Mortal

Mortal


Capítulo seis

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Capítulo seis

SARIC TRASPASÓ EL PÁLIDO rostro de Rowan con una mirada inflexible, totalmente consciente de que el regente ya sabía de Feyn, que había estado oculta en profundo letargo. Que el cuerpo no se le había descompuesto.

Nada de esto perturbó a Rowan tanto como al resto del senado, que ahora estallaba en gritos de alarma y horror. No, el terror de Rowan estaba en ver el cuerpo de Feyn aquí, en el senado, y no en la cripta que lo había albergado durante los últimos nueve años, alimentado por nutrientes. Ahora el antiguo pilar del Orden titubeó en su túnica real, amenazando derrumbarse junto con el poder que había protegido por tanto tiempo.

Saric hizo caso omiso del escándalo que resonaba a través de la gran sala, y se quedó mirando fijamente al regente mientras saboreaba la aplastante victoria.

—¿Qué significa todo esto? —rugió una voz por encima de las demás.

Saric interrumpió la mirada de mala gana. Se volvió hacia Dominic, quien se hallaba temblando a su derecha, con los puños apretados y el rostro pálido por el miedo. El escándalo se esparció por completo, y todas las miradas se posaron en el escenario ante ellos: Rowan a la derecha, de pie como un cadáver; Dominic a la izquierda, poseído por el terror. Dos soldados cubiertos con armadura, cada uno hincado en una rodilla, con las cabezas inclinadas, imperturbables por el caos.

Feyn. Cuerpo desnudo inerte sobre el altar hechura de Saric, muerta para el mundo, las venas oscuras con sangre inactiva debajo de la pálida piel de la nobleza.

Saric, imponiéndose sobre todos ellos, creador de sus destinos, agarrando el poder absoluto delante de los presentes.

—¿Qué morbosidad obliga a un hombre a exhumar un cadáver de la tumba? —tronó Dominic—. ¡Ella ha pasado a la felicidad!

Saric pasó rozando un dedo sobre uno de los fríos párpados de Feyn. Él mismo le había trenzado el cabello, y había lavado y perfumado el cuerpo, tratando con mucha ternura la larga cicatriz en el pecho donde la espada del custodio la había cortado. La marca se había desvanecido, pasando un poco de lo que debió haber sido algo irritado y grotesco a una hermosa sutura. El almizclado aroma de ella le llenó las fosas nasales con promesa.

—¿De veras? —objetó Saric en voz baja.

—¡Sí! ¡Cómo se atreve usted a violar con muertos la santidad de esta sala!

—Ella no está más muerta que tú, que respiras, sangras y orinas.

—¿Qué se propone? —gritó el hombre—. ¿Usar a los muertos como una lección? ¿Profanar al Creador con blasfemia?

—Y una poderosa lección en realidad, ¿no te parece? —desafió Saric bajando la mano y mirando al hombre estupefacto, este defensor del Orden… al que ahora vería caer.

Se volvió, consideró a los senadores, a muchos de los cuales conocía por nombre. Allí, Nargus, de la casa sumeria, vestido de azul como era su costumbre. Y allá, Colena, la envejecida vampiresa con la piel empolvada para ocultar las profundas arrugas que susurraban muerte. Stefan Marsana de Europa del norte, Malchus Compalla de Russe, Clament Bishon de Abisinia, líderes todos que servían en el senado cuando Saric mismo fue su soberano por pocos días. Solo unos cuantos eran nuevos para él.

Hoy él sería distinto para todos ellos.

—¡Guardias! —ordenó Dominic—. ¡Retiren este cuerpo!

Saric no se molestó en reconocer el mandato. Sus sangrenegras ya habían dominado a la guardia de la Fortaleza.

Caminó hasta el frente de la plataforma, consciente de que todas las miradas estaban fijas en él.

—Dime, Rowan, regente de Jonathan… ¿Está Feyn, quien fue legítima soberana antes de su cruel e injustificada muerte, en la felicidad en este momento? ¿O se encuentra con nosotros?

La mente del regente o estaba demasiado preocupada con la tragedia que se desarrollaba delante de él o no estaba ocupada en absoluto, bloqueada.

