Max

Max


Capítulo 3

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Capítulo 3

 

Era verano y el calor apretaba cada vez con más fuerza. Max pasó el dorso de su mano por la frente para retirar el sudor que había empezado a colarse dentro de los ojos.

 

—Solo nos estamos divirtiendo, ¿qué hay de malo en eso? —preguntó Georgina subiéndose las braguitas y retándole con la mirada.

 

Como cada vez que estaban juntos, Max parecía preso del arrepentimiento, parecía que hubiese algo que no le dejara disfrutar del todo de la situación. Él la miró desde la cama y un escalofrío recorrió su espalda. Podría explicarle muchas cosas del sexo y del divertimiento, y sabía que, muchas veces, esos dos conceptos no iban de la mano. Se sacudió todo eso de encima o al menos lo intentó. Tenia frente a él a una chica preciosa, divertida y sexualmente muy desinhibida, y solo podía pensar en Lena. Y cada vez que follaba con Georgina se sentía cortado e intentaba ir con pies de plomo con ella, para procurar no hacerle daño, no ser extremadamente brusco, trataba de no dejar salir a ese animal que sabía que dormitaba dentro de él. Intentaba hacerlo bien, dentro de lo indecoroso de la situación, pues era su profesor, algo que a ella le encantaba recordarle. Sin embargo cada vez que la besaba, la acariciaba o se corría en ella, era en Lena en quién pensaba. No podía evitarlo, estaba pasando a ser una insana obsesión.

 

—Supongo que nada —respondió, al fin y al cabo, eran dos adultos disfrutando del sexo. Se levantó de la cama con intención de empezar a vestirse.

—¿Se puede saber qué es lo que te pasa entonces? —inquirió ella plantándose frente a él con ambos brazos en jarra esperando una explicación.

—Es complicado Gi.

—Las tías se supone que somos las complicadas, no vosotros, no me quites mi papel —contestó ella con una sonrisa traviesa.

 

Max no pudo evitar sonreír y cogiéndola de improviso la lanzó de nuevo contra la cama para saltar después sobre ella y aprisionarla bajo el peso de su cuerpo.

 

—¿Qué pretendes… profe? —susurró con lascivia Georgina, mientras lamia con la punta de la lengua sus labios.

 

Max enloquecía siempre que ella hacía eso, cada vez que le llamaba profesor, o como esa misma tarde, cuando en medio de la clase se había entre abierto de piernas para mostrarle que no llevaba ropa interior. Esa situación hacía que se volviera loco. A sus casi veintisiete años no era que fuese mayor, pero ella era una niña, a pesar de eso no podía evitarlo, no tenía del todo claro si lo que sentía era atracción hacía esa indómita chica, o hacia la situación per se.  Jamás le había gustado el rollo Lolita, pero reconocía que, toda esa situación le tenía encendido.

 

—No sé, dímelo tu Gi…

—Creo que pretendes follarme —rezongó despacio con la voz encendida—. Creo que quieres hacerme gritar de placer…

—Claro que quiero que grites… —susurró pausadamente para justo después morder el lóbulo de su oreja— ¿Vas a gritar?

—No lo sé… eso depende de ti, ¿puedes hacerme gritar?

 

La penetró de nuevo, notando aún la humedad del polvo anterior, y lo hizo de manera rápida y profunda, mientras que sus dientes atrapaban y castigaban su pezón. Estaba a punto de volver a correrse cuando salió de ella y con un ágil movimiento la giró sobre sí misma, arrojándola de cara al colchón para penetrarla por detrás. Ella gritó, presa de la sorpresa y el dolor, y un orgulloso Max a su espalda seguía moviéndose, lo hacía cada vez a más velocidad, ella intentó relajarse y pronto esos quejidos y la molestia inicial que sentía se tornaron placer. Pudo sentir como se derramaba dentro de ella y eso la hizo gemir de puro éxtasis, se abandonó a ese orgasmo gritando su nombre entre jadeos. Max sonrió satisfecho, palmeó su trasero contento del trabajo bien hecho y se dejó caer sobre su espalda justo después.

