Mafia

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Primera parte » 8

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8

Enrico

No me gustaba el ensañamiento. Si debía torturar a alguien o simplemente eliminarlo me gustaba hacerlo con la cautela necesaria para no cruzar la línea entre lo que corresponde y el exceso. Pero en aquella ocasión quise excederme. Porque Tello lo merecía al haberme guardado información. Y terminé lleno de sangre. La misma que se estaba yendo por el desagüe del plato de ducha de mi suite.

Aun así, después de unas horas interminables, tuve tiempo de sorprenderme a mí mismo cavilando en algo completamente diferente. Pocos pensamientos me provocaban reacciones físicas. Muy pocos. Quizás ninguno. Porque era lo suficientemente imperativo como para controlar tales reacciones. Pero cuando se trataba de Sarah, todo cambiaba. Me era inevitable pensar en ella.

La echaba de menos… Mucho más de lo que ella pudiera imaginar. Sin embargo me sentía orgulloso de tenerla tan lejos porque sabía que así jamás podría estar en peligro.

Suspiré mientras el agua hirviente caía sobre mí. Me produjo un placer tan excesivo que tuve que apoyar los brazos en la pared para sobre llevar mi peso. Mi cuerpo oscilaba, lo sentía agotado. Y también ansioso.

Tragué saliva. En realidad sabía bien que aquella sensación era un cúmulo de emociones. Mis instintos más profundos reclamaban la presencia de Sarah con urgencia. La necesitaban tanto que por un segundo fui incapaz de controlarme. De hecho no era la primera vez que me pasaba en los últimos días.

Me equivoqué al cerrar los ojos. Porque la imaginé dentro de aquella ducha conmigo. En mi fantasía, Sarah estaba desnuda y el agua resbalaba por todos los rincones de su cuerpo. Me observaba con media sonrisa en los labios mientras sus manos repasaban la curva de mis caderas… Íbamos a hacer el amor hasta perder la razón y no me importaba saber que lo haríamos de pie o lo que nos deparara fuera de allí. Siempre habría tiempo de repetir en la cama. Siempre habría tiempo de aplastar las adversidades.

Negué con la cabeza e incomprensiblemente sonreí. Aquella niña de veinte años tenía todo mi maldito sentido común en sus manos.

Y resoplé. Sí, aquello era excitación. Tan poderosa como la ira y tan sutil como la tranquilidad.

No me molesté en secarme cuando salí de la ducha. Esperé, de pie en mitad del baño, observándome desnudo en el espejo hasta que mi cuerpo comprendió que debía moverse de nuevo. Me coloqué una toalla en torno a la cintura y salí de la habitación sabiendo que Sofía Sacheri me esperaba. Lista para interpretar su papel.

La oscuridad de la madrugada resplandecía, la única iluminación que entraba pertenecía a las sombras de la ciudad y acariciaban las curvas del exuberante cuerpo de aquella mujer. Esas líneas que conocía bien y que ahora esperaban mis órdenes.

La miré con fijeza. A Sofía siempre le había intimidado mi forma de observarla cuando llegábamos a un momento así, pero no tardaría en responder y lo hizo. Solo que con más complicidad que de costumbre. Seguramente jactándose de lo poco que nos íbamos a tocar esa noche. Aun así, saber eso no le hizo disfrutar menos de la vista de mi torso desnudo.

Ella se acercó a mí mientras se quitaba el albornoz y me mostraba su bonito conjunto de lencería. Después repasó mi clavícula con la punta de los dedos y se enroscó a mi cuello.

—Sí solo piensas follarme, no hace falta que seas tan condenadamente erótico —gimió empleando el tono exacto de voz para que quedara grabado en las cámaras.

Sus labios mordisquearon mi mandíbula y la cogí de las caderas para apretar su cintura contra la mía. No sentiría nada, pero eso no tenía por qué saberlo nadie, excepto nosotros.

Ella sonrió.

—No puedo evitarlo —admití desabrochando su sujetador—. Es algo natural.

—Maldito cabronazo, eso ya lo sé. —La expuse. Noté como sus pechos se acomodaban sobre mi piel—. Dime, Materazzi, ¿lo quieres encima?

—Tú marcas el ritmo. —Porque si lo hacíamos de aquella manera, la ficción sería mucho más realista.

—Eso es lo que quería oír —susurró en mi boca, sin llegar a besarme. Y me empujó hacia la cama.

Caí de espaldas sobre el colchón antes de que ella se desprendiera de sus braguitas y se colocara a horcajadas sobre mi cintura. Disimuló cuando fingió apartar la toalla e interpretó los gestos necesarios para hacer creer que acababa de penetrarla. Después comenzó a moverse sabiendo que yo le seguiría el juego, entre gemidos y embestidas, y se acercó a mi cuello.