—Responde. Ahora.

—No… no se sabe —balbuceó el regente con la mirada enfocada en Dominic.

—¿No está señalado para todos vivir una sola vez? ¿Y morir también una sola vez? ¿No es eso lo que afirma tu libro?

—Sí.

—Y cuando padeces esa muerte, tu alma va a la felicidad o al infierno, ¿no está escrito eso?

—Sí.

—Sin embargo, nuestros propios textos antiguos registran relatos de quienes volvieron a vivir. ¿Estuvieron realmente muertos? ¿Se habían ido a la felicidad cuando sus corazones se detuvieron?

—No… no lo sé —masculló Rowan.

—No, no lo sabes. Porque en realidad no conoces los poderes que ordenan la vida y la muerte. Solamente el Creador puede conocer cosas así, ¿no es verdad?

—Sí.

—Entonces Feyn podría no estar ni en la felicidad ni en el infierno en este momento, sino aquí con nosotros. No lo podemos saber. Lo único que podemos saber es que está muerta o viva según entendemos la vida y la muerte. Dime que esto es verdad.

—Lo es —confesó el regente con las cejas relajadas un poco.

—Siendo así, de acuerdo con tu entendimiento, ¿está Feyn viva o muerta ahora?

—Muerta —respondió él vacilante, eligiendo las palabras—. Por ley.

—¿No por carne?

No hubo respuesta.

—¿Ayudaste a los alquimistas a mantener el cuerpo de ella en letargo en una cripta debajo de esta misma Fortaleza desde el día en que fue asesinada?

Rowan parpadeó. No podía ocultar la verdad grabada en su rostro.

—Sí.

—Y lo hiciste en previsión del día en que ese niño, Jonathan, se hubiera erigido soberano y tú pudieras traerla de vuelta sin comprometer el reinado del chico —expresó Saric antes de que la audiencia pudiera reaccionar.

Dominic, los líderes del senado, Corban, Saric… todos miraban a Rowan, menos los dos hijos de Saric, quienes aún inclinaban el rostro en sumisión.

—Rowan —musitó Dominic—. ¡Por supuesto que no!

—Lo que él dice es verdad —declaró Rowan asintiendo superficialmente.

¿Por qué?

—La razón ya no importa —explicó Saric—. Esta es la verdad: que si Feyn estuviera viva hoy día, sería soberana, ya que la sucesión recayó en ella antes que en Jonathan. Dime, Señor Regente, ¿no es eso cierto?

Él asintió con la cabeza. Su rostro era una máscara hueca.

—Y tú no serías regente, porque Jonathan no tendría ningún derecho a reclamar el cargo.

—¡Nada de esto importa ahora! —exclamó Dominic, dando un paso adelante con repentina urgencia—. El destino de Feyn está sellado. Ella está muerta. Jonathan es el soberano, y asumirá el poder en ocho días.

Saric se volvió hacia él.

—¡Solo el Creador decide si Feyn está muerta! Y hoy veremos al creador de ella.

La afirmación hizo retroceder al líder del senado.

—Tráela —ordenó Saric volviéndose a Corban.

El alquimista sacó una bolsa de terciopelo negro de debajo de la túnica y atravesó el estrado. Saric se quitó la capa y la colocó sobre las piernas inertes de Feyn. Sin ninguna explicación, tomó el puño de la manga derecha y lo arremangó con cuatro dobleces, dejándose al descubierto el antebrazo.

—Levántense.

Los dos sangrenegras se levantaron y se hicieron a un lado, inquietantes. En el senado nadie se movió.

—Procede —ordenó Saric a Corban.

El alquimista puso la bolsa sobre la mesa al lado de la cabeza de Feyn y sacó un par de guantes médicos negros. Después de ponérselos extrajo de la bolsa una manguera de goma transparente como de sesenta centímetros, con agujas de acero inoxidable en cada extremo.

