Mafia

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Primera parte » 7

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Enrico

Hubo una época en que creí que podía ser un hombre benévolo. Pero por aquel entonces todavía era demasiado inocente y no había sentido el calor de la sangre de mis enemigos resbalando por mis manos. Sin embargo, con el tiempo, comprendí que era esa clase de persona fría y reservada, que se corrompería con la edad y llegaría a dominar con absolutismo todos esos aspectos.

Quizás si no hubiera visto la muerte desde tan pequeño, a día de hoy no sería ese Enrico Materazzi que hasta en ocasiones yo temía.

No me importaba mentir, actuar, traicionar, ejecutar. Cada uno de esos atributos formaba parte de mí, me definía. No había hecho falta que me adaptara a ello porque esa era mi verdadera personalidad. Algo incuestionable. Había sido creado para la… mafia. En la más oscura y siniestra de sus versiones.

Pero justificar mi naturaleza era casi tan cobarde como huir de ella.

Me mantuve impertérrito mientras el jet iniciaba su ascenso. Mi principal objetivo, pensando a corto plazo, se había efectuado con éxito. Kathia estaba fuera de peligro entre los brazos de su mejor protector: Cristianno. Y había garantizado la seguridad de Sarah.

Pensar en ella me produjo un escalofrío.

Suspiré y presté atención al jet hasta que el cielo nocturno lo engulló.

—Deberías llamarla… —dijo Thiago mientras conducía. Él sabía bien que tras toda esa crueldad y frialdad que me determinaba, habitaba un hombre moldeado por los sentimientos. Sarah pertenecía a ellos con una fuerza que me quemaba.

—Dame un poco más de tiempo. —Porque en realidad todavía no estaba listo para contarle que no me reuniría con ella en Tokio.

—Se enfadará de todas maneras, Enrico.

Sí, eso ya lo sabía. Pero prefería su enfado a que la muerte me separara para siempre de ella. De pronto, todo mi cuerpo y mente se llenaron de Sarah, hasta el último de los centímetros.

Apreté los dientes.

—Hay cosas mucho más importante por las que preocuparse en este momento. —Un comentario tan razonable como gélido, que se enfrentó de lleno a mis sentimientos.

Thiago logró mostrarse indiferente a mis palabras, pero había demasiada confianza entre los dos como para no darme cuenta de hasta qué punto había comprendido mi perspectiva. Logró que el silencio que se instaló dentro de aquel coche fuera de lo más cómodo. Y disfrutamos de él el tiempo suficiente como para imaginarme la reacción de Kathia cuando despertara dentro de aquel avión privado.

Pero de pronto una llamada alteró el mutismo. Enseguida miramos a la pantalla interactiva que había en el salpicadero de aquel profuso SUV de Audi. Se trataba de uno de mis hombres a cargo del perímetro del hotel. No estaba previsto que nos llamara, a menos que hubiera surgido algún imprevisto de proporciones imprudentes.

Ese rumor insistente me perturbó y miré a Thiago sin saber que él ya lo estaba haciendo de antes. Esos impetuosos ojos verdosos fueron muy sutiles a la hora de indicarme sus sospechas.

Acepté la llamada con un resoplido. Fuera lo que fuera, terminaríamos rápido con ello.

—Sandro —dije a modo de saludo.

—Jefe, nos ha surgido un pequeño contratiempo. —No parecía nervioso, pero sí algo mosqueado.

Fruncí el ceño y me recompuse en mi asiento. De pequeño más bien debía de tener poco, sino ¿por qué me habría llamado?

—¿De qué se trata? —Quise saber.

—Tello ha intentado escapar. —Entrecerré los ojos. Tello era un joven siciliano, recién asignado a mi unidad por su persistente empeño en trabajar a mi lado. No le había encomendado trabajos excesivos porque no estaba seguro de su lealtad. Y teniendo en cuenta lo que acababa de pasar, mi olfato no estaba en absoluto desencaminado—. Lo cazamos en el aparcamiento a punto de coger un vehículo de alta gama. Lo curioso ha sido que disponía de las llaves.