 

—Joder, que burro eres —se quejó saliendo de debajo de su cuerpo.

—Puedo llegar a serlo más —gruñó Max, con la respiración todavía agitada—, dame tiempo, estoy saliendo de una relación complicada.

 

Georgina se levantó y recuperó su ropa interior para encaminarse después hacía el baño. Max la siguió con la mirada hasta que se perdió tras la puerta, y por un segundo, solo durante una fracción de segundo, estuvo tentado de gritarle que no cerrara la puerta, que quería poder ver todo lo que hacía allí dentro.

Con Lena todo era más complicadamente sencillo. No tenía que pararse a averiguar que era lo que ella quería o necesitaba, solo importaba él. O puede que eso fuese lo que Lena les había hecho creer, pues empezaba a tener sus dudas respecto a eso también. Aunque ya nada importaba, y comparar cada polvo con los cientos que había echado durante esos meses con Lena, era enfermizo. Tenía que lograr olvidarse de ella. Como si jamás hubiese existido.

 

—Esta noche saldremos —comentó casual Georgina, que volvía estar frente a él, ahora totalmente vestida.

—¿Quién?

—Unos amigos y yo, podrías venir —propuso poniéndole morritos y carita de no haber roto un plato.

—Creo que no —respondió Max.

—¿Por qué?

—Ahhhh —dudó, pero no se le ocurrió nada convincente, salvo la verdad, que no le apetecía salir, que estaba cansado, que no quería conocer a sus amigos y que lo único que le apetecía era ver una película mientras se tomaba una cerveza.

—Pasa a recogerme después de cenar —sentenció ella saliendo del dormitorio sin dejarle argumentar nada más y perdiéndose escaleras abajo—. ¡Que sepas que odio esperar, así que mejor que seas puntual! —gritó antes de salir de la casa.

—Hay que joderse —farfulló Max saliendo de la cama y tropezando con las deportivas.

 

Y lo hizo, claro que lo hizo, y procuró ser puntual.

Se sentía algo fuera de lugar. Y a pesar de que quiso no recordarlo, no pudo evitar que a su mente vinieran los flashes de esa última noche que salieron todos juntos. Tampoco es que hiciera tanto tiempo de eso. Lo bien que lo pasaron, todos, los cuatro, fue mágico. Ver a Lena bailar, beber, reír, los besos, las caricias. Cómo si todo fuese a ser posible, ellos, ella… Sorbió de nuevo el contenido de su vaso de tubo y perdió la mirada por el local. Lo recordaba más grande y más limpio, «y también con menos gilipollas» pensó, cuando un niñato le empujó para abrirse paso.

Había perdido de vista a Georgina hacía un rato, y cuando volvió a localizarla hablaba animadamente con alguna de sus amigas. Todas ellas recién iniciadas en la mayoría de edad, perfectamente uniformadas y Max no pudo evitar pensar en los clones de la Guerra de las galaxias, aunque en este caso con minifalda y casi enseñando las tetas. «Me estoy haciendo mayor» pensó, pasando la mano por el rostro intentando arrastrar así el cansancio. Apuró su bebida, pero no pidió otra. Caminó entre la marabunta hasta alcanzarla, tiró de su brazo para acercarla hacia él y pegarla a su cuerpo.

 

—Ohhh vaya —susurró ella girando sobre sí misma y poder quedar frente a él—, oh, oh, vaya… —volvió a decir llevando su mano al abultado paquete de Max.

—Como no voy a estar así —gruñó con voy encendida— eso que llevas no se puede considerar ni ropa.

—¿En serio? ¿No te gusta?

—¿Bromeas? Me pones a cien.

—¿No a mil?

 

Max le dedicó una media sonrisa.

