Nano

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Nano, S. L., Boulder, Colorado

Miércoles, 17 de julio de 2013, 8.10 h

Una semana después

Pia estaba de pie en el conocido aparcamiento de Nano tratando de recuperar la compostura. Confiaba en que las dificultades a las que acababa de enfrentarse para superar la puerta de entrada no supusieran un anticipo de la bienvenida que la esperaba y que no fuesen más que un malentendido. La habían retenido en la garita de seguridad porque conducía el viejo Toyota de los padres de Paul y no el Volkswagen con el que figuraba en el registro. Aunque el vigilante parecía haberla reconocido, no había querido abrirle la barrera. Lo que más lo había inquietado, aparte de lo del coche, era que el pase de seguridad de Pia ya no funcionaba cuando lo introducía en el sistema a través del ordenador. La joven le había explicado que llevaba bastante tiempo de baja y que probablemente tuviera que renovarlo. Al final, el guardia la había dejado pasar con la condición de que se presentara directamente en el mostrador de seguridad.

En aquel momento, de pie junto al coche, Pia se preguntó si le estarían fallando los nervios. No recordaba que tal cosa le hubiera ocurrido jamás, pero de repente los edificios de Nano le resultaban imponentes y temibles. El cielo estaba cubierto de nubes bajas y plomizas, lo cual no ayudaba, y no se sentía bienvenida. La causa de aquel sentimiento no resultaba difícil de identificar pues, aparte de la desagradable llamada de Mariel cuando todavía estaba en el hospital, únicamente había recibido una carta de Nano. En ella la empresa le confirmaba lo que Spallek le había dicho: que tendría que someterse a un examen médico antes de volver a trabajar, pero no indicaba fechas. Ella sabía que el seguro de Nano había cubierto las facturas del hospital y de la rehabilitación, pero no tenía comprobante de las transacciones. Entretanto, Mariel no le había devuelto ninguna de sus llamadas ni correos electrónicos, y la última vez que Pia la había telefoneado había recibido una respuesta automática que avisaba de que su jefa tenía lleno el buzón de voz.

No podía evitar preguntarse si todavía era empleada legal de Nano o si se hallaba en una especie de limbo, como de baja administrativa. Había seguido recibiendo puntualmente por correo los comunicados de abono de su sueldo, así que le seguían pagando, pero aquellos recibos no los emitía Nano, sino el banco. Disponía de cartas firmadas por sus dos cirujanos y el fisioterapeuta que dejaban constancia de sus considerables progresos. Todavía no había acabado del todo la rehabilitación, pero estaba convencida de que se hallaba en condiciones de trabajar. Creía que no tenía más alternativa que presentarse personalmente en Nano para averiguar cuál era su verdadera situación.

La amenazante lluvia empezó a caer lentamente con solo unas cuantas gotas, pero enseguida fue a más. Seguía de pie bajo la llovizna tratando de hacer acopio de valor, cuando vio que una figura conocida se alejaba y se dirigía hacia la entrada del edificio. Había cruzado la barrera tras ella, pero había aparcado en una zona reservada.

—¡Jason! ¡Espera un momento! —exclamó.

Rodríguez se volvió, la saludó avergonzado con la mano y siguió caminando. Pia corrió tras él y le plantó cara a su compañero, que era mucho más alto que ella.

—Jason ¿se puede saber qué te pasa? ¿No puedes parar ni un momento para decirme hola?

—Llego tarde, Pia, muy tarde, así que lo cierto es que no puedo pararme.

Jason miraba a un lado y a otro para evitar los ojos de la joven.

—Paul me dijo que viniste a verme al hospital cuando estaba en coma. Fue muy amable por tu parte. Me habría gustado que volvieras cuando me desperté.

El joven bajó la mirada hasta toparse con la de ella. Pia vio su expresión dolorida.

—¿Qué pasa, Jason? Pareces muy incómodo hablando conmigo.

—Mariel… —dijo en voz baja antes de sumirse en el silencio.

—¿Mariel? ¿Qué pasa con Mariel? ¿Te ha dicho que no hables conmigo? ¿Qué te ha contado sobre mí?

