Mafia

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Prólogo » Sarah

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Sarah

Nunca creí que tendría que herirme a mí misma. Pero tampoco imaginé que apenas sentiría dolor.

Había despertado en una celda de paredes rocosas, sumida en una profunda oscuridad que desprendía humedad en exceso y un corrosivo temor. Estaba amordazada, maniatada y cada vez que intentaba respirar sentía que iba a asfixiarme.

Continué rasgando la piel de mi muñeca porque sabía que estaba muy cerca de empezar a sangrar. Eso me daría la oportunidad de liberarme de aquellas esposas, arrancarme la tira que me cubría la boca y respirar con algo de normalidad antes de pensar en el modo de huir de allí.

No sabía dónde estaba. Tan solo recordaba a Mauro perdiendo el conocimiento mientras yo gritaba su nombre antes de que unos tipos me cubrieran la cabeza con un saco y me obligaran a inhalar cloroformo.

Ni siquiera sabía el tiempo que había estado dormida o lo que me habían hecho.

Mi piel comenzó a humedecerse gracias a la sangre. Ahora el dolor era un poco más intenso, pero me dio igual al notar como mi mano se escurría por entre las esposas. Un tirón más y me soltaría.

Así fue.

Jadeé al caer al suelo por la inercia de la maniobra. Gesto que no habría tenido importancia si no hubiera pensado en Enrico y en nuestro hijo.

<<¿Cómo demonios llego hasta él?>>, pensé entre sollozos.

Fue entonces cuando supe que no estaba sola allí.

Miré a mí alrededor, desconcertada y notando un frío tremendamente agudo. Había deducido la presencia de alguien más al escuchar un aliento que no era el mío.

—¿Hay alguien ahí? —Gemí ayudándome de mis manos para moverme. Todo estaba tan oscuro que apenas se diferenciaba nada. Hasta que toqué unas piernas. Me sobresalté—. ¡Oh, Dios mío! —Exclamé queriendo protegerme.

Muy en el fondo había esperado estar equivocada y creerme a solas en aquella celda.

Traté de recomponerme y volví a avanzar.

—¿Hola? —Pregunté forzando la vista.

Lentamente diferencié el cuerpo de una joven. Estaba tumbada en el suelo, en posición fetal y me pareció que se cubría con una manta roída. Tuve la sensación de que llevaba demasiado tiempo allí encerrada.

—Hola… —Esta vez susurré mientras extendía una mano. Le toqué el hombro y ella siquiera se inmutó.

—¿Puedes incorporarte? —Vislumbre sus ojos confusos y enseguida pensé que quizás no me entendía. Lo que me hizo temer estar fuera de Italia—. ¿Entiendes lo que te digo? —Pregunté en inglés haciendo todo lo posible por ahorrarme las ganas de llorar—. ¿Cuál…? ¿Cuál es tu nombre? —Tartamudeé.

<<No dejes que esto te supere. Debes ser fuerte por tu hijo. Debes volver con Enrico…>> Me animó mi fuero interno. Y obedecí limpiándome las lágrimas.

—Xiang… —Una voz débil, muy aguda. Y rota—… Xiang Ying.

—Yo soy Sarah Zaimis…

Aquella débil joven china luchó por incorporarse y me miró de frente con timidez pero sabiendo que no podría ver del todo bien la corrosión de su rostro. Tampoco necesité mucho más para saber que había sido maltratada una y otra vez.

Apreté los dientes y tragué saliva. Me empeñaba en no decaer, en resistir. Ambas debíamos salir de allí lo antes posible.

—Bien, Ying —susurré apartándole el pelo de la cara—, tenemos que salir de aquí, ¿de acuerdo? ¿Puedes caminar? —La incité a levantarse.

—No podemos. —Tuve un escalofrío.

—¿Qué?

Ella señaló la pared rocosa y le dio varios golpecitos. Esa actitud dejada y sin voluntad me confirmó la degradación de su personalidad y energía.

—Estamos bajo tierra, no podemos salir —confesó en un inglés torpe y desganado—. Es… imposible. —Seguramente porque ella ya lo había intentado.

Cogí aire.

—Pero tenemos que buscar una salida. —No supe bien si se lo decía a ella o trataba de convencerme a mí misma.

Un fuerte crujido que se expandió por toda la celda. Alguien pretendía abrir la puerta. Y lo supe al tiempo en que Ying me cogía por los hombros y me zarandeaba.

—Son ellos —gimió aterrorizada—. Son ellos.

—¿Quiénes? —Siseé.

Y ese terror penetró en mí y me arrasó.

La luz del exterior me ardió en los ojos. Pero pude vislumbrar una sombra masculina.

—Vaya, vaya… —Una voz maliciosa—. Mirad a quien tenemos aquí. La putita de Enrico.

Poco a poco, pude reconocerle y me compadecí de las ocasiones en las que Kathia había tenido que luchar contra él.

—Valentino. —De pronto aquella fue la primera vez que deseé la muerte de alguien con demasiada violencia. Ni siquiera Mesut Gayir me había proporcionado tal descontrol. Supongo que se debía a que por aquella época yo no era la misma que era ahora.

—Sarah Zaimis. —Recalcó el Bianchi. Él me conocía—. La muerte te sienta realmente bien.

Por tanto, sabían que Enrico había mentido.

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