Mafia

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Segunda parte » 24

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Cristianno

Vi como Diego cogía a Eric y lo subía a su SUV con la misma desesperación que yo habría empleado de haber estado en su lugar.

—¡Quiero información, Diego! —gritó Enrico perfectamente consciente de que nos acercábamos al desvió a la carretera E-80 y eso complicaba la idea de dividirnos.

—¿Estás bien? —Preguntó mi hermano cuando Eric se desplomaba en el asiento del copiloto—. ¡¿Te han dado?! —Sonó desquiciado, en exceso preocupado. Seguramente todo lo que había pasado entre ellos cobró más importancia que nunca. Pesó demasiado, yo lo sabía. Y Diego también.

—Estoy bien —gruñó Eric. Aquella era la primera que estaban a solas desde su enfrentamiento.

Me paré a respirar.

—Hay que ser estúpido para venir en moto. —Joder, Diego no pensó mucho en que todo el equipo escucharía su maldita conversación—. Podrían haberte matado, imbécil.

—Como si te importara —masculló Eric, resentido.

—¡Cierra la puta boca, ¿me oyes?¡

—¡Eh, vosotros dos, parad de una puta vez! —Alex decidió intervenir antes de que yo pudiera hacerlo.

Pero si no lo hice antes fue porque Kathia me miraba con demasiada fijeza. Ella había percibido esa tensión íntima entre Eric y Diego y pretendía averiguar si yo sabía algo.

—¿Qué es eso? —continuó Diego.

—¡No me toques! —Un forcejeo. Miré hacia el SUV y vi a lo lejos como Eric apartaba de un manotazo el brazo de mi hermano—. ¡No vuelvas a tocarme!

—Diego, tienes compañía. —Alertó Thiago. Los refuerzos ya estaban allí y ellos serían los primeros en hacerle frente.

—Mierda —masculló—. ¡Los contendremos, preparaos!

—Yo haré el cambio —añadió Alex desviándose—. Chicos, cubrirnos.

—Hecho.

—¿Lista, Kathia? —pregunté aun sabiéndonos sin alternativa.

Abrí la puerta y empecé a darle patadas hasta que salió catapultada por la presión y la velocidad.

Volví a mirar a mi novia para obtener confirmación. Su respuesta fue una escandalosa forma de tragar saliva.

Sonreí. Estaba preciosa con el cabello despeinado en la cara y las mejillas encendidas.

—Tú —me gritó Alex—, deja de explotar corazoncitos y vamos al lío. —Negué con la cabeza al tiempo en que él se colocaba bien cerca del vehículo aprovechando que Enrico disminuía la velocidad para que el salto no fuera tan complicado. Desde luego podríamos haber parado, pero mi hermano estaba a unos cincuenta metros y la ofensiva se le echaba encima. No había más remedio que perder la puta cabeza.

Mi amigo inclinó la pelvis hacia atrás y dejó espacio para que yo pudiera meter la pierna.

—¡Oh Dios mío! —gimió Kathia cuando me vio en pie con medio cuerpo fuera.

Me impulsé al tiempo en que Alex me cogía del chaleco y empujaba hacia él. Yo guié el manillar de la moto para evitar estrellarnos y lo hice mientras terminaba de colocarme sobre el asiento.

—La tengo —dije cuando adquirí el control del vehículo. Enrico suspiró y se obligó a sonreírme cuando comprendió que le miraba solo a él.

—Saltaré, ¿de acuerdo? —me advirtió Alex. Su maniobra era sencilla. La dificultad estaría en colocar a Kathia tras de mí.

Alex se enderezó, colocó las piernas en la misma dirección y después apoyó una de ellas en el filo del interior del vehículo. Saltó con destreza. Y yo miré al frente. El desvío estaba a solo unos kilómetros. A esa velocidad lo alcanzaríamos rápido. No teníamos mucho tiempo si queríamos ahorrarnos dar la vuelta y desvelar nuestra intención.

—Hola, guapura. —Le dijo Alex a Kathia.

