Mafia

Mafia


Primera parte » 5

Página 13 de 75

5

Kathia

Me detuve en mitad de la suite, permitiendo que aquella espectacular panorámica de Roma me abofeteara. No tardé en sentir la impotencia aferrándose a mis entrañas. Me temblaban las manos, hacía demasiado frío y la oscuridad poco a poco me engullía.

Valentino cerró la puerta.

Le escuché avanzar, lentamente se acercaba a mí. La turbación se disparó con ferocidad. Lo que iba a suceder en ese momento solo él lo sabía, pero no me hacía falta mirarle para intuir que arrastraba crueldad consigo.

Fue muy estúpido creer que todo terminaría en el evento. Cuando regresé al salón y le vi un tanto desinhibido junto a sus colegas, pensé que me libraría de él, que no sería capaz de mantenerse en pie durante mucho tiempo si continuaba bebiendo de aquella manera. Pero resultó que estaba equivocada y abandonamos el club de campo sabiendo que la mayoría de invitados preferían seguir con la fiesta y que prácticamente estaríamos solos en el hotel.

Cerré los ojos con fuerza al sentir sus manos palpando la cremallera de mi vestido y apreté los dientes.

<<Confía, Kathia… Un poco más.>>, me dije, pero temí que no fuera suficiente. Luchar contra aquello confiando en algo tan abstracto comenzaba a perturbarme. Sabía que si me permitía tener esa clase de pensamientos, por muy fugaces que fueran, de alguna forma, traicionaba la confianza que había depositado en Cristianno y Enrico, pero era casi inevitable.

El frío se intensificó cuando el vestido se deslizó por mi cuerpo y cayó al suelo. Quise llevarme los brazos al pecho y protegerme, pero Valentino no me dejó y aprovechó la maniobra para darme la vuelta y colocarme frente a él.

Me observó con una fascinación corrosiva que fue en crescendo conforme acariciaba mi piel. Fruncí el ceño al toparme con sus ojos verdes. Valentino me deseaba y esa emoción era demasiado radical.

—Dios mío… —susurró jugando con la goma de mi ropa interior—. Haces que me sienta hambriento.

Tuve un escalofrío al tiempo en que tragaba saliva. Sus dedos me estaban quemando la piel. Por suerte no duró demasiado. Se apartó un poco, se quitó la chaqueta de su esmoquin y se descalzó. Se movía torpe, inestable, lo que me produjo un latigazo; tal vez si echaba a correr, no sería capaz de alcanzarme. Y casi me convencí de ello, pero sus movimientos me lo impidieron. Puede que estuviera demasiado ebrio, pero su fuerza continuaba siendo la misma. Lo supe en cuanto capturó mi rostro entre sus manos.

Esperó, me intimidó dejando que el tiempo se convirtiera en una losa y desquiciara mi miedo. Él sabía bien lo asustada que estaba y jugó con ello.

Hasta que me besó con rudeza. El sabor amargo de la mezcla de alcohol que habitaba en su aliento por poco me asfixia. Su lengua me obligó a abrir la boca mientras su cuerpo me empujaba y me acorralaba contra la pared. Intenté resistirme, forcejeé tirando de su camisa, empujando sus hombros, esquivando sus besos. Todo su cuerpo me reclamaba, lo notaba pegado a mí, y me hería. La obstinación solo me regalaría más dolor.

De pronto Valentino perdió el equilibrio y comenzó a toser. Aproveché para intentar alejarme, pero lo evitó cogiéndome del cuello.

—Has bebido de más, Valentino —protesté intentando apelar con calma a su sentido común, si es que alguna vez lo había tenido—. No creo que sea buena idea…

Me puso un dedo en los labios y apoyó su frente en la mía. Apreté los ojos aferrándome con fuerza al brazo con el que me apresaba.

—Eso lo hará todo mucho más interesante —balbuceó.

—Valentino…

—Eres mi mujer, Kathia. —Sus labios pegados a los míos. Su fiereza colándose en mi boca—. Mi esposa.

—Por favor… —Un sollozo.

Cristianno

Tuve un calambre en los muslos al comprender lo que estaban hablando aquel grupo de hombres capitaneado por Enrico y Thiago. Habíamos improvisado una reunión en la zona despejada. La noche se helaba y se nos echaba encima.

