Mortal

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Capítulo treinta y seis

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Capítulo treinta y seis

A OCHO KILÓMETROS DEL VALLE Seyala se hallaba el antiguo puesto de avanzada de Corvus Point, un cruce de caminos abandonado a lo largo de la antigua carretera hacia el que Jonathan y Jordin cabalgaban ahora.

El edificio en sí apenas era de seis metros de largo. Sus tablas estaban erosionadas y su pintura, si alguna vez la hubo, era gris aguada. Aun a menos de cincuenta metros Jordin podía ver entre los tablones la oscuridad interior. A la derecha, en los restos destruidos de un canal de hormigón habían brotado manojos de hierba y maleza rastrera. La bomba había desaparecido, tal vez confiscada décadas atrás junto con la puerta.

Un caballo estaba atado a un poste al final de la torcida acera delantera de la cabaña: un majestuoso animal negro que Jordin misma se encontró envidiando por sus elegantes líneas y su belleza estética pura. Verlo no ayudaba al estado mental de la joven.

Un nudo de aprensión se le había oprimido en el vientre durante el viaje desde el campamento esa mañana. Jordin había visto a Feyn en la Concurrencia, pero solo desde cierta distancia, y aun entonces la soberana había estado encubierta.

¿Era hermosa Feyn? ¿Puede tener una persona poder y belleza por partes iguales? No es que importara, pues la soberana estaba a favor del Orden. Además era sangrenegra. Solo por principio, todo dentro de Jordin debía revolverse al pensar en esa mujer.

Pero Feyn también había muerto una vez por el niño, por lo que Jordin le otorgaría cierta medida de confianza.

Miró a Jonathan, que cabalgaba a su lado. Una enigmática preocupación y energía nerviosa habían emanado de él en frenéticas oleadas desde que salieran. Al principio Jordin pensó que el muchacho simplemente estaba ansioso. Pero pronto se le ocurrió que podría estar emocionado por ver a esta soberana que muriera por él. Quien podría, si fuera verdad todo lo que Jordin había observado y oído, dar paso para que él gobernara con ella.

Jonathan y Feyn, uno junto al otro.

El muchacho se inclinó hacia delante en la silla. Larguirucho y fuerte, oscurecido por el sol, era un guerrero magnífico que había encontrado su rumbo.

Hoy estaba cumpliendo dieciocho años.

Por otro lado, ¿qué edad tenía Feyn? ¿Treinta y algo? ¿Cómo podía Jonathan elegir a alguien que casi le doblaba la edad?

No. No sería así. La unión de ellos sería una alianza política, no más.

Jonathan espoleó su caballo hacia delante, ansioso por acortar la distancia a la antigua cabaña. Después de un momento de desconcierto, Jordin azuzó su corcel para que fuera detrás del joven, mirando fijamente a la figura que aparecía en la erosionada puerta.

El corazón de la joven se abatió ante lo que vio. La mujer era impresionante.

Tenía la piel pálida… asombrosamente, desde cualquier estándar nómada. La envidia del Orden; de la realeza en particular. Jordin nunca antes hubiera pensado que una piel así de pálida fuera atractiva, pero algo en la majestuosidad de Feyn la hacía incuestionablemente hermosa.

Los ojos de la mujer eran negros y maravillosos a la luz brillante, como pupilas gigantes sin nada de iris, reluciendo como los lados de la obsidiana. Así como las sencillas joyas oscuras enclavadas en los lóbulos de las orejas.

La visión atrajo a Jordin.

Feyn llevaba un regio vestido blanco y usaba dos simples trenzas que se retorcían como columnas esculpidas por debajo de los senos hacia la cintura. Jordin habría evitado esa ropa por poco práctica, usada solo por quienes no sabían nada de caballos, pero era evidente que la soberana había venido cabalgando desde la ciudad. Sabía montar, y lo hacía bien.

Jonathan se apeó del caballo con la tranquilidad de alguien que se reúne con un amigo de antaño, sin mostrar ni una pizca de preocupación. Avanzó con sus largas piernas de atleta mientras Jordin detenía su caballo al lado del de él. De un salto, el joven subió las tablas rotas de los dos peldaños, perdidos mucho tiempo atrás de la acera frente a la cabaña. Luego se apoyó en una rodilla y besó la mano de la soberana.

Por alguna razón, la escena le pareció detestable a Jordin. La piel del cuello se le erizó.

—Mi señora —expresó él, alzando la cabeza e irguiéndose de nuevo.

—Jonathan —contestó ella asintiendo con la cabeza; la voz se oyó más allá del porche destrozado.

Feyn no mostró indicios de haber visto a Jordin; toda su atención estaba puesta en el joven que le había demostrado tal respeto. Sin embargo, si el muchacho honraba a Feyn, Jordin también debía hacerlo, aunque solo fuera porque confiaba en él.

La chica bajó de la silla, mirándolos, pero en vez de seguir a Jonathan a lo alto de la escalera, se quedó atrás hasta que él se dio la vuelta.

