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~ Capítulo 14 ~

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Efectivamente, Irene estaba muy enfadada. No entendía por qué, pero estaba claro que se estaba riendo de ella. Después de lo que sus soldados le habían hecho y del posterior ofrecimiento de ayuda, la reacción de aquel inglés solo podía considerarse ensañamiento. Las lágrimas pugnaban por salir, pero intentaba contenerlas porque no quería darle el gusto de verla llorar. A pesar de que sus pensamientos se concentraban casi exclusivamente en aguantar el llanto, una pequeña parte de ellos le repetía machaconamente que aquella visita había sido un error. Pero lo cierto era que, aunque la idea de acudir al coronel había sido repentina, la decisión final no había sido fruto de un impulso, ya que había sopesado los pros y contras con mucha calma. No quería pedir limosna y, sobre todo, no quería volver a mirar a los ojos a ninguno de aquellos ingleses que tanto daño le habían hecho. También tenía claro que en ningún momento habría aceptado aquella ayuda para ella, pero lo que estaba en juego era la supervivencia de los niños. Solo por eso había decidido aceptar la ayuda que aquel hombre le había ofrecido por boca de sus soldados. Y cuando ahora se acercaba a él para recordarle lo prometido, se reía de ella.

Tanta crueldad era incomprensible.

Y entonces, por primera vez desde que ella había entrado en la habitación, fue él quien comenzó a hablar, en un castellano correcto pero con acento:

—Señora —le dijo en tono frío— lo que acaba de suceder en esta habitación es grave. Lo que usted insinúa…

Pero no pudo acabar la frase porque en ese momento ella salió de la habitación, dejándole con la palabra en la boca.

 

Bajó las escaleras corriendo. Había salido de aquella manera precipitada porque lo último que quería era que aquel hombre horrible la viera derrotada. El intento de violación había sido brutal, pero entraba dentro de las desgracias que podía traer una guerra, lo que aquel hombre le acababa de hacer era monstruoso. Le había ofrecido su ayuda solo para burlarse de ella cuando fuera a pedirla. ¿Tan crueles eran aquellos ingleses? Las lágrimas de humillación y rabia resbalaban por sus mejillas cuando abrió la puerta de la casa para salir. Pero en vez de encontrar el hueco libre, se topó con un cuerpo obstaculizando la salida. Buscó un resquicio por el que escabullirse, pero antes de hacerlo tuvo tiempo de ver que quién tapaba la entrada, al intentar entrar en Gaztelu en ese momento, era el hombre de la casaca verde que tan amablemente le había ayudado al salir del callejón. No se paró ni lo miró a los ojos siquiera, había tenido suficiente con el pelirrojo.

 

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Cuando un minuto después, un intrigado Daniel Cadoux llegó a la habitación de Gabriel, encontró a este meditando sobre la escena que acababa de vivir.

—¿Que le has hecho a la chica? —le preguntó Daniel como saludo— Iba llorando…, ¿qué ha pasado?

Por la forma de preguntar, Gabriel se dio cuenta de que su amigo sabía algo que a él se le estaba escapando.

—¿La conoces?, ¿sabes quién es? —le preguntó extrañado.

—Claro que sí —le respondió Daniel— y tú también. Es la muchacha que forzaron esas malas bestias de tu batallón, la que socorrimos el otro día.

En ese momento Gabriel parpadeó y, tras un momento de pensamientos confusos, solo pudo decir, en tono bajo y mirando a su amigo con preocupación:

—Acabo de hacer una tontería.

 

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Aquella había sido la cuarta vez que Irene veía a Gabriel Russell. Para él fue la primera.

 

 

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