Mashenka

Mashenka


Prólogo a la traducción inglesa

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PROLOGO A LA TRADUCCIÓN INGLESA

Mashenka fue mi primera novela. Comencé a trabajar en ella en Berlín, poco después de haber contraído matrimonio, en la primavera de 1925. La terminé a principios del año siguiente, y fue publicada por una editorial regida por emigrados rusos (Slovo, Berlín, 1926). Dos años después, aparecía una versión alemana que no he leído (Ullstein, Berlín, 1928). Con esta sola excepción, la novela no ha sido traducida a lo largo del impresionante período de cuarenta y cinco años.

La reconocida tendencia de todo principiante a revelar su intimidad por el medio de presentarse a sí mismo en la obra literaria, o de presentar a un representante suyo, no se debe tanto al atractivo que en él pueda ejercer un tema ya estructurado como al alivio que experimenta al liberarse de sí mismo, antes de emprender mayores empresas. Esta es una de las poquísimas normas generalmente aceptadas a las que me he plegado. Los lectores de mi obra Speak, Memory, comenzada en los años cuarenta, advertirán ciertas semejanzas entre mis recuerdos y los de Ganin.

Su Mashenka es hermana melliza de mi Támara, en ambas obras están los ancestrales caminos, el Oredezh discurre en ambos libros, y la fotografía real de la casa de Rozhestveno, tal como es en la actualidad —excelentemente reproducida en la cubierta de la edición Penguin (Speak, Memory, 1969)— podría muy bien ser la foto del porche con columnas del «Voskresensk» de la novela. No consulté Mashenka al escribir el capítulo doce de la autobiografía, un cuarto de siglo después, pero ahora lo he hecho y me ha fascinado el que, a pesar de las invenciones superpuestas (como la pelea con el bruto del pueblo, o la cita en el pueblo anónimo, entre las luciérnagas), en el relato novelado hay un más denso contenido de realidad personal que en el escrupulosamente fiel testimonio autobiográfico. Al principio me pregunté cómo podía ser esto posible, cómo era posible que la sensación y el aroma reales hubieran superado las exigencias de la trama y de la rotundidad de los personajes ficticios (dos de ellos incluso aparecen, muy desdibujados, en las cartas de Mashenka), máxime si tenemos en cuenta que me resultaba inverosímil que la imitación estilizada pudiera ser compatible con la verdad pura y simple. Pero la explicación de lo anterior es, en realidad, muy sencilla: siguiendo el criterio cronológico de los años, Ganin estaba tres veces más cerca de su pasado de lo que yo lo estaba en Speak, Memory.

Debido a la extremada lejanía de Rusia, y debido a que la nostalgia ha sido un constante y loco compañero a lo largo de toda mi vida, cuyas enternecedoras rarezas me he acostumbrado a tolerar en público, no me molesta en absoluto confesar el doloroso sentimentalismo que hay en mi cariño hacia mi primera obra. Las argucias de la inocencia y la inexperiencia, todos los defectos que cualquier aprendiz de crítico podría denunciar con alegre facilidad, quedan compensados, a mi juicio (y yo soy, en este caso, el único juez) por varias escenas (la convalecencia, el concierto en el granero, el paseo en barco) que, de haber pensado yo en ello, hubieran debido ser transportadas, virtualmente intactas, a una obra posterior. Por todo lo dicho comprendí, tan pronto comencé mi colaboración con Mr. Glenny, que nuestra traducción debía ser tan fiel al texto original como hubiera yo exigido si este texto no hubiera sido mío. Las alegres y felices modificaciones que hice en la versión inglesa de King, Queen, Knave no cabían en el presente caso. Los únicos reajustes que he estimado necesarios quedan reducidos a breves frases explicativas, en tres o cuatro párrafos, referentes a peculiaridades rusas (clarísimas para otros emigrados, pero incomprensibles para los lectores extranjeros), y a transformar en fechas del calendario gregoriano, el generalmente utilizado, las del calendario juliano observado por Ganin. Por ejemplo, lo que para éste es fines de julio, para nosotros es la segunda semana de agosto, etc.

Voy a terminar la presente introducción con las siguientes afirmaciones. Como contesté una de las preguntas que me hizo Aliene Talmey, en su entrevista para Vogue (1970): «Lo mejor de la biografía de un escritor no es el relato de sus aventuras sino la historia de su estilo. Únicamente desde este punto de vista se puede valorar debidamente la relación, si es que la hay, entre mi primera heroína y mi reciente Ada». Podría añadir que, realmente, no hay relación alguna. La otra afirmación hace referencia a una falsa creencia que todavía se esgrime en ciertos sectores. Pese a que cualquier tonto puede alegar que «orange» (naranja) es el anagrama onírico de «organe» (órgano), me permito aconsejar a los miembros de la delegación vienesa que no pierdan su precioso tiempo analizando el sueño de Klara, al término del cuarto capítulo de la presente obra.

VLADIMIR NABOKOV

9 de enero, 1970

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