Mafia

Mafia


Primera parte » 4

Página 12 de 75

4

Cristianno

Mis pies se estrellaban acelerados contra la grava. Había echado a correr y durante el proceso el auricular se me había caído. Ahora colgaba de uno de mis hombros mientras el aire se me amontonaba en la boca y el cuerpo me exigía un poco más de frío. Lo hacía, pero yo no lo sentía.

Lo primero que hice fue ojear los recovecos que formaban los árboles y las sombras que le rodeaban. Estaba solo, quizás demasiado, y eso era muy peligroso.

Pero no tuve tiempo de ahogarme en la desconfianza porque enseguida sentí la presencia de Kathia.

La miré aprovechando que ella todavía no sabía de mí cercanía. Se había llevado las manos a la cintura y la presionaba como queriendo arrancarse el maldito corsé. Respiraba descontrolada y echó la cabeza hacia atrás creyendo que el gesto la tranquilizaría. Puede que en cierto modo lo lograra, pero no dejaron de temblarle los brazos.

Un escalofrío me atravesó fuertemente tras recorrerme la espalda. Si la mierda que Valentino le había dicho no hubiera sido grave, no habría despertado esa reacción en ella.

<<¿Qué demonios le ha dicho?>>, me pregunté. La necesidad por saberlo casi me corrompía. Pero me topé con los ojos de Enrico.

Había ido hasta allí con ella ignorando nuestros límites, había querido que yo estuviera y supe por qué: solo yo lograría tranquilizarla. Por tanto había supuesto que algo así terminaría pasando y prefirió mantenerme al margen e idear por sí solo las posibles vías de escape. No, sólo no. Nunca podría estarlo teniendo un compañero como Thiago.

Asentí con la cabeza aceptando su comportamiento al entender que había sido lo mejor para todos; mis impulsos no nos habrían dejado alternativas. Después suspiré con ímpetu y me dejé ver.

Al principio, a Kathia le costó asimilarme, pero, conforme me acercaba lentamente a ella, su mirada se abrió y dejó que su habitual plata volviera a resplandecer. Mentiría si no admitiera que casi me paraliza; siempre que me observaba de esa forma, como si todo lo demás no existiera, conseguía ponerme muy nervioso.

Me mordí el labio y guardé las manos en los bolsillos de mi traje sin dejar de avanzar. Kathia dejó caer los brazos sin fuerza. No sabía que le temblaban las pupilas y también los labios, ni que su cuerpo mostraba la evidente angustia que sentía. Estaba al borde del llanto y supe que ahora que me tenía frente a ella no tardaría en llorar. Pero me propuse ahorrarle ese momento y creé una risa dulce y tímida.

—Hola, compañera —siseé a solo un palmo de su cara.

Pude ver una débil sonrisa. Lo que me indicó que había captado mi plan. Eso me daba cierta comodidad.

De soslayo vi que Enrico también sonreía y desviaba un poco la mirada. No podía dejarnos completamente a solas, pero nos daría esa intimidad que necesitábamos.

—Hola —resopló Kathia. Odiaba verla de aquel modo—. ¿Cómo te va?

Alcé las cejas y me hice el interesante.

—Genial. ¿Sabes qué? —Me incliné hacia delante—. He conocido a alguien.

—¿Ah, sí? —Coqueteó justo cuando una lágrima resbalaba por su mejilla.

Se me contrajo el vientre, pero era muy tarde para echarse atrás. Yo mismo había iniciado ese juego, y si ella estaba luchando, debía hacer lo mismo.

—Ajá. —Acomodé mi mano en su mejilla y limpié aquella lágrima con el pulgar. Kathia se dejó llevar por la caricia cerrando los ojos y soltando el aliento. Rebotó suave y caliente sobre mi boca—. Es una chica. —Casi tartamudeé. Me moría por besarla.

—Lo suponía.

—Debería presentártela, es increíble.

—¿Eso crees?

—Por supuesto —aseguré dejando que mis dedos se deslizaran por la piel de su brazo—. Es toda una guerrera, ¿no te parece eso asombroso? —Bromeé.

—Entonces, ¿qué haces aquí? Deberías estar con ella. —Se quedó sin voz conforme terminaba la frase.

Ya no pude remediarlo más. Capturé su rostro entre mis manos y me acerqué todo lo que pude a ella. La falda de su vestido se coló entre mis piernas.

—Precisamente por eso he venido —susurré mirándola fijamente a los ojos—. Al parecer no puede vivir ni un segundo sin mí.

—Estúpido. —Kathia me dio un golpecito en el brazo. Esa vez sonreímos los dos. Pero yo lo hice apenas un segundo.

Apoyé mi frente en la suya y dejé que mis labios se aproximaran hasta llegar a rozar los suyos.