La mano de ella atrapó su polla con descaro mientras sus labios no dejaban de sonreír de manera maliciosa.

 

—Tengo ganas de sentirte dentro —rezongó.

—¿Es una invitación?

—¿La necesitas?

 

Las manos de Max empezaron a ascender de manera pausada desde sus caderas hacía su breve cintura, donde se detuvo para apretarla un poco, anulando la poca separación existente entre ellos. La besó con ansias apretando su erección contra su pequeño cuerpo. A su alrededor todo se movía de manera acelerada, casi asfixiante. No le gustaba la música, pero no importaba, o más bien dejó de importar en el preciso instante en el que coló la mano bajo la ropa de ella para comprobar, como llevaba intuyendo desde hacia un rato, que no llevaba sujetador.

Tiró de su mano en dirección a una zona un poco más apartada. Tenía ganas de hacérselo allí mismo, delante de todos, sin importar nada. Alzó el top dispuesto a mordisquear uno de sus pezones cuando alguien llegó por detrás de ellos y se acercó a Georgina para susurrar algo en su oído, después de un breve asentimiento de ella realizado con un leve gesto de su cabeza, ese chico, al que Max no tenía el placer de conocer, se acercó a la boca de «su chica», ella entreabrió los labios para aceptar en su interior esa nueva lengua. Max abrió mucho los ojos, preso de la sorpresa, pero la mano de Georgina se apretó con más fuerza alrededor de su polla y empezó con un vaivén enloquecedor, mientras su lengua seguía engullida por la de ese desconocido. Minutos después se apartaron y el chico se esfumó entre la gente, lo que no se detuvieron fueron las caricias de la chica sobre su zona de placer. Sus ojos se encontraron un instante, destilaban lujuria. Georgina se alzó sobre la punta de sus pies y buscó la boca de Max, y al besarlo, introdujo algo en su interior.

 

—Disfruta —le dijo. La voz de ella sonaba cargada de intenciones.

 

Dejó que ese «dulce» se derritiese en su boca, poco después, la cabeza le daba vueltas, pero de un modo diferente a lo que estaba habituado. Solía salir, beber y fumar, pero se consideraba un chico bastante sano, no estaba acostumbrado a ese tipo de diversiones. Pidió una nueva bebida y cuando se giró no divisó a Georgina por ningún lado. Sin embargo, no le importó. Terminó disfrutando de la noche más de lo que en un principio había imaginado. Bailó, bebió y socializó con esos nuevos amigos, también se reencontró con viejos conocidos que hacía mucho tiempo que no veía. Terminó la velada fumando un cigarrillo mientras volvía por el parque caminando tranquilamente. Cuando llegó a casa de sus padres despuntaban los primeros rayos de sol. Tenía que buscarse otro empleo, uno que le permitiera independizarse.

 

Tenia resaca. Y no, no iba a ponerse a rememorar la última vez que la tuvo, ni en que cama se despertó, ni lo preciosa que le pareció Lena ese día cubriendo su desnudez tirando de la sábana. Se levantó de la cama a duras penas y se encerró en el baño para darse una larga y reconfortante ducha. Era domingo y no tenía nada que hacer, así que se lo tomó con tranquilidad, cosa que agradeció su agitada cabeza. Después de comer se tumbó en la cama para dejar que la aburrida tarde muriera para dar paso a una nueva semana. Podía tratar de combinar las clases en la academia con algún otro trabajo, aunque solo fuese de manera temporal, necesitaba un piso, a poder ser sin tener que compartirlo con nadie, algo solo para él.

Llevaba ya un mes en casa de sus padres y recordaba perfectamente el motivo por el cual se había marchado de allí. Los quería mucho, a los dos, sobre todo a su madre, la adoraba por encima de todas las cosas, pero no les soportaba, de nuevo, sobre todo a su madre. Esa manía suya de querer controlarlo todo, de creer tener la razón en todo, de querer saberlo siempre todo. Era extenuante su manera de moverse por todos lados, como si fuese omnipresente, siempre estaba allí donde menos la esperabas, con su mirada inquisidora y su afilada lengua.

