Mafia

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Tres meses después » Sarah

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Sarah

Respiré.

Y volví a sentir esa catarsis que se producía en mi interior cada vez que llevaba a cabo tal maniobra. Sucedía cuando estaba a solas conmigo misma, cuando mi fuero interno no se veía entretenido por la belleza de lo que nos rodeaba.

El aire entraba libre por mi garganta y llenaba mis pulmones con delicadeza. Podía parecer una estupidez, pero había aprendido a respirar de nuevo, y me gustaba el efecto que me causaba.

Era casi tan deleitante como las suaves caricias de Enrico sobre mi piel. Y se triplicaba su efecto si miraba hacia el hueco, ahora vacío, que había junto a mí en la cama.

Enrico dormía en él… y todavía, después de varias semanas, seguía sorprendiéndome que su aroma estuviera tan impregnado en las sábanas. Se había convertido en algo extraordinariamente habitual.

Cerré los ojos y acaricié el hueso de mi clavícula mientras le imaginaba. Era mi hombre, era solo mío y ahora nada podía separarme de él. Esa certeza me apabullaba y encendía. Latía en mi interior del mismo modo en que latía el corazón de nuestro hijo.

Tragué saliva y me incorporé. Si pensaba demasiado en mi actual realidad, me costaba conciliar el sueño; al menos hasta que Enrico regresaba, y no estaba segura de cuánto tiempo podía tardar.

Los últimos días había tenido bastante trabajo y llegaba tarde a casa. Debía organizar la oficina para que todo estuviera bien cubierto durante su ausencia. Ciertamente, se percibía una extraña euforia en cuanto a ese tema, porque toda la familia viajaríamos a Japón.

Noté un latigazo de emoción al pensar en ello. Todo lo que tuviera que ver con mi vida junto a las personas que adoraba, le daba un toque de fascinante conmoción. Quizá porque me parecía cautivador el hecho de estar viviendo junto a todos y cada uno de ellos bajo el techo que una vez amparó tantísima maldad.

Los Gabbana tenían ese don, portaban consigo esa armonía familiar allá donde fueran. Y te absorbía hasta el punto de hacerte formar parte activa de ello. Yo ya era una más, y no podía sentirme más orgullosa.

La mansión Carusso… Mejor dicho, esa formidable residencia, rodeada de una extensísima intimidad, ahora nos pertenecía; y me refería a ello en plural porque todo lo que fuera mío, también era de ellos.

Me gustaba levantarme por las mañanas y compartir el desayuno con Ofelia, Graciella, Patrizia e incluso Antonella y sus chicas. Hablar hasta tarde con mi Kathia y Ying, bromear con Cristianno sobre la torpe seriedad de Diego. Divagar con Silvano o Valerio, disfrutar de la sabiduría de Domenico. Esas tardes en las que llegaban los chicos y organizábamos una velada improvisada. O los días, en los que, sin saber cómo, terminábamos en el jardín jugando como críos; increíblemente, Enrico participaba. Y yo me asfixiaba de la risa por los comentarios de Daniela al ver como su chico se pasaba de bruto o como Giovanna contenía la excitación que le despertaba Mauro con cualquier cosa que hiciera.

Todos compartíamos un recuerdo desagradable; el mismo que casi nos arrebata la vida de alguno de los nuestros. Siempre tendríamos presente los hechos que una vez nos encogieron el corazón y nos hicieron llorar y formaría parte de nosotros. Pero resultaba que todo el dolor vivido había merecido la pena y tenía recompensa. Esa rutina era buena prueba de ello.

Estiré los músculos de mi espalda y me levanté de la cama. Era más de medianoche y todo el mundo dormía. Quizás por eso me sorprendió escuchar una sonrisilla lejana al salir a la terraza.

Desde mi perspectiva, pude ver a Valerio sentado a los pies de la hamaca donde Ying permanecía cómodamente tumbada. Ella reía porque él era incapaz de decir en condiciones una palabra en chino. Y, como sabía lo mal que se le daba el idioma, pero lo mucho que se estaba esforzando en aprenderlo, sonreí. Ying había encontrado en Valerio esa persona por la que darse una oportunidad a sí misma. Todavía estaba atrapada en sus traumas, todos sabíamos lo mucho que le costaría pasar página, pero luchaba y se dejaba ayudar.

Poco a poco, se daba cuenta de los sentimientos que el Gabbana tenía hacia ella y empezaba a notar lo recíprocos que eran.

De pronto, una puerta que se abrió para volver a cerrarse. Suspiré. Alguien acababa de entrar en la habitación y no tardaría en sentirle pegado a mí.

Las manos de Enrico empezaron acariciando el filo de mis caderas y lentamente rodearon mi cintura hasta envolver mi vientre. Tragué saliva y eché la cabeza hacia atrás apoyándola en su hombro. Notaba su pecho pegado a mi espalda, percibía a la perfección esa necesidad que tenía de mí mezclándose con la que yo tenía de él.

—¿Has cuidado de mi chico? —me susurró dejando que su aliento resbalara por mi cuello.

Tras llegar al cuarto mes de gestación, ya sabíamos que nuestro hijo iba a ser un niño. Nos lo habían dicho hacia dos semanas. Nunca podría olvidar el momento en que Enrico apretó mi mano y, sin apartar la vista del monitor donde se mostraba la silueta del bebé, pronunció el nombre de su primogénito.

Fabio.

Mi respuesta fueron unas lágrimas de alegría.

—Sí, pero tenía muchas ganas de verte —sonreí dándole un beso en la mejilla.

—¿Tantas como la madre?

—Quizás un poco menos.

Reímos y después Enrico se colocó frente a mí y capturó mi boca con la suya con esa parsimonia que tanto me enloquecía. Era brutal el modo en que ese hombre me atrapaba. Dios, le quería tanto…

—Sé que es tarde para pedirte esto —murmuró con su frente sobre la mía—, pero necesito que vengas conmigo.

—Está bien… —jadeé.

No me extrañó su petición, ni tampoco que quisiera llevarla a cabo a esas horas de la madrugada. Empezaba a conocerle demasiado bien y sabía que había llegado el momento de abrasarme con las reservas de Enrico Materazzi.

—¿No vas a preguntar nada? —preguntó.

—¿Quieres que lo haga?

—Deberías. —Probablemente llevaba razón—. Cabe la posibilidad de que no te guste lo que vas a ver.

—Tus secretos. —Tan protagonista como los sentimientos que compartíamos el uno por el otro.

—Mi infierno. —Un gruñido.

Me alejé un poco de él y cogí su cara entre mis manos.

—Te equivocas. Nuestro bello infierno. Llévame hasta allí.

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