—Me debes una… —siseó tremendamente bajito.

Cristianno

Exhalé.

Y después me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía nada que temer. Eso en sí ya era un triunfo.

Supongo que tenía lógica sentir confusión después de todo lo vivido. No había habido ni una sola noche en la que pudiera conciliar el sueño sin que mis preocupaciones o remordimientos me perturbaran. Dormir había sido demasiado complicado. Pero en ninguno de esos días lo había intentado estando al lado de Kathia.

La miré y volví a exhalar. Esta vez al darme cuenta de que todo lo que había hecho en las últimas semanas me daba aquel momento como recompensa. Más allá de ganar o perder, justo en ese instante, yo ya me sentía satisfecho.

Kathia aún dormía. Tenía los labios entreabiertos y, aunque apenas había iluminación, pude ver que su tez lucía un poco más pálida de lo normal. Un rastro grisáceo rodeaba sus ojos e incrementaba la hinchazón. También resultaba evidente la huella en sus mejillas de las lágrimas que había derramado. Sentí algo de rabia al recordar quien se las había provocado, pero una parte de mí insistió en vivir ese momento y aparcar todo lo demás. Creo que ambos nos lo merecíamos.

Más allá de todo eso, Kathia mostraba una expresión suave. Parecía tan frágil y pueril que me sorprendió que se tratara de la misma chica capaz de desafiar a toda una mafia.

No pude evitar una sonrisa.

Tragué saliva y bajé la mirada. Quería continuar observándola, lo necesitaba. Jamás había vivido un momento así con ella, tan seguro y leal. Sin miedo, ni restricciones. De hecho, ni siquiera podía decir que habíamos compartido una situación de pareja corriente. Probablemente despertar al lado de la persona que se ama es algo demasiado básico para casi todo el mundo. Sin embargo para mí… era algo extraordinario.

Deslicé la sábana por su cintura. Kathia permaneció quieta y ajena a que poco a poco mi respiración empezaba a titubear. Noté un punzante frío derramándose por mis extremidades. Se me pegaba a las piernas, pero desaparecía en los muslos y se transformaba en un calor dilatado que presionaba mi pecho. Era un efecto extraño, que me producía una serenidad a la que no estaba acostumbrado, pero me gustó experimentar aquella contradicción. Tuve la sensación de que mi cuerpo apenas pesaba…

Hasta que su aliento acarició mi boca. De pronto el calor comenzó a ser insoportablemente intenso. Y me sobrevino un escalofrío cuando decidí acariciarla. Acerqué una mano a su mejilla y la ahuequé. Me enloqueció la forma en que mi piel conectaba con la suya a causa de un simple roce. Se me erizó el vello y comencé a masticar mis pulsaciones. El corazón me latía en la boca.

Suspiré, me humedecí los labios y tragué saliva de nuevo mientras deslizaba mis dedos por su cuello. Bajé un poco más, hasta su clavícula y después su pecho. Lo rodeé con suavidad y sin apenas presión, tragándome las repentinas ganas de ir más allá. Llegados a ese punto, maldije que estuviera vestida y dormida.

La excitación comenzaba a captar toda mi atención. Me latía en el vientre. Era una quemazón que lentamente se apoderaba de mi cintura. Me estaba volviendo loco.

Temblé al alejar mis manos de su cuerpo y al pensar que estaba completamente abandonado a mis miradas. Por primera vez mi estado físico superó al psíquico. No pude pensar en otra cosa más que en el modo en que me perdería dentro de ella.

Cerré los ojos y enterré el rostro entre mis manos.

<<Joder…>>, mascullé en silencio. Todavía no sabía que reacción tendría Kathia cuando despertara. No era el momento de pensar en sexo.

Tenía que tragarme aquella dolorosa exaltación y no se me ocurría mejor forma que una ducha helada.

Me incorporé despacio, me pasé las manos por el cabello y lo restregué con ímpetu. Me froté las mejillas mientras me levantaba, capturé unas prendas de la maleta y mi móvil y miré por la ventanilla, a través del filo de la cortina. Fue un poco desquiciante descubrir que había despertado al atardecer, cuando en realidad apenas había dormido ocho horas. Pero es lo que tenía el desfase horario. Seguramente estábamos a punto de llegar a Tokio.

Resoplé, entré en el baño y me apoyé en la puerta echando la cabeza hacia atrás.

—Me cago en la puta…—jadeé más que concentrado en la parte baja de mi pelvis. Mi excitación era más poderosa que nunca.

La física de una emoción a veces no tenía sentido. Ni siquiera era comparable. Y yo no estaba en absoluto acostumbrado a tener ese tipo de sentimiento recién levantado.

Justo en ese instante la espantosa melodía de mi teléfono comenzó a sonar. Tuve ganas de reír al ver el nombre de Alex latiendo en el centro de la pantalla.

