Mafia

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Segunda parte » 22

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Cristianno

Enrico aceleró con violencia.

Arrasó con lo poco que quedaba de la entrada y también con algún que otro retrovisor de los vehículos que pasaban por allí hasta que logró enderezar el coche por la Via Diocleziano.

No hacía falta ser muy listo para saber que nos seguían y que las órdenes de aquellos esbirros eran realmente específicas: eliminarnos a todos, excepto a Kathia.

Pero mientras el dispositivo enemigo se organizaba, gocé de unos minutos para luchar contras las repentinas ganas de perderme en Kathia. Haber salido de aquel maldito hotel no nos aseguraba nada, pero ahora me valía con tener a Enrico a salvo, a mis compañeros cerca y a ella a mi lado. Sentía su corazón acelerado pegado a mi espalda y eso ya era la mejor de las recompensas.

Me di la vuelta sin deshacer el abrazo y capturé su rostro entre mis manos. Deseé con todas mis fuerzas que todo terminara cuanto antes para poder besarla hasta perder la razón.

—¿Estás herida? —jadeé investigando su cuerpo con una rápida ojeada. No había tenido tiempo de ver si había sufrido alguna lesión tras recibir el impacto. Había sido obligado a poner en juego la integridad de los míos por culpa de las ambiciones de otros.

Le eché una ojeada a Giovanna, pero ella estaba cabizbaja y no dejaba de sollozar.

—¿Y tú? —preguntó Kathia examinando mi cuerpo.

Estaba asustada. Realmente ella nunca había vivido algo así a mi lado, pero tampoco le costó deducir que aquello no había hecho más que empezar y la necesitaría valiente.

Resoplé una triste sonrisa y le di un rápido beso en los labios antes de que el tono de una llamada inundara el interior de aquel coche sin cristales.

—Cambiando a línea segura. —Enrico fue listo al llamar a Valerio—. Servidor localizado —dijo mi hermano desconcertando un poco a Giovanna y Kathia.

—Pues ahora sácame de Esquilino, Valerio. Tenemos compañía. —Le vi apretar el volante con las dos manos antes de notar como el coche aumentaba la velocidad por la Piazza Vittorio Emanuele II. Y es que teníamos un Mercedes casi pegado al trasero.

—Dirígete a la puerta Maggiore y coge Prenestina —clamó Valerio algo asfixiado. Señal de que estaban evacuando el edificio Gabbana.

Apreté los dientes. Mi abuelo era demasiado mayor para huir, mi padre siquiera podía hacerlo como requería la situación debido a su pierna y Alessio… No tenía ni puñetera idea de cómo reaccionaría mi tío o qué demonios haría. Lo que me llevaba a pensar que la evacuación del edificio debía de estar siendo un tanto compleja para Valerio y nuestro jefe de seguridad, Emilio. Sin contar con que al mismo tiempo debían evacuar a nuestros aliados: las familias Ferro, Albori y de Rossi.

—Recibiréis refuerzos en la autovía A-24 —añadió Valerio.

—Situación de la autovía. —Quise saber. Lo que menos nos convenía era el tráfico de civiles.

—Despejado.

Enrico miró a Giovanna y esta se hizo incluso más pequeña en su asiento. Pude haberme fijado más en la reacción de la Carusso, pero me perdí en los pensamientos de mi hermano postizo. Aquella mirada estaba cavilando en demasiadas cosas: como lo complicado que sería defenderse dentro de un coche que era un objetivo principal. Aunque lo que seguramente más le preocupaba era que ahora ya no podría actuar con libertad porque era un traidor declarado. Habían estado a punto de matarle, joder.

—Abre la guantera y coge los cargadores que haya —le ordenó a Giovanna que obedeció con manos temblorosas—. Kathia, cógelos y dispara a todo aquel que nos siga.

Al ver cómo se observaban, me sentí tremendamente estúpido. Aquella simbiosis que surgía cuando estaban juntos debería haberme alertado del vínculo que compartían mucho antes.

Kathia cogió varios cargadores que Giovanna le entregó. El ruido que provocó entre sus dedos al cargar el arma me hizo apretar los dientes y experimentar una emoción de lo más ambigua.

Cogí su mano y enredé mis dedos con los suyos.

—Te recomiendo que te agaches y no digas ni una palabra —le aconsejó Enrico a Giovanna. Esta enseguida se acuclilló en el hueco del salpicadero y nos miró a Kathia y a mí con una súplica en los ojos.

Aquel maldito Mercedes se nos acercaba demasiado. Via Prenestina contaba con algo de tráfico. No demasiado denso, pero el suficiente como para entorpecernos.

—Enrico… —Le alerté sabiendo que comprendería mis intenciones.

—Bien. ¡Agarraos!