—Está bien, escucha. —Entonces Jason la miro con tal intensidad que fue Pia quien tuvo que apartar la vista—. Mariel se enteró de que había ido a verte al hospital y no le hizo ninguna gracia. Me dijo que no eras buena compañía y me aconsejó que me mantuviera alejado de ti si quería seguir trabajando en Nano. Intenté decirle que en mi opinión eres un poco distante pero una excelente científica. Su respuesta fue que yo ignoraba muchas cosas.

—¿Como qué? ¿A qué se refería?

—No lo sé exactamente.

—Y tú la creíste sin más.

—Lo siento, Pia, este trabajo es mi gran oportunidad. Llevaba años buscando un empleo así. Ya sabes cómo están las cosas ahí fuera.

Pia miró a Jason con fijeza hasta que no pudo aguantarlo más. No podía creérselo. Era como si se hubiera convertido en una especie de paria. Sopesó la posibilidad de intentar convencer a Jason para que hablara con ella y le contase lo que pensaba en realidad, porque estaba claro que le ocultaba cosas. Pero no tenía la energía necesaria.

—Buena suerte, Pia —dijo Jason tras un silencio incómodo—. Espero que las cosas se solucionen, de verdad.

Se subió el cuello de la chaqueta y corrió hacia el edificio.

Pia necesitaba liberar su rabia, así que cogió el móvil y, a pesar de la lluvia, marcó el número de Mariel Spallek. Probablemente fuese una suerte que su jefa no contestara, porque no estaba segura de qué le habría dicho. En aquella ocasión sí saltó el contestador automático, pero Pia no se molestó en dejarle un mensaje. Cerró con llave la puerta del coche y caminó a paso vivo hacia la entrada de Nano.

En circunstancias normales habría cruzado la puerta y se habría acercado directamente al escáner de iris situado junto a las puertas de cristal que daban acceso a las instalaciones, pero después de lo ocurrido en la garita de entrada decidió hacer caso al guardia y presentarse ante el mostrador de seguridad. Varios carteles avisaban a las visitas y a los repartidores de mercancías de que debían dirigirse al mostrador situado a la izquierda de la puerta principal. Había varias personas esperando junto a ella. Otros empleados de Nano iban llegando en pequeños grupos. Era una hora de gran actividad. Los vigilantes de seguridad estaban muy atentos y se aseguraban de que la gente pasara por el escáner y las puertas de cristal de uno en uno. Pia reconoció a la mayoría.

En el mostrador de seguridad las cosas estaban más tranquilas, y se dirigió directamente hacia allí. Tras su conversación con Jason, creía que había muchas posibilidades de que le pusieran trabas. Pia no reconoció a la mujer que ocupaba el mostrador. Su tarjeta identificativa rezaba: HARRIET PIERSON. Era de color, corpulenta y vestía el mismo uniforme de estilo militar que el resto de sus compañeros. Pia le entregó su pase, y la mujer lo cogió sin hacer comentarios. Resultaba evidente que la estaba esperando. Harriet pasó la tarjeta por el lector del ordenador, pero, al igual que en la garita de entrada, no funcionó. Entonces la mujer la cogió y desapareció en la habitación que tenía a sus espaldas.

Pia aguardó. Para matar el tiempo, se dedicó a observar el vestíbulo del edificio. Cada vez llegaba más gente, así que se había formado una pequeña cola ante el escáner de iris.

Harriet regresó al mostrador y le devolvió el pase a Pia.

—Está bien, doctora Grazdani —le dijo—. Supongo que lleva unas cuantas semanas sin venir.

Pia asintió y alzó el brazo izquierdo, que todavía llevaba en cabestrillo y escayolado hasta el codo. Sabía que presentaba un aspecto un tanto desaliñado con el cabestrillo, el yeso y la gorra que se había puesto para disimular los trasquilones del pelo. Se había puesto unos vaqueros y una camisa de franela a cuadros.

—Bueno —prosiguió Harriet—, he actualizado su identificación. No debería tener más problemas en la entrada.

Pia le dio las gracias, dio media vuelta y se puso en la cola para pasar el escáner. El sencillo trámite del mostrador de seguridad había hecho que se sintiera más optimista respecto a conseguir llegar a su laboratorio. Mientras esperaba, reconoció al guardia que estaba junto a las puertas vigilando a las personas que pasaban el control. Era Milloy, el puntilloso vigilante con quien ya había tenido un ligero roce.