 

—¿Vendrás a cenar? —le preguntó parada en medio de la escalera mientras le observaba de manera reprobadora.

—No…

—Como tu respuesta sea un: no lo sé, te tragas la zapatilla —afirmó, y con gran habilidad y en una fracción de segundo que Max ni pudo observar, la alpargata de su madre pasó del pie a la mano. Era admirable la agilidad de esa mujer.

—Aaahhh —meditó— en estos momentos, madre, no puedo estar del todo seguro de si a la hora de cenar habré terminado con lo que me dispongo a hacer —trató de convencerla. «Bien jugado», pensó. No así su madre que con extrema puntería le lanzó la zapatilla—. ¡Auch! —se quejó llevando la mano al punto exacto donde había impactado.

—No vengas a cenar, porque no pienso cocinar para ti.

—¡Genial! —gruñó cogiendo las llaves y la cartera— Podríamos haber empezado por ahí y nos habríamos ahorrado todo este rollo.

—¡Estás insoportable! —le reprendió la mujer alzando la voz al menos dos octavas.

—Por una vez te equivocas, no lo estoy —corrigió abriendo la puerta de la calle de mala manera—, ¡lo soy! —afirmó categórico al cerrarla de un sonoro portazo.

—Y un cerdo —agregó su madre a la lista de sus más que visibles defectos al entrar en la cocina y viendo todo el desorden que había organizado su hijo—. No lo aguanto —le confesó a su marido—, le quiero mucho pero no le soporto —exclamó empezando a limpiar todo el estropicio.

 

Max desapareció calle abajo hasta la plaza, desde hacía dos días trabajaba en una de las cafeterías que allí se encontraba. Era un trabajo divertido, aunque el trato con la gente no era lo suyo, nunca lo había sido, pero se esforzaba por mantener la boca cerrada, hablar lo menos posible, trabajar rápido y bien y con suerte cobrar a final de mes. Entre eso y las clases de la academia, que su madre le dejaba combinar a su necesidad, en un par de meses tendría para la fianza de algún piso, pequeño, sucio y a las afueras, sin embargo siempre sería mejor que seguir en la casa familiar.

Empezaba a odiar el olor a café, porque le transportaba a todas esas mañanas que no quería recordar porque aún se le antojaban dolorosas. Dejó el delantal colgado en el gancho de al lado de la puerta de la cocina y se despidió de Rosa, la dueña, antes de salir. Era media tarde y el sol lucía aún con altanería, diseminando por doquier sus asfixiantes rayos, no había dado ni dos pasos en el exterior cuando ya estaba empezando a sudar.

 

—¡No me lo puedo creer! —escuchó una voz, que le sorprendió a la espalda cuando casi alcanzaba la sombra— Me lo dijeron el otro día, pero…

 

Max se giró divertido cuando una mano se estampó con pocos miramientos sobre su hombro derecho, haciéndole sentir algo de dolor, aunque jamás se lo reconocería.

 

—¡Jayden! Te veo en forma —adujo tocando su hombro con disimulo.

—Por desgracia no se puede decir lo mismo de ti —rio el chico mirándole de arriba abajo, y soltando un resoplido al terminar la revisión ocular—. ¿Has encogido? Te veo más pequeño.

 

Max se irguió entonces, pero como siempre, Jayden abultaba bastante más que él. Habían sido compañeros desde tiempos inmemoriales, siempre compitiendo, sobre todo durante la adolescencia y ya de más mayores. Cualquier deporte les valía para sacar a relucir su vena más competitiva. Jayden era alto, un poco más que él, estaba claro que seguía machacándose en el gimnasio, llevaba el pelo un poco más corto de como lo había llevado en la universidad, aunque seguía igual de pelirrojo.