Sostuve a Kathia antes de que su hermano pisara el freno. Llevó a cabo la maniobra de un modo tan gobernado que tuve ganas de gritar de la euforia. Fue en ese instante cuando me reencontré con mi típico gusto por la pelea.

Enrico aceleró rápidamente para así evitar la colisión completa. El morro de aquel coche nos embistió un poco, pero reaccionó a tiempo y salimos de allí sabiendo que aquella artimaña nos daría unos minutos de desahogo.

—Situación, Cristianno. —La bendita voz de Alex se expandió por el altavoz y por poco me fascina. Y no fui el único en sentirlo.

Kathia miró de reojo por su ventanilla. Se había dado cuenta de que nos seguían más vehículos por la otra calle.

—Portonaccio —respondí.

—Te seguimos —dijo Eric.

Disparos.

—¡Oh, joder! —Gritó Kathia antes de que yo la obligara a agacharse. La cubrí con uno de mis brazos mientras los cristales de la luna trasera caían sobre nosotros.

—Número aproximado, chicos. —Nos exigió Alex.

Me sorprendió ver como Enrico tenía una de sus manos obligando a Giovanna a mantener la cabeza gacha.

Miré por mi ventanilla mientras me sacudía los cristales, cogí el cargador que Kathia me entregaba, lo armé y me asomé para disparar.

—Nueve coches. —De momento…—. Unos veintidós hombres aproximadamente. —Explicó Enrico.

Entramos en la autovía.

—Me incorporo. —No esperaba que Diego ya estuviera allí e iniciara su participación de aquella manera—. Voy tras cuatro SUV negros.

Él cerraba aquella persecución. Una reacción muy inteligente.

Un nuevo disparo. Pero esta vez fue Kathia quien lo produjo.

Kathia

No nos daban tregua. Teníamos demasiados enemigos. Y cualquiera de las decisiones que tomáramos traería consecuencias.

Me sentí insignificante.

Y sabía que no era el momento para tener ese tipo de sentimientos fustigadores, pero no pude evitarlo.

La cruel realidad se imponía.

Siempre había creído que podría encontrar una solución, que podríamos librarnos de todo aquello y salir indemnes, pero, llegados a ese punto, ya no estaba segura de nada. Cada pensamiento parecía dibujar un destino diferente, pero con un mismo final: la muerte.

Sin embargo…

<<Sigo creyéndome insumisa.>>

Después me obligué a sentir esa certeza que nacía de la versión más feroz de mí misma y temí un poco menos. Extrañamente, esa desolación que me había atormentado con la llegada inminente de aquella situación, se había convertido en una retorcida energía que me alentaba y fortalecía.

Miré a Cristianno y él comprendió mi mirada y me respondió con una rabia silenciosa. Después me asomé por la ventanilla y vacié un cargador con la intención de alcanzar las ruedas de los coches que nos seguían. Pero no logré siquiera rozar mi objetivo, y eso me frustró sobremanera. Me desplomé en mi asiento y gruñí entre dientes.

Cerré los ojos.

<<No voy a permitir que esto acabe así…>>, me dije y cargué el arma.

Solté el aire antes de perderme en las diversas reacciones que tuvo mi cuerpo. Mis ojos entrecerrándose, fijados en un solo punto. Mi respiración liviana, acariciándome los labios. Mi dedo presionando el gatillo. La fuerza de la maniobra expandiéndose entre mis manos. Mi pecho contrayéndose por la retorcida adrenalina. Y el impacto.

Aquella maldita bala no alcanzó la rueda del vehículo, sino que terminó con la vida del conductor abriendo un agujero en su pecho. El coche perdió el rumbo y fue dando tumbos contra sus compañeros arrasando con uno de ellos antes de terminar en la cuneta tras dar varias vueltas de campana.

Podría haberme alegrado, pero la inercia de una explosión me absorbió hacia el interior del coche. Vi como Cristianno se agachaba y como Enrico encogía los hombros como si de ese modo pudiera protegerse.

Las llamas crearon un muro que partió la autovía y nos proporcionó una gran ventaja.

—¡Uh! ¡Eso ha sido cojonudo! —Gritó Diego desorbitado de alegría antes de oírle disparar—. ¡¿Eso es todo, Carusso?! —Un comentario que retaba a un omnipresente Angelo. No estaba allí, pero aquella persecución representaba su causa.

—¡Diego se viene arriba! —bromeó Alex.

—Ya sabes lo mucho que me gusta la sangre.

Cristianno soltó una carcajada que se mezcló con la de Enrico. Desde luego tuve ganas de reír y lo hice, pero con el temor oprimiéndome la garganta.

—Pues lamento aguaros la fiesta —añadió Eric algo asfixiado—, pero nuestros refuerzos se han desviado por Tiburtina.

