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Parte II. Preparación » «El cartero»

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«EL CARTERO»

La cola se extendía a lo largo del bloque de edificios. El Cartero avanzó por la acera contando perezosamente. Cuarenta y seis, cuarenta y seis personas esperando por lo que quizá no llegarían a ser media docena de cancelaciones.

Cuando uno está impaciente, está impaciente. Razonamiento casi lógico.

Consultó su reloj. Vio que eran las nueve y caminó por la acera hasta situarse frente al «Stardust» porque, aunque no fuera otra cosa, Goldstone sí era puntual.

A las nueve y dos minutos se detuvo el coche. Goldstone era un joven envejecido prematuramente. Tenía treinta y ocho años, pero a los treinta ya era jefe de programación de la «CBS» y más tarde la «NBC» se lo llevó consigo. La «ABC» intentó por todos los medios hacerse con él, pero la verdad era, según el punto de vista de el Cartero, que dondequiera que George Goldstone trabajara, dondequiera que dirigiese algo, los valores en general se reducían mucho.

Pero el hombre poseía el instinto de conservación, de saber antes de que el Titanic chocara con el iceberg cuándo llegaría el desastre, y, por consiguiente, actuaba de acuerdo con la nueva situación. Era el vivo ejemplo del individuo que en el terreno de los espectáculos lograba unos éxitos insólitos, y el Cartero estaba más que seguro de que Goldstone muy pronto figuraría a la cabeza de un importante estudio de Hollywood.

Se estrecharon la mano de una manera mecánica, y el Cartero que, como muchos calvos sabía más de peluquines que de institutos de belleza, se sintió impresionado una vez más por la perfección del peluquín que usaba Goldstone. Su precio probablemente alcanzaría los mil dólares.

Entraron en el club. El Cartero señaló la cola de gente y murmuró: —¿Qué te parece eso?

Goldstone no contestó. Únicamente se detuvo un momento para mirar el rótulo que había en un ventanal exterior y que decía: «Saluden a Corky Withers». Y debajo de esta frase la foto de siempre en la que el artista sonreía.

—Así que ése es tu último wunderkind —dijo Goldstone.

—Todo un récord de actuaciones. Veintiséis semanas en cartel —repuso el Cartero.

—Entonces, ¿cómo no he oído hablar de él?

—Estabas tan atareado con los resultados de Beacon Hill que probablemente te has perdido muchas más cosas. Se ha inventado el «Tampax» El mundo sigue andando, George.

Cuando finalmente entraron en el club, Goldstone se detuvo para echar una rápida ojeada. El local presentaba su aspecto desvencijado de siempre. Goldstone comentó: —Local de alta categoría para tu contrato, Cartero.

—No lo contraté yo. Ya estaba aquí. Le agrada esto. Estoy partiéndome el alma intentando hacerme con él.

—Y se supone que yo debo ayudarte en esa tarea, ¿no?

El Cartero miró a Goldstone.

—Nada de eso. Tú perteneces a los negocios… digamos de los que valen, y no pienso vender este muchacho ni a ti ni a nadie. Pero cuando un fenómeno está a punto de explotar no quiero que andes por ahí diciendo que no te concedí una oportunidad con él.

Un camarero los llevó hasta una mesa situada en un alejado rincón de la sala.

—Veo que aquí te conocen bien.

—Podemos charlar aquí mucho mejor… y ver mejor.

—Un fenómeno, has dicho.

—Algo insólito. Nunca he visto un mago como él.

—¡Tonterías! —exclamó George Goldstone—. ¿Y me has traído aquí para ver un mago?

—No empieces, ¿eh?

—Los magos no dan bien en la TV… No podemos contratarlos ni para los programas infantiles del sábado.

—Tu padre ya trabajaba para mí como agente artístico. Sabes que a mi lado no eres más que un pequeño fanfarrón y no me digas lo que da bien o mal en TV.

—Eso fue antes de que envejecieras —dijo Goldstone.

—Ese muchacho…

—Ben… siempre andas intentando contratar magos… Eres una especie de mago frustrado, diría yo, y por favor, no nos contagies tu neurosis a los demás.

—Bien, dime una cosa, ¿qué es la magia…? No, no contestes. Yo te lo diré, aunque lo sabes igual que yo. La magia es una pura desorientación del espectador… Y eso que yo llamo desorientación consiste, como tú sabes, en hacer que el público mire adonde no debe y en el momento preciso. Bueno, ya lo sé, la magia ha tenido y aún tiene sus dificultades con la TV… No se puede desorientar a una maldita cámara… Sí, eso es muy difícil…

Dirigiéndose al camarero, el Cartero pidió: —Cerveza.