 

—Somos amigos de toda la vida, así que te seré sincero, no te voy a mentir… estoy en baja forma —comentó Max.

—La ciudad ha terminado contigo —dijo Jayden.

—Podríamos llamarlo así.

—Tendremos que hacer algo para remediarlo —rio Jayden y miró hacía la cafetería a donde se dirigía—. ¿Trabajas allí?

—Y en la academia de mis padres —respondió Max sonriendo ante la cara de contrariedad de su amigo—. No está tan mal.  Y será temporal, hasta que pueda pillarme un piso. ¿Y tú?

—¡Ja! Lo mío es un sueño hecho realidad. ¿Tomamos algo mientras te doy envidia?

 

Max miró el reloj, tenía tiempo, poco, pero se moría de ganas de hablar con Jayden y saber qué había sido de su vida, y por qué no decirlo, pensar en qué habría sido de él si en vez de irse a la ciudad con John y Heit se hubiese quedado en el pueblo con Jayden y los demás.

 

—¡No! —exclamó Max dejando la segunda cerveza sobre la mesa y derramando en el ímpetu parte de ella— ¡Nooooooooooo! —volvió a gritar ante la cara de satisfacción de Jayden.

—¡Por supuesto que sí!

—Nooooooo… noooo pero… ese… ¡Ese era nuestro sueño!

—Uno de ellos sí —confirmó Jayden.

—Uno de tantos —recordó.

—Bueno espero que entre los tuyos no estuviera casarte con Diana.

 

Max soltó una carcajada, imaginarse a su amigo casado era algo que lo había pillado totalmente por sorpresa. Todo había cambiado mucho en esos cinco años. Una bofetada de realidad en toda la cara, el tiempo le aplastó, mientras él había estado fuera todo había ido siguiendo su curso, hasta Jayden. Todo había evolucionado, mientras él había permanecido en un stand by que ahora se le antojaba casi irreal.

 

—Te habría invitado, pero… bueno… fue algo sencillo —se excusó Jayden.

—No te preocupes —rio Max retomando la copa de cerveza— me alegro mucho, de verdad, Diana es una tía estupenda, y bueno… montar tu propio gimnasio… Supongo que tendrás cuotas para viejos amigos ¿no?

—El primer mes corre de mi cuenta —exclamó Jayden—. Me lo tomaré como un reto personal, tienes que recuperar la forma, estás hecho todo un señorito de ciudad.

—Que cabrón —replicó Max sonriendo.

—¿Por qué has vuelto? ¿Nos echabas de menos? —inquirió Jayden.

—¡Claro! Al final todo termina cansando.

—Pues bienvenido de nuevo —sonrió Jayden apurando el último trago—. Pásate cuando puedas por el gimnasio, si no estoy yo está Diana.

—Pues casi mejor que esté ella… —comentó pícaro Max.

—No creas, es mucho más dura que yo —bromeó Jayden levantándose.

—Ha sido genial volver a vernos Jay —aseguró Max y encajaron las manos.

—No lo dejes más —bromeó lanzándole un directo al estómago— o no habrá milagro para ti.

 

Se separaron en ese punto, cada uno siguió hacía donde se dirigía antes de cruzarse.

 

La relación con Georgina, si es que era una relación, iba avanzando a pesar de no quererlo ni pretenderlo. Max se sentía algo desconcertado pues, a pesar de que lo pasaba bien con ella, y el sexo era, a su humilde parecer, muy bueno, no sentía nada. Y lo peor de todo, era que parecía que a ella le pasaba igual, o esa era la impresión que daba, como si ninguno de los dos pusiera verdadero interés en lo suyo. Era un estar por estar, sin albergar mayor ilusión o esperanza en un «algo más».

A principios de agosto, Georgina dejó las clases de guitarra, la verdad era que no se le daba nada bien la música, no tenía ritmo, ni oído y cero interés por las clases en general. Era mejor así, al menos para Max que la presencia de ella en las clases estaba empezando a ser una distracción total.