—Hola. —Ella siquiera podía hablar.

—¿Qué tal un paseo en moto?

—Ni de coña. —Negó con la cabeza. Y mi amigo decidió continuar con ese tono chistoso.

—¡Esa es mi chica! —Le dio un pequeño golpecito en la barbilla con los nudillos.

Seguramente Kathia quería mandarlo a la mierda, pero el vértigo no la dejó. Suspiró y miró a su hermano sabiendo que encontraría sus ojos reflejados en el retrovisor.

—Enrico…

—No va a pasar nada, cariño. —No la dejó terminar. No quería que temiera en un momento como ese—. Estarás bien.

—No es eso lo que me preocupa. —Porque al separarse de él no estaba segura de hasta qué punto Enrico se arriesgaría. Pero Kathia no conocía del todo su faceta de mafioso. Enrico no iba a ponerse en peligro innecesariamente.

—Estaré bien —le aseguró él, confesión que le proporcionó a Kathia toda la seguridad que necesitaba.

Asintió con la cabeza y miró la moto antes de que nuestro amigo le instara a colocarse en pie en el filo de la puerta.

—Solo tienes que apoyarte ahí. —Le señaló el reposapiés de la moto—. Yo te empujaré y aprovecharás la inercia para pasar la otra pierna y tomar asiento, ¿entendido? —explicó Alex sujetándola de la cintura.

—En teoría. —Su pecho subía y bajaba a toda prisa. Aunque no la podía escuchar, sabía que su respiración estaba desbocada.

Pero era una chica demasiado valiente, no se permitió dudar por mucho tiempo, más aun sabiendo lo que se nos avecinaba. Cogió aire, fijó la vista en su objetivo y apoyó la pierna.

Alex la empujó y yo la cogí del filo de su chaleco e hice que mi brazo la estabilizara hasta que tomó asiento. La moto tembló, pero no me costó volver a enderezarla.

—¡Vamos, fuera, fuera! —gritó Enrico señalándome el desvió.

Aceleré sintiendo como la velocidad me escocía en los ojos mientras Kathia miraba hacia atrás.

Un minuto más tarde, mi gente y mis enemigos quedaron reflejados en el retrovisor.

Kathia

Ni siquiera tuve tiempo de asimilar lo que acababa de pasar porque Cristianno adoptó un ritmo increíblemente magistral. Sentía la aceleración envolviendo mi cuerpo, colándose en mi pecho y desbocando la adrenalina que no había dejado de fluir. Se había intensificado, así como lo habían hecho otras emociones, como el miedo o la ansiedad.

Aferrada con fuerza a la cintura de Cristianno, me concentré en la velocidad y en el modo en que los pocos vehículos que había en aquella carretera parecían desintegrarse a nuestro paso.

Miré una vez más hacia atrás y en cierto modo me alegró hacerlo porque pude darme cuenta a tiempo de que nos seguían.

—Mierda ¡Cristianno! —le alerté.

Rápidamente fijo su vista en los retrovisores. No haría falta que le explicara nada. Echó mano a su espalda y capturó su arma.

—Solo queda un cargador. Intenta ser concreta. —Me pidió al entregármela.

—Pides demasiado. —Temblé. Hacer lo que me pedía a un ritmo como aquel era imposible para mí.

Necesitaba un plan de contención si realmente solo disponíamos de un maldito cargador para defendernos. Y Cristianno se dio cuenta porque irguió la espalda para que yo pudiera oírle con claridad.

—Ralentizaré, tú dispara al conductor del primer vehículo. ¿Entendido?

—¡Sí!

De pronto, al verme tan pegada a él noté la imprevisible necesidad de tenerle de nuevo pegado a mí, pero pensar en la cantidad de horas que pasaríamos haciendo el amor no era bueno en un momento como ese.

Percibí una presión en las caderas al tiempo en que notaba como la distancia entre el primer vehículo y nosotros disminuía considerablemente hasta colocarnos paralelos al conductor. Cristianno había frenado con una elegancia impecable.

