lo recuerdas? —negué con la cabeza.

No recordaba nada de lo sucedido después de los balazos. Y a propósito de eso... Bajé la cabeza para comprobar mi estado de nuevo.

—Estamos en el Tubo —respondió.

La respuesta no me habría sorprendido más si me hubiese dicho que nos encontrábamos en Disneylandia.

—Pero...

—Tranquilo. Todo está bien.

—¿Todo...? ¿Ha vuelto a la normalidad? ¿Tan rápido?

Sean me miró frunciendo el ceño, como si no entendiera de qué estaba hablando. Un segundo después elevó las cejas y abrió los ojos desmesuradamente, incluso creo que reprimió una carcajada.

—Ahora entiendo —dijo, asintiendo repetidamente.

No añadió nada más, solo empujó la puerta frente a la que nos habíamos detenido y me cedió el paso.

Unos fuertes puñetazos llamaron nuestra atención y Sean me adelantó con rapidez hasta ponerse frente a un gran cilindro. En su interior se encontraba Noa aporreando el cristal. Por la tensión del cuello supuse que gritaba pero no podíamos oír nada de lo que decía.

—Un momento. Un momento —pidió Sean dirigiéndose hasta el grafeno.

La pantalla que la mantenía prisionera comenzó a abrirse y Noa dejó de golpearla. Esperó hasta que se encontró libre y salió de allí.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Sean auscultándola y midiendo la dilatación de las pupilas.

Noa no respondió. A cambio lo abofeteó sonoramente.

—La próxima vez que quieras jugar con mi mente, te sugiero que pidas permiso.

—¿Jugar? —repetí y a mi cerebro acudió la frase que no había entendido: Game Over.

—Tienes razón —aceptó Sean contrito—. Debo pediros disculpas, pero era necesario que...

Una nueva bofetada lo acalló.

—Me importa una mierda lo necesario que era —sentenció Noa.

—¿Jugar? —volví a repetir, esta vez mirándola, pidiéndole una explicación.

—¿Aún no lo sabe? —exigió mirando a Sean.

—Él ha sido el master de la segunda parte. Su mente aún no ha reaccionado y separado vivencias —respondió.

—¿De qué estáis hablando? —exigí.

—¿Recuerdas haber entrado conmigo en el Tubo? —preguntó Noa— Vinimos en una excursión organizada por el centro de estudios. ¿Lo recuerdas?

—Sí, pero...

—Eso —me interrumpió—, nuestra visita, ocurrió hace unas horas —añadió Noa.

 

 

 

 

Continuará…

 

 

Has llegado a la página final

Report Page