—Jordin, ¡ven! Conoce a la soberana.

La joven inclinó la cabeza, se acercó a la cabaña y subió las rajadas tablas del porche.

—Mi señora —manifestó, obligándose a estrechar la mano de la mujer.

Jordin esperaba que los pálidos dedos de la soberana estuvieran helados. No fue así. Es más, estaban tibios. El anillo del cargo le resplandecía con el color del sol en la mano derecha.

La chica comenzó a arrodillarse.

—Por favor —objetó la soberana—. No es necesario.

Jordin se enderezó con no poco alivio y miró a Jonathan.

—Jordin, ¿nos permites un momento? —pidió él mirándola a los ojos.

La muchacha cambió la mirada de él a Feyn, quien se erguía cabeza y media sobre ella. Ambos eran altos. Ambos eran impresionantes: ella con pelo de ébano y piel pálida, él con cabello del color de tierra removida y ojos castaños bordeados con pestañas que cualquier chica habría envidiado.

Eran hermosos juntos. Allí de pie, uno al lado de la otra, en realidad podían inspirar una nueva época, pensó Jordin. Con el porte de ella y las formas enigmáticas de él, todo el mundo observaría y los seguiría, aunque solo fuera por curiosidad.

—Desde luego —contestó la joven, sintiendo seca la garganta.

Se quedó inmóvil por un instante, renuente a irse. Finalmente dio un paso torpe hacia atrás, luego bajó del porche frontal hacia los caballos, tratando de parecer resuelta.

Jonathan saltó del porche, y Jordin vio por el rabillo del ojo que le había dado la mano a Feyn. Unas inusitadas lágrimas distorsionaron la vista de la jovencita.

Ella estaba exagerando, lo sabía. Jonathan era efusivo por naturaleza. Pero Jordin parecía incapaz de soportar ver que el hombre a quien se había dedicado estaba con una mujer de tanto poder.

Feyn bajó detrás de Jonathan y lo siguió hacia un conjunto de árboles.

Jordin reajustó la cincha de su caballo, mirándolos a menudo. Revisó la silla del caballo del muchacho. Se secó las lágrimas con una acción tan rápida que ella misma apenas la notó. Las voces le llegaban en tonos bajos para no ser escuchadas. Se quedó mirándolos, deseando todo el tiempo alejar la vista del modo en que Feyn lo miraba cuando le hablaba. La manera en que Jonathan le tomó la mano no una vez, sino dos. La forma en que la soberana inclinaba la cabeza, brindándole respeto.

¿O era más?

Voltearon a verla una vez. Bien. Que Feyn viera que ella los observaba. Jordin. La protectora de Jonathan.

Hasta llegó a pensar incluso ahora que Feyn podía atentar contra la vida del muchacho. Él podría reprender a Jordin aun por pensarlo; sin embargo, ¿estaba eso realmente fuera de la esfera de posibilidades? ¿No era él el único verdadero rival de Feyn después de su hermano?

Jordin le había prometido a Rom no dejar de vigilar a Feyn, pero esa promesa palidecía al lado de su propia carga.

¿Y si Jonathan y Feyn gobernaran juntos, hombro con hombro? Jordin había oído que los soberanos no se casaban… solo tenían amantes. Pero entonces un soberano tenía el poder para cambiar la ley si lo deseaba. ¿Y si, por casualidad, tuviera sentido que ellos debieran casarse?

La jovencita bajó la cabeza y se obligó a aspirar un largo suspiro. No era que estuviera celosa. Él era su creador. El dador de vida. Había derramado su sangre por ella. A Jordin no le correspondía sujetarlo con las manos cerradas.

¿Podría mantenerse al margen y proteger a Jonathan si él se casaba con Feyn?

Se alejó de los caballos, con el corazón subiéndosele a la garganta. Ellos se habían internado en los árboles. Fuera de la vista.

Presa del pánico, soltó las riendas de la mano y fue tras ellos.

Agachó una rama de pino nudoso y pasó corriendo otros tres con ramas retorcidas y también nudosas, que en ese momento reflejaban la batalla de su corazón.

Jordin corrió, apartando ramas, y se detuvo bruscamente al borde de un pequeño claro. Jonathan se hallaba a tres pasos de distancia, como si la hubiera estado esperando. Ninguna señal de Feyn.

Estaba solo.

La chica pestañeó, desprevenida. No parecía ella. Estaba vacilando bajo la presión de emociones inapropiadas.

—¿Dónde está Feyn? —preguntó con voz demasiado tenue.

—Está esperando —contestó Jonathan cerrando la distancia entre ellos—. Le dije que debía hablar contigo.

La zona alrededor de los pulmones se le aflojó, aunque levemente. El hedor a sangrenegra situaba a Feyn detrás y a la derecha. Había regresado a la cabaña.

—¿Qué piensas de Feyn? —inquirió Jonathan.

No confío en ella. Para nada, y no contigo.

—Parece… muy poderosa —contestó Jordin.