Estiré el brazo, apunté y no dudé en presionar el gatillo.

Disparé dos veces y pude ver como el salpicadero se llenaba de sangre antes de volver a acelerar. Nos habíamos deshecho de un rival, pero todavía nos quedaba uno más.

Y entonces empezó la lluvia de pólvora al tiempo en que un olor a mar me inundaba la nariz. Estábamos muy cerca de la costa.

—¡Tenemos que abandonar la carretera! —grité. Al final de nada serviría que Cristianno estuviera esquivando los tiros de aquella manera tan vertiginosa. Me agarré con mucha más fuerza a él.

—¡Buena objeción! —No, no fue un halago, sino una ironía que curiosamente me hizo reír. Desde luego Cristianno no podía quejarse por falta de conexión entre nosotros. Ambos habíamos pensado lo mismo.

Aquellos malditos esbirros ya estaban muy cerca y disparaban a las ruedas. Algo tembló entre mis piernas. Y Cristianno blasfemó con fuerza al tiempo en que sus hombros contenían un gesto de rabia. La mía en cambió optó por devolver los disparos. Probablemente alcance el vehículo, pero el viento y mi postura no me dejaron ver con claridad.

—¡Agárrate! —gritó Cristianno antes de dar un giro bastante pronunciado.

Salimos de la carretera y nos desviamos por otra a medio asfaltar. La velocidad menguó demasiado, era imposible correr en un terreno como aquel.

El mar brillaba bajo el final del amanecer frente a nosotros.

Cristianno

A nuestro medio de transporte le quedaban minutos de vida. La rueda trasera estaba empezando a flojear, el tubo de escape estaba obstruido y uno de los disparos había alcanzado el depósito de gasolina. Si continuábamos forzando la maquina terminaríamos estallando en llamas, pero esa información decidí guardármela solo para mí.

No teníamos más alternativa que ir a pie, pero hacerlo era demasiado peligroso.

Aunque abandonar la autovía había sido buena idea, nos había metido de lleno en unas colinas en plena costa. Nos quedábamos sin terreno.

Agaché un poco la cabeza y vi de soslayo las manos de Kathia enganchadas con vigor a mi cintura. Tenía que ponerla a salvo, ella era la más expuesta. Y odiaba que pudiera recibir una bala por mí.

Miré el retrovisor. Teníamos a ese grupo de esbirros muy cerca, preparando la que sería una ofensiva realmente devastadora para nosotros. No había tiempo para pensar.

Giré hacia una pequeña arboleda que vi a mi izquierda sabiendo que la moto apenas podía alcanzar ya los 30 km/h.

—Bájate. —Me enloqueció que Kathia siquiera se planteara preguntar. Simplemente obedeció y saltó de la moto sin importarle que estuviera en marcha.

Un segundo más tarde, hice lo mismo, salteé y cogí a Kathia de la mano instándola a que corriera. Era consciente de que ella alcanzaría mi ritmo y de que nos quedaríamos sin terreno porque aquella arboleda terminaba en un acantilado. Si saltábamos tendríamos una oportunidad. Pero eso tampoco tenía por qué saberlo Kathia.

Presioné el dispositivo de localización del rastreador que Enrico me había entregado antes de abandonar el vehículo.

Seguían disparándonos. Mi respiración asfixiada se mezclaba con la de Kathia. El ruido desquiciado de nuestras pisadas. El brillo del sol. El calor que aumentaba. El mar que parecía un poco agitado. Y nosotros que corríamos sabiendo que no tendríamos escapatoria. Si en algún momento me hubieran dicho que llegaría a vivir algo así, precisamente porque había experimentado lo que era amar a alguien hasta perder el control, ni siquiera me habría molestado en terminar de escucharle.

—¡Lo siento, Kathia! —grité entre jadeos.

Unas balas alcanzaron los árboles.

—¡¿Por qué?! Apreté su mano y la miré de reojo antes de empujarnos al vacío.

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