Max repasó por última vez uno de los ejercicios que les había puesto a los chicos, pasó las manos por su rostro, estaba cansado, apenas había dormido nada en los últimos días, y eso se le juntaba con la mudanza. Muchas de sus cosas seguían en el piso de John y Heit, jamás pensó en pedirles que se las devolvieran. Pero ahí habían quedado sus DVD, CD’s, libros, ropa, fotografías y un sinfín de recuerdos. Pero no los quería. Solo eran cosas. Se marchó del piso con lo puesto y poco más, como Lena. Suspiró.

 

—¿Has terminado? —preguntó su madre entrando en el aula que ya estaba vacía de alumnos.

—Sí —respondió sin levantar la mirada de los papeles.

—¿Dormirás en casa?

—No creo.

—Pero, ¿ya tienes el piso amueblado?

—No necesito muebles mamá, solo un colchón y condones —dijo sonriendo, sonrisa que se borró de su rostro cuando su madre le golpeó en el brazo.

—¿De dónde has salido tan descarado?

—Pues tú sabrás…

—Tienes mala cara, creo que… —comentó su madre.

—Solo me estoy divirtiendo un poco —cortó y se levantó para recoger sus cosas.

—Está bien —resopló la mujer cansada, no quería discutir con su hijo—. Nunca me gustó la idea —soltó de pronto—, has perdido cinco años de tu vida haciendo nada —añadió con evidente enfado.

—Eso es un poco cruel ¿no? No he estado haciendo «nada» —se quejó Max—. Algo hice.

—Sí, tirar tu vida a la basura siguiendo a esos dos impresentables. Sabes que tengo razón —atajó la mujer antes de que su hijo la interrumpiera—. John es un buen chico, no digo yo que no, pero ese Heit siempre os ha arrastrado a los dos, ¡no me interrumpas! —espetó haciendo callar a Max que se dejó caer de nuevo sobre la silla intuyendo que la conversación iría para largo— Maxwell eres mi hijo, te quiero y siempre apoyaré todas las tonterías que se te ocurran, como la de dejarte el pelo largo que pareces una niña, pero desde que has vuelto estás triste, no eres tú, y yo no sé como ayudarte…

—Mamá… —bufó él— Estoy bien, de verdad.

—¡Pero cómo eres tan cabezón! —exclamó la madre.

—Pues porque me parezco a ti ¡jod… lines! —replicó hastiado.

—Eres insufrible hijo —dijo con pesar en la voz.

—Mami… —rezongó zalamero levantándose para acercarse a ella.

—¿Si?

—Nos vemos mañana —comentó saliendo del aula y dejando a su madre con la palabra en la boca. No quería ni podía explicarle a su madre qué era lo que había pasado entre ellos tres, porque de hacerlo aún la defraudaría más y eso era algo que no estaba dispuesto a aceptar.

 

Max paró un segundo para comprarse una de esas bebidas energéticas que te mantenían alerta y pudrían por dentro. Tomó un sorbo y lo dejó sobre la encimera de su nueva cocina, para ser fieles a la verdad su cocina/salón/comedor/habitación, todo en uno. Era un piso pequeño, pero rehabilitado, un loft en el que la privacidad solo se encontraba en el cuarto de baño, pequeño y estrecho. Echó de menos el apartamento. Ese sitio le encantaba.

Tiró de su camiseta hacia arriba para tirarla al suelo, le dolía todo el cuerpo, a parte de los dos trabajos había empezado de nuevo a ir al gimnasio, y Jayden no mentía al afirmar que Diana era dura. Era una sádica que debía encontrar algún tipo de satisfacción en torturar a la gente. Seguramente Jayden había tomado demasiados esteroides y ahora no podía satisfacer ni a su mujer en la cama, por eso ella parecía resarcirse exprimiendo a los incautos usuarios del gimnasio al máximo, hasta hacerles llorar y pedir compasión. Era como una vampira, dispuesta a chupar hasta la última gota de la energía de quien se dispusiera a cruzar esas puertas, que empezaban a parecer las del Averno. Y con ese pensamiento entró y salió de la ducha.