—¿Qué cojones está pasando? ¿A dónde han ido? —protesté, en exceso perturbado, porque, en cuestión de segundos, Kathia había desaparecido del salón. Y Valentino también.

Thiago había analizado las cámaras tras verificar que no estaban en el recinto. Lo que en cierto modo nos había hecho perder quince minutos. Una ventaja que se le regalaba a Valentino.

—Escaparon por la puerta de atrás —reconoció el segundo de Enrico, precipitado, sorprendido con el extraño giro de los acontecimientos. Nadie allí hubiera podido imaginar que Valentino podría escabullirse con Kathia. ¿Qué coño había ocurrido?—. Nadie sabe a dónde se dirigían.

—Estaba previsto que eso sucediera y todos estabais preparados para ello. ¡¿Cómo demonios ha podido ocurrir así, joder?! —Terminó gritando Enrico, dándole voz a mis pensamientos, porque ninguno de los dos entendíamos que algo tan estúpido hubiera podido pasar.

Eso, en el mejor de los casos, precipitaba un poco nuestros planes y no era buena señal. Por eso todos los músculos de su rostro estaban en tensión.

Uno de sus hombres quiso responder, pero se detuvo al ver como uno de los compañeros corría hacia nosotros.

—Jefe, lo tenemos —jadeó sin aliento—. Les han visto entrar en la suite del hotel.

—Preparaos de inmediato —ordenó Enrico y me sorprendió la eficacia con la que respondieron. Todos sabían qué hacer—. Empezaremos con el plan. —Me señaló a mí, sabiendo que de esa forma evitaba que me uniera a la acción—. Nos vemos en Ciampino, lárgate de aquí.

—Enrico…

—¡Lárgate de una vez!

Me quedé allí plantado, observando cómo se marchaba y asimilando el torbellino de ira que me asfixiaba.

Kathia

Valentino no me dejaría respirar. De pronto me cogió del cabello por la parte de la nuca y tiró un poco de él sabiendo que el gesto dejaba mi garganta completamente expuesta. La lamió desde la clavícula hasta la barbilla y me besó de nuevo ignorando mi resistencia. Le dieron igual mis quejas en forma de jadeos o mis uñas clavándose duramente en sus brazos. Gozaba.

—Me encanta que reclames, amor —gimió escondido en mi cuello.

Un fuerte temblor me sobrevino cuando escuché el tintineó de su cinturón. La hebilla impactó fría en mi vientre antes de verme arrastrada al suelo. Mis rodillas se hincaron en la alfombra provocándome una punzada de dolor que quedó silenciada al reconocer lo que Valentino pretendía. Sin soltar mi cabello, colocó mi rostro frente a su pelvis y terminó de desabrochar su pantalón.

—Abre la boca, Kathia —masculló mirándome perverso desde arriba. Me negué apretando los labios entre lágrimas y resuellos que me hacían daño en la nariz.

Pero no se detendría por mucho que mi obstinación se impusiera. Soltó mi pelo y me obligó a obedecer introduciendo con brusquedad su dedo pulgar en mi boca.

—Eso es… Buena chica —suspiró emocionado.

<<Estoy atrapada…>>, murmuró mi fuero interno mientras las lágrimas se intensificaban. Era imposible escapar y sentir aquella certeza me hirió mucho más que saber lo que iba a pasar.

Hasta que de improvisto Valentino se tambaleó y perdió el conocimiento. Se desplomó sobre mí y el peso de su cuerpo inconsciente nos arrastró al suelo con brusquedad. Me llevé la peor parte, pero el desconcierto fue tan grande que apenas tuve tiempo de quejarme por el dolor.

Le miré aturdida, sin saber qué demonios le había pasado, asimilando que desgraciadamente todavía respiraba, pero que su aliento surgía demasiado pausado. Mientras que sus pulsaciones descendía, las mías se disparaban. El miedo me atronaba en los oídos, el corazón se estrellaba desquiciado contra las costillas, no me dejaba respirar, ni tampoco pensar con claridad.

Tenía que apartarle y huir de allí cuanto antes, era la mejor oportunidad que tendría. Pero cuando me creí capaz de hacerlo, la puerta de la suite se abrió de par en par, robándome toda la valentía.

Dicen que cuando se desconoce algo, la turbación es mucho más desesperante. En ese instante estuve completamente de acuerdo.

