Mafia

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Segunda parte » 26

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Kathia

Supuse que Eric creyó que Cristianno y yo nos habíamos quedado dormidos y en realidad podría haber sucedido, pero fui incapaz. Y pude ver el modo en que el Albori miraba con fascinación disimulada a Diego. El Gabbana no parecía darse cuenta, pero de pronto alejó una mano del volante y la acercó a Eric sin dejar de prestar atención a la carretera.

Percibí las ganas de responder en Eric y también la confrontación que se desató en su interior.

—No lo hagas —dijo bajito, algo áspero y contrayendo los hombros—. Más tarde te arrepentirás. —Señal de que entre los dos había ocurrido algo verdaderamente importante.

Diego apretó los dientes y llevó su mano de vuelta al volante con un gesto brusco. No estaba orgulloso de sus debilidades, pero tampoco lo estaba de la reacción que Eric había tenido. Quizás porque en el fondo esperaba algo completamente distinto.

—Vete a la mierda —masculló y yo tragué saliva sin saber muy bien qué hacer justo cuando noté como los dedos de Cristianno se contraían entre los míos.

Supe que me toparía con un gesto sabedor de la situación entre su hermano y su amigo. Pero no me sorprendió ese hecho, sino que sus ojos apenas brillaran. Cristianno lucía esa mirada perdida y lejana; y cuando se metía en su mundo, era casi imposible leerle.

Roma se dibujaba a unos kilómetros de nosotros cuando repentinamente toda la supuesta calma que habíamos gozado durante el trayecto se esfumó con el extraño sonido que emitieron los altavoces.

Los cuatro nos enderezamos de golpe. El sistema de comunicación portátil nos mantenía perfectamente en contacto con todo el equipo, pero hacía un rato que no se escuchaba nada dando por supuesto que todo estaba más o menos controlado.

—¿De dónde procede la señal? —preguntó Enrico.

—Estoy en ello —dijo Valerio—. Parece que está en movimiento.

Alguien más carraspeó al otro lado de la línea.

Y se me cortó el aliento. Una parte de mí supo quién era mucho antes de que hablara.

<<Angelo…>>

—Enrico Materazzi. —La voz del Carusso sonó jocosa, llena de seguridad en sí mismo y con una autoridad casi inédita en él. Sabía bien lo que se proponía y la ventaja que tenía. Precisamente eso fue lo que hizo que todos mis temores cobraran más fuerza que nunca—. Sé que estás ahí y también sé que no responderás porque piensas que ya no tienes nada que tratar conmigo. Pero me he adelantado a los acontecimientos… —No, aquello no podía estar pasando—. ¿Verdad, Sarah Zaimis? —Cerré los ojos al tiempo en que escuchábamos un gemido de Sarah.

Se me escapó una lágrima, llena de miedo y rabia. Enrico no dudaría en acatar las peticiones de Angelo si con ello al menos tenía una oportunidad de salvar a alguien a quien amaba. No pensaría que nos dejaría a los demás lamentando el peligro al que se expondría.

Dios mío, aquella presión era insoportable. No iba a termina nunca.

—¿Qué coño quieres? —Al oír a mi hermano supe que aquello era el principio del fin.

Un traidor estaba destinado a morir.

—Nos vamos entendiendo. —Se alegró Angelo—. Tenemos cosas que debatir, mi pequeño. Tenía toda mi confianza puesta en ti, pero resulta que mis oportunidad es carecen de importancia para ti. ¿Te haces idea de lo decepcionado y herido que me siento?

Cristianno gruñó y se precipitó hacia delante creyendo que de ese modo estaría más cerca del Carusso. En ese tipo de situaciones límite era cuando más me sorprendía las reacciones del cuerpo humano.

—No le escuches, Enrico —jadeó Sarah. Pero al parecer alguien le impidió seguir hablando, produciéndole dolor.

Enseguida pensé en su estado. Ella estaba embarazada.

—Ve al grano, Carusso —espetó Enrico conteniendo su odio con gran elegancia. Ojalá me hubiera parecido un poco más a él.

—Tienes veinte minutos para venir al hotel y sobra decirte que lo hagas solo si no quieres ver a tu putita acribillada a tiros. —Angelo era capaz de todo eso—. Te espero en la azotea. —Colgó dejándonos a todos completamente noqueados.

Toda la cúpula Gabbana habíamos escuchado aquello, todos sabíamos que Enrico estaba sentenciado a muerte.

—El muy cabrón ha pirateado la señal —farfulló Diego.

—Enrico… —Thiago entró con suavidad—. No puedes ir solo.

—¿Tengo alternativa?

¡Joder! Me precipité hacia delante casi empujando a Cristianno.