Luego miró a Goldstone y éste pidió: —Whisky on the rocks. «Pinch» o «Chivas».

—Tenemos «Clan Mac Gregor».

Goldstone miró a el Cartero.

—¿Qué estoy haciendo aquí? —interrogó.

Una vez más se dirigió al camarero que aún esperaba: —Sí, con mucha soda.

El club ya estaba lleno de gente.

Llegaron las bebidas.

Goldstone sorbió un poco de su «Clan Mac Gregor».

—Me pagarás esto —dijo a el Cartero.

En el escenario se hallaba el propietario del establecimiento diciendo ya: —Saluden a Corky Withers.

Goldstone centró toda su atención cuando el mago con jersey gris y pantalón normal subió al escenario. Estallaron los aplausos. Considerables. Withers miró a su alrededor nerviosamente. Saludó con ligera inclinación de cabeza varias veces. Cuando cesaron los aplausos, se llevó una mano a un bolsillo del jersey.

—Naipes corrientes —dijo—. ¿Los ven?

Tomó un mazo y lo entregó a una muchacha sentada ante una mesa, cerca del escenario. La joven miró los naipes y se los devolvió.

—No es precisamente un individuo con mucha escena —musitó Goldstone.

—A medida que va trabajando se va calentando —respondió el Cartero—. Y creo que sabe que tú estás aquí.

—Me gustaría que eligiese usted una carta —dijo Withers a la joven, que obedeció en el acto—. ¿Quiere mirarla? ¿Es el seis de bastos?

La joven hizo un gesto afirmativo.

—Muy bien —dijo Corky, cogiendo el naipe.

Silencio en todo el club. Una o dos personas aplaudieron brevemente.

Goldstone se inclinó hacia el Cartero.

—Para empezar, dinamita —musitó con tono sarcástico—. ¿Es esto lo que hace? Es difícil de creer.

El Cartero lo miró sin decir nada.

—Los ases milagrosos —anunció Withers.

El Cartero se inclinó hacia Goldstone y le dijo en voz baja: —Este truco es realmente increíble.

—¿Me hace usted el favor de sacar todos los ases de la baraja? —pidió Corky a otra joven que se hallaba sentada ante otra mesa cercana.

La muchacha no era tan bonita como la primera, pero tenía un cuerpo mejor formado. La muchacha buscó los ases.

—Ahora colóquelos sobre el mazo y cúbralos con otro naipe.

La joven siguió todas las instrucciones y devolvió el mazo a Corky. Entonces éste dijo: —Lo siento, me he equivocado, no hay que cubrir otra vez los ases. Esto pertenece a otro truco.

Acto seguido se inclinó para coger la carta de arriba.

Alguien gritó:

—¡Va a levantar cinco cartas! ¡Fijaos! ¡Fijaos!

Goldstone lanzó una ojeada a la sala intentando localizar a aquel gamberro.

—¡Asqueroso borracho! —murmuró.

Withers ignoró la interrupción, cogió la carta de arriba y añadió: —Está bien, lo que aquí tenemos son los cuatro ases encima del mazo… y…

—¡Tonterías! —gritó el mismo individuo anterior—. ¡Están en tu mano izquierda!

Withers parpadeó. En aquel momento estaba empezando a sudar.

—¡Vaya…! Bien, sí, los ases…

—¡Enséñanos la mano izquierda! Está bien. Ahora enseña la mano que no sostiene el mazo… Vamos…

Withers miró hacia el rincón de la sala de donde partía la voz. En sus ojos brillaba una chispa de cólera.

—Lo lamento —dijo—. Le agradecería que me permitiera hacer esto… por lo que me pagan.

—¡Esto no es una institución de beneficencia!

Unos cuantos espectadores se echaron a reír.

Withers había enrojecido violentamente.

—No puedo trabajar de esta manera… Si usted sabe tanto de esto y quiere hacerse cargo del número, está usted en completa libertad de hacerlo.

El gamberro respondió: —No quiero romperme el cuello subiendo ahí… Écheme una mano.

Withers comenzó a atravesar la sala.

Todo el mundo aplaudió.

—¿Qué sucede ahora? —preguntó Goldstone.

El Cartero no contestó.

Goldstone miró hacia el rincón donde Withers y el gamberro conversaban en aquel momento.

—Realmente usted cree que sabe mucho de todo esto, ¿verdad? —preguntó Withers cuando los dos se dirigían hacia el escenario.

Goldstone sonrió.

—¡Ingeniosa idea! —dijo a el Cartero—. El gamberro resulta ser un ayudante…

—Le aseguro que soy un formidable experto —respondió el supuesto gamberro irónicamente.