Entrecerré los ojos por la luz que entró del pasillo, pero mientras mi visión se aclimataba a la repentina luminosidad, pude diferenciar la silueta de cuatro hombres entrando a la habitación. Me bastó eso para reaccionar aunque solo fuera un poco. Aparté a Valentino a empellones y me arrastré por el suelo, encogiéndome en una esquina.

¿Qué coño estaba pasando?

—Preparad el escenario. ¡Rápido! —Aquella voz…— Empezad por la habitación. Moveos. —La conocía…

Las órdenes de Enrico no tardaron en obtener la respuesta de sus hombres, que empezaron a moverse con habilidad. Se dispersaron por la habitación y comenzaron a hacer su trabajo mientras su superior se acercaba a mí observando a Valentino con un amago de sonrisa en la boca.

Esa versión de Enrico, tan magnifica y perturbadora, me acobardó, pero también logró hipnotizarme cuando le vi guardar su arma en la parte baja de la espalda y apartar las piernas de Valentino de una patada.

—¿Qué es todo esto? —Pregunté desconcertada y con la mirada empañada. No sabía si ponerme a llorar o hacerlo lanzándome a sus brazos.

Enrico se remangó los pantalones de pinzas y se acuclilló ante mí.

—No pensarías que iba a dejarte sola en este momento, ¿no? —Torció el gesto dándole más énfasis a sus palabras y apartó un mechón de mi cabello en una caricia que me hizo temblar—. Escúchame, cariño, tenemos ocho minutos para abandonar el hotel. ¿Crees que puedes vestirte en uno? —Sonrió.

Abandonar el hotel.

Miré a mi alrededor. Reconocí a Gio, el esbirro que me acompañó durante la cena con Valentino hacía unas semanas. Y también a Thiago. Al tercer hombre no pude verle, pero di por hecho que era agente de Enrico; de otro modo no estaría allí.

Estaban desordenando la habitación basándose en las instrucciones que Thiago leía en su teléfono. Todo estaba perversamente estudiado.

<<Un poco más…>> Cuando dijo aquello, Cristianno sabía lo que iba a pasar. Porque probablemente él había sido el mentor.

Jadeé y miré de nuevo a mi hermano asintiendo con la cabeza. No había tiempo para mi aturdimiento.

—Eso es —dijo dulcemente antes de que su segundo me entregara una muda de ropa. Al mirarle, me regaló una sonrisa muy tranquilizadora.

Me levanté tambaleante y comencé a vestirme apresurada ignorando el hecho de que cuatro hombres me habían visto casi desnuda. Ahora el corazón me latía en la boca y apenas me permitía coger aire, pero me dio igual. No dejé de moverme. Si Enrico había impuesto un límite de tiempo significaba que no podíamos equivocarnos. Ya respiraría después.

—Enrico, marchamos. Ya —comentó Thiago trasteando su arma.

Descubrí que le había puesto un silenciador, lo que insinuaba que quizá nos haría falta para salir de allí. Pude confirmarlo en cuanto mi hermano imitó el gesto de su compañero.

—Bien, Kathia. —Se acercó a mí y me colocó bien la chaqueta mientras me observaba fijamente—. Tienes que hacerme un favor.

—¿Qué? —Tartamudeé.

—Tienes que permanecer callada, ¿de acuerdo? —Silencio. Absoluto. Eso no sería difícil.

—De acuerdo —jadeé—, pero antes… —me quedé sin voz.

No debería haberme costado decirle que le quería, pero mis instintos todavía estaban demasiado trastornados. Aun así, Enrico leyó en mi mirada mis pensamientos y me entregó esa sonrisa suya que tanto adoraba.

—Enrico —protestó Thiago, pero su jefe le ignoró y me besó en la frente.

—Y yo a ti. No te imaginas cuánto —susurró al volver a mirarme—. Vamos —me instó.

Abandoné la habitación con Enrico cubriendo mis espaldas y Thiago abriéndome el camino.

Me asustaba que un lugar que a simple vista resultaba tan pacífico nos coaccionara de aquella manera. Ese insidioso silencio que se respiraba podía sorprendernos en cualquier momento, pero al parecer yo era la única allí que lo pensaba y se cagaba de miedo. Thiago y Enrico se movían como si ellos mismos fueran la amenaza.

Me recordaron a las historias paganas que leía cuando todavía no podía hacerlo. En ellas se contaban que los vikingos eran los reyes de las emboscadas y que nadie se daba cuenta de su presencia hasta que se sentía su violencia.