—¡Dijiste que estarías bien! —exclamé—. ¡Lo prometiste!

—Kathia… —Cristianno me cogió de los hombros y me instó a que me tranquilizara. Ciertamente no iba a lograr nada reaccionando de aquella manera—. Enrico, escúchame. Todavía tenemos tiempo, si nos organizamos podemos cubrir las azoteas de los edificios colindantes… —Pero la señal de mi hermano ya no parecía operativa—. ¿Enrico? ¡¿Enrico?!

—Hemos perdido la conexión —señaló Valerio.

—¡Me cago en la puta! —Cristianno dio un golpe en el cabezal de nuestro asiento.

Y después hubo un silencio casi sepulcral que solo se vio empeñado por el ruido del motor.

Algo dentro de mí se desgarró. Una parte de mi corazón se sintió estafada. Mi hermano no iba a permitir que nadie se interpusiera y saliera perjudicado. Seguramente pensaba que una muerte bastaba. Por eso alejaría a todo el mundo de él…

<<Maldito seas, Enrico…>>

Ni siquiera tenía ganas de llorar. Solo era capaz de percibir la rabia acumulándose en mí con vigorosidad.

—Cristianno —le llamó Valerio, seguramente porque sabía que él estaba junto a mí—, sabes lo mucho que me la pela lo que diga ese estúpido cretino, ¿verdad?

—Por supuesto —admitió Cristianno.

—Bien, pues estoy en camino. —Lo que quería decir que Valerio participaría activamente en el tiroteo—. ¿Thiago?

—Gabbana, ya me estoy organizando —dijo este, de sobra animado. Thiago no consentiría que su compañero muriera a manos de un Carusso en una emboscada—. Tomaré los dos edificios paralelos al hotel.

Miré a Cristianno porque me alertó demasiado el modo en que se quedó sumido en sus pensamientos. No sabía que ese gesto acarreaba muchos más inconvenientes de los que ya teníamos.

Llamé su atención y él…

Cristianno

Cogí el rostro de Kathia entre mis manos y apoyé mi frente en la suya.

—No te separes de mí —susurré en sus labios consciente de que mi hermano y Eric habían preferido no intervenir para darnos algo de intimidad.

—No iba a hacerlo —murmuró ella. Su aliento acarició mi boca.

De repente noté como la mano de Eric me acariciaba la rodilla. Le miré de reojo y asentí con la cabeza antes de coger sus dedos. Mi amigo también temía, pero se refugiaba en mi mirada, pretendía reforzarme.

—No sé si servirá de mucho —medió Diego, inesperadamente—, pero quiero que sepas que no estoy preparado para perder. —Me clavó una fuerte mirada a través del retrovisor—. Y tú tampoco, ¿me has entendido? —Un comentario lleno de autoritarismo.

Cogí aire y apreté la mandíbula. Poco a poco olvidaba mis debilidades. Lentamente esa fortaleza que me definía tomaba el control.

—Dispositivo organizado. Via Nazionale y Torino cubierta —intervino Thiago por el altavoz.

—Aproximándonos al destino —añadió Valerio—. Me quedaré con el edificio B. —Seguramente se refería al inmueble de la calle Torino.

No nos habíamos parado a comentar las funciones de cada uno, simplemente improvisamos sobre la marcha. Todos imaginábamos lo que pretendía Angelo: quería un intercambio, una vida por otra. Él sabía que teniendo a Sarah en su poder podría hacer cualquier cosa con Enrico, incluso atraerlo a una evidente emboscada. Pero todos allí sabíamos que eso jamás se daría. Y Enrico lo sabía bien. Les matarían a los dos. No, a los tres. Su hijo perdería la vida con el último aliento de Sarah.

Por tanto la información que le habían pasado al Carusso era muy fiel a la realidad. De lo contrario siquiera debería haber sabido de la existencia de una relación amorosa entre Sarah y Enrico. Lo que me llevaba a pensar que quizás el traidor era alguien demasiado importante en mi familia. Alguien que gozaba de confidencias exclusivas.

¿Mi abuelo? ¿Alguno de mis hermanos o amigos? ¿Mi tío? ¿Mi padre?

<<¿Mi tío…?>> Incomprensiblemente mi mente insistió en él.

Dios mío, solo pensarlo ya me hacía sentirme como un auténtico cabrón.

Tragué saliva.

Estábamos preparados, asumiríamos todas las consecuencias.

—Quiero encontrar al hijo de puta que ha dado el chivatazo —gruñí al coger el arma que Eric me entregaba.

—Quiero lo mismo. —Diego apretó el volante—. Y me gustaría poder mirarle a los ojos antes de disparar.

Apreté su hombro al tiempo en que atravesábamos la Piazza Venecia.

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