—¿Cuál es el nombre de ese ayudante? —interrogó Goldstone.

—Fats, así le llama Corky —dijo el Cartero.

—Acaba usted de estropear mi truco con los ases —dijo Corky en el escenario sosteniendo por un brazo al individuo, que al parecer estaba un poco borracho.

Fats se inclinó hacia Withers y musitó: —¿Ves esa bonita muchacha con la que has hecho el truco?

—¿Qué le sucede?

—Creo que le gusto.

—No sea usted ridículo.

—Me pregunto si le gusto… Es posible que le agradara compartir conmigo algo que yo pudiese ofrecerle.

—No creo que eso tenga gracia —dijo Corky.

—Pues sí, todas las mujeres me aman —insistió Fats dirigiéndose al público que se reía—. Las mujeres me persiguen. Puedo hacerlo todo con ellas, excepto heroicidades de semental. Supongo que si realmente necesitara una mujer… siempre podría pedirle a usted prestada una de las suyas.

—No deseo hablar sobre mi vida sexual —dijo Withers.

—Cuéntenos…, cuéntenos algo sobre eso. Aún podemos disponer de medio minuto.

El público ya se reía a carcajadas.

Corky se dirigió al público diciendo: —Por favor, no le animen más…

Goldstone observó cómo todos los espectadores aplaudían.

—¿Acaso es éste otro de sus trucos insólitos? —preguntó.

El Cartero asintió con la cabeza.

—Ahora me agradaría hacer algo por ustedes —dijo Corky al público—. Aun cuando no sé cómo ni por qué esto funciona así, a no ser obedeciendo a extrañas razones, lo cierto es que si tomo un naipe del palo de diamantes y lo sostengo en el aire cierto tiempo llega a convertirse en un naipe de corazones.

Se volvió hacia Fats y le dijo: —Escoja cualquier naipe de diamantes.

Fats cogió un seis.

—Muéstrelo al público.

Corky le ayudó a levantar el brazo.

—Ahora si usted me lo devuelve, yo…

—¡Y un cuerno eso de devolvérselo! Si eres tan buen mago, cámbialo mientras lo tengo en la mano.

—Bien, pues sigamos adelante —dijo Corky—. Ahora me gustaría…

—¿Quieres decir que no vas a hacer el cambio?

—Evidentemente no, mientras usted lo tenga en mano. Esta noche está usted imposible y me gustaría cambiar de tema mientras usted se serena un poco.

Corky se detuvo y extendió un brazo señalando hacia el lugar donde se encontraba el Cartero, añadiendo: —Señoras y caballeros, un hombre que significa mucho para mí está aquí esta noche. Por favor un aplauso para el señor Ben Greene el Cartero. Por favor, levántate, Ben.

El Cartero se puso de pie, y el público lo miró y aplaudió.

—Por favor, no te sientes —dijo Corky—. Me gustaría decir unas pocas cosas al público sobre lo que significas para mí y para Fats.

Fats se irguió.

—Señoras y caballeros —dijo—. Corky y yo nos sentimos muy honrados con la presencia de el Cartero. Es un gran agente. Es el que maneja a los grandes, por ejemplo, Dick Contino… Es quien dijo a Mario Lanza que siguiera una dieta… Es gracias a el Cartero por lo que está actuando Gertrude en Stratford Tab Hunter… Amigos, es un hombre grande y no está interesado en los negocios teatrales, nada de eso, no señor, porque también se dedica a la política… Ahora está dirigiendo la campaña presidencial de Wilbur Mills, ¿verdad? Y he aquí la noticia bomba, señoras y caballeros… y recuerden que la han oído por primera vez aquí, en esta noche… El Cartero acaba de terminar una larga sesión de duras negociaciones que han dado como resultado lo siguiente: la señorita Vicki acaba de ser contratada por el «Superdome». Muchas gracias. Ben, ya puedes sentarte.

El Cartero tomó asiento y miró a Goldstone diciendo: —¿Lamentas haber venido?

—El muchacho es bueno —dijo Goldstone.

—Eso no es nada. Aquí tengo ahora mismo al mejor mago que he visto en cincuenta años y al mejor ayudante que haya existido en todos los tiempos.

—Ahora me gustaría realizar algunos cálculos —dijo Corky.

—¡Eh, espera! —exclamó Fats—. Aquí tengo este seis de diamantes y has dicho que lo cambiarías a corazones.

—También has estropeado esto —gruñó Corky.

—¡Vaya! —exclamó Fats—. Fíjate…

Corky ayudó a levantar el brazo de Fats, que añadió: —¿Cómo es posible? Mientras lo sostenía en la mano se ha convertido en corazones.

Miró a Corky moviendo la cabeza.