Ante Saric, el cuerpo sin vida de Feyn reclinada, no en la muerte, él lo sabía, sino haciendo caso omiso. La yugular allí, exactamente debajo de la traslúcida piel, rogaba volver a tener pulso. Suplicaba el dominio absoluto de él sobre ella. El regalo que a él le diera Pravus, ahora perfeccionado por Saric para poderlo conceder a su antojo. Como lo hacía ahora. El hombre no pudo contener el leve temblor que se le extendió por el torso ante el pensamiento. Este era su destino: consumir y dar vida como solo él decidiera hacerlo.

Amo y creador.

Cerró los ojos. La mente se le avivó con hermosa oscuridad.

—¿Señor?

Abrió los ojos. Corban estaba listo, con la manguera en una mano. Saric le presentó silenciosamente el antebrazo.

—¡Le suplico que no haga esto!

La protesta de Dominic se vio interrumpida por la mirada tenebrosa de uno de los hijos de Saric, quien apenas lo notó. Su atención estaba en la manguera expansible en la mano de Corban. En el pinchazo del borde afilado en su vena. El hombre jadeó un poco mientras el dispositivo se alojaba.

Entró sangre negra en la manguera. La llenó hasta la pinza en la mitad de la longitud.

El donante agarró la manguera por un extremo mientras Corban deslizaba el otro en la yugular de Feyn. El alquimista levantó los ojos hacia él.

Saric asintió con la cabeza.

Corban retiró la pinza de la manguera.

Por un momento fugaz, Saric se dio cuenta de cuán perfectamente silenciosa había quedado la sala. El miedo gobernaba los corazones de los que estaban dentro del Orden. Pero él era ahora el creador. Ellos recordarían este día. La supremacía de Saric. Los ojos brillantes de los sangrenegras sobre ellos a fin de que nadie se atreviera a emitir un sonido.

La sangre entró lentamente en la yugular de Feyn, bombeada por el corazón de Saric en una transfusión de vida. La dejó fluir, empuñando los dedos, deseando inundarla. Esta no sería una hechura como la suya propia en manos de Pravus, sino una perfeccionada, más potente y más refinada. Solamente había producido vida a seis de este modo.

Se llamaban los futuros «siete» soberanos elegidos.

Feyn, su medio hermana, soberana del mundo, sería su séptima. Aquella que él, no los dictados del Orden, escogiera para el trono.

—¿Señor?

Saric hizo caso omiso de Corban, manteniendo los ojos fijos en el brazo.

—Señor, es suficiente.

—No.

Corban solo informaba, no protestaba. Él había sido el primero de Saric y nunca lo traicionaría. Así como pasaba con todos los hijos de Saric, el corazón no le pertenecía, pues era únicamente de su amo.

El hombre esperó hasta sentir el primer indicio de agotamiento y continuó durante un momento más, con repentina agitación del corazón, presionando tenazmente la sangre al interior del cuerpo inerte. Dominic retrocedió, moviendo los labios en oración.

Al creador equivocado.

—Ahora.

Corban se dispuso a volver a colocar la pinza en la manguera, pero antes de que pudiera hacerlo, los ojos de Feyn se abrieron de repente, el cuerpo se le arqueó, la parte baja de la espalda saltó de la mesa de piedra como treinta centímetros.

Rápidamente, el alquimista desconectó la manguera expansible del cuello de ella.

Durante toda una palpitación, a la mujer se le contrajeron los músculos, y se inclinó de manera increíble. Entonces la boca se le abrió de repente, succionando toda una bocanada de oxígeno. Su grito resonó por toda la sala.

Feyn se desplomó en la mesa, con ojos desorbitados. Luego los apretó fuertemente y gritó.

Fue un grito salvaje de parto en insoportable dolor, que el mismo Saric tanto anhelaba sentir. A él no lo hicieron de este modo, ¡pero cómo habría deseado que eso ocurriera!

Un segundo grito siguió al primero, unido ahora a cien chillidos de la asamblea como muerta sobre el piso del senado.

Saric se arrancó del brazo la manguera y retrocedió. Le goteaba sangre. No se regodeó, no sonrió, no ofreció ninguna señal de satisfacción. Todo estaba bajo su control.

Sencillamente lo era. Creador.

Feyn volvió a derrumbarse contra la mesa, jadeando, arañándose el cuello, y con las piernas rígidas. La solución que la había mantenido en letargo le había preservado la mayoría de los músculos, pero ella tardaría horas en recuperar cualquier semblanza de su antigua movilidad.

