Nina

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LIBRO SEGUNDO » 15

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—Usted no le ha dicho la verdad al señor Brummer.

—¿Ha venido acaso a reprochármelo? —preguntó el doctor Zorn. Llevaba hoy un chaleco verde con un trajo marrón claro. Estaba sentado detrás de su mesa fumando un cigarro. Aquí también se hallaban las ventanas cerradas. El humo azul invadía la habitación en sucesivas oleadas.

—¿Por qué me ha protegido usted?

—A esto prefiero no contestar —me dijo.

La corbata que llevaba me pareció demasiado chillona, con su dibujo escocés.

—Pero sí hizo antes averiguaciones por cuenta del señor Brummer...

—Las hice por mi propia cuenta. El señor Brummer no sabe nada del resultado de la investigación.

—Así, pues, ¿no le ha dicho nada de mi pasado?

—¿Hubiera estado esto de acuerdo con sus intenciones, señor Holden? Entonces, ¿por qué arma tanto barullo sobre ello?

—Porque no comprendo el motivo de hacer usted todo esto.

—Para inculcarle el sentido del deber y tenerle bien sujeto —manifestó tranquilamente—. Por otra parte, me figuré que usted se encontraría en situación de hacerme un favor algún día. —Empezó a hurgar en el cuello de su camisa.

—¿Qué clase de favor?

—A esto prefiero no contestar —me dijo por segunda vez. Miró el reloj—. Lo siento, pero afuera me está esperando una visita. ¿Quiere hacer el favor de firmar aquí?

—¿Firmar?

—Un recibo. De treinta mil marcos. Por motivos fácilmente comprensibles, el señor Brummer prefiere no entregarle un cheque. Firme, con el fin de que pueda darle el dinero.

Tracé mi firma.

Zorn recogió el comprobante, lo estudió detenidamente y abrió seguidamente la gaveta de su escritorio.

—Espero que no le importe recibirlo todo en billetes de a cincuenta. —Contó seiscientos billetes de color violeta, delante de mí, sobre la superficie de la mesa. De cuando en cuando se humedecía los dedos con la lengua. Apilaba los billetes en montoncitos de mil marcos cada uno—. No debe colocar este dinero en ninguna cuenta corriente. No le está permitido, mientras el señor Brummer se halla detenido, hacer ninguna compra de importancia. Usted me promete proseguir como hasta ahora su normal género de vida. Usted me lo promete por escrito.

Se lo prometí por escrito, al firmarle la fórmula ya preparada.

—En los próximos días le abordarán muchos hombres que usted no conoce —dijo el pequeño abogado de blanca y abundante cabellera—. Cada intento de aproximación me lo comunicará usted inmediatamente. Después se le darán nuevas instrucciones. Y ahora, haga el favor de perdonarme. —Se levantó y me tendió una mano fría y seca—. ¿Visitó usted la catedral?

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