Por tanto había previsto traicionarnos. Qué soñador…

—¿Sigue vivo? —pregunté con el indicio de una sonrisa asomando en mi boca.

—Sí —resopló Sandro, algo juguetón. Tanto él como Thiago ya se estaban haciendo una idea de lo que se paseaba por mi cabeza. Y es que ese tipo acababa de perder lo que toda persona protege por encima de cualquier cosa: la vida. Lo que más me gustaba era que él todavía no lo sabía—. Le hemos interrogado.

—Bien —miré a mi alrededor—, estamos en Leonida Bissolati. Tres minutos para la llegada. Establece la seguridad y prepárame el utillaje —ordené.

—Hecho, jefe.

En cuanto Sandro colgó, Thiago se puso a reír como hacía siempre que se nos presentaba una oportunidad de entretenimiento como aquella.

—Suena divertido —comentó malicioso. Y yo me quedé mirándole con esa curiosidad mía que siempre me despertaba la simbiosis que compartía con él.

—Al menos espero que lo sea. —Extraje un cigarro del paquete y lo prendí sabiendo que Thiago todavía tenía algo que decir.

—No te hagas el noble conmigo —repuso socarrón.

¿Yo, noble? Resoplé una sonrisa.

—Lo siento, cariño —bromeé un instante antes de detenernos.

En la puerta del servicio nos esperaban varios de mis agentes de confianza. Bajé del vehículo y me dirigí a Sandro.

—Jefe —me saludó él ajustándose a mi paso. Entré en el hotel con Sandro a mi izquierda y Thiago a mi derecha.

—Informe de situación —exigí.

Todo estaba extraordinariamente controlado. La cantidad de escopolamina suministrada con cautela al Bianchi durante los momentos finales al convite le mantendría fuera de juego al menos hasta las primeras horas de la mañana. Tiempo suficiente para llevar a cabo todo lo demás sin que él fuera consciente de nada.

Mi comitiva también había llevado a cabo toda la operación manteniendo las precauciones necesarias en rastros dactilares, así como en los biológicos, verificándolo hasta en tres ocasiones. Habían terminado de hackear el sistema de seguridad visual, y modificado las imágenes. Lo primero que Angelo querría ver en cuanto se enterara de la desaparición de Kathia serían las grabaciones. Pero ahora, en ellas solo encontraría a su supuesta hija en ropa interior optando por irse a la cama tras ver como Valentino se desplomaba en el suelo.

Mientras caminábamos, Sandro me mostró el montaje final en un dispositivo portátil; no se percibía manipulación alguna, lo que les pondrían las cosas muy difíciles a los Carusso y Bianchi.

El protocolo B de seguridad había sido activado en cuanto lo ordené.

Un sencillo procedimiento de vigilancia que verificaba y controlaba la llegada paulatina de todos los invitados al hotel. Teniendo en cuenta que Angelo todavía estaba de camino, no se le esperaba hasta dentro de un rato. Pero en el caso de Olimpia y demás mujeres, ya habían llegado. Se encontrarían con todo tal y como lo habían dejado.

—La señorita Sacheri se acaba de hospedar en tu habitación, como ordenaste. —Me gustó que lo comentara con tanta tibieza—. Hemos revisado con ella el plan previsto. Todo en orden.

Sofía Sacheri era una reputada modelo a nivel internacional que conocí hacía unos cinco años en una de las típicas fiestas benéficas que organizaba Angelo Carusso. Tenía un año más que yo, pero su aspecto la hacía parecer mucho más joven. Enseguida conectamos. Nos convertimos en grandes amigos que compartían una relación bastante estrecha y peculiar. De esas en las que puedes confiar plenamente y de vez en cuando incluso disfrutar sexualmente. Por eso ella estaba allí. Sofía sería mi coartada.

