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~ Capítulo 7 ~

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~ Capítulo 7 ~

 

 

Al día siguiente, cuando Abdoulaye llegó a la casa, Matilde le dijo que Alicia le esperaba. Esta vez no estaba en su despacho, sino en una de las salas que había antes de llegar a él, vestida con ropa cómoda y con el pelo, castaño y liso, recogido en una coleta alta. Le dijo que iba a encerrarse a grabar y que no saldría en todo el día, así que le daba el día libre.

—Coge fuerzas —terminó— porque ya sabes que el trabajo que te dejo luego es intenso.

Diez minutos después, Abdoulaye se encontró de nuevo al pie de las largas escaleras, mojándose bajo la lluvia. Mientras dirigía sus pasos hacia la calle San Pedro, decidió que pasaría el día en Irún, daría un paseo y se acercaría a la biblioteca.

Cuando bajó del autobús que le llevó a la ciudad vecina, dio primero un paseo de lado a lado del Paseo Colón. Alguien le había contado que la ciudad casi había sido destruida en la Guerra Civil que había habido en España y que luego se había reconstruido todo sin demasiado gusto estético. Él no estaba de acuerdo. Le gustaba aquel paseo que recorría como una arteria única el centro de la ciudad. Le gustaban sus dos plazas enfrentadas en medio, anchas, con sitio de sobra para pasear, para sentarse y observar a quienes paseaban. Le gustaba que en cuanto salieras un poco del circuito de calles, se vieran campos y montes alrededor. Sin salir incluso, en pleno centro de la ciudad, había zonas en las que bastaba con levantar un poco la mirada para ver el monte Jaizkibel y adivinar el mar tras él, olerlo incluso; o la Peña de Aya, rodeada de lomas y campos arbolados. Era verdad que la ciudad no tenía la belleza cuidada de Hondarribia, pero tenía lo que le faltaba a aquella. Entre las dos ciudades siempre había existido la rivalidad típica que se da entre vecinos, pero, para él, aquella rivalidad no tenía sentido: ambas ciudades no se hacían la competencia, sino que se complementaban.

Después del paseo, se dirigió a la biblioteca municipal. En cuanto entró en la sala central, le ocurrió como siempre que estaba en un lugar lleno de libros: notó que se relajaba. Él no era religioso, pero intuía que el respeto reverencial y el bienestar físico que sentía siempre que entraba en un espacio lleno de libros podían ser parecidos a los que sentían los creyentes al entrar en sus templos. 

Se dispuso, por tanto, a pasar una mañana de relajación y estudio: quería recabar datos históricos sobre lo que había transcrito el día anterior. No había olvidado la cláusula que había firmado, pero aquello no la contravenía, ya que no tenía nada que ver con Alicia ni con su proceso creativo, sino con la ambientación de la novela. Saludó al chico que estaba en la entrada y se dirigió  al ordenador.

En ese momento se dio cuenta de que no sabía por dónde empezar. En la novela se mencionaba el pueblo de Echalar, que ya sabía que era real, un rey francés y una guerra con soldados extranjeros, pero no tenía la menor idea de qué guerra se trataba (en Senegal, la Historia de España se estudiaba en la misma medida que se estudiaba la Historia de Senegal en España). ¿Y si no había existido tal guerra? La sensación de realidad que había tenido durante la escritura del primer capítulo y la posterior visita a Echalar le habían hecho suponer que estaba transcribiendo una novela histórica basada en hechos reales. Pero igual todo era producto de la imaginación de Alicia y la visita de aquel día a la biblioteca una pérdida de tiempo (aunque inmediatamente se rebeló contra este pensamiento: ir a la biblioteca no era nunca una pérdida de tiempo).

Cuando estaba a punto de tirar la toalla, recordó de pronto que sí tenía un dato que situaba los hechos en una fecha concreta. La frase que había transcrito al principio del capítulo vino a su memoria de manera fotográfica “Es la mañana del día 18 de julio de 1813”.

Aquel dato le permitía iniciar una búsqueda en el catálogo. Le costó tres o cuatro intentos afinar, pero al final consiguió una lista de libros que hablaban de aquella guerra. Anotó los diez que le parecieron más significativos y, tras recorrer los estantes y hacerse con ellos, se sentó, apartado, en uno de los sofás que había repartidos por la estancia. Inmediatamente se concentró en la lectura y esto fue lo que descubrió:

La denominada en España “Guerra de la Independencia” fue uno de los conflictos militares provocados por Napoleón en su intento de apoderarse de Europa. Lo que en un principio fue un acuerdo de colaboración entre Francia y España para apoderarse de Portugal, tradicional aliada de Inglaterra, se convirtió en una guerra que enfrentó a los dos aliados iniciales. Napoleón aprovechó el paso de sus tropas por España, camino de Portugal, para ir apostando regimientos franceses en todas las ciudades importantes que encontró a su paso. Fue el pueblo el que reaccionó a la invasión, y el rey Carlos IV, que debía ser bastante pusilánime, abdicó en su hijo: un tal Fernando VII. Tras una serie de sucesos confusos, la corona volvió al rey padre, quien acabó abdicando de nuevo, esta vez en beneficio de Napoleón. El culebrón terminó cuando el francés nombró a su hermano José, Rey de España.

