Nano

Nano


39

Página 43 de 70

39

Apartamento de Paul Caldwell, Boulder, Colorado

Viernes, 19 de julio de 2013, 21.52 h

Pia estaba sentada en el sofá de Paul tomándose la tercera copa de vino de la noche. Ningún detalle de su historia sobre las dificultades que había tenido para entrar en Nano había cambiado desde el miércoles, pero se la había repetido otra vez durante la cena, y Paul tenía la impresión de que estaba a punto de hacerlo de nuevo.

—Vale, Pia, no quiero ser desagradable, pero ya sé lo que ocurrió. Nano te ha revocado el acceso al laboratorio hasta que tengas el alta médica y eso te fastidia. Lo entiendo. Después de todo lo que has trabajado para ellos y la ayuda que les has prestado, se están comportando como unos cabrones ingratos. Pero no veo qué otra cosa puedes hacer aparte de contratar a un abogado para que te consiga esa entrevista con recursos humanos.

—¡No necesito un abogado! —repitió Pia por enésima vez.

—Un abogado laboralista, no uno de lesiones ni nada por el estilo. Nano no te ha despedido, pero no puedes entrar a la empresa a pesar de que te siguen pagando. Es curioso, mucha gente estaría encantada con la situación.

—No es el dinero —protestó Pia.

—Lo sé. Vamos, tranquilízate. Me refiero a un abogado especialista en relaciones laborales que sea capaz de resolver tu caso. Si no logra que te dejen entrar en el laboratorio, entonces te conseguirá una indemnización. Así podrás seguir adelante con tu vida. No puedes continuar así.

—¿Así cómo?

—De esta manera, Pia, dándole vueltas una y otra vez al mismo asunto, hurgando en la herida. No todos los misterios se resuelven. Acude a los periódicos con tu historia, a ver qué pueden hacer. Es posible que el corredor chino y el ciclista sigan siendo un misterio. De hecho, ahora mismo solo tú y yo sabemos que lo son, y debo reconocer que he perdido gran parte del interés.

—Si acudo a los periódicos, aun suponiendo que me crean, estoy segura de que Nano tiene algún plan de emergencia. No conseguiré nada a menos que descubra lo que están haciendo y pueda ser concreta ante los medios.

—Pero tienes las manos atadas. Si ni siquiera puedes entrar en Nano, no hay forma de que puedas averiguar lo que hacen. Es así de simple. Y, francamente, en estos momentos ni siquiera me apetecer seguir dándole vueltas a ese asunto.

—Así que estoy sola. ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—Claro que no. No he dicho tal cosa. Te ayudaré a encontrar un buen abogado. De hecho conozco al abogado más temible de Boulder, que, casualmente, es laboralista. Sería perfecto. En cuanto los llame, cederán y te darán lo que quieras.

—Quiero tener acceso a mi laboratorio.

—Un abogado no podrá conseguírtelo si Nano no quiere que lo tengas. Sé razonable. Hablemos de otra cosa.

—¿Sería capaz un abogado de obligarlos a decirme por qué intentaron matarnos?

Paul dejó escapar un suspiro.

—No, Pia, eso no va a ocurrir. No estamos seguros de si Nano tuvo algo que ver con el accidente. Yo solo tengo el recuerdo impreciso de que había un coche a nuestra espalda justo antes de que nos saliéramos de la carretera. Pero no estoy completamente seguro. No vas a llegar a ninguna parte tratando de escarbar en ese agujero. ¡Porque no hay tal agujero!

—Nunca aceptaré que me salí de la carretera sin más. Es absurdo.

—Tienes derecho a pensar lo que quieras, pero te repito que no puedes seguir con esta monomanía. Es como Moby Dick.

—¿Qué?

—Da igual. ¿Sigues queriendo venir conmigo a Denver? A los dos nos vendría bien un poco de diversión. Vamos, Pia, ¿qué me dices?

—No estoy de humor —replicó ella.

—¿Seguro?

Ella asintió. No le apetecía relacionarse con otras personas y charlar de tonterías. Además, ya había bebido bastante vino.

—Oye, Paul —dijo con un tono más alegre—, ¿todavía tienes la cámara que le pediste prestada a tu amigo? Aquella con la que estuvimos haciendo pruebas un día.

—Sí, la tengo aquí. ¿Por qué?

—¿Me la dejas?

Paul vaciló. Intentó establecer contacto visual con Pia, pero ella apartó rápidamente la mirada.

—¿Para qué la quieres?

—No tengo una cámara buena, y me apetece salir de excursión mañana mientras tú estás trabajando. Creo que mis costillas lo soportarán. Quiero hacer fotos de las flores silvestres que florecen en las faldas de la montaña.

—Pia…

—No seas desconfiado. Utilizaría la cámara de mi móvil, pero mi idea es sacar primeros planos para ampliarlos y adornar todas esas paredes vacías de mi apartamento de las que siempre te estás quejando. Así que necesito alta definición.

—¿Qué se te está pasando exactamente por la cabeza?

—Nada —contestó Pia con naturalidad—. Solo me apetece aprovechar el tiempo que tengo siendo creativa. ¿Qué me dices? ¿Tendré que salir a comprarme una?

—De acuerdo, voy a buscarla —dijo Paul. Pia podía llegar a ser muy tozuda.

—¿Y me puedes prestar también el cable que la conecta al Mac? —añadió en voz alta—. Eres un encanto.

—Lo sé —repuso Paul—. Y probablemente también un idiota —masculló por lo bajo.

Ir a la siguiente página

Report Page