Mafia

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Prólogo » Cristianno

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Cristianno

Tor Sapienza no era un distrito para ser visitado por un aristócrata que incluso había llegado a ser comisario general de Roma. Principalmente por su ligera actividad conflictiva. Pero si Silvano Gabbana había elegido aquella zona como punto de encuentro, entonces la información que iba a proporcionarme era realmente comprometida.

Entré en el paso subterráneo del metro del distrito en torno a las cuatro de la madrugada. No había ido solo, sabía que me cubrían bien las espaldas, pero no pude evitar mantener el contacto con mi arma. Al menos hasta que vi a mi padre parado a unos metros de mí apoyados en su bastón.

Sentí un latigazo de rabia. Me dolía que un hombre tan imperativo como él hubiera terminado de ese modo por culpa de una maldita bala Carusso. Pero no había ido hasta allí para fustigarme con el pasado.

Tragué saliva y acaricié la espalda de mi padre sabiendo que él me miraría enternecido.

—Papá, no deberías estar de pie —dije mirando de reojo el bordillo de la vía.

Él sonrió.

—Ahora mismo los malditos dolores me importan un comino —comentó revolviéndome el cabello—. ¿Cómo estás, hijo?

Suspiré.

—¿Has venido hasta aquí para preguntarme eso? —Por suerte, mi voz sonó con calma—. Estoy bien, papá. Estoy preparado.

Porque sabía que le preocupaba mi estado emocional. Silvano era así, un gran padre que siempre había antepuesto el bienestar de sus hijos y su esposa al suyo propio.

—Eres fuerte. —Me dio una palmada en el hombro—. Por supuesto que lo estás. —Y después volvió a apoyarse en el bastón. Esta vez con dos manos. Gesto que me bastó para saber que lo que quería decirme me trastocaría demasiado.

Una parte de mi mente se puso a cavilar en busca de las posibilidades. Pero la otra no dejaba de observar. Mi padre no se andaba con rodeos, era estricto con la sinceridad, demasiado quizás. Pero cuando pensaba mucho las palabras con las que comunicarse era irremediable tensarse.

—Papá…

—He organizado un protocolo de evacuación.

Contuve el aliento. Y su mirada azul se clavó en la mía dándole más énfasis a su confesión.

De pronto nuestros planes no me parecieron tan fiables como hacía unos minutos. Si mi padre recurría a pensar en una forma de escapar era porque contaba con que algo saliera mal. Pero supe que no lo había hecho él solo. Seguramente Enrico también lo sabía.

Me humedecí los labios.

—¿Por qué íbamos a necesitarlo? —Quise saber.

—Porque probablemente no conocemos a todos nuestros enemigos.

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