Por otro lado, los franceses, además de una amenaza militar, suponían una modernización social y cultural para los españoles. Ésa fue la razón de que una parte de los intelectuales más influyentes del momento se posicionara a favor de ellos. 

 

Satisfecho con la información que había conseguido sobre el inicio de la guerra, decidió buscar datos sobre su final, ya que la fecha que aparecía en la novela de Alicia se acercaba a esa época.

Al parecer, un general inglés, Arthur Wellesley, Duque de Wellington (le sonaba, aunque menos que Napoleón), al mando de las tropas aliadas compuestas por soldados británicos, españoles y portugueses, se había enfrentado a las tropas francesas hasta conseguir expulsarlas de la Península. Era especialmente llamativa la salida de José Bonaparte de España. El 17 de marzo de 1813, el rey, sus cortesanos y una buena cantidad de españoles que habían apostado por él escaparon de Madrid rumbo al norte en un convoy de más de 2.000 carruajes, cargados con todos los tesoros rapiñados. Aquel rey, que prácticamente todos los libros que estaba leyendo retrataban como no mal hombre y no mal dirigente (algo asombroso teniendo en cuenta que se trataba de la Historia escrita por sus enemigos), en las horas bajas se había portado como un vulgar ladrón que, tras ser descubierto, escapaba con toda la parte del botín que podía ponerse encima.

Si bien al principio la salida había sido tranquila y ordenada, a medida que se fueron acercando al norte se fue convirtiendo en una carrera precipitada. La última gran batalla había sido en Vitoria, el 21 de junio de 1813. En aquella batalla, el rey depuesto había escapado por los pelos de ser capturado por sus perseguidores, hasta el punto de que muchos de los carruajes cargados de riquezas tuvieron que ser abandonados, deprisa y corriendo, dejando a los soldados perseguidores un botín inesperado (y también a los habitantes de la zona, que, nunca mejor dicho, debieron vivir muchos años a cuerpo de rey). A partir de ahí, la de José había sido una huida desesperada, con pequeñas paradas para descansar y repostar. La última estancia tranquila había sido en Pamplona, plaza sitiada por los aliados, pero en posesión de los franceses, donde pasó dos días y de donde salió el 25 de junio. El 26 de junio hizo noche en Elizondo y la madrugada del 27 pasó la frontera de España hacia Francia, posiblemente por Vera.

Al llegar al relato de estos hechos Abdoulaye se sobresaltó: ahí aparecía la zona del Bidasoa, de manera fugaz, pero ahí estaba, siendo protagonista de uno de los episodios más importantes de aquella guerra: la salida de España de José Bonaparte y de lo que quedaba de su convoy de riquezas y perdedores.

Como lo ocurrido en el Bidasoa era la parte que más le interesaba, decidió coger libros que hablaban de la zona. En ellos encontró datos más concretos y cercanos.

Al parecer, a partir de la salida del Rey José de España, la situación se estabilizó por un tiempo, con batallas puntuales, pero sin grandes cambios de posiciones. La más reseñable, por su especial crudeza, fue la batalla de San Sebastián. También se mencionaba una batalla importante en el monte San Marcial, en Irún, y varias más por la zona de Navarra: en Yanci, Vera y... ¡Echalar! Ésa fue la primera vez que Abdoulaye leyó el nombre del pueblo relacionado con aquella guerra. Luego descubrió que el mismísimo Wellington había establecido su cuartel general en aquella zona, en concreto en Lesaca, durante casi tres meses, desde el 16 de julio de 1813 hasta el 10 de octubre de 1813, y que había apostado sus unidades militares por toda la zona.

Al llegar a ese punto, Abdoulaye decidió que por aquel día había sido suficiente. Miró el reloj: llevaba casi cuatro horas encerrado en la biblioteca. Estaba cansado, pero contento. Había encontrado más datos de los que había ido buscando en un principio, y había confirmado que la narración de Alicia estaba basada en la realidad. Todo encajaba con los hechos que aparecían en el capítulo que había transcrito. Era evidente que Alicia había hecho una buena labor de documentación.

Tras salir de la biblioteca, después de tomar un bocadillo en una de las tabernas que había en la Plaza de San Juan, uno de los sitios más bonitos de Irún, cogió un autobús y volvió a Hondarribia. Tenía ganas de ir a casa de Alicia porque quería saber cómo continuaba la historia, pero hizo caso a las indicaciones de ella y se tomó el resto del día libre, aunque no hizo nada más que pensar en lo que había leído en la biblioteca.

A pesar de que durante toda la noche no paró de llover, el día siguiente amaneció seco. Matilde le comunicó que Alicia había trabajado el día anterior veinte horas sin parar y, finalmente, se había acostado hacia las cinco de la madrugada. Dormía y no había que despertarla, pero le había dejado un mensaje: todo el material grabado estaba ya en su despacho, así que podía empezar a trabajar con él.

 

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