Y unos cuantos días para que el dolor le desapareciera totalmente.

Saric caminó hacia Feyn y suavemente bajó la mano hasta el corazón de ella, el cual le palpitó bajo la palma, debajo del calor repentino de la piel femenina. De la vida de él, volviéndose la de ella. La mujer le apartó distraídamente la mano, inconsciente, retorciéndose de pánico.

—¡Aguanta! —exclamó Saric dándole una bofetada.

Feyn miró con ojos negros desorbitados, viéndolo por primera vez.

—Aguanta —repitió, esta vez con ternura—. El dolor cesará.

Ella gimió una vez más y se tranquilizó.

—Mejor.

Él se inclinó hacia delante, la besó y le susurró a la mismísima alma de ella.

—Mi amor, mi soberana… Gobierna por mí.

Unas lágrimas se deslizaron por los rabillos de los ojos de Feyn, cayendo abajo en la mesa.

—Encárgate de ella —ordenó Saric a Corban.

Luego se volvió hacia la sala del senado, que ahora rugía con temor y disonante confusión. Muchos estaban fuera de sus asientos, otros se hacinaban en el pasillo, mientras otros se amontonaban cerca de las puertas. Todos en un espeluznante estado de shock.

Saric levantó la mano.

—Estimados miembros del senado, líderes del Orden, tengo una pregunta para su líder con todos ustedes como testigos, aquí, en este recinto sagrado. Él dirá la verdad para que todos la oigan por encima del dolor de la muerte.

Ellos esperaban que él se dirigiera a Rowan, el regente. En vez de eso enfrentó a Dominic, quien inmediatamente miró a Rowan con ojos cuestionadores.

—Feyn está viva —declaró Saric con voz refinada—. Escogida al nacer por las leyes de sucesión como nuestra legítima soberana. ¿Conserva ella o no su pleno derecho al cargo de soberana?

La boca del líder del senado se abrió, pero no pareció poder hablar. Su negra mirada se dirigió hacia la mesa de piedra donde Corban y uno de los hijos de Saric alzaban a Feyn por los hombros.

—Si ella… —logró balbucear, pestañeando.

—Ella respira. Ella sangra. Igual que ustedes. No. Mejor que ustedes, ahora. ¿No fue ella designada por derecho de nacimiento séptima en línea para el cargo?

—Sí.

—Más fuerte. ¡Di la verdad para que todos oigan!

—Ella fue… ella lo es.

—Te permitiré vivir.

Saric se acercó a Rowan, quien ahora solo era un débil reflejo de lo que había sido.

—Perdóname, viejo amigo, pero solamente puede haber un soberano —manifestó con total tranquilidad.

La mano le resplandeció con una velocidad que todos ellos también llegarían a conocer pronto. El cuchillo debajo de su chaleco le copó el puño. Antes de que alguien pudiera ver, mucho menos reaccionar, la hoja tajó el cuello del regente, a diez centímetros de profundidad.

La sangre brotó a borbollones de la yugular del hombre sobre el piso del estrado. Rowan se agarró la cabeza en un intento por conservarla, con la mirada ya desvaneciéndosele. Cayó con estrépito mientras Saric le daba la espalda.

Corban y uno de los sangrenegras habían puesto de pie a Feyn sobre el suelo. La sostuvieron de pie frente a la sala del senado. Ella temblaba, inclinándose a un lado, débil como un cervatillo que ve el mundo por primera vez. Qué terrible belleza. Corazón del corazón de Saric. Sangre de su sangre.

—Ahora —enunció hacia los de la sala—, les presento a su soberana. Pueden inclinarse ante ella.

Los senadores se miraban unos a otros, solo el suave roce de cabezas girando y cuerpos moviéndose en sus asientos llenó el opresivo silencio de la cámara.

Entonces un hombre se movió.

Dominic.

Pasó lentamente al frente. Un movimiento nacido de la obediencia, no al hombre en el estrado, sino a una vida de Orden. La soberana estaba viva. Así que él se arrodilló.

Lo siguió el resto de la sala.

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