Cuando le llegó el turno, se colocó frente al escáner. Esperó el familiar pitido, pero no llegó. La luz roja indicaba que no había correspondencia en el sistema.

Lo estaba intentando por tercera vez cuando Milloy se le acercó.

—Por favor, señorita, hágase a un lado. ¿Me permite ver su identificación?

—Desde luego —contestó Pia sin molestarse en disimular su frustración.

Al menos estaba segura de que su pase funcionaría.

—Un momento, señorita.

Milloy se llevó la tarjeta hasta un ordenador cercano. Para disgusto de Pia, se pasó más de tres minutos tecleando con dos dedos y leyendo la pantalla. El vigilante la miró y ella puso los ojos en blanco y dio muestras de impaciencia ante el retraso. Finalmente Milloy regresó.

—Lo siento, señorita, pero su permiso de acceso ha sido suspendido hasta restablecimiento médico.

—De acuerdo, ¿puede dejarme pasar para que vaya a recursos humanos y que me renueven el pase?

—No puedo hacerlo.

—¿Qué me sugiere que haga?

Milloy señaló con el dedo.

—Le sugiero que se acerque al mostrador de seguridad y vea qué pueden hacer allí.

—Acabo de estar allí para que me actualizasen la identificación.

—Pues tendrá que volver.

—Mire, señor Milloy, esto es indignante. ¡Soy empleada de Nano, sufrí un accidente!

—Ya lo veo, pero carezco de autorización para dejarla pasar.

—Llame a Zach Berman, él se lo explicará.

—Zachary Berman, el consejero delegado de Nano —contestó Milloy entre risas—. ¿Y qué iba a decirle yo? Lo siento, señorita, pero no puedo ayudarla.

—Él me conoce —le espetó Pia enfadada.

Sabía que no iba a ganar aquella discusión. Pero todavía le quedaba un as en la manga.

—Está bien, entonces llame a Whitney Jones, su ayudante.

—Ya sé quién es Whitney Jones. Y da la casualidad que sé que está de viaje de negocios con el jefe. Si la llama dentro de un par de días estoy seguro de que podrá ayudarla. Ahora, si me disculpa, tengo trabajo.

Pia se dio cuenta de que Milloy se estaba divirtiendo a su costa. En circunstancias normales se habría quedado allí discutiendo con él, pero comprendió que no tenía fuerzas. Mientras caminaba de regreso al coche, su furia no hizo sino aumentar. Se puso al volante y salió de Nano conduciendo deprisa. Cuando llegó a la carretera estatal, tomó una decisión impulsiva. En lugar de girar a la derecha para regresar a la ciudad, viró a la izquierda y se encaminó directamente hacia la mansión de Berman. Puede que estuviera de viaje como había dicho Milloy, pero tal vez no fuese cierto. Aunque no estuviera en casa, Pia necesitaba desahogarse, y en aquellos momentos toda su ira y frustración se dirigían contra él. Berman era, en último término, el responsable de la situación.

La verja. Se había olvidado de la verja que había al final del camino de acceso hasta que prácticamente se topó con ella. Detuvo el coche justo delante e hizo sonar el claxon insistentemente. El alboroto espantó a los pájaros de los alrededores y Pia los vio volar y refugiarse en las ramas más altas de los árboles cercanos.

Tras varios bocinazos más, se calmó y el estruendo cesó. Entonces reparó en que había un intercomunicador y pulsó el botón varias veces. Pasó un minuto, después otro, y no obtuvo respuesta. A continuación se apeó del coche y se puso ante lo que creía que era la cámara de seguridad con los brazos en jarras y actitud desafiante.

—¡Eh, Berman! ¡No me dejan entrar en mi laboratorio! No es justo. Te he ayudado con los microbívoros. No deberían tratarme así. Si no estás ahí, quizá veas esta grabación. Tenemos un asunto pendiente. Tú lo sabes, y yo también.

Se sintió como una estúpida gritándole a una jamba de piedra con lo que creía que era una cámara de seguridad encima. Alzó la vista una última vez e hizo un gesto obsceno con el dedo. Luego volvió a subirse al coche para regresar a casa.

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