—¿Cómo lo habrá hecho?

Todo el público aplaudió con entusiasmo.

—¿Cómo lo ha hecho? —preguntó Goldstone a el Cartero.

Unos segundos antes, Goldstone había pedido al camarero un doble de «Mac Gregor».

El Cartero se acomodó mejor en su silla y sonrió.

De camino hacia el vestuario, entre uno y otro número, el Cartero dijo: —Es curioso, pero ese muchacho fracasó aquí mismo una noche en que actuaba como aficionado.

—Difícil de creer.

—Es que entonces no contaba con este ayudante. Desapareció durante un año y volvió con Fats. Desde entonces lo han contratado con regularidad. El resto, según se dice, va a ser historia. No creo que haya cumplido aún los veintiocho años.

Golpeó la puerta diciendo: —Soy yo.

Desde el interior Fats exclamó: —¡Oh, diablos! Es Gangrena.

Goldstone se echó a reír.

—¿Gangrena? Es curioso.

Los dos hombres entraron en el camerino.

—Una presentación, Corky. Éste es George Goldstone.

Corky se puso de pie.

—¿Cómo está usted, señor? —dijo Corky asiendo un brazo de Fats.

—Buena actuación —dijo Goldstone—. Tiene fuerza.

—Cuando usted lo dice…

—Y de mí, ¿qué? —interrogó Fats.

—También buena actuación, ¿no? —dijo Corky.

Goldstone sonrió.

—Todo muy gracioso, Fats.

—Gracias, señor Peluquín —respondió Fats mirando la cabeza de Goldstone.

—Eso tiene gracia —comentó el Cartero.

Fats se inclinó hacia Corky.

—¿Es éste el George Goldstone que es tan famoso en el campo de la TV? ¿El que se conoce con el apodo de Cojo Dick George?

—No le haga mucho caso, señor Goldstone —dijo Corky.

El Cartero se reía a carcajadas.

—Vas a partirte por el medio —comentó Fats.

Acto seguido se volvió hacia Goldstone para añadir: —No sé de qué se ríe ya que no se le ha puesto el pito tieso desde que Coolidge fue presidente.

Goldstone estaba dispuesto a aceptar las bromas.

—Pido perdón en su nombre —dijo Corky—. Ha estado imposible todo el día.

—Eres un joven con mucho talento.

Corky sonrió.

—¿Es cierto que usted nunca se ha perdido ni una sola actuación de Capitán Canguro? —preguntó Fats a Goldstone.-Bien…, dejemos eso —dijo Goldstone alzando un mano y dando media vuelta para dirigirse hacia la puerta.

Cuando ya estaba a punto de salir, miró a Corky y le preguntó: —¿Puedo decir algo? Veamos, ¿cómo cambias los diamantes en corazones?

—Yo soy el autor de la desorientación —dijo Fats—. Mientras estamos diciendo tonterías en escena, Cork podría traer un elefante al tablado.

—Por esta razón —apuntó el Cartero— sería auténticamente sensacional en la TV. La cámara enfocará sus rostros y no sus manos, no las manos de Corky.

Miró a Goldstone y añadió: —Estaré contigo dentro de un segundo.

Goldstone asintió ligeramente con un gesto y abandonó el camerino.

El Cartero cerró la puerta.

—¿Todo ha ido bien? —preguntó Corky.

—Llamar al señor Goldstone Cojo Dick George no ha beneficiado mucho a nuestra causa, pero, de todos modos, yo diría que si lo manejo con calma, sin prisas, y no se ha enfadado mucho, bueno… yo diría que sí, que todo ha ido bien.

Miró a Fats y añadió: —¿Lo ves? Estás prendiendo bien en el público.

—¿Qué habrá a continuación? —preguntó Corky.

—Nada anormal. Unas galas en Las Vegas. Puedo llevarte al «Shore», al «Walters» y al «Griffin». Por el momento trasladarás tu cuartel general a Nueva York. Tienen que verte allí. Luego volverás aquí y harás un par de Carsons, ¿es suficiente eso para una buena gala?

Corky asintió.

—Eres un buen muchacho, Corky.

—El talento está en el ayudante —medió Fats.

El Cartero, sin decir nada más, abandonó el camerino.

Silencio.

Fats musitó entonces: —Corky.

—Dime.-¿Recuerdas la noche que nos asociamos? Cuando hiciste aquello con el gas… ¿Recuerdas lo que prometí?

Corky respondió:

—Sí, que no habría más fallos.

—¿Me crees ahora?

Asentimiento con la cabeza.

—Corky.

—Dime.

—¿Sabes qué pienso?

—¿Qué es lo que piensas?

—Que vamos a ser una gran atracción.

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