—Número de incidentes: uno, Tello Scolari. El resto, ya has sido informado —terminó de explicar Sandro, asombrosamente orgulloso de su trabajo.

Aquel tipo había sido un militar al servicio de la Inteligencia italiana y dominaba con precisión todo lo relacionado con sistemas informáticos y de vigilancia. Era uno de mis mejores y más confiables hombres, mi mano izquierda teniendo en cuanta que Thiago era la derecha.

—¿Utillaje? —Le pregunté sonriéndole de reojo.

Él respondió rápido a esa sonrisilla, devolviéndome un gesto divertido. Acto seguido se rodeó y dejó que otro guardia le entregara una especie de estuche cilíndrico.

—Listo —concretó entregándome el estuche.

Thiago me hizo la zancadilla, algo que me proporcionó mucha más gracia de la que esperaba. Le fastidiaba que yo quisiera divertirme solo.

—Bien, ¿dónde está nuestro amigo?

—En la sala dos. —Curiosamente, nos habíamos detenido a las puertas.

—Inhabilitar cámaras —pedí.

—Hecho.

Sandro y los demás se dividieron dejándome a solas con mi segundo.

—Thiago —le nombré a punto de abrir la puerta.

—Necesitarás un equipo de limpieza. —Le dio voz a mis peticiones—. Yo me encargo.

—Perfecto. —Entré y cerré la puerta tras de mí, lentamente.

La imagen con la que me topé contenía un matiz un tanto dramático. Tello estaba amordazado y maniatado con cinta aislante a la silla en la que estaba sentado y una sutil iluminación le recortaba la silueta. Tuvo miedo al verme allí plantado observándole fijamente, demasiado quizás. Pero eso fue lo que lo hizo todo un poco más interesante.

—Tello, Tello —tarareé antes de arrancarle la cinta adhesiva de la boca.

—Jefe, se lo juro, no intentaba escapar. —Si no hubiera tenido nada que esconder no se habría justificado de inmediato.

Torcí el gesto.

—¿Optas por escudarte? ¿No prefieres empezar de otra forma? —Fui indulgente y le di una innecesaria nueva oportunidad.

—No es lo que parece, de verdad. —No, claro que no. Nunca era lo que parecía.

Ver arder los cimientos de mi casa con toda mi familia dentro no era lo que parecía… Apreté los dientes hasta que me crujió la mandíbula.

—Eso no es lo que dicen mis hombres y tampoco las cámaras —comenté manteniendo la calma.

Siendo justo, Tello no tenía culpa de mis demonios del pasado.

—Solo quería comprobar el perímetro —lloriqueó. Me ahorraba tiempo que sospechara lo que iba a pasarle.

Me acerqué a la mesa, desabroché el estuche y lo extendí hasta que quedó completamente abierto. Los elegantes trazos de acero de aquel juego de armas destellaron bajo la luz.

—Pero resulta que no se te había asignado esa tarea —continué llevando a cabo mi elección.

—Se lo juro por lo más sagrado.

—Odio la gente que blasfema. Principalmente porque soy agnóstico. —Capturé un alicate de cirugía ósea. Me apetecía empezar por los huesos.

—¿Qué es eso? —La mirada de Tello se dilató asombrosamente atemorizada con el instrumento—. ¿Qué va hacer?

<<Sí ya lo sabes, ¿por qué preguntas?>>, pensé, pero preferí guardarme ese comentario y travesear con su miedo.

—Hoy no es tu día de suerte —comenté con voz ronca—. ¿Sabes por qué? —Porque si él hubiera logrado escapar a tiempo, toda la gente que amaba habría estado en peligro inminente. Pero eso tampoco se lo diría… Sonreí y me acerqué a su oído—. Porque tengo unas ganas terribles de jugar —susurré.

—Enrico, por favor… —me suplicó él—. No… ¡NO!

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