—Ha llamado al teléfono del increíble Cristianno Gabbana. —Dije al descolgar, apoyándome en el lavamanos—. En estos momentos está muy ocupado. Por favor deje su mensaje…

—¡A la mierda! —Exclamó mi amigo y no pude evitar reírme. Dios, ya les echaba de menos.

—Avanzas, Alex —sonreí—. Ya tienes un poco más de paciencia.

—Veremos hasta dónde alcanza cuando tenga tu careto delante.

—Tu amor por mí hace que se tambalee el mundo. Te adoro.

—Qué gilipollas —se carcajeó.

—¡Alex! —La vocecita de Eric se impuso dándole un toque de atención a su amigo.

De pronto recordé que les había dejado rodeados de confusión. Alex todavía no había aclarado las cosas con Daniela y Eric sufría por Diego. Que estuvieran tragándose sus preocupaciones y atendiendo las mías dijo mucho de hasta dónde estaban dispuestos a llegar por nosotros. Ni siquiera podía considerarlos mis amigos, eran muchísimo más que eso.

—¿Está el señorito listo? —Preguntó el de Rossi.

—Así es. ¿Te interesa decirle algo? —Sugerí bromista.

—Tu inteligencia me abruma.

—¡Gracias!

—¿Tanto me echáis de menos? —Comenté haciéndome el arrogante. Bueno, en realidad lo era un poco así que no hizo falta que me esforzara demasiado.

—Cabrón, hijo de tu madre, nos debes una despedida de soltero —exigió Alex.

—Y quiero un stripper —le siguió Eric, lo que me indicó lo poco que tardarían en ponerse a parlotear entre ellos.

No era la primera vez que sucedía.

—Pues te lo llevas a un cuarto privado —se quejó el grandullón—, no quiero los huevos de un depilado cerca de mí.

—¿Qué problema tienes con las pelotas depiladas? —Tuve que deducir el final de la frase porque mi sonrisa no me dejó escuchar.

No manteníamos ese tipo de conversaciones (triviales, adolescentes, puede que sin sentido) desde hacía semanas.

Poder hablar así, nos hizo un poco más ricos.

<<¿Mauro, qué demonios estás haciendo, joder? Mira lo que te estás perdiendo, compañero>>, pensé mucho más nostálgico de lo que esperaba.

—No sé… —tartamudeó Alex—…me ponen nervioso. —Él seguía a lo suyo.

—Tío, ¿qué coño tienes entre las piernas? —Quise saber—. ¿El Amazonas?

—Vete a la mierda.

—¿Cristianno? —La voz del Albori sonó tímida y devota.

—Dime, Eric. —Definitivamente, ese chico podía hacer que cualquiera cayera rendido a él con solo un suspiro. Era tan tierno que hasta sorprendía.

—Ya sabes cómo es Alex para todo eso de los sentimientos —no hacía falta que lo jurara, él era más de demostrar—, pero yo te lo puedo decir… —Silencio—. Disfruta mucho… —Y temblor. Eric no parecía poder hablar—. Disfruta…

—Os queremos —le interrumpió Alex porque seguramente se dio cuenta de que a Eric le costaba seguir—. Sois nuestros hermanos y aunque no podamos estar allí, no cambia el hecho de que, a través de vosotros, lo estamos. —No dudó, lo dijo con fuerza—. Te mereces esto, y Kathia también, así que disfrútalo. Nosotros os estaremos esperando. —Y terminó dejándome completamente apabullado.

—Siempre juntos…—confesé apretando los dientes porque la debilidad llamaba a mi puerta.

—Hasta la muerte, ya lo sabes —Aseguró Alex—. ¡¿Quieres dejar de llorar, Eric?!

—¡Me he emocionado!

—Chicos, yo… —Pero no pude terminar.

Aun así, Alex se dio cuenta y lo comprendió todo.

—Lo sabemos. Y si tu puñetero primo coge el teléfono, dile que no te deje huir. —Sonó jocoso. Y podría haber seguido con la broma si no me hubiera visto fustigado por un escalofrío muy desagradable—. Llamarnos en cuanto podáis.

—Dale besos a Kathia —añadió Eric.

—Y vosotros tened cuidado por allí —les dije.

—No os preocupéis por eso.

Corté la llamada y me llené de suspiros. Hablar con Alex y Eric me había gustado, pero también me había dolido porque deberían haber estado allí.

—Joder…

Abrí la ducha y me desnudé de forma mecánica, casi parecía un robot con problemas en la fuente de alimentación. Mis movimientos eran demasiado prolongados, muy lentos. Me costó horrores colocarme bajo el agua. Y para cuando creí que ya estaría más calmado, me di cuenta de que aquel ardor no me abandonaría tan fácilmente.

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