Recuperó el refresco y lo terminó.

 

—¡Tenemos que hacer una fiesta para inaugurar el piso! —canturreó Georgina nada más entrar por la puerta, sin duda había sido un error darle una copia de las llaves.

—¿En serio Gi? —Max no pudo evitar soltar una estruendosa carcajada— Tú, yo y…. —hizo un gesto elocuente con ambas manos, para evidenciar que en ese piso no cabría mucha más gente.

—¡No importa! En la azotea.

—¿Quieres que me echen antes incluso de haberme terminado de instalar? Firmé el contrato ayer, al menos demos margen de un par de semanas antes de crearme enemigos.

—Eres un soso —replicó haciendo un puchero.

 

Georgina era espontánea, divertida y alocada, cualidades muy desarrolladas debido a su corta edad. Era fascinante la intensidad con la que lo vivía todo. A veces era agotadora, pero a Max le encantaba, su verborrea, y sus ganas de comerse el mundo le valían para dejar de pensar durante un rato. Le apenaba saber que seguramente sería el mundo quien se la comiera a ella, pero no quería ser él el encargado de desilusionarla. Le quedaba poco para que se diera cuenta por sí misma, cuando a fuerza de ir cumpliendo años fueran muriendo sueños.

 

—Esta noche hay un eclipse —dijo Max para cambiar de tema y que olvidara la locura de hacer una fiesta en ese pequeño habitáculo por el que pagaba casi todo su sueldo.

—¿Total o parcial? —preguntó Georgina.

—¿Importa?

—Supongo que no, solo es una excusa para follar al aire libre, ¿no?

 

Max volvió a reír. Georgina se sentó en el suelo con las piernas cruzadas como un indio, apoyando la espalda contra la pared. Sacó de su mochila un pequeño estuche y se dispuso a enrollar un par de cigarrillos sin tabaco. Max la observó desde la diminuta barra americana que separaba la cocina, tan pequeña que ni dos personas podían entrar a la vez.

 

—Deberías pintar las paredes —comentó ella.

—Me gusta este color amarillo —reflexionó él mirando la pintura.

—Creo que en su día fueron blancas.

—Pues yo las veo amarillas —dijo frunciendo el ceño meditabundo.

—Por eso digo que deberías pintar —respondió con una mueca de asco en el rostro, a saber por qué ese color blanco lucía ahora amarillento, y en ciertas zonas hasta anaranjado.

 

Max rodeó la barra y se dirigió a ella, que había encendido ya uno de los cigarrillos y guardado el resto en el neceser. Georgina empezó a soltar el humo poco a poco de entre sus labios, Max se afanó en atraparlo para que nada se escapara. Se concentró en las sensaciones que el humo producía en sus pulmones, y sabía que pronto nublaría su cerebro. Alargó la mano despacio hasta colarla bajo la falda de ella, y con la punta del dedo índice acarició su entrepierna por encima de la tela de la ropa interior.

 

—Esa ventana… —susurró ella— es muy provocativa.

 

Max desvió un segundo la mirada hacia dónde se había perdido la de Georgina. En efecto, la única ventana de ese apartamento era un gran ventanal que, debido a que se trataba de un primer piso, daba casi directamente a la calle. Era una ventana indiscreta que no ofrecía nada de intimidad. Comprar unas cortinas estaba al principio de su lista de prioridades. Adivinó en el rostro de Georgina una pícara sonrisa, o eso le pareció intuir, pues su mente estaba un poco nublada, por el azúcar del refresco y el humo del cigarrillo. Así que dudó un instante de si sus percepciones eran las correctas. Sin saber muy bien como su dedo ya se encontraba dentro de ella y el olor a la humedad de su sexo llegó hasta su pituitaria, terminando el trabajo de hacerle perder la razón. Georgina soltó un bufido y se alzó como un resorte dejando a Max con la mano suspendida y el dedo impregnado de sus jugos. Con un ágil movimiento dejó caer la ropa interior al suelo y se desabrochó la camisa para dejar sus pechos al aire. Max gruñó contento con el espectáculo que la chica ofrecía, y acercó el dedo a sus labios para saborear ese néctar.