—Sí, lo es.

—Y muy rica.

Él bajó la cabeza y forzó una leve sonrisa. Pero las trenzas le cayeron sobre los ojos de modo que ella no se los podía ver. Era la postura femenina, muy conocida por ella, cuando las mujeres querían ocultar su vergüenza o sus lágrimas.

—Jonathan… —balbuceó la joven alargando la mano y levantándole la barbilla con un dedo, arrepentida de cualquier cosa que hubiera dicho o hecho para ofenderlo.

Cuando él levantó el rostro no había lágrimas en sus mejillas. Tenía los ojos llenos de una extraña fascinación.

—Hay algo que he querido decirte desde hace mucho tiempo, Jordin.

El temor se alojó en la mente de la chica.

—Te amo —confesó él.

La joven lo miró, sin poder reaccionar.

—Como a una mujer —continuó Jonathan estirando la mano y tomándole la suya—. Siempre te he amado, desde la primera vez que me miraste a los ojos después de recibir mi sangre. Te elegí entonces y te elijo ahora.

—Jonathan…

Eso fue lo único que encontró el valor de decir. Quiso lanzarle los brazos alrededor y colmarlo de adoración, pero los músculos parecían haber dejado de obedecerle.

—Me convertiré en soberano —anunció, levantándole la mano y besándole los nudillos.

¿Había aceptado Feyn?

—Entonces es una realidad —expresó ella.

—Será algo que veremos, te lo prometo —contestó él sonriendo—. La tierra será estremecida, una nueva era está naciendo.

—Debido a ti.

Jonathan suavizó la sonrisa y bajó la mirada. Solo entonces Jordin encontró las palabras que anhelaba decir.

—Yo también te amo, Jonathan. Siempre te he amado, más de lo que te imaginas.

—Tú sabes que los soberanos no se casan —balbuceó él sobándole los nudillos con el pulgar.

A pesar de sus intentos de contener las lágrimas, los ojos de la joven se le llenaron de ellas. Asintió con la cabeza.

—No llores, Jordin —expresó el joven levantando la otra mano y secándole una lágrima de la mejilla con el pulgar—. Si me pudiera casar, te elegiría. No importa; te elijo ahora. Cuando me convierta en soberano, lo verás.

Ella no pudo impedir que las lágrimas le resbalaran por el rostro. No sabía por qué estaba llorando… nunca había esperado palabras tan hermosas de parte de Jonathan. El hecho de que como soberano no pudiera casarse no venía al caso.

Él la amaba. La había elegido.

—Debes saber que los días venideros estarán llenos de peligro. Las intenciones se podrían malinterpretar. Los muertos se levantarán, pero el costo será considerable.

—¿Cuándo no hemos enfrentado terribles desafíos?

Los dos estarían juntos. De alguna manera. Aunque Jordin sabía que él enfrentaba desafíos más grandes que ningún otro hasta la fecha, ella estaría a su lado. Soportaría esos desafíos, con el valor de saber que él la amaba. Que la eligió.

—Esos desafíos son mínimos comparados con los que vienen —declaró Jonathan, e hizo una pausa, el rostro tenso por la preocupación, entonces le levantó la mano y le volvió a besar los dedos—. Cuando lleguen los momentos más tristes quiero que sepas que por mucho tiempo he sabido lo que divide al corazón, pero apenas hace poco comprendí totalmente mi llamado. Los sangrenegras no descansarán mientras yo esté vivo.

—Mientras yo viva, ningún sangrenegra te tocará.

—Mi hermosa Jordin —dijo él sonriendo—. Pondré mi vida en tus manos por encima de las de cualquier otra persona. Sin dudarlo.

—Ellas no te fallarán.

—No —concordó el joven, pero la mirada cambió, como el cielo que se nubla antes de una tormenta—. Sin embargo, antes de que puedas unirte a mí tengo que hacer lo que vine a hacer con Feyn. Los soberanos tienen su deber. Pero tú nunca debes creer que te haya abandonado. Construiré un nuevo reino como soberano, eso te lo puedo prometer. No todo se sabe, los mortales se pueden volver contra mí. Pero tú, Jordin…

La emoción le ahogó las palabras, pero él continuó.

—Prométeme que nunca me dejarás.

—¡Nunca te dejaré! ¡Iré contigo!

—Pase lo que pase, no me dejes —repitió Jonathan—. No puedo soportar la idea de estar sin ti.

—¡No te dejaré! Por favor, Jonathan, no hables de este modo…

—Prométeme que me seguirás, aunque los demás duden y se vayan. Prométeme que me seguirás.

—Siempre te seguiré, Jonathan.

Entonces la chica supo, como había sabido durante años, que se escurriría con tanta seguridad como él lo había hecho por muchos, y como lo haría por tantos otros en el futuro.

—Daría mi vida por ti —concluyó.

—Y yo la daría por ti —concordó él con una sonrisa y asintiendo con la cabeza; luego se inclinó y la besó suavemente en los labios—. Daría mi vida por ti.

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