—Joder, eso es un coladero —farfullo Cristianno segundos antes de eliminar de un solo tiro al tipo que estaba a punto de dispararnos con una metralleta.

Curiosamente me encogí por el ruido, pero al mirarle supe que aquel espasmo se debía a las respuestas de mi cuerpo cuando veía a Cristianno disparar. Lamentaba que una acción tan cruel resultara tan atractiva cuando él la llevaba a cabo.

—No. —Espetó Enrico ante el comentario de Cristianno—. Están dividiéndolos. Es lo mejor que pueden hacer.

Por tanto, que parte de su equipo hubiera optado por tomar la circunvalación tan solo tenía como objetivo alejar todo lo posible a los refuerzos de nuestros contrarios y así darnos la oportunidad de escapar. Era una estrategia bastante buena.

Pero Tiburtina bordeaba Roma y era uno de los nervios principales de la ciudad. Era inevitable toparse con civiles.

Noté como se me contraía el vientre. La intención tácita de todos allí era evitar en mayor medida el cruce con los ciudadanos para no involucrarlos en aquella maldita guerra. Pero estaba empezando a comprender que en ocasiones era imposible.

—¿Me necesitas, Materazzi? —Reconocí la voz de Thiago casi al tiempo en que vi como la mirada de Enrico se iluminaba ante la llegada de su compañero.

Mi hermano resopló y apretó un poco más el volante.

—¿Con cuántos cuento? —Quiso saber y seguramente

Thiago y Cristianno fueron los únicos en entender la pregunta.

—Cinco grupos —especificó su segundo—. Dos en Tiburtina. Dos más tras de ti. Uno uniéndose desde el edificio Gabbana.

Miré hacia atrás sin saber que me toparía con las intenciones de un esbirro. Tenía medio cuerpo fuera de su vehículo y pretendía saltar hacia nosotros. Como Cristianno estaba demasiado ofuscado con el vehículo que tenía próximo a su ventanilla decidí deshacerme yo misma de aquel tipo. Pero murió antes siquiera de poder reaccionar.

El hombre cayó fuera de su coche y fue aplastado violentamente antes de que Alex apareciera tras una capa de humo. Hizo varios giros magistrales con su moto para evitar la colisión con el cadáver y aceleró hasta colocarse paralelo a mi ventanilla.

—¿Me echabais de menos, monadas? —preguntó con una sonrisa perversamente iluminadora.

Cristianno se giró de inmediato y le devolvió la sonrisa antes de recibir un objeto que su amigo le había lanzado. Al verle jadear de la emoción mientras tiraba de una anilla comprendí que se trataba de una granada. La tiró al interior de la furgoneta que teníamos al otro lado.

—Enrico, más te vale frenar —dijo Cristianno antes de echarse sobre mí.

—¡Eso se avisa antes, joder! —clamó Enrico. El chirrido que hicieron las ruedas al hincarse en el asfalto me perforaron los tímpanos.

No sé por qué grité. Quizás porque la explosión se dio a la misma vez que la fuerte presión por el frenazo. Fue como una onda expansiva. Todos mis músculos se contrajeron y me oprimieron con violencia dándome la sensación de que iba a estallar en cualquier momento. Giovanna y yo no fuimos las únicas en sentir algo así, Enrico y Cristianno también gimieron.

—¿Todos bien? —preguntó mi hermano al reanudar la marcha. Atravesó una llamarada.

—¡¿Cómo iba a estarlo?! —Chilló Giovanna entre sollozos—. ¡Quiero que esto termine!

Me recompuse y extendí la mano hacia ella.

—Giovanna… —susurré antes de sentir sus dedos pegados a los míos.

—Kathia… —Su mirada enrojecida, llena de miedo.

—¿Número de opuestos? —gritó Enrico.

—Se han reducido a cinco vehículos —dijo Thiago—. Pero contad con siete más en unos diez minutos, según las indicaciones de la central.

Boquiabierta, busqué a Cristianno con la mirada. Él no parecía tan alarmado por la llegada inminente de más enemigos.

—Perfecto. —¿Perfecto? ¿Qué demonios tenía de perfecto una noticia así?— Nos dispersamos. Confirma situación de la E-80. —A priori no parecía que Enrico estuviera planeando nada que lo expusiera solo a él. Pero le conocía, sabía de lo que era capaz.

Le clavé una mirada furiosa e intensa.

—Enrico si estás pensando en separarme de ti ya te adelanto que no pienso hacerlo. —El chasquido de un arma. Cristianno acababa de cargar su pistola mientras mi hermano decidía ignorarme. Lo que me bastó para confirmar sus intenciones.

—Haremos el cambio en marcha —le confesó a Cristianno y le entregó un pequeño dispositivo rectangular que él enseguida se guardó en el bolsillo.