Eso me hizo pensar que quizás, por primera vez, estaba en el otro bando; en el de los que conspiraban. Ciertamente, la parsimonia e insolencia de los movimientos de mis acólitos evocaba esa crueldad a la perfección. Las líneas de sus hombros en sintonía, sus dedos completamente tensionados en torno al gatillo de un arma. Sus pasos impactando en el suelo con decisión y destreza.

—Recibido —murmuró el segundo de Enrico tras acercarse la muñeca a la boca.

—Te cubro, Thiago —comentó mi hermano y su compañero enseguida cargó el arma.

No me hacía falta confirmación para saber que alguien les estaba informando a través de un dispositivo de comunicación que seguramente llevaban en la oreja. Por tanto, la información que les habían dado había llegado a los dos al mismo tiempo.

Enrico me cogió del brazo y me guió tras de él al llegar a la esquina que nos cambiaba de pasillo. Me obligó a apoyarme en la pared y me indicó con un gesto que permaneciera callada. Me entraron ganas de decirle que se lo había prometido y que yo siempre cumplía con mis promesas, pero habría sido contradictorio.

Se miraron. Thiago y Enrico se comunicaron en silencio y después asintieron con las cabezas. Segundos más tarde, Thiago estiró sus brazos, disparó a un objetivo que no pude ver desde allí y Enrico echó a correr. Le vi coger al fallecido antes de que se desplomara y lentamente lo tumbó en el suelo. Querían evitar un escándalo y esa tensión por poco me hace sonreír y llorar al mismo tiempo.

Después de todo, en el fondo, era una sádica como todos los que estábamos allí.

—Despejado —avisó Thiago a sus compañeros mientras me cogía de la mano. Me empujó con suavidad hacia delante—. Seguimos por el cuarto ascensor.

Tuve que sortear las piernas del muerto al tiempo en que Enrico se levantaba y nos seguía.

—¿Situación de la entrada? —Preguntó mi hermano en cuanto se abrieron las puertas del ascensor.

Entramos enseguida y agradecí que estuvieran pendientes de las voces de sus pinganillos porque así no escucharían mi desquiciante respiración. Se me amontonaba en la boca y me oprimía el pecho.

—Recibido. Pasamos al plan B. —Enrico me miró y a la vez entrelazó sus dedos a los míos sabiendo que el gesto me calmaría—. Paramos en la uno y salimos por la puerta de servicio. Confirmad.

Varios hombres de la comitiva de Enrico nos rodearon en cuanto salimos del elevador. Mi hermano se rezagó un poco, prestándoles atención a sus agentes mientras Thiago me cogía de los hombros y me colocaba la capucha de la chaqueta.

Se suponía que no debería haber prestado atención, pero lo cierto fue que todos mis sentidos estaban puestos en la conversación y la presencia de absoluto control de Enrico. Joder, él no era consciente de hasta qué punto llegaba su autoridad. O tal vez si, por eso hacía tan condenadamente bien su trabajo.

Me hubiera gustado ver a Cristianno a su lado.

—Ciampino está lista, jefe —le dijo uno de sus agentes—. Sugerimos la segunda ruta.

—Tiempo de llegada estimado veinte minutos —comentó otro, sin molestarse en mirar a su superior. No apartó los ojos de la pantalla de su dispositivo móvil.

—¿No hay alternativa? —resopló Enrico.

—No, jefe —confirmó el primero—. Angelo y su séquito viene de camino.

—Buen trabajo. Replegaos. —Miró a Thiago—. Nos vamos. —Y enseguida me vi arrastrada hacia el exterior.

—Hecho —dijeron varios a la vez.

El segundo de Enrico abrió la puerta trasera del aquel Audi SUV Q7 y me obligó agachar la cabeza antes de empujarme dentro. Fue algo brusco, pero los latidos de mi corazón estaban más pendientes de la tensión del momento que de otra cosa.

Enseguida se subieron al coche: Thiago frente al volante y Enrico a su lado.

Me quedé mirando el hotel mientras nos alejábamos pensando en lo que me habría sucedido de no haber sido por todo aquello. Y fue ese pensamiento lo que hizo que sintiera placer al respirar por primera vez esa noche. Cerré los ojos y me dejé llevar por un repentino y pacífico sueño.

Ir a la siguiente página

Report Page