—Y yo tampoco puedo vivir sin ella. —Un jadeo que a ambos nos cortó el aliento.

Cerré los ojos y me abandoné a la sensación de sus manos rodeando las mías.

—Cristianno —gimió ella.

—Estoy aquí, mi amor. —La besé con calma. No buscaba que fuera un beso apasionado y ni siquiera tierno. Simplemente quise que me sintiera todo lo cerca posible de ella—. Era yo quien bailaba contigo —murmuré y Kathia no se alejó de mi boca para responder.

—¿Acaso lo dudas? —Eso nunca. Ni siquiera en nuestro peor momento.

—Pero no me has dejado terminar ese baile.

Extrañamente, empecé a balancearme con suavidad. Puede que si bailaba con ella, ese momento que estábamos compartiendo, sustituiría todo lo que Valentino le había dicho. Quizás era desear demasiado, pero no me detuve. Y Kathia se dejó llevar por mis manos. Los movimientos eran casi imperceptibles, pero se acompasaron a los suyos y creamos un ritmo suave acorde a la música que se oía a lo lejos.

Fue increíble sentir a Kathia pegada a mi boca, compartiendo mi respiración y dejando que mis dedos resbalaran por su cintura hasta hacerse con ella. La abracé, posesivo y delicado, y continué meciéndome hasta que su cuerpo se olvidó de la pesadumbre y el miedo.

Esa vez Enrico no pudo evitar mirarnos. Me costó descifrar su pensamiento, pero tampoco fue necesario. Aquel gesto suyo, de serenidad y fascinación, lo dejó todo muy claro. Deseaba casi con el mismo fervor que yo que llegara la madrugada, pero, a la misma vez, se sentía tremendamente orgulloso de haber llevado a su hermana hasta mí. Había logrado tranquilizarla. Por eso ahora debíamos despedirnos.

La besé de nuevo y esperé en sus labios.

—Solo un poco más… —jadeé.

No solté su mano hasta que la distancia se interpuso.

Kathia

Me quedé muy quieta, saboreando la maravillosa sensación que su boca me había dejado en los labios mientras Cristianno se alejaba de mí. Otra vez. Me sobrevino un espasmo. Apenas había pasado un minuto y mi piel ya echaba de menos su contacto. Por eso el frío que le siguió fue tan cruel.

Abracé mi torso y me obligué en vano a contener el temblor de mi aliento. Era cierto que ya no sentía desolación, que todos mis instintos se habían estabilizado y que mi cuerpo casi me parecía que flotara. Pero no era suficiente. Yo ya sabía que Cristianno tenía ese poder sobre mí, lo había experimentado en todas las ocasiones en las que me había tocado, pero de pronto mi fuero interno exigía más. Y esa exigencia no pretendía ser en una necesidad fugaz.

—Un poco más, eh —dije repitiendo las palabras que me había dicho. Me escocieron en la lengua—. ¿Cuánto tiempo es eso?

Me di la vuelta y pasé de largo junto a Enrico creyéndome dispuesta a regresar al evento. Esa no era la verdad y fue él el primero en reconocer que simplemente me movía por inercia, por eso me detuvo y tiró de mí contra su cuerpo.

Sus brazos me consumieron en un abrazo que toda mi piel reclamó. Me enganché a su cuerpo un tanto desesperada y saboreé esa sensación hasta que le hablaron. Al estar tan pegada a él pude escuchar vagamente una voz que surgía de su auricular.

Enrico suspiró antes de responder.

—Proceded con el psicotrópico. —Fruncí el ceño y me alejé un poco de su abrazo—. Despejamos en quince minutos.

—¿Qué psicotrópico? —Quise saber, pero él me ignoró y me cogió de la mano.

—Tenemos que volver.

Me solté con furia.

—Enrico, ¿qué droga? —Insistí—. ¿De qué hablas?

Se pellizcó el puente de la nariz y se humedeció los labios manteniendo un silencio un tanto tenso. No es que yo le hubiera puesto nervioso, si no que no quería contarme más. Al menos, no todavía…

—Cuando dices que confías en mí —habló—, ¿hasta dónde alcanza esa seguridad?

Tragué saliva y le miré todo lo poderosa que pude en ese instante. No le consentiría que subestimara mis creencias. Ni siquiera en un momento como ese.

—Hasta donde tú me pidas —sentencié. Y él torció el gesto inclinándose hacia mí.

—Pues entonces extiéndela un poco más —susurró—. Soy tu hermano, recuérdalo.

Después de eso, regresamos al salón. Nos mezclamos entre la gente, asumimos nuestro papel allí dentro y contuvimos nuestros deseos. Pero no dejamos de seguirnos con la mirada ni un segundo.

Supongo que Enrico quería que recordara lo que me había dicho en cuanto entré en la suite con Valentino.

Ir a la siguiente página

Report Page