—Bien. —Y para colmo mi maravilloso chico le siguió el juego.

—¡Enrico! —exclamé. No estaba dispuesta a quedarme de brazos cruzados mientras su vida peligraba por salvar la mía.

—Lo haré yo. —Eric no supo hasta qué punto me enfureció oír su voz. Apareció de golpe a la derecha de su amigo—. Estoy listo, Cristianno.

Quise protestarle. Quise negarme y perder los estribos.

Pero una furgoneta negra se acercaba.

Y supe que su único objetivo era el Albori.

—¡Cuidado, Eric! —grité. Pero no sirvió de nada.

Un ligero golpe en el trasero de su moto y mi amigo se estrelló violentamente contra el suelo.

—¡ERIC! —Mis gritos se mezclaron con los de Cristianno.

Sarah

Temblé.

El dolor empezaba a ser insoportable y no había forma de evitarlo. Si quiera contrayéndome. El frío, la sed, la humedad y también la culpa por no poder cuidar de mi hijo estaban haciendo estragos en mí.

Aquella primera toma de contacto con Valentino no me había facilitado las cosas. Él había querido sacarme toda la información que yo tuviera a golpe de tortura, pero fingí un desmayo y como castigo decidió encerrarme de nuevo quitándome el agua y comida.

No notaba demasiado esa carencia porque apenas llevaba un día, pero estaba segura de que aquello no había hecho más que empezar. Iban a dejarme morir de inanición, algo que me hería demasiado al pensar en mi hijo. Aunque nosotros no éramos los únicos que estábamos en peligro; Mauro probablemente sufría más que yo y eso me volvía loca.

Las lágrimas se me escapaban con demasiada facilidad.

De pronto, noté como Ying me cubría con su manta roída. Procuró tapar todo mi cuerpo mientras yo me concentraba en el fuerte peso de su aliento. No necesitaba saber demasiado para deducir que padecía un problema respiratorio.

—¿Estás bien? —susurró ella. Y yo forcé una sonrisa que supe que vería entre las sombras.

—Nunca había estado mejor —bromeé secándome las lágrimas.

Me acarició la frente y después palpó mis mejillas.

—Estás sudando y tienes un poco de fiebre.

—No te preocupes, Ying —le pedí cogiendo su mano.

Pero ella continuó insistiendo en su inquietud. Se arrastró por el suelo, hurgó en la esquina y regresó a mí antes de abrir una lata. Incluso aquel delicado sonido metálico me retumbó en el vientre.

Segundos más tarde me introdujo algo en la boca.

—Son galletas saladas —comentó—. Las guardo para una emergencia.

—Están ricas. —No, no lo estaban, pero el gesto hizo que su sabor rancio fuera maravilloso.

—Mentirosa —sonrió la joven china, y quise hacer lo mismo, pero un latigazo de dolor me atravesó por completo. Contuve un quejido—. ¿Por qué te llevas las manos al vientre?

—Es un acto reflejo —gemí.

<<No voy a perderte. Eres mucho más fuerte que todo esto>>, le dije a mi hijo.

—Sigues mintiendo. —Hubiera jurado que lo estaba haciendo genial, pero al parecer no era así. De lo contrario, no se habría dado cuenta.

—No quiero que cargues con una realidad más.

—¿De cuánto estás? —Insistió ella y me maravilló que fuera tan perspicaz.

Levanté una mano y acaricié su cabello.

—Eres demasiado lista. —Y lamentaba muchísimo que alguien como ella estuviera en un lugar como ese.

La cerradura chasqueó y provocó un sonido aterrador.

Sin más demora, dos esbirros entraron y se lanzaron a por mí. Me cogieron de los brazos y me arrastraron hacia fuera con rudeza. Las piedras del suelo me rasparon los pies.

—¡No! ¡No! —me quejé sin apenas fuerza.

—¿Adónde la lleváis? —Maldije a Ying porque, si hacia algo para protegerme, estaría tan en peligro como yo y no podría soportarlo. Su cuerpo ya había sufrido bastante.

—¡Basta! —grité al ver como un tercer esbirro le daba un guantazo. Cayó al suelo bruscamente—. ¡No le hagáis daño! ¡Haré lo que me pidáis! —Me tiré de rodillas al suelo—. ¡Lo que me pidáis!

Unos pasos tras de mí.

—Es bueno saberlo, Sarah. —Angelo Carusso.

Le miré por encima del hombro y dejé que su presencia me consumiera.

Esta vez el temblar no fue suficiente.

—Vas a ser el cebo perfecto para atraer a mi presa. —Enrico…—. Veremos cómo reacciona cuando sepa que te tengo.

—No… —Empecé a llorar.

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