 

—Piensas demasiado —susurró ella con una voz tan ardiente, que quemó a Max y le hizo reaccionar.

 

La tomó por la cintura y la volteó, empujándola un par de pasos en dirección al cristal donde hizo que su cuerpo se pegara a él, y su figura fuese visible desde la misma calle. Se arrodilló a su espalda hundiendo la cara entre sus muslos y empezó a lamer la humedad que a esas alturas ya desprendía. Un mar salado se derramaba por sus labios y él se afanaba en lamer y tragar todo lo que ella le ofrecía, le gustaba la humedad y el calor del sexo femenino. Georgina se estremecía a cada lamida y una sacudida la invadió cuando le vino de improvisto el primer orgasmo. Su cuerpo quedó pegado a la ventana y el frío roce del cristal propició que sus pezones se endurecieran como nunca. Gimió de puro éxtasis cuando sus ojos se cruzaron con los de un viandante afortunado que había interrumpido su carrera para observar el espectáculo de ese primer piso. Sentirse observada la excitó de un modo desconocido hasta el momento y lo demostró con un movimiento de caderas impúdico, frotándose contra el rostro de Max. Se sentía como una verdadera ramera y gimió como tal, haciendo que su voz se colara por los resquicios mal sellados de ese gran ventanal.

A su espalda Max ya había colado en ella tres dedos y la masturbaba sin compasión, haciendo que todo su cuerpo temblara y por un segundo hasta pareció que sus rodillas no iban a sostenerla.

 

—¡Házmelo! —exigió Georgina con extrema urgencia, pues necesitaba sentirle dentro.

 

Max aprovechó ese ligero tambaleo de su cuerpo y alzándose de pronto, la dejó huérfana de sus dedos, aunque no por mucho tiempo, pues de un duro pero certero golpe se introdujo dentro de ella. Sus pechos se aplastaban contra el cristal a cada embiste. Max se aferró a sus caderas clavando con fuerza sus dedos, atrayéndola hacia él para realizar una penetración aún más profunda, haciendo colisionar su cadera contra las nalgas de ella en un compás frenético que acompañaba la melodía de sus gemidos.

Gruñó como un animal cuando sintió cómo se derramaba. Su semen salió a borbotones, inundando todo el interior de Georgina, que seguía con la mirada fija en esa calle. Se sintió mejor que nunca sintiéndose tan sucia y descarada y no puedo evitar sonreír.

 

—Eres todo un semental —le susurró a un exhausto Max—, pero no he terminado contigo.

—Joder Gi, eres insaciable —fingió quejarse él.

—Necesito más —respondió simplemente mientras se relamía los labios.

 

Y así, de rodillas frente a él abrió la boca invitando a ser invadida. Max se agarró a su cabeza para dirigir el ritmo de la mamada, introduciéndose hasta el fondo, haciendo que ella se atragantara y tosiera antes de volver a recular y darle opción a respirar. Así estuvo hasta que sintió como de nuevo sucumbía al placer. La miró un segundo con el corazón acelerado, y por un instante, solo por una pequeña porción de tiempo tan diminuta que se hacía hasta incontable, pensó que podía llegar a olvidar a Lena. Max acarició su rostro esparciendo por sus mejillas los restos de semen y saliva. Se arrodilló frente a ella para besarla con pasión.

 

—¿Y la fiesta?

 

Max resopló. Era una cabezota incansable.

 

 

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